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Lucinda Williams, plantando cara a la adversidad. Foto: Juan G. Andrés
Lucinda Williams, plantando cara a la adversidad. Foto: Juan G. Andrés

Festival

Azkena Rock: pelear con el destiempo

Establecido desde hace muchos años como referente para el rock de guitarras con vocación retrovisora, pero con espíritu panorámico, el ciclo vitoriano, celebrado entre el 15 y 17 de junio, volvió a ratificar su sólida raigambre entre el aficionado en otra edición rica en momentos para el recuerdo.

Cuando a principios de este siglo nacía el Azkena Rock en Vitoria-Gasteiz con una clara orientación hacia el “poder de las guitarras” y la perseverancia de las raíces rockeras ubicadas en los cincuenta, sesenta y setenta, muchos pudieron pensar en una fecha de caducidad no demasiado lejana. Pero más de dos décadas después ahí sigue con sus viejas glorias casi resucitadas y una variedad de estilos (y tribus) bastante más amplia de lo que pueda parecer. En esa pelea con el destiempo, el Azkena vuelve a recordarnos que la arruga puede seguir siendo bella (Iggy Pop, Lydia Lunch Retrovirus, Lucinda Williams o Steve Earle) cuando priman talento, constancia y honestidad. Los casi 50.000 asistentes acumulados en las tres jornadas (48.500 según la organización, llegados de más de quince nacionalidades, con un 84% de público español, del que la mitad es del propio País Vasco) certifican la vigencia de la propuesta. Sorprende también que un 18% sean jóvenes de 15 a 23 años, gracias al bono gaztea (joven), aunque en una mirada a vista de pájaro destaque sobremanera el público masculino entrado en años. Lo que sí se empieza a ver es familias con  niños: un 20% más que el año pasado. Pero eso no es una sorpresa: si por algo destaca el viejo rockero es por el proselitismo entre su prole. JCJ

Jueves, 15 de junio

El Drogas

Enrique Villarreal, la única estrella del Estado en un festival excesivamente anglófono, compareció para desempolvar el repertorio de Barricada con una energía infrecuente en un tipo de casi 64 tacos. Con su habitual look circense, El Drogas repartió bastonazos e himnos cantados de pe a pa en un aquelarre de piezas grabadas a fuego en el córtex cerebral de cualquier nostálgico del rock radikal vasco: “La silla eléctrica”, “Barrio conflictivo”, “No sé qué hacer contigo”, “Rojo”, “Animal caliente”, “Okupación”, “Todos mirando”, “No hay tregua”, “Balas blancas”… Fue toda una concatenación de clásicos, algunos fraguados hace cuarenta años pero plenamente vigentes gracias al vigor aportado por su actual banda, formada por Txus Maraví, Flako y Brigi Duque. Parafraseando al pamplonés, solo cabe concluir: “¡A gusto!”. JGA

El Drogas, a gusto. Foto: Juan G. Andrés
El Drogas, a gusto. Foto: Juan G. Andrés

Lydia Lunch Retrovirus

Entre los conciertos mayoritarios de El Drogas y Rancid, apareció Lydia Lunch (en 1999 pasó por Bilbao), toda una pionera del underground neoyorquino desde sus tiempos como camarera del CBGB y amiga o conocida de ilustres como Patti Smith, Alan Vega o Michael Gira, lo cual no le impide seguir a discípulas más jóvenes como Kae Tempest o Carla Bozulich. Ella, que ahora cuenta 64 años, parió adolescente la no wave con Teenage Jesus & The Jerks para que después pudieran desarrollarse Sonic Youth y otros fundamentos del ruido blanco. Le siguen unos cientos de fieles y algunos más que quizá asisten boquiabiertos ante el descubrimiento. Porque Lydia Lunch Retrovirus da toda una lección de rock subterráneo y retorcido, punch rock lo llama ella en el reciente Rockdelux 396, además de punzante, sucio, penetrante, cáustico, narcótico, amenazante... Fundamental la aportación del guitarrista Weasel Walter, con sus pantalones bombachos, botas militares e insinuaciones, que en su día acuñó el término brutal prog para esa sucesión de ataques que redefinen un avant-garde que aúna no wave, punk-jazz, noise y otros extremos. También el impertérrito bajista Tim Dahl –ex de la banda de Marc Ribot, entre otras cosas– y el batería de jazz Kevin Shea, físicamente un clon guapeao de Lou Reed. JCJ

Lydia Lunch Retrovirus: retorciendo el rock. Foto: Juan G. Andrés
Lydia Lunch Retrovirus: retorciendo el rock. Foto: Juan G. Andrés

Monster Magnet

El stoner rock es uno de los palos más queridos por la parroquia del Azkena, que recibió a los veteranos Monster Magnet con igual grado de placer y cansancio, pues abrieron su concierto con mucha nocturnidad y más alevosía, concluido ya el jueves hacia la una de la madrugada del viernes. Quienes resistieron hasta el final no solo vibraron con “Power Trip”, “Space Lord” o “The Right Stuff”, sino que degustaron un recital sin tregua rebosante de electricidad desbocada, mantras espaciales y distorsión a raudales. JGA

Monster Magnet, distorsión a raudales. Foto: Juan G. Andrés
Monster Magnet, distorsión a raudales. Foto: Juan G. Andrés

Os Mutantes

Cinco años atrás, Os Mutantes estuvieron en una pequeña sala bilbaína y, ante nuestra sorpresa, los jóvenes acompañantes de Sérgio Dias dieron con el espíritu original de la psicodelia brasileña. Esta vez inauguraron el gran escenario principal del Azkena y la cosa derivó en un entretenido set nostálgico y más bien desnaturalizado. Con 70 años, Dias se mantiene desde hace mucho como único miembro fundador. Situado en el centro del escenario, sentado con su guitarra y su ajada voz, solo le faltó el trono para asemejarse a Solomon Burke. A su lado revoloteaba cariñosa, cuando no recorría la tarima bailando, la cantante Esmeria Bulgari con un vestido estampado, mientras en las primeras filas algunos abanderados compatriotas del sexteto recordaban en una pancarta a Rita Lee, fallecida el mes pasado, pero que en realidad abandonó la banda hace medio siglo. El repertorio se centró en sus primeros días de la tropicália, temas míticos como la psicodélica “A minha menina” (compuesta por Jorge Ben) o “Bat macumba” (de Gilberto Gil y Caetano Veloso), ambas de su debut en 1968. A la segunda la despojaron de distorsión para dejarla en pura fiesta. También interpretaron alguna pieza reciente, como “Beyond”, donde apenas se distinguieron de una banda americana de folk-rock. Y en otras abusaron de punteos y solos de Hammond un tanto desfasados. JCJ

Os Mutantes: aroma tropicalista. Foto: Juan G. Andrés
Os Mutantes: aroma tropicalista. Foto: Juan G. Andrés

Rancid

Este año se cumplen tres décadas del debut en largo de Rancid, uno de los puntales de la escena punk rock californiana que aún factura álbumes como “Tomorrow Never Comes” (2023). Su concierto lo abrieron con el tema homónimo de este último disco, aunque obviamente la muchedumbre enlutada con las camisetas del grupo estaba allí para escuchar pepinazos como “Journey To The End Of The East Bay”, “Side Kick”, “Salvation” y “Gunshot”. En un show vibrante, Tim Armstrong, Matt Freeman, Lars Frederiksen y Branden Steineckert no olvidaron sus temas más skatalíticos –el insoslayable “I Wanna Riot” y un “Old Friend” dedicado a los colegas de Monster Magnet– ni, por supuesto, la traca final con “Rejected”, “St. Mary”, “Tenderloin”, “Time Bomb” y “Ruby Soho”. Todos ellos con las dosis justas de riffs, velocidad y melodías coreables. Puro disfrute. JGA

Rancid: vibrando con Tim Armstrong. Foto: Juan G. Andrés
Rancid: vibrando con Tim Armstrong. Foto: Juan G. Andrés

Steve Earle

Hace un par de décadas, Steve Earle y su banda fueron uno de los principales reclamos de un festival que empezaba a despegar; ahora llegaba en acústico, solo ante el peligro cual forajido al que la fama le precede. A pesar de lo arriesgado de la propuesta, mucha gente lo esperaba. Otra cosa es que le hiciesen caso: en demasiadas ocasiones el rumor de las conversaciones se tragaba su voz rugosa y sus duras historias. También el sol de media tarde, que le pegaba en la cara, y un escenario absolutamente desnudo parecían jugar en su contra, pero el virginiano de 67 años pudo con eso y mucho más. Hay mucha integridad musical en este hombre, mucha raíz y mucha cicatriz que en algunos casos alivia sobre el escenario. Como cuando recordó a su hijo Justin Townes Earle, fallecido hace solo tres años sin llegar a los cuarenta “por cocaína adulterada”, mediante “Harlem River Blues”, que tituló un álbum de Justin en 2010. Fue la parte final de un set que comenzó algo antes de lo anunciado, mientras volvíamos de Os Mutantes, con una versión del popular “If I Should Fall From Grace With God”, de The Pogues. Dos guitarras acústicas que intercambiaba, una armónica y una mandolina fueron todo su arsenal. La mandolina para despedirse con la céltica “Galway Girl” y la conocida “Copperhead Road”, que abría y titulaba su álbum de 1988, donde citaba a un veterano de la Guerra de Vietnam descendiente de contrabandistas de alcohol que regresa a casa y se mete en el negocio de la marihuana. En lo que anda metido últimamente Earle es en recuperar el cancionero de sus iconos. Del reciente dedicado a Jerry Jeff Walker cayó la melódica “Mr. Bojangles”, todo un éxito para la Nitty Gritty Dirt Band en 1971, reconocible al primer acorde. JCJ

Steve Earle, canas con actitud. Foto: Juan G. Andrés
Steve Earle, canas con actitud. Foto: Juan G. Andrés

Viernes, 16 de junio

Calexico

El grupo liderado por Joey Burns y John Convertino despertó sentimientos encontrados entre la audiencia de Vitoria: mientras los rockeros más ortodoxos los despreciaron por exacerbar su vena más cumbiera y mariachi, los amantes del eclecticismo aplaudieron una actuación repleta de estímulos. La frontera define a Calexico desde su propio nombre y origen, pero es cierto que en su actual fórmula parecen pesar más los elementos latinos que los del country-rock de raíz americana. Los más insatisfechos se fugaron al escenario donde tocaban The Undertones, pero quienes optaron por quedarse bailaron gozosos al son de guitarras y trompetas en “Cumbia del polvo”, “Inspiración”, “Minas de cobre”, “Flores y tamales”, “Cumbia de donde” y “Güero canelo”. Esta última contó con la colaboración de miembros de The Guapos, el proyecto en el que Leiva toca la batería, e incluyó citas a “Clandestino”, de Manu Chao, y a “El cuarto de Tula”, de Buena Vista Social Club. En el capítulo de homenajes, no faltó la mayúscula “Alone Again Or” (Love), obligada en el repertorio de los de Tucson, pero tampoco una sorprendente versión de “Love Will Tear Us Apart” (Joy Division). JGA

Calexico, en la frontera. Foto: Juan G. Andrés
Calexico, en la frontera. Foto: Juan G. Andrés

Cordovas

Siempre atento a los nuevos valores del género americana, el Azkena acertó al programar a Cordovas, un combo de Nashville que actualiza la tradición de vacas sagradas como The Band, The Grateful Dead o The Allman Brothers Band. El caluroso atardecer gozó de una banda sonora inmejorable, sabrosa en melodías soleadas y armonías vocales, sin olvidar fugas hacia el jazz, el soul y los ritmos latinos, con una versión de “El cuarto de Tula” que estableció un divertido vaso comunicante con el posterior concierto de Calexico. JGA

Cordovas: Joe Firstman y sus esencias soleadas. Foto: Juan G. Andrés
Cordovas: Joe Firstman y sus esencias soleadas. Foto: Juan G. Andrés

The Pretenders

Llenazo, como era previsible, para ver a The Pretenders, una banda que desde sus inicios logró llegar a públicos diversos. Chrissie Hynde, cerca de los 72 años, mantiene el tipo en todos los sentidos. También la voz y, orgullosa de ello, se marcó un a capela en “Hymn To Her” y otro en la coreada balada “I’ll Stand By You” que dejó extasiado al público. Mucho antes, el concierto había comenzado con un tema nuevo –“Losing My Sense Of Taste”, que formará parte del álbum “Relentless”, previsto para septiembre– que presagió el buen estado de forma exhibido por Hynde y sus muchachos durante el resto de velada. Hablando de muchachos, destacar a su esbelto y estupendo guitarrista James Walbourne, mitad del dúo The Rails, además de Pernice Brothers, Son Volt, The Pogues o la banda de Ray Davies (recordemos, ex de Chrissie). Una vez caldeado el ambiente con algunas canciones recientes, nos trasladaron a aquellos años ochenta que tan suyos fueron con interpretaciones más o menos fidedignas de “Message Of Love”, “Back On The Chain Gang”, “Don’t Get Me Wrong”, “Middle Of The Road” o “Kid”, dedicada a los primeros Pretenders que se quedaron en el camino. James Honeyman-Scott y Pete Farndon pueden descansar tranquilos; su legado es defendido por manos competentes. Javier Corral “Jerry”

The Pretenders: Chrissie Hynde y su robusto legado. Foto: Juan G. Andrés
The Pretenders: Chrissie Hynde y su robusto legado. Foto: Juan G. Andrés

The Soundtrack Of Our Lives

Tras diez años de inactividad, The Soundtrack Of Our Lives se han reunido para ofrecer un escaso puñado de conciertos y Vitoria figuraba en el calendario como fecha exclusiva para España. Pues bien, cualquier duda sobre el estado de salud del grupo sueco quedó disipada en cuanto el gran Ebbot Lundberg, enfundado en su túnica de pontífice rockero, abrió la boca para pronunciar una excitante homilía psicodélica en la que alternó maracas y pandereta. Como de costumbre, los infinitos matices de su vozarrón brillaron hasta el infinito y se elevaron sobre la portentosa maquinaria sónica de un grupo que rayó a gran altura. La experiencia habría merecido la pena incluso si únicamente hubieran tocado una sola pieza, ese descomunal “Second Life Replay” que, en su mezcla de rabia y delicadeza, se convirtió en uno de los momentazos del festival. JGA

The Soundtrack Of Our Lives: Ebbot Lundberg, pontífice rock. Foto: Juan G. Andrés
The Soundtrack Of Our Lives: Ebbot Lundberg, pontífice rock. Foto: Juan G. Andrés

The Undertones

Parafraseando un poco a los Pistones, todos los reencuentros posteriores en torno al punk pop seguramente no se hubieran producido si no llega a ser por los Ramones. O por The Undertones, el grupo de los hermanos John y Damian O’Neill, una de las bandas favoritas de los de Queens. Los norirlandeses fueron de los primerísimos en conjugar y contagiar la furia y aceleración del punk con la alegría y el brillo del pop. También tienen algo de glam, incluso en algunos momentos se acercaron al sonido compactado de Suede. Pero donde de verdad se salen es en esas píldoras joie de vivre que excitaron el curso 1979-80 y que aún transmiten con cierta soltura, como “Jimmy Jimmy”, “Teenage Kicks”, “True Confessions”, “My Perfect Cousin”, “Wednesday Week” o “Get Over You”. No cito la radiante “Here Comes The Summer” porque se atropellaron con ella. No sería el único pero: canción a canción añoramos a su cantante original Feargal Sharkey, que mucho tiempo atrás declinó participar en segundas partes. Su neutro sustituto Paul McLoone, que no dejó de moverse y pavonearse en la hora de concierto, educado en la locución y el doblaje, nunca llegó al arrebatado temblor vocal de aquel. JCJ

The Undertones, la aceleración del punk con la alegría y el brillo del pop. Foto: Jordi Vidal
The Undertones, la aceleración del punk con la alegría y el brillo del pop. Foto: Jordi Vidal

Sábado, 17 de junio

Amanda Shires

Mientras la lluvia va cediendo poco a poco, Amanda Shires sale al escenario principal con un elegante vestido negro, con su banda masculina utilizando el mismo color en gusto vaquero. La violinista, colaboradora y pareja del gran Jason Isbell, llama la atención por la lozanía de sus 40 años y su dulzura vocal, en un festival más acostumbrado a arrugas y durezas. Pronto canta los temas más bonitos de su último álbum, lindezas como “Hawk For The Dove” o “Take It Like A Man”, para atreverse poco después con baladas o temas de contagio soul y finalizar con una versión de “Saddle In The Rain” –de John Prine, con quien llegó a colaborar– y el archipopular “Always On My Mind” que acaba de publicar en single, grabado con la pianista Bobbie Nelson, hermana mayor de Willie Nelson, fallecida el pasado año. Se notaba mucho que el público no sabía lo que veía. JCJ

Amanda Shires y sus lindezas con violín. Foto: Juan G. Andrés
Amanda Shires y sus lindezas con violín. Foto: Juan G. Andrés

Iggy Pop

La naturaleza de vez en cuando se burla de toda lógica. Véase este Iggy Pop que, a sus 76 años, sigue arrastrando cojera por escenarios que llena con una presencia y una fuerza únicas. No solo eso, la Iguana –ahora su piel escamosa se confunde con la del reptil– se reinventa como gran artista sin traicionar su legado ni el prestigio de fiera salvaje. Todo lo contrario, este Iggy se pone a liderar una banda de ocho músicos que incluye un dúo negro de metales –trompeta y trombón– y a una guitarrista de 39 años de aspecto juvenil llamada Sarah Lipstate, que se encarga de introducir el concierto con su eléctrica tocada con arco en “Rune”, instrumental de su proyecto ambient Noveller. Es la antesala a la salida de Iggy, que irrumpe cual animal enjaulado y enfadado hasta con el aire, al que no cesa de dar puñetazos. No falta todo su repertorio gestual ni su cancionero más asombroso desde The Stooges. Van cayendo “T.V. Eye”, “Raw Power”, “Gimme Danger”, “The Passenger”, “Lust For Life”, “I Wanna Be Your Dog”, “Search And Destroy” o una recuperada, atmosférica y brutal “I’m Sick Of You” que presenta entre sus favoritas. El tono está en la nueva dimensión que regala la maxibanda a esos viejos temas, revitalizando, abrillantando con vientos, teclas y desarrollos, aunque también paguen el peaje de dejarse algo de su asesina sequedad original. Queda el bis, que inicia con “Mass Production”, de “The Idiot” (1977), otras dos de The Stooges –inconmensurables “Down On The Street” y “Loose”– y “Frenzy”, del reciente “Every Loser” (2023). Se despide pletórico, feliz y agradecido. Exactamente igual que nosotros. JCJ

Iggy Pop, reptil inmortal. Foto: Juan G. Andrés
Iggy Pop, reptil inmortal. Foto: Juan G. Andrés

Jim Jones All Stars

“Cómo mola Jim Jones, parece que siempre está tocando el último tema del concierto”, decía un aficionado. Y llevaba razón. El impetuoso músico inglés regresó a Vitoria en compañía de miembros de The Jim Jones Revue, The Heavy y The Swamps, con quienes ofreció un huracanado y sudoroso colofón trufado de rock’n’roll, soul y rhythm’n’blues. Contaron con el refuerzo de un dúo de saxos barítono y tenor que puso en danza a la concurrencia y sublimó el espíritu festivo de la cita. JGA

El huracán de Jim Jones All Stars. Foto: Juan G. Andrés
El huracán de Jim Jones All Stars. Foto: Juan G. Andrés

Lucero

Justo después de Lucinda Williams y poco antes de Iggy, el necesario descanso entre ambos conciertos impidió que viéramos al completo el concierto de Lucero en el escenario pequeño del festival, en compañía de la brisa nocturna. La banda de Memphis, con la voz rasgada de su líder Ben Nichols, hace tiempo que se quedó en eterna promesa del rock americano en su versión más abrupta y hosca. Defienden con la misma solvencia que aspereza las raíces más densas del southern y el heartland rock, y abarcan desde el country y el blues al soul con energía casi garagera. Visto lo visto, se intuye que conservan durante todo su set la misma intensidad, que quizá se mantenga también como su mayor argumento. JCJ

Lucero: heartland rock. Foto: Juan G. Andrés
Lucero: heartland rock. Foto: Juan G. Andrés

Lucinda Williams

Volvía Lucinda Williams al Azkena siete años después, ahora que la editorial Liburuak acaba de publicar su autobiografía, “No compartas con nadie los secretos que te conté”. Y lo hacía cumplidos ya los 70, con una chaqueta que exhibía un corazón roto en su espalda y sin restablecerse del todo del ictus sufrido en noviembre de 2020 que la llevó, entre otras cosas, a perder la movilidad. ¿Estamos anticipando el desastre? Para nada. Lucinda, a pesar de todo, ofreció un concierto acorde con su extrema sensibilidad, actuando de espejo a una dolorida vejez que aun así combate, esquivando renuncias y acomodos. Quizá porque su voz, cuanto más estropeada, suena más sentida, más sincera y más proclive a escupir derrotas. Se ayudaba de un prompter para recordar las letras, que sin embargo luego hilaba con su narrativa habitual. Utilizaba un espray para refrescarse la boca o se apoyaba en una silla, mientras su excelente y cómplice banda –con dos guitarras (Doug Pettibone y Stuart Mathis), un bajista (David Sutton) y un batería (Butch Norton)– tejía el marco instrumental a tanta tristeza. Y tras repartir unas cuantas joyas de su carrera, como “Drunken Angel”, “Can’t Let Go”, “Protection”, “Essence” o “West Memphis”, quiso despedirse otra vez con una versión, quizá ya voluntarista, de “Rockin’ In The Free World” (Neil Young) que en buena medida despertó a esa parte bulliciosa y habladora del público, que solo se estimula con himnos y karaokes. Nunca olvidaremos a esta Lucinda entregada y crepuscular. JCJ

Lucinda Williams, emocionante crepúsculo. Foto: Juan G. Andrés
Lucinda Williams, emocionante crepúsculo. Foto: Juan G. Andrés

Melvins

Otro de los conciertos más refrescantes del Azkena lo brindó en formato de power trio Melvins, luminarias del grunge y exponente singular del metal alternativo y otros géneros proclives a la experimentación. Buzz Osborne, guitarrista de melena cana rizada, y Dale Crover, batería de guantes negros, conservan la esencia de un grupo cuya última incorporación es Steven Shane McDonald, bajista saltarín que aporta la vertiente más festiva: impagable su aparición al ritmo de “Take On Me” (a-ha). El sonido, en cambio, es un torbellino de voces, riffs y ritmos desaforados como los encerrados en “Never Say Sorry”, uno de sus temas recientes, o en los clásicos “Revolve” y “Night Goat”. En efecto, demostraron estar como cabras (nocturnas), especialmente en ese “I Want To Hold Your Hand” que sonó como sonarían The Beatles en el interior de una lavadora despeñándose por un barranco. JGA

Melvins en su torbellino. Foto: Juan G. Andrés
Melvins en su torbellino. Foto: Juan G. Andrés

The Bevis Frond

La lluvia retrasó el inicio de la jornada del sábado, que abrieron The Bevis Frond, que ya acumulaban algo más de media hora sobre su turno. El cuarteto londinense que lidera un desaliñado Nick Saloman es aval de solidez y credibilidad rockera. También de amasijo de influencias que confluyen en una forma bastante personal y concienciada de ver la música dentro de un contexto más amplio, que incluye desde su concepción y forma de llegar al público hasta la conexión con otras disciplinas. Y todo ello se ve cada vez que suben a un escenario, tan frugales en sus formas como abundantes en sus esencias, labradas en torno al rock de guitarras, cruzadas o en largos solos, a un paso de la psicodelia y a otro del hard rock iniciático, añadiendo gotitas de otros géneros que, partiendo de los sesenta, se afianzan en los noventa. Todo lo anodina y simple que pueda parecer su puesta en escena se borra de un plumazo con el timbre vocal de Saloman, su sentido melódico y esos enjambres guitarrísticos que remiten con humildad a Neil Young, Hot Tuna o Pavement. “Podemos seguir tocando”, dice, pero finalizan unos minutos antes de lo previsto para que el festival vaya recuperando el tiempo perdido. JCJ

The Bevis Frond; Nick Saloman, hechicero retro. Foto: Juan G. Andrés
The Bevis Frond; Nick Saloman, hechicero retro. Foto: Juan G. Andrés

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