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Pavement y la lucha por el reinado indie. Foto: David Mars
Pavement y la lucha por el reinado indie. Foto: David Mars

Festival

Bilbao BBK Live, la juventud baila

El ciclo de la capital vizcaína –más que consolidado a estas alturas– sigue auspiciando un envidiable crossover con cada nueva edición. Gracias a esa capacidad de convocatoria, acoge a todo tipo de públicos, renovando y ampliando su nómina de acólitos con carteles de espíritu integrador. La edición de 2023, entre el 6 y el 8 de julio, lo demostró con un nuevo récord de asistencia.

Nuevo y rotundo éxito de Bilbao BBK Live, que alcanzaba su decimoséptima edición con un nuevo récord superando los 120.000 asistentes –son datos de la organización– entre las tres jornadas de Kobetamendi más el pequeño ciclo “Bereziak”, dentro de la villa. Y todo ello con unos cabezas de cartel que, a excepción de Arctic Monkeys, tampoco apuntan excesivo relumbrón entre públicos generalistas. Pero el entorno del monte bilbaíno y su carácter decididamente lúdico atrae de por sí a una concurrencia cada vez más joven, aunque se vea gente de distintas generaciones (y orientaciones sexuales, binarias o no). La asunción de los ritmos latinos y electrónicos en sus distintas formas y maneras, de las más toscas y facilonas a las más refinadas, se ha hecho con buena parte de un programa que nunca había concedido tanta oportunidad al baile. Pero no olvidemos que, como en la época del desaparecido José Luis Fradejas, la juventud pide casi como primer mandamiento mover el cuerpo. Sintomático es que parte de “ese” público desertara de la rugosidad trascendente y hermosa de unos excelsos Pavement para dejarse llevar por el folclore electrónico del gallego Baiuca: no le echen siempre la culpa al boogie... ni al reguetón. El rock independiente y sus aproximaciones podría decirse que pierden terreno, pero al final son Arctic Monkeys –mañana podrán leer crónica extensa de su actuación madrileña en Rockdelux– los que atraen la mayor concentración de la historia del festival y protagonizan el concierto más memorable y completo de esta edición, con un Alex Turner doctorándose como líder generacional en una combinación perfecta de nervio, aceleración y elegancia. De hecho, para mí, la imagen imborrable de la edición es tener al lado a una cuadrilla de treintañeros entonando de pe a pa –y muy bien además– “Do I Wanna Know” y otras joyas del grupo británico en impagable camaradería. O a una muchacha desgañitándose pasadas las dos de la madrugada con “Ethel”, de The Murder Capital. Pero seguro que hay miles más, porque música y felicidad aquí bien sabemos que reaccionan como sinónimos. Sobre todo en la juventud de las gentes. JCJ

Alex Turner, comandante Arctic Monkeys. Foto: David Mars
Alex Turner, comandante Arctic Monkeys. Foto: David Mars

Jueves, 6 de julio

Amaia

Se presenta Amaia en el escenario grande del festival con “Bienvenidos al show”, apertura de su último trabajo, sola al piano, apareciendo los cuatro elegantes músicos de su banda en traje azul celeste a mitad del tema. Suenan realmente bien y ella ha ganado en tablas. Se centra en su segundo álbum: “Dilo sin hablar” y “La vida imposible” superan sus respectivas versiones en estudio. Se la ve emocionada por contar con numeroso público. Se atreve a versionar “Fiebre” (Bad Gyal) sin sus músicos y “Yamaguchi” sola con su guitarrista. Aunque parte del público, por comentarios escuchados allí, no le perdona su paso por ‘Operación Triunfo’, se percibe que es una artista en crecimiento. Quizá en el futuro podría apoyarse menos en versiones y colaboraciones con otros artistas; más cercanas a su imaginario las de Alizzz –“El encuentro” y “Sexo en la playa”– y mucho menos “Así bailaba”, de Rigoberta Bandini. PN

Amaia: bienvenidos al show. Foto: David Mars
Amaia: bienvenidos al show. Foto: David Mars

Arca

No sabemos si contagiada por la energía de The Chemical Brothers, sorprendió el inicio de la actuación de Arca en modo DJ detrás de la mesa adornada con flores, disparando techno a piñón, solo usando el micro para arengar al público, introduciendo poco a poco ritmos quebrados y ruidismo. Iba jugando con temas conocidos como “Push The Feeling” (Nightcrawlers) o “La La Land” (Green Velvet) hasta llegar pasada la primera media hora al ritmo latino endiablado de “Déjalo ahí (Pónmelo ahí)” (Fulanito y La Banda Gorda). Interrumpe bruscamente la sesión y, tras disculparse por no haber salido de detrás de los controles, inicia la interpretación de sus canciones más conocidas: se suceden “Prada”, “Rakata”, “El alma que te trajo”, se tira por el suelo, se sitúa en un podio tras una mampara de metacrilato que tumba de una patada a los diez segundos, se insinúa sexualmente. No para hasta que, a los veinte minutos, vuelve tras la mesa súbitamente para pinchar electrónica y reguetón el último cuarto de hora. Imprevisible y viva. PN

Arca: la fiesta de Alejandra. Foto: Sergio Albert
Arca: la fiesta de Alejandra. Foto: Sergio Albert

Colectivo Da Silva

En principio, el desparpajo y buena onda de los granadinos están hechos a medida de un soleado festival de verano, aunque este atardezca nublado. Su mezcla de pop acústico, Mac DeMarco como referencia, con pinceladas tropicales, de funk y sofistipop, suena bien. El septeto llega al oído conjuntado y nítido, pero quién sabe si por la temprana hora –con la gente todavía llegando al recinto– o por su liviana aproximación al pop parece faltar chispa. Se nota particularmente en “Que Dios bendiga el reguetón”. Aunque el joven público que va acercándose no estaría de acuerdo, pues celebra con entusiasmo “Bolitas” o “Marina d’Or”, entre otras. PN

Colectivo Da Silva: desparpajo. Foto: David Mars
Colectivo Da Silva: desparpajo. Foto: David Mars

Desire

El dúo que componen el perfeccionista Johnny Jewell –ex de Chromatics, además de productor y director del sello Italians Do It Better– y la cantante Megan Louise se empeñó en convertir uno de los escenarios pequeños del festival en pista de retrobaile non stop para unos cientos de asistentes, mientras la masa aclamaba a Florence + The Machine. Desire encadenaron sus temas propios, que en muchos casos parecen clásicos del synthpop ochentero, de esos que se bailaban con cierta sombra de aflicción, con coreadas versiones de “Bizarre Love Triangle” (New Order) y “Can’t Get You Out Of My Head” (Kylie Minogue). Megan no dejó de mover su esbelta figura y alzar los brazos, mientras Johnny se aplicaba en sus programaciones y amagaba también con tímidos pasos de baile. Solo les faltó algún tema en francés para rematar la faena. JCJ

Sueño sintético: Desire. Foto: David Mars
Sueño sintético: Desire. Foto: David Mars

Dry Cleaning

El cuarteto del sur de Londres, cuna del nuevo post-punk, basa su propuesta en un continuo cruce de contrastes entre una parte instrumental de rock intenso y árido más el susurrado y parsimonioso fraseo spoken word de su cantante Florence Shaw. Algo que se extiende al outfit: ellos de desaliñados rockeros –el guitarrista Tom Dowse con pantalón corto y piernas tatuadas, el bajista Lewis Maynard con barba, larga melena y todo de negro– que no dejan de interactuar con sus instrumentos; ella, con un elegante vestido rojo que remata con medias del mismo color –los zapatos no los llegamos a ver, aunque intuimos–, permanece impasible y atusándose el pelo con desdén mientras va deslizando sus reflexivos y largos textos con tono grave y oscuro. Al poco suena “Gary Ashby”, uno de los momentos más seductores de su segundo álbum, “Stumpwork” (2022), aunque la intensidad llega con “Her Hippo”, de su primer disco. Parte del público –probablemente británico– se anima con un ensayo de pogo y ella presenta “Swampy”, de su nuevo EP. El set va a más con la eléctrica “Don’t Press Me” y el espléndido remate final de la cinemática y envolvente “Anna Calls From The Arctic”, con el batería tocando el saxo y un teclista adicional, que magnifica todo lo anterior. JCJ

Florence Shaw y Dry Cleaning, llamando desde el Ártico. Foto: David Mars
Florence Shaw y Dry Cleaning, llamando desde el Ártico. Foto: David Mars

Fever Ray

Ya en su gira anterior, que por cierto terminó con ansiedad y ataques de pánico, Fever Ray dejó claro que posee uno de los directos más fascinantes e innovadores del pop contemporáneo, de los más bellos, por extraño y cuidado. La excomponente –junto a su hermano– del grupo de Gotemburgo The Knife lidera un corro de cinco mujeres a cuál más perturbadora. Karin Dreijer se sitúa al frente junto a otras dos cantantes, bailarinas y ocasionales teclistas que la secundan de miedo, tanto en la parte visual-teatral como con sus registros, timbres y distorsiones de voz, algo nada sencillo. Atrás, la batería y la percusión electrónica. El escenario es prácticamente diáfano, pero ellas se encargan de transformarlo en una especie de aquelarre con quebrados sonidos electrónicos, percusión tribal y una farola de fondo. Otro cantar es el atuendo y maquillaje de Dreijer, a medio camino entre criatura replicante de “Blade Runner” o Nosferatu, que agudizan el efecto perverso de una música no exenta de drama. “Radical Romantics”, su reciente álbum, una disección del mito romántico desde una perspectiva queer e intelectualizada, centra el listado y, cuando acuden a éxitos anteriores, como la excelsa “When I Grow Up”, es para añadir aún más misterio. Al final las cinco artistas se despiden ataviadas con una especie de largo abrigo-chubasquero negro. Bowie, Prince o David Byrne gozarían con el conjunto. Poe o Lovecraft también. JCJ

Fever Ray: el cabaret de Karin Dreijer. Foto: David Mars
Fever Ray: el cabaret de Karin Dreijer. Foto: David Mars

Florence + The Machine

El pop épico expansivo de Florence Welch y su banda es todo un reclamo para llenar la pista del escenario grande de un gran festival. La breve y sincopada “Heaven Is Here”, una especie de ejercicio de calentamiento, da paso a la inicialmente comedida “King”, ambas de su último disco, “Dance Fever” (2022). Una pausa en mitad de la canción, el poderoso aullido de la londinense y el crescendo de batería provoca los primeros rugidos del respetable. El tono de la primera parte del concierto es más comedido de lo esperado. Florence, con uno de sus anchos vestidos sesenteros y descalza cual Stevie Nicks, baja a acercarse a sus fans en las vallas durante “Dream Girl Evil”, se detiene ante un fan con una flor en el pelo que llora emocionado cuando ella le canta al oído y lo acaricia. Las revoluciones crecen con sus éxitos “Dogs Days Are Over” o “Shake It Out”. La mayoría parece sentirse cual Braveheart con tal banda sonora, aunque no falten discípulos de Bartleby. PN

En la secta de Florence + The Machine. Foto: David Mars
En la secta de Florence + The Machine. Foto: David Mars

M83

El grupo francés que lidera Anthony Gonzalez ha titulado “Fantasy” su todavía reciente álbum, algo tan apropiado como obvio porque ese es el efecto que pretenden lograr M83 tanto en sus grabaciones como en sus directos: un mundo de ensueño y fantasía, de universos paralelos y felicidad. Lo dejamos así: su discurso y desarrollo musical es apropiado para un gran festival, pero obvio por lo redundante, ampuloso y muchas veces blandengue de su entusiástica ofrenda. El público asiste extasiado al espectáculo y aguanta sin rechistar el chaparrón que cae en Kobetamendi cuando apenas llevan un cuarto de hora en escena y que desluce casi todo su tiempo. Habían arrancado con “Water Deep”, el instrumental que abre su novedad y que se convierte en eje del bolo, con títulos como “Oceans Niagara”, “Amnesia” o “Earth To Sea”. La parte final trae grandes éxitos como la balada intensa “Wait”, la contagiosa “Midnight City” –no cabe duda: uno de esos temas capaz de enganchar al más despistado– o la ambiental “Solitude”, quizá su obra más lograda. M83 tienen muy claro lo que buscan y su pastiche de pop sinfónico-electrónico con formas rockistas funciona. Si sintonizas con su galaxia, claro. JCJ

M83: Anthony Gonzalez, piloto sinfónico. Foto: David Mars
M83: Anthony Gonzalez, piloto sinfónico. Foto: David Mars

Playback Maracas

La música del trío catalán Playback Maracas no es plato típico de hora punta para un festival mainstream. Comparten horario con la marciana Fever Ray, por lo que no hay opciones cómodas para el oyente casual a esa hora de la noche. Practican una electrónica vintage e instrumental, con retazos de krautrock, acid house, free jazz y otras especias, en largas cabalgadas psicodélicas. “Blanco oscuro” (2023), su reciente EP de la mano del sello Oso Polita, suena más grueso y bailable que su primer álbum, “Playback Maracas & The Electronic Moon Orchestra” (2018), de cariz más planeador. En directo –al defender su propuesta en formación con batería, guitarra, sintetizadores y saxo, todos de blanco como un equipo– el sonido es más orgánico, más de banda, a la manera de los prestigiosos Darkside. En “Nueva Túnez” el solo final de saxo recuerda a un pasodoble. Disparan samples vocales con mensajes, pero en “San Juan” aparece el cantante Quentin Gas para llevar con energía el tema al terreno de The Stooges, con un saxo enloquecido. Un gran viaje para los que estuvieron allí. PN

El viaje vintage de Playback Maracas. Foto: David Mars
El viaje vintage de Playback Maracas. Foto: David Mars

RY X

Con guitarra acústica en ristre y una pareja de teclistas por compañía, defiende el australiano Ry Cuming un folk con barniz electrónico, en algún punto entre el falsete de Bon Iver y el de la banda de pop-R&B Rhye. Más que en su álbum “Blood Moon” (2022), se apoya en el posterior “Blood Moon Remixes” (2023), en el que su folk con pretensiones de alcanzar intensidad emocional se acompaña de una alfombra de beats electrónicos que facilitan su tránsito por un festival. “Oceans” conecta con el contemplativo público, todo suena aseado y agradable, pero la fiesta va por barrios y no en todos traspasa la epidermis. PN

The Chemical Brothers

Habitual de los festivales musicales nacionales desde que con su aparición a mediados de los años noventa fuera admitida por el público del indie rock –el dúo esparcía sus canciones de guiños y referencias al pop y el rock, y elegía en esa escena a los cantantes para las pistas vocales–, es de las bandas que no necesita un nuevo trabajo para volver a comparecer. Ahora bien, los honra incluir hasta cuatro pistas de su último LP, “No Geography” (2019), y repartir el repertorio entre toda su amplia discografía sin centrarse en aquella finisecular época dorada. Cualquiera que los haya visto antes ya sabe cómo son sus apariciones en vivo, las canciones se cortan y mezclan frenéticamente en formato sesión de DJ. Los reclamos y fraseos populares de sus éxitos como “Hey Boy Hey Girl”, “Setting Sun” o “Galvanize” enseñan la patita a modo de aviso de lo que se viene encima, justo antes de que el tema estalle y provoque la euforia y el baile. Los visuales a medida de cada canción también ayudan. Da gusto ver a público joven y adulto mezclado en una pista de discoteca enorme. PN

La maxidiscoteca de The Chemical Brothers. Foto: David Mars
La maxidiscoteca de The Chemical Brothers. Foto: David Mars

Villano Antillano

Poderosa la presencia en escena de la rapera puertorriqueña, acompañada por tres bailarines y un DJ que suelta las bases con tensos graves –en clave hip hop, trap o reguetón– para que con su fluidez verbal le dé vida a sus barras de reivindicación, provocación y empoderamiento. “Hedonismo”, la primera del set, es una buena muestra. Su actuación es en el único espacio cubierto del recinto, por lo que se ve beneficiada por la tormenta de quince minutos que provoca una entrada masiva de público en la carpa. Su mérito es que pocos se retiren tras escampar. Su fama ha crecido en pocos meses, las colaboraciones con Bizarrap no fallan y el público joven es mayoritario. En la presentación de “Yo tengo un novio” exhorta a las mujeres a dar puerta a los machirulos mejor hoy que mañana. El ambiente se va caldeando hasta el clímax con “Bzrp Music Sessions, Vol 51”. Le da tiempo a despedirse un punto más calmada, con una canción nueva. PN

Tormenta Villano Antillano. Foto: David Mars
Tormenta Villano Antillano. Foto: David Mars

Viernes, 7 de julio

Albany

A seis años vista de su debut, se puede considerar a Albany toda una veterana de la escena nacional del trap. Los problemas técnicos del control de sonido que lastran los diez primeros minutos de actuación y la alta temperatura –con un sol implacable sobre la zona de público del escenario grande– provocan que solo se reúnan ante ella los más fieles, a los que dedica palabras de admiración por estar ahí. Aun así, sin más compañía que la de su productor, se le ve mayor determinación al micro que hace unos años y sus melancólicas letras se entienden con nitidez. Dedica “Bebé” a un C. Tangana que participa enlatado y “Tool” a su ex. Finalmente, sale airosa de la difícil papeleta. PN

Saliendo airosa: Albany. Foto: David Mars
Saliendo airosa: Albany. Foto: David Mars

Baiuca

Uno de los máximos exponentes de la recuperación del folclore local filtrado con un tamiz contemporáneo, entre lo electrónico y lo orgánico, es el músico gallego Baiuca. Es todo un signo de los tiempos: uno puede situarse con facilidad en las primeras filas del concierto de Pavement en el escenario grande, pero es casi imposible llegar a menos de cincuenta metros del abarrotadísimo escenario Txiki. Tres grandes teclados presiden el escenario; con ellos se imponen el beat electrónico y los sintetizadores de fondo. Un percusionista, la flauta del propio artista y dos tremendas vocalistas aportan el genuino sabor galaico. Con mayor presencia en el repertorio de su LP “Embruxo” (2021), no se olvida de los puntos fuertes del anterior “Solpor” (2018). En los pasajes más calmados puede recordar a aquel ambient para chill out con toques de world music. Es en canciones como “Luar” o “Morriña” –con el empuje de las cantantes y una mayor elaboración rítmica– cuando su música coge vuelo. Hace años hubiera costado creerlo en el entorno de un festival de pop, pero el triunfo entre el público del folk electrónico de Baiuca es total. PN

Galicia folktrónica: Baiuca. Foto: David Mars
Galicia folktrónica: Baiuca. Foto: David Mars

Ben Yart

Si la lluvia del día anterior ayudó a Villano Antillano a llenar la carpa, el inclemente sol la convirtió en un invernadero para Ben Yart. Es por ello que buena parte de los espectadores presenciaron la actuación desde fuera. Sorprendentemente, los tres primeros temas los hizo en formato guitarra y batería con un estilo similar al de los primerizos Red Hot Chili Peppers. No hubo Auto-Tune disponible –“a este paso aún voy a aprender a cantar”– y no dejó de quejarse. Cuando el productor de La Joyería soltó el beat de “No sé k me pasa”, que corearon sus fieles, se enfadó y la interrumpió. A partir de ahí, realidad o teatro, convirtió la actuación en un loco ensayo en directo parando todas las canciones para dar indicaciones a sus músicos, se quejó amargamente al control de sonido y repartió más de treinta latas de cerveza entre el público. Con “Barriobajero” en modo Extremoduro puso fin al esperpento. PN

Ben Yart: teatro. Foto: David Mars
Ben Yart: teatro. Foto: David Mars

Duki

Llegaba el artista argentino al festival tras una gira de invierno en la que vendió todas las entradas en un par de citas consecutivas en el WiZink Center en Madrid y otro par en el Palau Sant Jordi de Barcelona. En este festival consigue llenar la mitad de la campa frente al escenario grande, con el eximente del solazo vespertino. Desarrolla las primeras canciones con una potente banda de rock con sonido metalero, lo que le da a la fusión un aroma noventero. Aunque su música gana en poderío sonoro, se pierde la tensión y concreción del beat, se nota cuando vuelve al formato DJ-MC para “Rockstar 2.0” y “hARAkiRi”. Rapea a pelo con buena voz, gran flow y carisma. Va alternando en lo sucesivo guitarras y mesa, con el ambiente en crescendo. Dos de los puntos álgidos son sus respectivas colaboraciones con el omnipresente Bizarrap (la sesión #50) y con Quevedo (“don’t liE”). Para la parte del público que no conocía al argentino, dejó una buena tarjeta de presentación. Y para los convencidos fue toda una fiesta. PN

Carisma marca Duki. Foto: David Mars
Carisma marca Duki. Foto: David Mars

Jamie xx

Jamie xx sucede a The Blaze con cierta conexión estilística por su dance elegante, aunque con más argumentos y rango cubierto. Colofón y cierre de los conciertos del viernes y posible antesala para seguir la fiesta con los DJs del escenario electrónico Basoa –“bosque” en euskera, es literalmente la ubicación del mismo– entre los árboles. Pero no nos vayamos por las ramas, el productor londinense –que visitó el festival con su grupo The xx en 2018– está preparando nuevo álbum, del que únicamente ha desvelado un par de sencillos. El concierto, no obstante, se asemeja más a una sesión de DJ, lo que le permite introducir remixes de temas de otros artistas, como “Tapeando no bailão” (DJ KR3), “Forceps” (Dansa) o “Memory Lane” (Michel Ange), intercalados con los suyos, como “Sleep Sound” o “Breathe”, además de la apertura soulera con “I Know There’s Gonna Be (Good Times)” y las aclamadas “Loud Places” y “Gosh” en la recta final. PN

Savoir faire: Jaime xx. Foto: David Mars
Savoir faire: Jaime xx. Foto: David Mars

Nanpa Básico

Rapero de largo recorrido y de éxito en su país, Colombia, ha iniciado este año una gira española para darse a conocer. De hecho, solo unos pocos valientes se han arremolinado delante de su escenario en la carpa. Lo suyo no tiene nada que ver con Duki u otros artistas que alternan rap con trap y reguetón, es algo mucho más clásico. Tanto que, si en sus discos añade al hip hop esencias de reggae, músicas latinas, etc., en directo suena directamente a rock mestizo. Ese que estuvo en boga en el cambio de siglo, entre la reivindicación social y el buen rollito. Su banda rockea con profesionalidad y buen sonido. Y Nanpa Básico, sombrero y botas de cowboy y pantalón corto, se entrega con convicción en temas como “Canela”o “Te iré a buscar”. Las canciones tienen cierto punch comercial, pero la propuesta ciertamente va a contrapié con el zeitgeist de ese momento y cuesta vislumbrar en ella algo que no se haya hecho antes. PN

Nanpa Básico: Colombia mestiza. Foto: David Mars
Nanpa Básico: Colombia mestiza. Foto: David Mars

Pavement

Se agolpan varias contradicciones en Pavement para convertirlos en uno de los señuelos dentro un cartel no precisamente orientado a su ideario, cuando además nunca gozaron de un éxito mayoritario. Basta recordar que en el apogeo de su carrera, bien avanzados los noventa, apenas congregaban a unos cientos de seguidores en salas de aforo medio. Pero el paso del tiempo ha revertido la situación y hoy son referencia de toda una época e informe de primera mano para muchas bandas posteriores. Actúan en el escenario más grande del recinto, única fecha estatal, pero no cuesta esfuerzo situarse en las primeras filas. Stephen Malkmus, cuya obra en solitario no desmerece, los ha vuelto a reunir para reverdecer sus mejores años y probablemente rematar, al menos en vivo, un trabajo que tal vez nunca quedó definido del todo. Los californianos, ahora en sexteto con dos baterías y el apoyo de una teclista-corista-percusionista, se muestran como una gran banda compacta y seria, con muchos momentos reposados, incluso densos y experimentales, mientras en otros se sueltan hacia una intensidad eléctrica que es gesto propio. “Shady Lane”, “Cut Your Hair” o el éxito tardío “Harness Your Hopes” son las más coreadas, “Unfair” exalta rabias pretéritas, “The Hexx” nos conduce a un mundo de alucinación que raya con la lisergia. “Range Life” sirve de bonita despedida y para que Malkmus –que no ha dejado de intercambiar guitarras en los setenta y cinco minutos de concierto, mientras dejaba a Scott Kannberg las voces más furiosas– nos recuerde que nadie sabe otorgar tanto encanto a la pereza, cual Ray Davies esquivo. JCJ

Stephen Malkmus & Pavement: recogiendo lo sembrado. Foto: David Mars
Stephen Malkmus & Pavement: recogiendo lo sembrado. Foto: David Mars

Phoenix

Una de las afluencias más concurridas que recordemos en la historia del festival se produjo en el momento en que Phoenix ocuparon el segundo escenario, poco después de Pavement, en la medianoche, de tal forma que costaba hacerse hueco para palpar al grupo de Versalles. Un caso curioso de éxito masivo sin probablemente alcanzar el nombre de tantos otros. También un reflejo de cómo los artistas menos afrancesados del país galo son los que triunfan en el mainstream global. Porque lo suyo es synthpop de estadio, descaradamente comercial, lleno de temas melódicos y tarareables, himnos eufóricos con coartada sensible (o sensiblera). Brillantez sin verdadero brillo. En esta ocasión venían además con el reciente “Alpha Zulu” (2022), una nueva mano de pelotazos que sumar a sus ya clásicos “Listzomania” o “1901”. Ah, y que nadie dude: su cantante Thomas Mars terminó una vez más en manos de sus enfervorizados fans. Como salir por la puerta grande. Nuevas melodías brillantes y divertidas. JCJ

Baño de masas: Phoenix. Foto: David Mars
Baño de masas: Phoenix. Foto: David Mars

Róisín Murphy

Llegaba a Kobetamendi la irlandesa Róisín Murphy con los 50 recién cumplidos y un ajuar repleto de vestidos, pelucas, sombreros, capirotes, gafas y hasta un muñeco de goma, en un continuo trajín para quitarse unos y colocarse otros, que para algo compagina la música con el diseño y el modelaje. También trajo cierto aire de diva un tanto venida a menos. Sin embargo, su concierto resultó impecable a la hora de entretener y convertir la campa en una macrodiscoteca con un elegante y retro disco-funk como principal reclamo. Alternó temas nuevos como el sensual “CooCool”, que adelanta su próximo álbum “Hit Parade”, con viejos éxitos como “Overpowered” o “Rama Lama” e incluso algunos de Moloko, la banda de pop electrónico que la hizo popular: “The Time Is Now” o “Sing It Back”. Y todo ello a la vieja usanza, con un quinteto orgánico. JCJ

Desfile de modelos: Róisín Murphy. Foto: David Mars
Desfile de modelos: Róisín Murphy. Foto: David Mars

The Blaze

Aunque canten en inglés, los primos Alric no pueden negar de dónde vienen por su french touch. Presentan su segundo álbum, el bien recibido “JUNGLE”. Uno de sus temas, “HAZE” abre el show tras una sugerente introducción en la que la voz solo tienen el soporte de los teclados, y no tarda en entrar un rotundo bajo y el beat que abre la veda. Su house actualizado por todos los trucos actuales de producción –esas voces graves y emotivas y la combinación calma-subidón– hace de ellos un combo muy atractivo para un evento de este tipo. Poseen la habilidad de tomar lo atractivo de otros artistas –como la emotividad melódica de Moderat o Fred again.. en “EYES”– con la expansividad controlada de Daft Punk en “DREAMER”: definen unos límites y no se salen de ahí. Nada estridente ni rompedor, tienen al público en el bolsillo y en “CLASH” encuentran un fraseo coreable con ese repetido “This is the right time”. Cierto: la noche, con la gente con ganas de bailar sin complicaciones, es el momento adecuado para ellos. PN

The Blaze: french disko. Foto: David Mars
The Blaze: french disko. Foto: David Mars

The Murder Capital

El grupo irlandés atrasó su concierto hasta casi las dos de la madrugada para no coincidir con Pavement. Lógico si tenemos en cuenta la poca representación rockera de la edición; no era plan que encima se solaparan. La espera bien mereció la pena, porque asistimos a una hora de excitación e intensidad guitarrera de una banda joven en pleno crecimiento, que repartió a partes iguales su set con temas de sus dos estupendos álbumes. Como sucede con otros destacados del post-punk actual, The Murder Capital no se contentan con seguir ciertos patrones asociados a una forma de entender el rock que en los últimos tiempos le ha devuelto buena parte de su rabia y coraje, pero también deseo de expansión creativa. La voz amenazante de James McGovern, ataviado con traje sin corbata cual vulgar oficinista de asueto, pronto se quita la chaqueta, enciende un cigarrillo –fumar le sirve para acompasar las partes más instrumentales de la banda– y arremete con furia un micrófono al que solo le falta darle un mordisco. Como Thomas Mars en el concierto de Phoenix, también acabó en volandas, aunque aquí todo resultaba más cercano. JCJ

Rabia: The Murder Capital. Foto: David Mars
Rabia: The Murder Capital. Foto: David Mars

Tinariwen

A ver cómo explicar lo de Tinariwen sin recurrir a lo del exotismo. En un festival donde se ve todo tipo de vestuarios occidentales modernos, ellos epatan de entrada con sus velos tuaregs, sus turbantes, su bandera y su música del desierto. Y por ahí conectan pronto con un público ávido por dejarse llevar por unos ritmos sostenidos que crean una suerte de trance místico y bailable. Formado en Argelia y originario del norte de Malí, conocido globalmente por su concierto inaugural del Mundial de Sudáfrica en 2010 y también por haber ganado el premio Grammy, el grupo despliega algo parecido a un blues reivindicativo –no pasemos por alto que surge de campos de refugiados y rebeldes– que lo ha llevado desde Glastonbury a Coachella, o a colaborar con músicos occidentales como Daniel Lanois en su más reciente álbum, que ahora presentan y que tuvieron que grabar en un campamento improvisado. Hablan de “assouf”, algo así como el estado melancólico que produce su conjunción de desarrollos en crescendo, no muy lejanos a una psicodelia progresiva, algo que en este contexto probablemente pase de largo. JCJ

El balanceo tuareg de Tinariwen. Foto: David Mars
El balanceo tuareg de Tinariwen. Foto: David Mars

Sábado, 8 de julio

070 Shake

Sería absurdo dudar que “Modus Vivendi” (2020) es una de las mejores cosas que le ha pasado al rap actual y a la música pop en general en los últimos tiempos, incluso para alguien que se mantenga ajeno a las últimas tendencias de la música negra. La juventud y clarividencia artística de Danielle Balbuena, 070 Shake, conquistó al mismísimo Kanye West, que la fichó al instante para su sello Getting Our Our Dreams. En aquel álbum y en su continuación, “You Can’t Kill Me” (2022), su propuesta cautiva por sus muchas connotaciones con un soul emocional y sofisticado, incluso como exploración del trip hop noventero. También por los distintos matices de su voz y los recitados más bien dulces, intensos y melancólicos, no exentos de una soterrada tristeza. No todo ello apareció en su directo bilbaíno, dentro de una carpa abarrotada que obligó a muchos a divisarla desde fuera de la misma. La de Nueva Jersey –que se dirigía en un perfecto castellano en sus presentaciones; tiene ascendencia dominicana– ofició en solitario con música pregrabada y la obsesión de calentar al público. En demasiadas ocasiones esto se convirtió en un tour de force donde se esforzaba en un ejercicio físico y alentador donde todos esos matices y entresijos instrumentales de su downtempo moderno se quedaban en el camino. JCJ

070 Shake: no fue el momento de Danielle Balbuena. Foto: Óscar L. Tejeda
070 Shake: no fue el momento de Danielle Balbuena. Foto: Óscar L. Tejeda

Cala Vento

Tras su rotundo triunfo en el escenario cubierto en la edición de 2019, volvía el dúo del Baix Empordà para presentar su reciente “Casa Linda”, que, buena señal, ocupó el grueso de su concierto, sin olvidar sus anteriores éxitos. Se ganan a la parroquia local pronto, cuando Aleix acomete en perfecto euskera las estrofas de “Passar pantalla”, cantadas en la versión del álbum por Gorka Arbizu (Berri Txarrak). Sí comparece Julen Alberdi (Vulk) para aportar un solo de guitarra en la potente “Ferrari”. Si bien con los discos han ido buscando un sonido más limpio y comercial sin perder pegada, en directo demuestran que la intensidad sigue ahí. Y el público se lo agradece coreando los estribillos masivamente, tanto en las anteriores –“Gente como tú”, “Isla desierta” o “Abril”– como en las nuevas, caso de la reforzada “Teletecho”. Con los deberes hechos, se permiten despedir el bolo cantando a dúo desde el foso el único tema en que la música es pregrabada, el pegadizo tecno-pop de “Conmigo”. PN

Dos es suficiente: Cala Vento. Foto: David Mars
Dos es suficiente: Cala Vento. Foto: David Mars

Cocou Chloe

Unos pocos valientes refractarios a los encantos de Arctic Monkeys bailan al son del dubstep de un solitario DJ cuando, a los diez minutos, aparece la cantante francesa, que por momentos recuerda a Marie Davidson en su fría dicción y el bailable minimal wave en temas como “Wizz” o “It’s Just the Thing”. En otros, como “Thief In The Night”, se muestra más cercana al rapeado del trap. No duda en abandonar el modo distante a la voz para gritar y tratar de animar a los que allí estamos, que somos pocos pero todos bailando al ritmo de los rotundos graves. PN

Batido con minimal: Cocou Chloe . Foto: David Mars
Batido con minimal: Cocou Chloe . Foto: David Mars

IDLES

No importa que los británicos comparezcan sin nuevo álbum y que el último ya lo hubieran presentado en sala en Bilbao. Aunque siguen ofreciendo un show similar, se percibe una especie de perfeccionamiento de su fórmula. La banda no puede sonar más tensa, y el aumento de la energía y la euforia del directo, con sus miembros saltando y danzando en todo momento, no restan precisión. Tremendo el amenazante inicio de “Grounds” y la pegada de “Crawl” o “I’m Scum”. Joe Talbot, con su ya clásica danza del mono en círculos, solo comparte el liderazgo al micro momentáneamente con el guitarra Mark Bowen cuando, en algo parecido a una batalla de gallos, se van lanzando en tono bufo estribillos populares como “My Heart Will Go On” (Céline Dion), “Up Where We Belong” (Joe Cocker y Jennifer Warnes) o “Nothing Compares 2 You” (Sinéad O’Connor) ante la sorpresa y las risas de los fans. El final, poca broma, con el público coreando a voz en grito y haciendo pogo al son de “Danny Nedelko”. PN

Poca broma: IDLES. Foto: David Mars
Poca broma: IDLES. Foto: David Mars

Judeline

Aunque la influencia de artistas actuales como Rosalía –etapa “El mal querer” (2018)– o María José Llergo son patentes en la gaditana por ese uso del lenguaje flamenco mediante los códigos de la música actual –R&B, trap y lo que se tercie–, el inicio de su set con banda trae a la memoria el pop funky y jazzy a lo Sade. Pese al calor en la carpa, el inicialmente escaso público va creciendo en número y, a la altura de canciones más actuales en sonido como “En el cielo” y “Canijo”, corea sin fallar una sílaba. Su elegante presencia y bonita voz hacen que incluso más de un curioso de paso se detenga a escuchar y pregunte quién es tamaña artista. PN

Elegancia andaluza: Judeline. Foto: Ancla Music Photo
Elegancia andaluza: Judeline. Foto: Ancla Music Photo

Leftfield

A los británicos les toca comparecer a las cuatro de la mañana en lugar de a las tres, lo previsto inicialmente. Históricos del auge de la música electrónica en los años noventa con un álbum –“Leftism” (1995)– de los valorados con cinco estrellas en las revistas del ramo, aunque en este país grupo de minorías, tienen que lidiar con el reclamo a esas horas de los DJs del Basoa y los hits indies de la carpa, además de con el persistente sirimiri que, aunque suave, no deja de mojar a los intrépidos que ocupan un tercio de la campa del segundo escenario principal. Del dúo original queda Neil Barnes, ahora apoyado por el teclista Adam Wren, por un batería y –en temas como “Release The Pressure”– por MC Chesire Cat. Su dub cruzado con ambient y ocasionales trazas de acid house suena más vigente de lo esperado. De hecho, en lugar de centrarse únicamente en su época dorada introducen canciones de su reciente “This Is What We Do” (2022), como “Making A Difference” o “Accumulator”, que no desentonan con clásicos suyos como “Afrika Shox”. Como gritó uno de sus paisanos: “Well done, mates!” PN

Neil Barnes, patrón Leftfield. Foto: David Mars
Neil Barnes, patrón Leftfield. Foto: David Mars

Perfume Genius

A priori era uno de nuestros elegidos de la edición. Mike Hadreas lleva más de una década haciendo discos algo más que sugerentes, de un pop arty entre la delicadeza y el drama. Sin embargo, su puesta en directo decepciona ya desde el descuidado aspecto y los movimientos más bien torpes de frontman indeciso, que en absoluto coinciden con la elegancia del sonido y el fondo argumental que propone. Tampoco el quinteto que lo acompaña, simplemente discreto, ayudó a elevar el resultado. Casi olvidó su último disco, “Ugly Season” (2022) –a excepción de “Eye In The Wall”–, por su carácter experimental al ser concebido como banda sonora para un proyecto de danza, y se centró en los inmediatamente anteriores. La misteriosa y deslizante “Nothing At All” y su voz oscura y frágil presagiaban más emoción y grandeza, pero poco a poco fue decayendo con demasiados momentos anodinos, como la balada que interpretó sentado en una vulgar sillita de madera. “On The Floor” –canción que Peter Gabriel o el Bowie de “Scary Monsters” (1980) firmarían a gusto– marcó su momento álgido, además de un buen final con la hermosa y absorbente “Queen”, aunque también aquí se enredó obtusamente con una malla. El escenario grande y la luz de la tarde tampoco ayudaron a una música que quizá pida más nocturnidad y, sobre todo, alevosía escénica. JCJ

El lío de Mike Hadreas como Perfume Genius. Foto: David Mars
El lío de Mike Hadreas como Perfume Genius. Foto: David Mars

Rojuu

Aunque inicia su actuación solo con su DJ, comparece enseguida una banda de guitarra, bajo y batería para navegar entre las aguas de las músicas actuales y el pop de guitarras; sea en modo new wave, emo, shoegazing o techno-punk. Micro con ligero Auto-Tune, sonido nítido, bombo de la batería al máximo y canciones redondas como “Nezuko” o “Umi” hacen que no solo se vayan congregando jóvenes ante el escenario grande, sino que, provocados por sus arengas, terminen bailando y montando un mosh pit. Sobre todo en la traca final con Akira a la segunda voz en los coreados de “Twilight” y “Tofu Delivery”. PN

Anime con fiesta: Rojuu. Foto: David Mars
Anime con fiesta: Rojuu. Foto: David Mars

Röyksopp

Comparecer con casi una hora de retraso en el escenario grande el último día del festival es un gran contratiempo, y más si la banda no tiene el reclamo de otros nombres. No obstante, el personal no tiene ganas de bajar del monte Kobetas y el dúo noruego –consciente del momento– ofrece su versión más bailable, con los beats reforzados por percusión orgánica y cuatro bailarines realizando coreografías para mejorar la propuesta de ver a dos tipos tras las mesas de sintetizadores. Los retumbantes bajos y precisos beats ponen a casi todos los que quedan en pie, que no son pocos, a bailar “The Girl And The Robot”, “Running To The Sea” o la popularizada por la artista sueca Robyn “Do It Again”. El set es corto, nueve canciones en cincuenta minutos. Es tarde y aún falta otra banda. PN

Röyksopp en clave bailable. Foto: David Mars
Röyksopp en clave bailable. Foto: David Mars

The Last Dinner Party

Hace escasas semanas, un amigo que vive en Londres me envía un mensaje alertando del último hype británico, un grupo de cinco chicas que con solo un single ya ha fichado por una multinacional y ha pasado por macrofestivales como Glastonbury. También añade que algunos las están poniendo a parir y las acusan de que son sus novios quienes les componen las canciones (¡esas viejas herencias machistas!). La sorpresa está en que aquí también aparecen. La maquinaria se mueve rápido. The Last Dinner Party ahora tienen dos sencillos publicados (“Sinner” es el segundo) y en algo más de media hora de actuación –empezaron con casi veinte minutos de retraso que achacamos a su escaso repertorio– repartieron alrededor de una decena de temas que probablemente compongan su primer largo. Salen las cinco alineadas de frente, tres de rojo y dos de negro, con una sexta invitada en la batería. Son dos guitarristas, una bajista y una teclista, más la cantante Abigail Morris, que se adueña de la escena con clase y dominio. Las canciones suenan bonitas, con una tonalidad atemporal, construidas para gustar casi a la primera en consonancia con un pop ambicioso y algo teatral: algo de ABBA, algo de Kate Bush... Es evidente que les espera el éxito masivo. Terminan con su primer hit, “Nothing Matters”, pero aquí apenas se conoce todavía. Tocan en el escenario principal ante unos cientos desperdigados, mientras visualizo que probablemente en un par de años repitan en ese mismo tablado pero ante multitudes de jóvenes y adolescentes que coreen todas y cada una de sus melodías. JCJ

The Last Dinner Party, el nuevo hype. Foto: David Mars
The Last Dinner Party, el nuevo hype. Foto: David Mars
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