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Rubén Blades: un año después, de nuevo infalible . Foto: Óscar García
Rubén Blades: un año después, de nuevo infalible . Foto: Óscar García

Festival

Cruïlla: juntos y, a veces, revueltos

Las cuatro jornadas del Cruïlla –concebidas con criterio estilístico unificador: músicas urbanas y rap, joyas panamericanas, pop-rock independiente– han atraído a un total de 76.000 personas al Parc del Fòrum barcelonés entre el 5 y 8 de julio. Se confirma el ascendiente de este veterano ciclo entre todo tipo de públicos, aunque siempre cueste contentar y aglutinar a todos por igual.

10. 07. 2023

El festival, como ya contamos en la pasada edición, sigue apostando por la mezcla, por tocar todos los palos estilísticos y generacionales. Llevar las propuestas “temáticas” al miércoles y el jueves funcionó sin titubeos. Pese a ser fechas intersemanales, hubo público ávido de lo mejor de la nueva camada urbana el miércoles y de lo latino el jueves. Actuaciones muy destacadas en la primera fecha con el rap periférico y noventas de Las Ninyas del Corro o el bedroom pop frenético de rusowsky. En el segundo día, desgranando subgéneros desde Cuba hasta Panamá, cumplieron expectativas Los Van Van, la resistencia de Omara Portuondo o la magia de Rubén Blades.

El plan flaqueó algo más en las jornadas prêt-à-porter, las más concurridas y mezcladas en cuanto a edades. Muchos fans de The Offspring, líderes de la edición del viernes –mención a Cala Vento o Carolina Durante–, se vieron sin oferta en algunas franjas. El sábado todavía fue más acusado: las vías de la música no festiva quedaron aguadas después de Placebo. El hueco entre los británicos y Moderat fue un yermo en el que la mayoría optó por Stay Homas. El Cruïlla mantiene su evolución hacia ser el evento más popular posible en lo musical –acompañado en la identidad por el partnership con oenegés, empresas locales, vegetarianismo o energías renovables– y eso hace los itinerarios difíciles. No imposibles, porque al final la gente se ubica. Sin recelo. Se puede estar junto y al final, si se quiere, acabar revuelto. YSI

Miércoles, 5 de julio

Cruz Cafuné

En directo, la de Cruz Cafuné es la fórmula Quevedo pero sin temas de millones y millones de reproducciones: fuegos artificiales –humo, segundas voces, música lanzada desde el Ableton– y poco más. Bien, agallas por salir a defender algo tan desnudo. En tan demoledora soledad. Más oscuro que sus compatriotas de las Islas Canarias, más vibra, riesgo e interés a las bases, estas rompen con algo más de furia, convoca también a menos gente. No fue el del miércoles tampoco el día más concurrido del festival. Pero aun presentando un set cortito no acabó de mover a la gente. Siquiera “Sangre y fe”, de “Me muevo con Dios”, con Quevedo precisamente de fondo impresionado en la pantalla, lo consiguió; es difícil comprar una hora de esta fórmula. Un live basado en colaboraciones y en pelotazos que en vivo son poco más que una moviola. “Ojitos aguaos” sí enciende al público. La gente esta sí que se la sabe… Tiene ya cuatro años, una vida en esta era de stories. Mientras, Cruz Cafuné se menea, impertérrito, ante su nombre sobreimpresionado como un salvapantallas de un antiguo Pentium. Poco más. “¡Bulla!”, pide. Sí, cuando sea merecida. YSI

La bulla de Cruz Cafuné. Foto: Marina Tomàs
La bulla de Cruz Cafuné. Foto: Marina Tomàs

Las Ninyas del Corro

La gente lo tiene fácil. De rapero en rapero. De Delaossa al hip hop de pegada y calle de Las Ninyas del Corro. “No somos hip hop femenino, somos hip hop y punto”, aclaran nada más arrancar. “¡Ni ‘pussies’, ni mamis!”. Salen al ring con pantalón ancho de boxeo. Motivos que se han repetido una vez tras otra en el género pero, aun así, resultan creíbles. Porque las dos MC de la periferia de Barcelona han bebido de los clásicos y añaden una pegada limpia, sin guantillas. Tienen un eco fantástico juntas: clavan barras, se pisan, se dejan. Lástima que su actuación contraprograma con Tesa. Demostración de que hoy ya hay otro rap. De bases inamovibles (La Mala no anda sola), de múltiples representaciones. Y el que no lo vea, debe tener un ojo a la virulé, regalito de estas dos jefas con mucha brega en fiestas populares. YSI

Rap sin etiquetas: Las Ninyas del Corro. Foto: Marina Tomàs
Rap sin etiquetas: Las Ninyas del Corro. Foto: Marina Tomàs

Lia Kali

Tiene la misma cantidad de público que Triquell, pero ella en una caja de zapatos: escenario Johnnie Walker, la carpita entrando a la derecha. A Lia Kali le hace este lugar, baretero y calorazo. Las camisetas empiezan a dejar caras de Belmez –¡todo por la música!– en las espaldas. Hay motivos. El combo que acompaña a la MC, medio rumbero, pone los pies a compadrear. “Qué alegría que vais llegando”, dicta ella, consciente de que hay colas en el festival. Después de un ratito de mecer la voz –muy plástica– entre los sonidos caribeños, el soul y el hip hop, alza la botella por todos: “Me gusta beber y me gusta brindar”. Después de darle un repaso a “Contra todo pronóstico”, azota: “En este disco hay mucha oscuridad, pero hay un punto en el que una se cansa de sufrir”. Y prende el baile de nuevo: ¡“Puñales”! YSI

Los puñales de Lia Kali. Foto: Marina Tomàs
Los puñales de Lia Kali. Foto: Marina Tomàs

Nicki Nicole

El auténtico baño de masas de la noche sufrió más incluso que Cruz Cafuné. Lleva todo tipo de extras –fuego, cuerpo de baile–, pero muy poco mimo para las buenas instrumentales, que las tiene. El bolo reposa mucho en su voz. Y en lo estético: todos de blanco inmaculado, eso sí. Mucho coreo y pocas nueces. El que levanta la mano y jalea a la argentina lo hace con y sin plataforma, leds y videoclip de fondo. El directo de Nicki Nicole es más emocionante cuando parece una estrella de la televisión argentina, piano y a capela, ese punto cutre-melancólico donde puede lucir vocals, pedir flashes al público. Mucho más palpitante que cuando se suceden las canciones-colaboraciones una tras otra (Duki o Rels B) sin los colaboradores, claro. Tener como excusa “Alma” tampoco hizo más unitario el show. Es, como también se vio en otros directos de la noche, un canal de éxitos rodando pero con todo más apitufado y sintético por el directo. La fórmula debió parecerle aburrida incluso a ella, que tocó quince minutos menos de lo que marcaba el programa. YSI

Cuerpo de baile: Nicki Nicole. Foto: Óscar García
Cuerpo de baile: Nicki Nicole. Foto: Óscar García

rusowsky

Da igual las veces que uno se enfrente a rusowsky. Qué preciosidad más rara el bedroom con bases house o EDM, tímidas y destroyer, burdas, paródicas o conmovedoras. Él, como de normal, gorra, cara medio tapada, jersey –las temperaturas no le afectan– y piratas. Y el tiempo sumando temazos a su set. Los hay entre el público muy pero que muy lovers, que incluso cantan lo más nuevo (“Gata”, con Ralphie Choo). También los hay más perdidos que un padre mandando stickers. Son los más interesantes: se puede llegar al hyperpop desde lo superficial, desde el flechazo. Es fácil meterse en este universo de vídeos de culturistas, tiendas de campaña volando y ritmos vaporosos, llenos de glitches chisporroteantes. El directo es todo menos aburrido y él va tornando la fórmula cada vez más elástica: al final, lleva las manos al aire, lanza teclados láser, “so so”, y chao. YSI

No al aburrimiento: rusowsky. Foto: Marina Tomàs
No al aburrimiento: rusowsky. Foto: Marina Tomàs

Sen Senra

Ya es algo mucho más que cantante. No hacía falta que lo afirmara públicamente en “No quiero ser un cantante”: Sen Senra está reinventando el pop de aquí. Con poco más que arrojo y seguridad. En directo, aparte de su jersey azul, lleva lo justo. Dos músicos que sostienen las bases y mucho espacio sobre las tablas, como en su anterior gira, para poder jugar con la cámara que lo graba. No puede con todos: es público de festival, que además ha comprado entrada para el hip hop… Pero aun así logra meterse a la gente en el bolsillo a medida que avanza el directo. Punto y aparte cuando suma coros, cinco personas, en “Nada y nadie”; el punto de grandilocuencia kanyewestiana necesario. Al gallego su último álbum, “PO2054AZ”, le ha servido básicamente para sumar nuevas excusas, para reafirmar una línea: no ha virado. No le hace falta. Ya engatusa a desconocidos. YSI

Sen Senra, el cantante que engatusa. Foto: Óscar García
Sen Senra, el cantante que engatusa. Foto: Óscar García

Jueves, 6 de julio

Iseo & Dodosound

Los navarros Iseo & Dodosound siguen fieles a una propuesta teñida de diversidad y que tiene acomodo en festivales de rango estilístico amplio como el Cruïlla. Una mezcolanza de géneros –dub, reggae, EDM, jazz, trip hop, rap– defendida sobre el escenario Estrella Damm con seis músicos en la sección de viento más el habitual Alberto Iriarte lanzando coletillas fusion, rap y EDM desde los platos. Mientras, su compañera Leire Villanueva desempeña como vocalista y portavoz del dúo. Se sumaron al color caribeño de la jornada con una versión de “Chan Chan”. Su batidora indiscriminada absorbió también esporas de chiptune, scratching y jungle. Propuesta funcional que no levantó vendavales de entusiasmo. MM

Iseo & Dodosound: abanico caribeño. Foto: Marina Tomàs
Iseo & Dodosound: abanico caribeño. Foto: Marina Tomàs

Los Van Van

Jornada de fuerte acento latino y predominio del subdialecto cubano. Los primeros en entonarlo fueron Los Van Van. La histórica orquesta cubana se presentó sobre el escenario Vueling con quince minutos de retraso. Percusiones, cuerdas, órgano y cuatro solistas para hacer temblar de placer corporal el Parc del Fòrum con su sabrosura afrocubana. Y lo lograron de inmediato con una misa que hizo honor a la leyenda del ritmo cubano –y también de su labia– para un público diverso, con representaciones de todo el ancho y largo del territorio latinoamericano. Un show sin estridencias, sin bajadas, en el que la veterana formación supo tocar las teclas necesarias con las que inocular entre los asistentes el virus del baile y la gratitud de estar vivos. Una fórmula sin fecha de caducidad. Solo fue el entremés para los bienaventurados. MM

Los Van Van: institución habanera. Foto: ÓScar García
Los Van Van: institución habanera. Foto: ÓScar García

Omara Portuondo

El mismo escenario de Los Van Van, el de la brisa marítima, fue el elegido para honrar la presencia de la diva de Buena Vista Social Club. Tras el calentamiento previo en formato jam de Gastón Joya (bajo y contrabajo), Rodney Barreto (batería), Pedro Pablo Rodríguez (percusión) y José Portillo (piano), Omara Portuondo entró en el escenario ayudada por dos asistentes que la colocaron en una silla al frente de un atril. Una fragilidad angustiante que quedó confirmada con el tenue hilo de voz que parecía proceder de algún rincón lejano de su longeva carrera: en ese instante hacía falta poner algo de imaginación. Sin embargo, acomodada y, sobre todo, arropada por un excelente combo musical que también la respaldó en lo vocal, la “novia del filin” fue dejando atrás los estragos de la edad para dar paso a su leyenda. Los primeros conatos de optimismo llegaron con “Quizás, quizás”, de Osvaldo Farrés, y “Solamente una vez”. Fue en los tempos reposados, si la incontinencia verbal del público lo permitía, cuando la voz de Portuondo se escapaba de ese frágil cuerpo para emitir destellos del esplendor de antaño. Siguió con su tour panamericano con “Veinte años”, de María Teresa Vera, “Dos gardenias” y “Lágrimas negras”. Y cuando todo parecía indicar que nos dejaría abatidos con la tristeza inherente al verso “bésame como si fuera la última vez”, la reina de La Habana revirtió el ánimo con dos temas de Buena Vista. Sostenida por dos miembros de su equipo, pero esta vez bailando y saludando a su público, se despidió –probablemente para siempre– de los escenarios catalanes dejando el más dulce recuerdo. MM

Clásicos, clásica: Omara Portuondo. Foto: Marina Tomàs
Clásicos, clásica: Omara Portuondo. Foto: Marina Tomàs

Rodrigo Cuevas

El papel de agitador folclórico que pregona Rodrigo Cuevas lo cumplió a rajatabla en su turno, para cerrar la segunda jornada del Cruïlla desde la tarima del Vueling. El asturiano anda sobrado de voz, intuición sónica y de ese flow escénico con el que conecta con su público. Combinó sin despeinarse su faceta más intimista, tierna y costumbrista –de un tiempo pasado que evoca mediante la recuperación del folclore asturiano– con el hedonismo, el despiporre y la transgresión, sin perder su vena más reivindicativa. Una romería rave que caló entre los congregados que hicimos la cobra a Bomba Estéreo. Numerosas intervenciones en catalán y varias itinerancias bajo el escenario junto a su público reforzaron el aprecio que transmite con su excepcional propuesta musical, que recae sobre una figura humana dotada de humor, sentimiento y sabiduría escénica. Supo insertar grabaciones vocales de gente de su zona natal, explayarse con parlamentos dilatados, siempre condimentados con humor. Consiguió, en definitiva, sacar del foco el desarrollo del concierto mismo y, aun así, mantener en niveles altos el retorno de entusiasmo al otro lado del escenario. Un embrujo anarco-futurista que sigue sumando adeptos y conversiones, como atestiguó el aquelarre final, fundiéndose de nuevo con su público, en contacto directo con la piel alterada por los “temazos” y los “dramas” que confluyen en su inaudita apuesta artística. MM

Los temazos con denominación de origen de Rodrigo Cuevas. Foto: Óscar García
Los temazos con denominación de origen de Rodrigo Cuevas. Foto: Óscar García

Rubén Blades con Roberto Delgado Big Band

Rubén Blades se presentó por segundo año consecutivo en el Cruïlla con la potestad de contentar tanto a los que repetían como a los advenedizos. Y lo consiguió elevando el latin proud de la jornada a un nuevo nivel, modificando sustancialmente el repertorio del año anterior. Infatigable a sus 74 años, percha inmaculada y voz perenne, surgió acompañado por la Roberto Delgado Big Band, una formidable banda de dieciocho músicos compenetrados y comprometidos con el lance. Su set se desarrolló como un paseo por la historia de la salsa y la música latina de la mano de uno de sus más ilustres exponentes, quien no solo se prestó como inigualable maestro de ceremonias, sino que, para la comodidad de los cronistas desplazados ahí, se convirtió también en un historiador de memoria rocosa capaz de rememorar detalles de sus gestas artísticas. Viaje fulgurante con escalas en la salsa neoyorquina de 1975 y su emparejamiento con Ray Barretto en “Vale más un guaguancó”. En “Buscando guayaba”, el dial del tiempo se desplazó a un año posterior para meter mano al repertorio compartido con Willie Colón. Avanzó hasta 1978 para rememorar su paso por Fania All Stars, recuperando un “Juan Pachanga” que parecía fundir el sonido blaxploitation con la vecindad del Harlem latino, dejando espacio incluso a la psych-salsa mediante un órgano vibrante. “Amor y control”, animación y divulgación, en un concierto sin altibajos ni repostajes. Por el camino, otra lección histórica con “María Lionza”, tribalismo sonsacado de nuevo del álbum “Siembra” (1978) gestado junto a Willie Colón, mientras la gran pantalla del fondo del escenario homenajeaba a los grandes caídos de la canción caribeña, latina y hasta americana y española. La versatilidad de la banda quedó certificada con “Watch What Happens”, tema de Michel Legrand en que el combo de Roberto Delgado se transformó en una big band de otro tiempo capaz de hermanar con garantías la salsa y el jazz, mientras el músico panameño se desenvolvía como un crooner estilo Tony Bennett. Sentido homenaje a Héctor Lavoe antes de cerrar con la irrenunciable “Pedro Navaja” y desatar el júbilo de los presentes reconectando con tantas historias personales vividas al calor de este clásico. El cierre definitivo lo puso “Patria”, hermosa despedida en la que sobraron tantas banderas en pantalla. ¿Acaso no fue el amor incondicional a su música la única patria esa noche? MM

Rubén Blades, eterno orgullo latino. Foto: Óscar García
Rubén Blades, eterno orgullo latino. Foto: Óscar García

Viernes, 7 de julio

alt-J

Les sobró algo de luz para atrapar la puesta de sol. Pero eso no fue lo que desconcentró al público. Arrancaron los británicos en su versión más tranquila, marcando los tempos. No fue con los juegos de voces, los falsetes, la electrónica, algún amago progresivo y más festivo, ni con las guitarras americana-arties, ni con la serpenteante “Deadcrash”, ni hablando en catalán… Hubo que desempolvar de nuevo “Matilda” para que la gente les bailara el agua. Ahí la cosa se enderezó, volvió la intensidad. Muchos ya se habían ido. alt-J, pese al último “The Dream” (2022), andan en un carro que pierde velocidad de forma preocupante. Un vehículo que se quedará tirado en esa Panam que Joe Newman luce en pegatina en lo alto del cuerpo de su guitarra. La primera pregunta sugerida en Google cuando se hace un search sobre la banda es “qué pasó con alt-J”. Una duda doliente, pero lícita. YSI

alt-J: ¿arroz pasado? Foto: Óscar García
alt-J: ¿arroz pasado? Foto: Óscar García

Cala Vento

Las guitarras siguen vivas y coleando, a juzgar por la notable entrada de público: 25.000 asistentes –de las más altas vistas por un servidor aquí– que se registró en la jornada del viernes. Lo pudo comprobar desde lo alto de su atalaya el dúo Cala Vento. Guitarra y batería, o batería y guitarra: el orden no altera el producto. No necesitaron más los ampurdaneses para calentar el trayecto rockero hacia la cita con The Offspring. Su indie rock de mínimo andamiaje y doble respuesta vocal se resuelve gracias a la intensidad y urgencia que ambos músicos imprimen desde sus respectivos compartimentos. Hubo una guitarra invitada en algún tema y dos amigos operarios que se dedicaron todo el concierto a construir una casa como la que aparece en la portada de su último disco y que pretenden sacar a pasear en sus próximos bolos. Se despidieron vía “Conmigo”, sin instrumentos, acolchados sobre una base tómbola-disco pregrabada, en actitud karaoke y con la casa ya construida y a pleno rendimiento. MM

En la casa de Cala Vento. Foto: Óscar García
En la casa de Cala Vento. Foto: Óscar García

Carolina Durante

Día de bandas, día para demostrar cómo ser la banda: sonido compacto, temas coreables y actitud. Combinaron lo mejor de sus predecesores en el escenario Vueling: letras-letras, como Cala Vento, y esputo descreído, como el de La Élite el miércoles. Los que venían a The Offspring tuvieron una grata sorpresa antes de tiempo. Los madrileños van a velocidad crucero, crucero a toda hostia, sobre sus temas incendiarios (“Granja escuela”, “Niña de hielo” o “Las canciones de Juanita”), ¡sosteniendo el ruido! A su puesta en escena descarnada y con frontman espasmódico y seguro (“hay otros grupos… ¡gracias por elegir a los mejores!”), han añadido un aplomo que les permite afrontar el bolo de corrido, cabalgando sobre baterías como metralletas. Nada nuevo en el horizonte, pero a veces el horizonte ya es bonito sin más. “Vamos a toda… ¡y se me olvida! Tenemos muchos amigos aquí, siempre hay algo más cuando tocas ante colegas”. Pues todos colegas. YSI

Carolina Durante: contundencia entre amigos. Foto: Óscar García
Carolina Durante: contundencia entre amigos. Foto: Óscar García

Franz Ferdinand

Pocas veces se ha visto en este festival, y en otros que ocupan o han ocupado el mismo enclave, un escenario secundario –el Oxfam Intermón– tan abarrotado como el que recibió a los escoceses Franz Ferdinand. Error de cálculo de la organización que pudo haber conllevado escenas de pánico ante una marabunta moviéndose con nerviosismo por las intersecciones más peliagudas. Por suerte, no hubo que lamentar daños mayores. Al contrario, se recogió el estallido jubiloso que siguen provocando los de Alex Kapranos. Su post-punk vitaminado y enérgico sigue alimentando el ánimo bailable de muchos, como evidenciaron algunas estampas de la noche movidas por sus mayores reclamos: “Do You Want To” o especialmente ese “Take Me Out” que prevalece como himno generacional de muchos de los congregados. Su indie rock de antaño permanece, para bien y para mal, congelado en el tiempo. También su disposición escénica, con el líder subiendo plataformas y altavoces como si fuera Crash Bandicoot; eso cuando no estaba lanzando arengas a su público. Respaldado por Dino Bardot, Julian Corrie, Bob Hardy y su última incorporación, Audrey Tait en la batería, su propuesta sigue anclada en el ideario rockero de la primera década de este siglo, pero su músculo se mantiene presto a lances nocturnos para grandes recintos. Lo demostraron de nuevo con esas guitarras afiladas preparando con parsimonia el explosivo clímax de “This Fire”, el tema con que cerraron. MM

Franz Ferdinand: himnos generacionales. Foto: Marina Tomàs
Franz Ferdinand: himnos generacionales. Foto: Marina Tomàs

Sigur Rós

El show de los islandeses se encuadra dentro de la gira internacional para presentar su último retoño discográfico. Ese “ÁTTA” de reciente publicación que defienden bajo dos modalidades: con y sin orquesta. Para su paso por Barcelona –así como la noche anterior en Madrid– optaron por la segunda: los tres integrantes actuales más un batería testimonial, este colocado en un segundo plano imperceptible bajo las cortinas de humo y luces del escenario. Más corpóreo resultó ese mantra atmosférico construido al ralentí y no apto para impacientes. De hecho, su idoneidad para festivales quedó de nuevo puesta en entredicho por la inquietud y la incontinencia verbal de la mayoría de asistentes. La hipnosis colectiva que promulga la banda islandesa implora espacios blindados a las interferencias sónicas y los roces humanos. Pese a las trabas colaterales, su set se desenvolvió pilotado por la voz etérea de Jónsi y su rasgado de guitarra con arco, el bajo férreo de Georg “Goggi” Holm y los teclados humeantes de Kjartan Sveinsson. Su cadencia narcótica y su post-rock de mínimas pulsaciones quedó desprogramado con el crescendo intenso de “Untitled #8 – Popplagið”, tema de despedida en el que Sveinsson reforzó la sección de cuerdas. No hubo espacio para “Hoppípolla”, ni para los temas de su último disco que claman presencia orquestal, pero volvieron a fundir el permafrost. Al menos el de aquellos que pusimos voluntad para que sucediera. MM

Sigur Rós: Jónsi, elfo del permafrost. Foto: Óscar García
Sigur Rós: Jónsi, elfo del permafrost. Foto: Óscar García

The Guapos

The Guapos: mezcla mexicano-española, primera vez en Barcelona, con Adan Jodorowsky al bajo y Leiva a la voz y la batería, recordando sus aventuras adolescentes en la música. Pura banda rock: bugalú, versión de Chuck Berry, silbidos, carreritas a la percusión (efectismo de banda de ‘Buenafuente’), trajes blancos, sombreros chicanos y ejecución impecable. Un divertimento para integrantes y público. YSI

The Guapos: divertimento. Foto: Marina Tomàs
The Guapos: divertimento. Foto: Marina Tomàs

The Offspring

Entre muchos de los que vivimos su explosión popular a mediados de los noventa se extendía cierto temor sobre el estado físico de esos héroes de adolescencia. Los de California pronto borraron de las azoteas los peores augurios con “All I Want”. La resonancia juvenil de sus éxitos, la mayoría acogidos en su celebrado “Smash” (1994), permaneció inalterada en su exposición pública del viernes, abriendo de este modo una escotilla hacia una adolescencia terminada para algunos y prorrogada para otros, al menos durante hora y cuarto. Superado el dulzor nostálgico, la banda se empeñó en entorpecer el ritmo con cansinos diálogos entre el cantante Dexter Holland y el guitarrista Noodles, como si fueran la versión en carne y hueso de Beavis y Butthead. Tampoco ayudó a la fluidez de su show el momento gramola en que rescataron intros de clásicos del rock –“Iron Man” (Black Sabbath), “Sweet Child O’ Mine” (Guns N’ Roses), “The Trooper” (Iron Maiden), etc.– para seguidamente interrumpir su ejecución, a excepción de “Blitzkrieg Bop” (Ramones). Una especie de ráfaga de estrofas icónicas a ritmo TikTok que desquició a ciertos usuarios. Se recompusieron volviendo a su propia batería de éxitos con “Why Don’t You Get A Job”, “The Kids Aren’t Alright” y “Self Esteem” para finalizar. Como suma anecdótica y cápsula nostálgica cumplieron con gracia, pero para quien no llegase condicionado por la deuda contraída con su música décadas atrás puede que las sensaciones fueran opuestas. Esta crónica no lleva foto por el plante del gremio fotográfico ante las demandas del mánager de The Offspring, quien requería de su aprobación para la publicación de las imágenes tomadas a la banda. MM

Viva Suecia

Viva Suecia dejaron chico el escenario Oxfam Intermón, el encarado a la yerba sentido Sant Adrià. Incluso en los lugares más alejados, donde se intuía el ritmo de Cala Vento, la gente entonaba los estribillos dulzones de temas como “Hacernos polvo” o “Lo siento”. “El amor de la clase que sea” (2022) ha generado exactamente lo que esperaba la banda murciana, algunas excusas más para desarrollar un rock que solo salta la norma de lo previsible en algún teclado más baladista y reposado (“Hablar de nada”) o en algún saxo suelto (“Algunos tenemos fe”). Están preparados para el cetro mainstream del indie. Voz poderosísima de Rafa Val y una arquitectura sonora épica muy basada en las guitarras envolventes y una batería caminante. Parecían sorprendidos: “Lo bueno de la humedad, si se me escapan un par de lágrimas, ¡no se me va a notar con el sudor!”, apuntaron. YSI

Apuntando al mainstream: Viva Suecia. Foto: Marina Tomàs
Apuntando al mainstream: Viva Suecia. Foto: Marina Tomàs

Sábado, 8 de julio

Amaia

La navarra afincada en Barcelona sigue confirmando sobre los escenarios el crecimiento exponencial experimentado desde que saliera del caparazón de un famoso reality. La ternura, naturalidad y delicadeza que desprende tuvo difícil enmienda entre los fieles y los no tan fieles que se congregaron en el escenario Vueling. Con mayor seguridad escénica, arropada por una banda sólida en la que destaca la presencia de la guitarrista Amaia Miranda, su pop crush se acomodó con suavidad sobre los presentes, favorecido por esa brisa marítima y la estación estival. Centrado en su último proyecto, “Cuando no sé quién soy” (2022), de mayor presencia sintética, en ocasiones alineada con el sonido de Metronomy, la cantante aumentó la ganancia emocional cada vez que se volcó en el piano –tanto en solitario como con banda– bajo ese perfil intimista que la favorece. Lo demostró en su apropiación de “Fiebre” (Bad Gyal) y con “Ave María” (David Bisbal), ambas llevadas, con garra y emotividad, a su propio terreno. Mismo efecto que logró, acompañada esta vez por Miranda en la guitarra, en la hermosa “Yamaguchi”. En un tono más expansivo también cumplió con creces en temas como “Quiero que vengas”. MM

Amaia, íntima y expansiva. Foto: Marina Tomàs
Amaia, íntima y expansiva. Foto: Marina Tomàs

Antònia Font

El efecto retorno ya no es tal. Ahora lo que manda sobre el multitudinario bolo del grupo mallorquín es el efecto-pop-perfecto. Sean nuevas, “Un minut estroboscòpica”, con la que abrieron; no tan nuevas, como “Me sobren paraules”; o simplemente preciosas, como “Robot”. El greatest hits de la banda es inapelable: lenguaje propio, más allá del salat, engranaje en directo y un frontman, Pau Debon, que compensa todo el hieratismo del resto de miembros y la parquedad del escenario (solo parabólicas antiguas y pantalla gigante, el set casi en desuso). Antònia Font reinventaron el pop, no solo aquí dejaron impronta, y poder escuchar todas esas canciones, más coreables, tradicionales (interpretación a capela de la glosa popular “Un homo sense doblers onsevulla fa nosa”) o más experimentales (hicieron del bolo un ejercicio templado, algún punteo especial, alguna batería electrónica), demuestra que su legado es vigente. Cuando arrancaron con las más bailongas, como la agridulce “Dins aquest iglú”, las imperecederas de la cuerda del “Wa yeah” o el “Alegria”, la gente se olvidó hasta del calor. Para eso está la música. YSI

Pau Debon, portavoz de la biblia pop de Antònia Font. Foto: Marina Tomàs
Pau Debon, portavoz de la biblia pop de Antònia Font. Foto: Marina Tomàs

Carlangas

El exlíder de Novedades Carminha asumió la responsabilidad de cerrar la última jornada empezando con uno de los temazos del curso: “Se acabó la broma”. Acompañado por la banda Los Cubatas, quienes hicieron honor a su nombre saludando al público con sendas bebidas en la mano, el gallego empezó algo indispuesto. Su primer disco en solitario no terminaba de cambiar el ánimo de los presentes. Sin embargo, su funk-pop festivo tiene amplitud de recursos y no dudó en rebuscar en el armario de su antigua banda para incidir en la euforia requerida para esas horas. Lo consiguió “Con te quiero igual” y especialmente con ese “Cariñito” con el que logró la comunión total con los resistentes a la claudicación final. Su remontada siguió con flirteos con el rap gallego y un mix dance de temas verbeneros con el que dieron entrada a su propia “Verbena”. Una fiesta que también terminó antes del horario prometido, unos veinte minutos antes de las cinco, dejando al público desatendido y con ganas de más estímulos. MM

Estímulos Carlangas. Foto: Óscar García
Estímulos Carlangas. Foto: Óscar García

Leiva

Cuenta atrás de dos minutos, expectación de un escenario que empieza a parecer el de Viva Suecia (por cantidad de público). Nada que ver, en ese sentido, con las pocas decenas de presentes que tuvo en frente con The Guapos. Leiva está acostumbrado a ese vaivén en su carrera. Y parece disfrutar con cada situación. Más cuando no le han programado demasiado en festivales por Cataluña; sí anduvo aquí justo recién estrenada la libertad del live post-pandemia. El concierto arrancó con “Sincericidio”. Con los pitos y las eléctricas arriba desde inicio, la pantalla con colores extremos y él con la voz más mate de lo que acostumbra. No hizo demasiadas concesiones en setlist al festival y desarrolló en esencia el ejercicio del tour de “Cuando te muerdes el labio” (2021), especial predominancia de canciones de su último disco a mitad del concierto; bailecito incluido del madrileño para “Flecha”. Casi una decena de músicos sobre las tablas con su tópico pop-rock, rockabilly, psicodelia y pop de estadio: el décimo, a los vocals, fue el público, que se hizo suyo el bolo coreando desde “Guerra mundial” y subiendo decibelios con las más escuchadas de su carrera solista y otras muy radiadas de Pereza (“Princesas”). YSI

Leiva: mucha pereza. Foto: Marina Tomàs
Leiva: mucha pereza. Foto: Marina Tomàs

Moderat

El trío berlinés funciona como corresponde a una institución de la electrónica teutona: a pleno rendimiento en cualquier enclave y situación. Como unos físicos descubriendo el bosón de Higgs, la suma de Apparat y Modeselektor se presentó obcecada en sus atriles electrónicos para ir deshilando ese armazón de techno robusto –de alto impacto pectoral– abierto a las melodías y a dulces acelerones rítmicos. Clímax sostenidos y momentos más intimistas combinados con instantes expansivos que convierten su música y sus shows en un arrebato hipnótico dominado por un ritmo que se apodera de la voluntad corporal. Sin embargo, aquí se interpuso un enemigo externo a su eficiencia germánica: el micro de Sascha Ring, cantante de la banda, lastró parte del concierto. Tras varias intervenciones de los técnicos, el músico berlinés no terminó de recuperar las sensaciones óptimas. De hecho, durante un tema se ausentó del escenario, cargando con el marrón a sus dos compañeros. Ese traspiés –posible en cualquier concierto– afectó de algún modo el ánimo de Ring, quien a su vuelta optó por remontar con las balas más seguras del repertorio: las infalibles “A New Error” y un “Bad Kingdom” con el que cerraron diez minutos antes de lo estipulado un show que, pese a las turbulencias indeseadas y su efecto en los protagonistas, dejó a los presentes más que satisfechos. MM

Balas seguras: Moderat. Foto: Óscar García
Balas seguras: Moderat. Foto: Óscar García

Mourn

No era hora ni para las familias casi. En el recinto, poco más que trabajadores y un solazo por lo penal. “Bienvenidas a la sauna de Mourn”, dictaba la banda, que en la carpa Johnnie Walker castigaba los tímpanos y ponía a hacer elíptica extrema a unos pocos asistentes: abanico para brazos, saltos al son de los guitarrazos para piernas en “I’m In Trouble”. El espacio les fue al dedo, sonando crudas y sin cortar, con una retahíla de canciones shoegazing, punk, etc. que para sí querrían otros grupos más adultos, que no más veteranos, porque ellas –pasando por la veintena– tienen ya tiros pegados. Es en los “despistes” melódicos cuando el poder de las voces gana enteros: opción de futuro para ellas. YSI

Jazz Rodríguez en la “sauna de Mourn”. Foto: Marina Tomàs
Jazz Rodríguez en la “sauna de Mourn”. Foto: Marina Tomàs

Placebo

Un concierto con la intensidad Placebo. Y con público como en ningún otro en el escenario principal, el Estrella Damm. A diferencia de otros cabezas de la edición y lejos de las malas pulgas demostradas recientemente (decidió Brian Molko parar su bolo en Irlanda a causa del uso de móviles entre el público; en el Cruïlla incluso pidió perdón cuando él, remarcó, se equivocó en un tema), los británicos fueron serios y competitivos. Con tempestad. Con paisajes nublados. Con guitarras festivas si era necesario. “Molt bé, molt bé, molt bé”, soltó el frontman en catalán. “Somos muchos”, dijo antes de “Too Many Friends”. Nunca estuvo claro hasta qué punto andaba o no contento. Lo disimularon bien en sus inconfundibles: “For What It’s Worth”, por ejemplo, donde subió la intensidad. En el final del bolo sonaron la apropiación del “Shout” de Tears For Fears, la propia “Fix Yourself” y una versión emo, más emo todavía, de “Running Up That Hill”, la reciclada canción para la serie “Stranger Things”, original de Kate Bush. Y a casa sin sobresaltos. YSI

Placebo no están para sobresaltos. Foto: Óscar García
Placebo no están para sobresaltos. Foto: Óscar García

Renaldo & Clara

Con su flamante “La boca aigua” bajo el brazo, la formación de Lleida liderada por Clara Vinyals se plantó en el escenario de “la carpa”, conocido también como “el de la marca de whisky”. Sus melodías veraniegas sostenidas por nubes de algodón sintético tuvieron que batallar con el calor del recinto y deficiencias técnicas que arrastraron durante demasiado tiempo. Cuando abrazaron su timbre más ambiental les costó conectar con el público, pero finalmente su bubblegum de adhesión ingobernable terminó personándose en un tramo final que redondearon con ese “S’està millor al carrer”, con reminiscencias de Jockstrap y CHVRCHES y con el que pusieron punto y final. Con ellos se está mejor en cualquier lugar, pero esa noche no tuvieron las facilidades para demostrarlo en plenitud. MM

Renaldo & Clara: Clara Viñals, superando obstáculos. Foto: Óscar García
Renaldo & Clara: Clara Viñals, superando obstáculos. Foto: Óscar García

Suu

Estar en la carpa con Mourn era valiente, pero chuparse el asfalto de inducción del escenario Vueling era para devotos. Allí tuvo a decenas de fieles Suu, que respondió con una voz impecable, un pop de brisa marina, de letras melosas e instagramer (“Postal barata”), además de algún teclado Antònia Font, algún ukelele intenso (“Tant de bo”), momentos festivaleros diseñados para dicho contexto (por ejemplo, los temas compuestos con el presente Carlos Sadness, “Barcelona tropical”; o versiones como la de Blaumut, “dark” según ellos, “Pa amb oli i sal”). Y, claro, los instantes pop de ecos a La Oreja de Van Gogh, “Todo lo que canto”. Momento tranquilo, de soft feelings a compartir con niños, parejas y lipotimias. YSI

Suu, para todos los públicos. Foto: Marina Tomàs
Suu, para todos los públicos. Foto: Marina Tomàs
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