Momento de momentos. Emoción en el escenario que se proyecta sutilmente hacia los espectadores en oleadas de nostalgia y felicidad muda, una muestra de esplín que reivindica, paradójicamente, la ilusión hacia la vida: esto es pura catarsis de ternura y pasión. Todo el mundo absolutamente en silencio (algo sorprendente en un grandioso festival, remarco). El repertorio de
Serge Gainsbourg está siendo revisado por una
Jane Birkin de 71 años en estado de gracia y todavía conectada magnéticamente a la fuente del repertorio sublime de su gran amor.
Suenan las canciones del mito Gainsbourg, interpretadas ma-ra-vi-llo-sa-men-te por la sensacional Orquestra Simfònica del Vallès, según los finos y explosivos arreglos de Nobuyuki Nakajima y bajo la entusiasta dirección de James Ross. Conmoción a las ocho de la tarde de un sábado soleado en el que la luz de todos los recuerdos de Birkin parece proyectarse sin sombra alguna hacia nosotros para resaltar, todavía más, el incontestable ingenio de un genio que, entre juegos de palabras y provocaciones con estilo, supo hacer del pop una orgullosa actitud vital.