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e título tan irónico como su fanzine de referencia ‘Dirty Plotte’ (1988-1998), la exposición retrospectiva para el pasado Festival de Angulema “Julie Doucet, toujours de grande classe” (“Julie Doucet, siempre con gran clase”) servía como exhaustivo recorrido –por el Hôtel Saint-Simon de la localidad francesa– en el que apreciar el rupturismo y heterodoxia, en su evolución posterior, de la dibujante canadiense. Pero también para muchas cosas más. Como muestra, el acordeón en papel de casi veinte metros expuesto en lo alto de las salas de la retrospectiva que supone su reciente novela gráfica, “Suicide total” (2023), en la que relata una historia de amor fugaz en París en 1989 y que se extiende como un infinito abanico de personajes, memoria y emociones grabados en su mente. En 2022 ya hubo una primera versión en inglés del libro, titulada “Time Zone J” y publicada por la editorial canadiense Drawn & Quarterly. Pero la editorial francesa L’Association ha querido lanzarlo en su concepción original, como leporello, que lo convierte en una pieza de coleccionista con un precio de sesenta y cinco euros, para una primera edición especial de 1500 ejemplares. La editorial española Fulgencio Pimentel, que ya recopiló el trabajo de Doucet en los volúmenes “Cómics 1986-1993” (2015) y “Cómics 1994-2016” (2017), tiene prevista la edición española de “Time Zone J” para 2024, pero con concepción clásica sin pliegues.
“Cuando L’Association pidió el presupuesto a la imprenta hubo una confusión porque esta no entendió que había que imprimir sobre las dos caras y dio un precio más bajo que el resultado final, aunque L’Association decidió de todos modos hacer esta primera edición así”, nos explica la discreta Julie Doucet detrás de sus gafas ahumadas, con las palabras justas y una voz que siempre se mantiene bajita, pero que compensa en todo momento con una gran sonrisa y, a menudo, riéndose de sus comentarios. Síntoma de que, a sus 57 años, sigue siendo esa autora tímida que exorcizaba sus demonios con un alter ego dibujado que aterraba a los lectores masculinos cuando reproducía sus menstruaciones o transmutaba su vagina en pene para experimentar un cambio de género.
En torno a un café en un bar cercano a la exposición en esta gélida quincuagésima edición del Festival de Angulema, Doucet nos cuenta cómo ha sido posible que, tras veintidós años de silencio en el cómic –que no en otras expresiones gráficas menos comerciales–, haya vuelto a sus orígenes aunque sea cambiando el molde. “Durante bastante tiempo había pensado explicar esta historia de otras maneras”, recuerda sobre su escapada a París a finales de los ochenta junto a una amiga para tener una cita a ciegas con un francés, al que había conocido intercambiando por correspondencia sus primeros números de ‘Dirty Plotte’. En el libro se le llama anónimamente el “hussard”, como soldado que estaba haciendo su servicio militar.
“Primero quería escribir una novela y no lo conseguí”, confiesa, riéndose. “Es un poco extraño porque, cuando uno intenta un nuevo soporte, se descubre una voz que no conoce. Y no me reconocí, no me gustó nada lo que descubrí. Me veía con una voz fuera del tiempo que no me convenía en absoluto. Lo intenté con la máquina de escribir y no funcionaba. Lo intenté de manera manuscrita y tampoco me convenía. Decidí abandonarlo”. Pero siguió buscando: “También intenté escribirlo como un guion de película y seguía sin funcionar. Cuando empecé de nuevo a dibujar intenté reinventar mi estilo de dibujo. En el momento en que volví a dibujar siguiendo la técnica del ‘leporello’, con personajes y escribiendo después diálogos, fue cuando tuve la idea de reconstruir esta historia explicándola, sin ilustrarla realmente”. Porque no hay viñetas en sentido clásico, sino textos y diálogos que salen de rostros en primer plano, mezclados con otros que no tienen nada que ver entre sí.
Y este es el momento de evocar esta crisis artística y existencial. Cuando ya quería apartarse del mundo del cómic, desde principios de la primera década de este siglo, Doucet se enfrascó en el proyecto de cortometraje animado con el realizador Michel Gondry para adaptar su novela gráfica “Diario de Nueva York” (“My New York Diary”, Drawn & Quarterly, 1998-1999; en España, Inrevés, 2001, y reeditado en 2017 por Fulgencio Pimentel en el tomo “Cómics 1994-2016”). El cortometraje dirigido por Gondry se estrenó en 2010, pero no fue ella quien terminó los dibujos. “Tuve un ‘burnout’ con este proyecto, que me agotó completamente”, rememora. “Me puse muy enferma, con una mononucleosis a los 40 años. A causa de esto fui incapaz de dibujar durante siete años”.
Y hay otra fecha significativa en la que el bloqueo saltó: el 7 de enero de 2015, con el atentado en París contra ‘Charlie Hebdo’ en que la redacción del semanario satírico fue masacrada. “Me impactó tanto que cogí un lápiz e intenté dibujar. ¡Y funcionó!... No conocía directamente a los dibujantes asesinados, pero eran autores que había apreciado, como Cabu. Eran amigos de amigos, y de una manera u otra había muchos autores con los que había crecido en diferentes revistas”.
Hay otras razones para entender aquel alejamiento del circuito competitivo de las historietas, como el cansancio de ser una de las pocas mujeres entre tantos hombres y un mercado del cómic que aún no concebía la libertad que se ha ganado en estas dos últimas décadas. “Es más excitante hacer cómics hoy porque se puede hacer todo”, nos confiesa, ahora desahogada. “Cuando yo lo dejé, había la impresión de que no se podía salir de las pequeñas viñetas. Se podía, sí, pero mucho menos. Por ejemplo, trabajé en un diario dibujando una página por día durante un año –se refiere a “Journal” (2004); en inglés lo editó en 2008 Drawn & Quarterly bajo el título “365 Days. A Diary”–, pero en esa época no se consideraba que esto entrara dentro del cómic. En cambio hoy no hay duda”.
En cuanto a su condición de precursora feminista en el cómic, mantiene la modestia aunque ahora asume de forma más evidente su implicación. En otras entrevistas de estos días no ha dudado en definirse en su adolescencia –antes de afirmarse como una mujer con plenos poderes– como un “garçon manqué”, un marimacho por su falta de feminidad y el trato más bien desdeñoso de su madre. Y cuando se trata de citar a otras precursoras, se va más atrás para hablar de las francesas Claire Bretécher, Chantal Montellier y Olivia Clavel.
Aunque en Quebec sí que fue pionera. Y, actualmente, señala en Montreal a Catherine Ocelot y Zviane como autoras que le gustan. Si se le pregunta por la “generación canadiense”, que formó junto a Chester Brown, Seth y Joe Matt en torno a Drawn & Quarterly, lo relativiza recordando que estos otros autores provenían de Toronto: “Este colectivo no es tan evidente porque Montreal está lejos y no nos veíamos tanto. Tampoco he conservado el contacto con ellos, un poco quizá con Chester, pero no tanto”. Su relación más directa siempre fue con Chris Oliveros, el responsable de Drawn & Quarterly, ya que su sede está en Montreal.
Su otro apoyo ha sido Benoît Chaput, poeta y fundador de la editorial iconoclasta montrealesa L’Oie de Cravan. Esta plataforma y la suya propia, Le Pantalitaire, donde publica ella sola, le han servido durante todos estos años para dar cauce a todos sus proyectos paralelos de serigrafía, grabado, collage o libros-objeto donde la palabra se desestructura dando lugar a composiciones de escritura automática en las que no necesitaba utilizar sus propios dibujos. Durante esta época nunca dejó de tener contacto con quien la apoyó de entrada, como los franceses Jean-Christophe Menu, de L’Association, y Stéphane Blanquet, de Chacal Puant; o como el barcelonés Max, que fue el primero en acompañarla en español en ‘El Víbora’ y le publicó en castellano junto a Pere Joan en Inrevés Edicions. “He visto su película”, nos dice sobre el documental “Dibujando a Max” (2020), codirigido por Cesc Mulet y Max.
Todas estas variantes –incluidos los pósteres y tarjetas de su grupúsculo junto a Chaput, Le Mouvement Lent (“El movimiento lento”)– y sus breves piezas de videoarte para los espectáculos de un teatro quebequés, además de abundantes originales, croquis, correspondencia y fotos personales, se podían observar a lo largo de la exposición en Angulema. Por eso no es extraño que el cartel que se le encargó para esta edición del festival, como ganadora del Gran Premio en 2022, resultara un curioso collage de pequeños dibujos, recortes de palabras de prensa e imágenes de fotonovelas. Un puzle que llama la atención por lo inédito en los carteles de Angulema y que acaba proyectando un sentimiento de extraña familiaridad.
“Al principio para el cartel quería hacer un dibujo, pero no me salía”, admite. “Intenté abordarlo con todos los dibujos posibles, pero no lo conseguía. Por eso decidí hacer el collage, ya que con esta técnica me siento muy a gusto”. Un premio y un encargo que le hacen recordar su primera visita al festival y contemplar el tiempo recorrido: “La primera vez que estuve en Angulema fue en 1986 y, para alguien que viene de Canadá, del circuito francés de Montreal, era como venir a La Meca del cómic”. Tenía 20 años, viajaba con una expedición de jóvenes autores de su país y todavía no había publicado sus propios fanzines. “¡Y pensar que empecé haciendo unos sencillos fanzines fotocopiados y que, además, se llamaba ‘Dirty Plotte’”, comenta, riéndose, ya que la traducción al español del nombre de su fanzine es “vagina repugnante”.
El año pasado recibió el testigo como Gran Premio en Angulema a toda una carrera de manos de otro gigante como el estadounidense Chris Ware. Este año, Julie Doucet se lo transmitió al francés Riad Sattouf, que competía como finalista con las autoras Alison Bechdel y Catherine Meurisse. “Pero me alegré de que ganara Riad Sattouf”, precisa. Ahora que ya se ha liberado de la carga como presidenta de honor del festival, surge el interrogante de si va a reemprender la senda del cómic o va a preferir seguir con sus proyectos paralelos. “Lo que hago sigue siendo bastante narrativo, porque aunque haga collages siempre asocio palabras”, puntualiza. Y la respuesta, acorde con su carácter de huir de cualquier expectativa, queda en el aire: “No me ha quedado tiempo para pensar en otra cosa que el cartel, la exposición y la salida de ‘Suicide total’”. Vicenç Batalla
Presentarse en sociedad con el fanzine ‘Dirty Plotte’, es decir, “chochito repugnante” o “sucia fulana” en el doble sentido de “plotte” en dialecto quebequés, es toda una declaración de intenciones. Es verdad que en esta época preinternet –en que el underground y el do it yourself viajaban en ejemplares fotocopiados y grapados por las tiendas de discos y bares y a través de apartados de correos– Julie Doucet no pretendía ser famosa, sino dejar vía libre a todos sus fantasmas y deseos. Y con un buen toque de humor. En una primera etapa autoeditada, de 1988 a 1990, se sirvió del anuario de fanzines estadounidense ‘Factsheet Five’ para llegar más lejos y atravesar el Atlántico hasta Francia. Y la repercusión para una de las primeras autoras que utilizaba la autoficción y explicaba sin tapujos sus experiencias personales fue inmediata. En 1991, Drawn & Quarterly empezó a publicar trimestralmente el título con mayores medios. Simultáneamente, desde París, L’Association incluía a Doucet en su álbum de presentación y, posteriormente, le editaría varios libros con sus historietas en versión original en francés. Fueron diez intensos años, hasta 1998, y un total de veinticuatro números que la vieron consagrarse como referente femenina del cómic. Y luego, poco a poco, el eclipse. Hasta que se sucedieron los recopilatorios: en España, Fulgencio Pimentel publicó “Cómics 1986-1993” (2015) y “Cómics 1994-2016” (2017); en Canadá, Drawn & Quarterly editó “Dirty Plotte. The Complete Julie Doucet” (2018), y en Francia L’Association sacó el lujoso “Maxiplotte” (2021), compuesto de 400 páginas, la mitad de ellas con trabajos inéditos y cuarenta en color. El preludio de su gran retorno. Vicenç Batalla
Como historieta autobiográfica por capítulos más extensa que Doucet publicó en su ‘Dirty Plotte’, “Diario de Nueva York” (1998-1999; en España, 2001) es, seguramente, una buena manera de entrar en su universo entre temeroso y de afirmación como artista, entre su dibujo sucio y una necesidad de desmarcarse de las convenciones. Relata su estancia en Nueva York procedente de Montreal –de 1991 a 1992– para vivir una historia con su novio estadounidense que acaba por no funcionar en medio de noches de cerveza, ácido y epilepsias en Washington Heights, muy alejado del centro. Luego llegan su mudanza a Brooklyn para separarse de esta relación tóxica y, a la vez, su aceptación a lo grande en el selecto circuito de Art Spiegelman, Françoise Mouly y Charles Burns. Tras salir en español vía Inrevés, apareció en el tomo “Cómics 1994-2016” (2017) de Fulgencio Pimentel. El primero en recopilarla en francés fue L’Association como “Changements d’adresses” (1998) –Inrevés lo hizo en español en 2001– junto a otro par de historias más cortas sobre su explosión personal cuando ingresó a los 17 años en una escuela de artes plásticas en Montreal y tuvo sus primeras relaciones sexuales. Un notable ejercicio de sinceridad antes de continuar descubriendo mundo a mediados de los 90 en Seattle y Berlín. El complemento sería “Journal” (2004), un dietario entre noviembre de 2002 y noviembre de 2003, de vuelta a Montreal pero con nuevas escapadas a Berlín y Francia, al que en su momento no se reconoció su pertenencia al universo del cómic y que marca su desencanto con este medio. Vicenç Batalla
Seriada originalmente en un semanario alternativo de Montreal, “El caso Madame Paul” (1999-2000; en España, 2002) parece partir otra vez de lo autobiográfico –Doucet y su “marido” André se mudan a un nuevo apartamento– para adentrarse lentamente en un folletín que alterna el misterio con el humor costumbrista. La desaparición de su excéntrica casera da pie a un entramado de equívocos en el que participan diversos vecinos, a cuál más estrafalario, en una comedia humana sobre la bohemia del Montreal contemporáneo. La autora dibuja con el registro gráfico que más asociamos a ella, un dibujo inspirado claramente en la tradición underground, fuerte y “sucio” pero cálido y amable al mismo tiempo, con esos personajes cabezones que casi podríamos ver como unos funkos no pop, sino punk. En España la editó Inrevés y hoy aparece incluida en el recopilatorio “Cómics 1994- 2016” (2017). Poco después de terminarla, Doucet participó en el megatomo antológico “Comix 2000” (1999), dos mil páginas de historietas mudas con lo más granado del panorama alternativo internacional de la época. “El caso Madame Paul” marcó además un hiato para la canadiense. Desde entonces se alejó del cómic para concentrarse en la serigrafía y el linograbado –el libro “Long Time Relationship” (2001) recoge una colección de ellos–, la poesía, el collage o la escultura en papel maché. No volvería a las viñetas dibujadas salvo en escasas incursiones breves y, de nuevo en formato largo (literalmente), con su reciente y asombroso “Time Zone J” (2022), editado en versión francesa sobre leporello como “Suicide total” (2023). Pepo Pérez
La reinvención de Julie Doucet como autora de cómic propiamente dicha, pero con sus nuevas e intransferibles reglas. Publicado originalmente en soporte convencional con el título “Time Zone J” (2022), el formato de su versión francesa “Suicide total” (2023) desafía la concepción clásica del género, ya que, inicialmente, está dibujado a tinta sobre leporello, un cuaderno en abanico en que cada hoja aparece repleta de rostros, figuras animales y textos sin conexión aparente unos con otros, pero que mantiene una línea argumental página a página con Doucet como protagonista. En ella, la quebequesa cuenta su apasionada y esporádica relación con un francés de su edad a los 23 años, con quien se carteaba a partir de sus primeros fanzines ‘Dirty Plotte’ y su encuentro durante unos días en París en 1989, que supone el clímax y ruptura posterior, previo paso por el cementerio del Père Lachaise al más puro estilo romántico y los sueños recurrentes de regreso a Montreal. Jugando con los diferentes estratos de la memoria que supone este arriesgado trabajo gráfico, el resultado conmueve por su emotividad fuera del tiempo. Drawn & Quarterly publicó en 2022 una primera versión en inglés de formato tradicional, “Time Zone J”, antes de que L’Association haya sacado en 2023 la edición especial con versión francesa original en acordeón y el título de “Suicide total”. Casi veinte metros extendidos como una elipsis de más de tres décadas. Vicenç Batalla
Cuando el editor español Fulgencio Pimentel invitó en 2015 a Julie Doucet a realizar una nueva historieta para el segundo volumen recopilatorio de sus tebeos, “Cómics 1994-2016” (2017), la autora llevaba diez años sin hacer cómics. No contamos “Mi nuevo diario de Nueva York” (2010, recogida en el mencionado tomo), una crónica autobiográfica basada en los dibujos que hizo para su curiosa colaboración con Michel Gondry, el cortometraje “My New York Diary” (2010). Doucet aceptó la oferta de Fulgencio Pimentel y comenzó a dibujar una nueva historia autobiográfica, “No puedo más” (2016), pero dejó de hacerlo a la tercera página. “No puedo dibujarme”, confesaba en ella.
Completó la historieta con lo que llama “photo-comic”, un collage de recortes de fotonovelas italianas de los sesenta y bocadillos con textos igualmente recortados, como los que se pegaban antiguamente en las cartas anónimas para que no se reconociera la letra del autor. La canadiense escenificaba así su renuncia al cómic, a la autobiografía con que se la asociaba e incluso a la autoría. Una tendencia que ha afianzado con nuevos “photo-comics” en su libro “Carpet Sweeper Tales” (2016), inédito en España, con collages de viejas fotonovelas que tienden a una mayor abstracción por el absurdo de los textos recortados. Pepo Pérez