Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
Anoche, el madrileño Teatro Barceló abrió sus puertas para una celebración de lo villero: el rapero argentino L-Gante actuaba por primera vez en la capital, presentando su Cumbia 420, concepto sonoro que mezcla el rap con la cumbia propia de su país. El directo en Madrid se encuadraba dentro de un tour europeo que, en España, ya pasó en días anteriores por Valencia y Málaga, teniendo que retrasar esta última cita debido a un incidente con Iberia.
Cada vez es más complicado hablar de nuevas manifestaciones artísticas como generacionales. Actualmente, bajo el término se engloban expresiones creativas tan amplias y variadas como en el cajón de sastre que es el concepto “música urbana”. Lo urbano como paradigma lleva asociado de forma inherente los comportamientos sociales e ideológicos de la juventud: exaltación de los excesos, libido o mentalidad despreocupada como algunos de los principales. No obstante, ¿acaso no son las características de cualquier juventud posmoderna? Sí han cambiado las representaciones iconográficas a la hora de representarlas, si bien la música, casi por antonomasia, es generacional (cada una de ellas se asocia a una generación concreta).
L-Gante, como cualquier músico bajo el yugo de “lo urbano”, evita el término denominándose “cumbiero”. Cumbia 420 es la bandera del cantante, refiriéndose a la neocumbia villera de la que parten sus composiciones, rindiendo homenaje a uno de los géneros autóctonos de su país natal. “Villero”, en Argentina, hace referencia a alguien “que vive en una villa miseria”, es decir, alguien que construye una vivienda precaria sobre un suelo que no es suyo, generando asentamientos pobres e ilegales. Pese a las similitudes sociales que pueden existir entre dicho género y la música urbana argentina, los conciertos del rapero evolucionan hacia lo contemporáneo. Quizá nos encontremos ante uno de los directos más arquetípicos dentro de las nuevas formas de consumo: contextualmente, lo orgánico está siendo suplantado por lo performativo, pero lo moderno cada vez se deja más de lado en favor de lo tradicional.
Antes de la irrupción de L-Gante en el escenario, su DJ realizó una sesión de veinte minutos, cuya selección de canciones se puede entender como decisión política en torno al latinismo y la autodeterminación del cantante. “Al despertar”, de Rayito Colombiano; “17 años”, de Los Ángeles Azules; o “La colorada”, de los laureados Pibes Chorros –uno de los grupos esenciales de la cumbia villera–, fueron algunos de los temas escogidos con una clara intención referencial a la renovación del sonido tradicional por parte de la estrella de la noche.
Si bien el aforo rondaba la mitad del permitido, el público, como una hinchada, rellenó el espacio con gritos, ovaciones y, por supuesto, baile. “No somos raperos, somos cumbieros, perro”, es la declaración de Elián Ángel Valenzuela –nombre real del protagonista– impresa en los visuales que preceden al concierto, dando a entender que el espectáculo se rige por unos códigos diferentes a los comúnmente entendidos como urbanos. Sin embargo, este está marcado por dos partes claramente diferenciadas: en torno a un setlist de una hora de duración, la primera mitad está orientada hacia su faceta más rapera, mientras que la segunda investiga con la cumbia villera. No es de extrañar, por tanto, que el espectáculo comience con “BZRP Music Sessions #38”. Valenzuela se pasea por el escenario agitando las manos y manteniendo contacto cercano con su audiencia, aunque aparecen otros agentes hostigadores. Entre ellos, un par de bailarinas, dos coristas (uno de ellos apela a los espectadores más que el propio L-Gante), su DJ, un animador y el que haría un papel a caballo entre guardia de seguridad y regidor. Este último, además, se encarga de seleccionar aleatoriamente entre personas del público para subirlas al escenario, si bien su presencia –tan poco escondida e hierática durante todo el espectáculo– puede llegar a incomodar. “Titubeo” sigue a la sesión #38, mientras el rapero ondea una bandera argentina. Tras “L-Gante RKT”, un espontáneo con camiseta de Messi sube al escenario durante “Tinty Nasty”: el rapero intenta disimular el engorro ante unos guardias de seguridad cada vez más cercanos, pues el aficionado no quiso bajarse ni siquiera con la canción terminada. Media hora más tarde lo expulsaron del recinto.
Lo cierto es que, aunque Valenzuela se presente como cumbiero, su habilidad como intérprete es fundamentalmente el recitado: no en vano, su forma de rapear en directo recuerda a la vieja escuela, pues, aunque parte de un ritual diferente, en su performance reside la disciplina vocal que se aleja de todo aquello conocido como trap. Así, aunque el enfoque de la segunda mitad del concierto tenga un corte más villero, el cantante explota su faceta de rapero sobre bases tradicionales de cumbia. “Perrito malvado”, fruto de su alianza con la institución cumbiera Damas Gratis, fue una de las primeras canciones interpretadas por el artista en este tramo. Le siguieron temas como “Donde están los guachos” o “Pinta”, otra colaboración con Bizarrap, de sonido muy alejado a la citada anteriormente. Cantó a capela la canción de la selección argentina que se hizo viral durante el mundial de Catar: sobre la base de “Muchachos, esta noche me emborracho”, de La Mosca, la letra presenta a Maradona como cuidador de Messi desde el cielo (todo esto sucedía mientras Valenzuela lanzaba hacia el público una camiseta del número 10 de la selección). El tema, por supuesto, fue coreado más que algunas de las canciones propias del artista, en lo que se percibía como un concierto más para los suyos que para los de aquí. No en vano, el corista llamó a todos los argentinos, los chilenos, los colombianos o los venezolanos allí presentes en un grito panhispánico con el que celebrar, de algún modo, la contracolonización contemporánea gracias a las grandes promesas del trap argentino.
La traca final del concierto vino de la mano de “Anda sola”, “Tamo Chelo” o “Cumbia Mafia 420”. Finalizó, para sorpresa de todos, con una canción todavía inédita cuyo videoclip se está grabando a lo largo de esta gira europea. Aunque terminar así es algo arriesgado, la explicación del cantante en torno a la misma provocó que fuese una de las más disfrutadas por los asistentes (o quizá bailaron más porque sabían que estaban siendo filmados). “Ruido verde” toma su nombre de un participante del programa argentino ‘100% Lucha’ que el cantante veía cuando era pequeño. El luchador siempre salía al ring bailando cumbia, lo que le inspiró para componer canciones. Tras esta sonó de nuevo “Perrito malvado”, pero esta vez desde la cabina del DJ, mientras parte del público se subía al escenario a bailar y la otra despejaba el recinto.
En cierto modo, la lírica de L-Gante responde a los códigos ya manidos por su generación. Su música, por otra parte, también puede insertarse dentro de la tendencia juvenil de recuperar el archivo nacional para adornarlo a través de la electrónica. No obstante, su directo en Madrid demostró que, aunque los códigos sean los mismos, hay un componente ageneracional dentro del artista como parte de la nueva hornada de música urbana: el ritual comunitario que tiene lugar en torno a los géneros de baile es el hito fundamental de su concierto, nacionalista por discurso, pero panhispanista en lo visceral. ∎