Daltrey & Townshend en las redes de “Tommy”. Foto: Kike Rincón (Europa Press / Getty Images)
Daltrey & Townshend en las redes de “Tommy”. Foto: Kike Rincón (Europa Press / Getty Images)

Concierto

La remontada de The Who

The Who se presentó anoche por primera vez en Barcelona para dar el pistoletazo de salida a su gira “The Who Hits Back!” por ciudades de Europa continental y del Reino Unido. Para tal menester, y como ya ocurriera en su tramo norteamericano, Roger Daltrey y Pete Townshend se rodearon de una orquesta para dar salida a sus himnos generacionales. El Palau Sant Jordi no respondió al envite con las galas propias de una cita histórica, pero el veterano combo supo recomponerse devolviendo destellos de su leyenda sónica sobre los escenarios.

No cesan las incursiones a la “montaña mágica” bajo las promesas de una música que se resiste al archivado. Peregrinaciones, dentro de este calendario primaveral desafiante para las billeteras, para citarse con los últimos astros de la edad de oro del rock. Se asume en estas manifestaciones populares, como la de ayer en los dominios del Palau Sant Jordi, una voluntad por figurar en la memoria colectiva, por anotarse en los casilleros personales el haber estado presente en convocatorias de regusto histórico, un imperioso “yo estuve ahí”. La de ayer era doblemente señalada. Por primera vez, y casi con toda seguridad por última, se presentaba en suelo condal una de las bandas –el 50% para ser exactos– más compensadas y competitivas de la historia del rock: The Who. Una de las pocas, con permiso de The Kinks, capaces de disputar el podio de la música popular británica a los Stones y los Beatles.

Sin embargo, ese carácter histórico, esa deuda demorada hasta la última fase de una carrera iniciada con fulgor, rabia y desacato a la vejez sesenta años atrás, no parecía manifestarse en el ambiente previo, ni tampoco después en un Palau Sant Jordi que tan solo rozó la media entrada. El estadio de tantos lustrosos bullicios presentó demasiados claros que recordaron por qué la banda tuvo que cancelar su concierto en la misma ciudad y emplazamiento en un lejano 2006. Un intento por traerlos por primera vez que terminaría reubicado en Zaragoza ante el dolor de los tres mil fieles que se habían comprometido con la visita adquiriendo entrada. La maldición de Barcelona amagaba con ofrecer un nuevo fascículo. Por suerte el dispositivo estaba preparado, y parte de los temores se disiparon con la subida a la lona de los dos supervivientes: Roger Daltrey (79 años) y Pete Townshend (78). Esta vez acompañados por sus ya habituales Simon Townshend –hermano de Pete, a la guitarra y voz de refuerzo– y el aplaudido Zak Starkey, hijo de Ringo Starr, a la batería. La formación rock se completó con bajo, voz de apoyo y teclados.

Pero la singularidad de esta gira europea, que arrancó anoche, la configura la presencia de una orquesta. Un formato a priori enemistado con el latir rabioso, furioso y ruidoso que los catapultó como uno de los combos con mejor directo de la historia. Algunos vieron oxímoron en la conjunción de orquesta más The Who y, quizá por eso, más de los previstos declinaron la invitación fastuosa. Sin embargo, para una banda que se ha movido con soltura por tantos tramos de la historia del rock, brincando por géneros dispares y siempre desde una versatilidad admirable –notoria durante su etapa gloriosa, de 1965 a 1973–, la fórmula no resultaba tan desafortunada, especialmente con el setlist elegido.

Roger Daltrey, portavoz y voz. Foto: Xavi Torrent (Getty Images)
Roger Daltrey, portavoz y voz. Foto: Xavi Torrent (Getty Images)

El primer tramo de la noche quedó reservado para “Tommy” (1969). Una de sus exitosas incursiones en la por muchos temida arena de la ópera rock que parecía propicia para conjugar con la variante sinfónica presentada ayer. Aunque su apuesta pilló a todos con el pie cambiado en las presentaciones. La presencia notoria de treinta músicos de la Orquestra Simfònica del Vallés alrededor de Daltrey y Townshend desdibujó ese recuerdo irrecuperable de la gloria escénica pasada. Su introducción los presentó en un talante edulcorado y domesticado respecto a esos rebeldes sin causa que aporreaban guitarras sobre los altavoces, cargaban con chupinazos la batería del difunto Keith Moon e incendiaban el decoro de la sociedad inglesa. Los chivatos de alarma sonaron, pero también había motivos para agarrarse a la esperanza. Daltrey mantenía en la mayoría de envites su dotada voz, de anhelo blues, y los dedos de Townshend se deslizaban con precisión y maña por el mástil de su Fender. Esfuerzos por el momento inútiles en un ambiente donde circulaba aún cierto aire derrotista. Quedó patente en los primeros intentos de levantar el ánimo por parte de los dos principales protagonistas: ni Daltrey practicando sus emblemáticas maniobras con el micro ni los no menos icónicos molinillos de su compañero aceleraron el pulso de los convocados. Pero por suerte las cosas se enderezan, y la actuación de ayer fue un ejemplo de un menos a más en toda regla.

De resignarse por estar asistiendo a un nuevo capítulo de la maldición de la banda con Barcelona a celebrar la relectura de una música infinita. El punto de inflexión llegó al final de este primer tramo, cuando la orquesta dejó de socavar la presencia de la primera línea y su sonoridad wagneriana cuajó con los acordes de “Pinball Wizard”. La recuperación se confirmaría con un “We’re Not Gonna Take It” en la que los molinetes de Townshend, arropados por una intensa tormenta de cuerdas de la orquesta, por fin parecían incidir en el ánimo del público, sacándolo de esa distancia de separación entre la expectativa –removida por el recuerdo y la memorabilia– y la realidad. Parco en palabras, y sin descanso, el dúo enfiló el segundo tramo que conectó con sus éxitos de los sesenta, los setenta y otros períodos no tan fecundos. Fase que arrancó con un “Who Are You” con el que obtuvieron las primeras ovaciones sentidas de la noche. En “Eminence Front”, de su olvidable “It’s Hard” (1982), Pete Townshend cogió el micro para poner en aprietos el marcador de decibelios del recinto mientras lo envolvía ese sonido tan ochentero. Con “Ball And Chain”, de nuevo con el legendario guitarrista asumiendo protagonismo, la banda inglesa hizo la única concesión a su último repertorio, el prescindible “Who” (2019). Selección musical no demasiado gratificante que corrigieron, ya en formación de banda de rock –tras el abandono de la treintena de músicos de formación clásica del escenario–, con “You Better You Bet”, en la que Daltrey sufrió un poco con los los agudos. Su visión ganó en claridad con la llegada de “I Can See For Miles” y un “Substitute” como recuerdo de esa etapa primeriza en la que irrumpieron con una energía incontenible. Aunque la mecha de esa retrospectiva se prendió con la portentosa “Won’t Get Fooled Again”. El pabellón, ahora sí, entregado a ese vendaval rockero con el que abrieron una pequeña hendidura para observar, durante al menos unos segundos, esa formación que durante tantos años incendió escenarios a lo largo y ancho del planeta. El grito atronador de Daltrey corroboró el buen estado de su voz. A su lado, los molinetes de un Townshend siempre más comedido e introspectivo que su compañero por fin surtían su efecto entre un público que respondía al ofrecimiento histórico. Ese tramo de saltos temporales se despidió con “Behind Blue Eyes”, la única balada de la noche presentada con refuerzos de violín y chelo, ejecutadas por dos intérpretes que los acompañan en toda la gira y a las que no hubiera estado mal sumarles un grupo de coristas, para apoyar el infatigable chorro vocal de Daltrey.

Molinillo Townshend. Foto: Xavi Torrent (Getty Images)
Molinillo Townshend. Foto: Xavi Torrent (Getty Images)

En el tercer tramo, el del final, el grupo atacó otro disco que se compenetra con la propuesta escénica planteada. “Quadrophenia” (1973) brilló con el acompañamiento orquestal. “The Real Me” pronunció ese entendimiento mientras Townshend se desempeñaba con la acústica. Le siguió un “I’m One” con la que el guitarrista volvió a demostrar por qué está considerado uno de los mejores en su parcela de todos los tiempos; sus solos desprendieron destellos hipnóticos en su captura por las pantallas a un lado y otro del escenario. Una retransmisión en directo que solo se detuvo con la llegada de “5:15”, la única cuota nostálgica de la noche. Imágenes de archivo de todos los períodos en que la banda ha permanecido en activo, compaginadas con fragmentos de los dos héroes caídos en combate: aplausos tímidos para los añorados Keith Moon y John Entwistle. Mientras tanto, la carga sinfónica aumentaba el marcador de placer en el tramo más instrumental de la velada.

Con el público entregado, “Love, Reign O’er Me” volvió a constatar el poderío vocal que atesora Daltrey a sus casi ochenta tacos. Desgarros vocales correspondidos con pegada rockera. Y para terminar –sin opción a bis, porque tampoco hubo descanso alguno en las dos horas y diecisiete minutos que duró el encuentro–, ese “Baba O’Riley” mitológico que ya con su memorable apertura de sintetizador levantó al público de sus asientos. No fue “Live At Leeds” (1970) –¿alguien lo pretendía?–, pero asistimos a una mayúscula remontada. Porque quien tuvo, retuvo. Ayer, menos de los que deberíamos, lo pudimos por fin certificar en suelo barcelonés. Caras satisfechas a la salida, bolsillos amortizados y un sonado check en la probable despedida a una de las más grandes manifestaciones artísticas alumbradas por el planeta rock. ∎

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