Vicentico y los Cadillacs, siempre fabulosos. Foto: Alfredo Arias
Vicentico y los Cadillacs, siempre fabulosos. Foto: Alfredo Arias

Concierto

Los Fabulosos Cadillacs, canciones para siempre

La terna de conciertos que el grupo bonaerense ofrece esta semana en España empezó ayer en el WiZink Center madrileño con un irresistible festín mestizo de raíz jamaicana. La celebración llegará mañana –7 de septiembre– a Barcelona y el sábado –9 de septiembre– al festival Vive Latino de Zaragoza.

Canciones como “Matador” hay pocas. Una partitura de inspiración –y lírica– netamente local que se transforma –inevitablemente, es pura alquimia– en imperecedero himno de alcance global. Por eso no sorprende que el trigésimo aniversario de su concepción haya sido la excusa para poner en marcha toda una gira que, desde principios de este año y hasta finales del mismo, llevará a Los Fabulosos Cadillacs por medio mundo. Su breve tramo español empezó ayer en Madrid, con una de las configuraciones modestas del WiZink Center: solo pista, alrededor de cinco mil asistentes. Durante los preliminares –amenizados con una selección musical que incluyó canciones de The Doors, Horace Andy, Talking Heads, The Smiths y The Colourfield– se hizo notar el ánimo festero que se impondría durante la velada, pese al escepticismo de algunos: “Parece una discoteca de viejos”, comenta alguien poco antes de empezar, con inequívoco acento del Cono Sur.

El caso es que, bajo los focos, la media de edad se ha aligerado con las incorporaciones de Astor Cianciarulo a la batería y percusiones más Florián Fernández Capello a la guitarra, vástagos del bajista Sr. Flavio y del cantante Vicentico, respectivamente. Pero lo que no envejece –o lo hace francamente bien– es el himnario que el grupo ha ido elaborando a lo largo de las cuatro últimas décadas.

Tras el calentamiento provisto por el anfetamínico ska-punk de “Cadillacs”, asistimos al primer reventón térmico de la noche con “Manuel Santillán, El León”. Faltan volumen y profundidad de sonido, pero ese timbre vocal de Vicentico –dueño de un extraño encanto escénico que aflora casi sin querer– parece que todo lo puede, y la sangre empieza a fluir más y mejor por todo ese organismo que ahora forman miles de personas. Muy pronto el infalible estribillo de “Demasiada presión” será uno en la garganta de los asistentes y habrá contorsiones en la pista con el avance demenciado de “El muerto”: un patrón blaxploitation, algo de funk, fraseos ragga, un poco de thrash metal, solos de guitarra on acid. Aquí cabe todo y todo dios está por la labor, aunque el sonido –que ahora satura– no termina de encontrar su sitio.

Sr. Flavio, corazón de león. Foto: Alfredo Arias
Sr. Flavio, corazón de león. Foto: Alfredo Arias

Sobre las tablas, el saxofonista Sergio Rotman contribuye a animar el cotarro, dominando la sección de metales que adquiere incluso más protagonismo en el gozoso turno que empieza con la inmensa “Calaveras y diablitos” –nadie rehúye el coreo–, continúa con el twang de “Los condenaditos” –Vicentico sublime aquí, cada vez con menos ropa encima– y culmina con “El aguijón”, una picadura de reggae guapeao que se beneficia del aclarado sónico que ya no nos abandonará.

“Siguiendo la luna” es la antesala de un gran final difícil de igualar, en el que el grupo destila su variopinta esencia musical en un bebedizo embriagador cuya alta graduación parece reservada a unos pocos. De la melancolía pasamos al orgullo panamericano vía “V Centenario” –aquí hay mucho que celebrar, pese a todo– y después a la alegría de ser y existir en “Carnaval toda la vida”, a la que suman dos hits descomunales: “Mal bicho” –Vicentico echa el freno e intenta que todos guardemos silencio antes de rematarla, casi lo consigue– y “Matador”, que vuelve a desatar la locura entre el personal.

Como van tan sobrados de canciones para siempre, guardan para el bis otra tanda supersónica con la que culminar la hora y tres cuartos de concierto: la skatalítica “Mi novia se cayó en un pozo ciego”, el estándar de bareto “Vasos vacíos” –oro en la categoría de mayor conexión emocional– y “El satánico Dr. Cadillac”. Decidieron terminar con la muy hooligan “Oh oh oh” –Sr. Flavio pilla el micro, Vicentico se cuelga el bajo y hay totum revolutum sobre el escenario– para que el satisfecho respetable pudiera llevarse ese cántico postrero en su camino al metro y el bus, dejando fuera algún que otro emblema de su cancionero como “Gitana”, “Yo te avisé”, “Te tiraré del altar” o “Yo no me sentaría en tu mesa”. Pero nos lo hicieron pasar en grande, que es a lo que vinimos. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados