Es difícil transmitir, más allá de formalidades, lo bien que se lo pasa uno en un concierto. Estás más pendiente de disfrutar, seducido por embrujos como el de yunè pinku anoche en la 2 de Razzmatazz. Más aún cuando empiezas confirmando, prácticamente nada más repta el primer bajo, el enorme salto dado desde 2021 o, sin ir mucho más lejos, el último Primavera Weekender. El 2-step de dormitorio que servía para hilar –con sugerencia, con acierto– su discurso artístico, es hoy simplemente un aliciente sobre una paleta que es más aleación de techno –un techno etéreo, introspectivo, abstracto a veces– y progressive break –diluido este, estimulante, ascendente y evocador–. Brillan los temas de su último EP –“BABYLON IX”, candidatura desde ya, ahora que estamos con el electoralismo subido, a los mejores del año–, en los que la irlandesa de ascendencia malaya por momentos parece Grimes
performando cantar para Bicep: saca músculo en “Sports”, se abandona a una elaborada fluidez en “Fai Fighter”. Y hacia el final, de pronto, vira hacia el house y se concentra en tejer melodía sobre melodía. Y a uno se le olvida de qué iba a escribir y se deja arrastrar a la inconsciencia de esa
rave minimalista e hipnótica.
Diego Rubio