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Hora de decir adiós con una noche en la sala 1 de Razzmatazz dedicada a la electrónica y los ritmos urbanos en su más amplia acepción. Jordi y Guillem, aka JP Sunshine y Guim (si sois habituales de la noche barcelonesa, no os resultarán extraños), aka Ciutat, fueron los responsables de poner las primeras notas a esta velada. Lo hicieron revisando su álbum debut, “Brandon” (2023), estimulante artefacto sonoro que suena a house y pop de estribillos totales, electrónica crepuscular y jazz, flamenco y bolero. Oriol Rodríguez
Horrores le costó al novísimo rapero –víctima de un slot horario y ubicación absurdos: demasiado temprano y embutido entre grupos de rock– implicar al público extremadamente cohibido del Paral·lel 62. Interactuó reiterada y exasperadamente con los asistentes –incluso invitó a uno a subirse al escenario a beberse una birra del tirón– para animarles a ponerse de pie, acercarse, levantar los brazos y bailar, llegando incluso a bajar para generar un pogo, pero no fue hasta los últimos minutos cuando la gente perdió la vergüenza y se sumó a un festival de beats. A pesar de la agresiva soltura al micrófono del londinense, la sesión fue un pastiche que no acabó de cuajar hasta el final: su DJ urdió un acompañamiento que, si bien variado, del hardcore hip hop y el dub hasta el dubstep o el drum’n’bass, avanzó irregular y pareció un tanto aleatorio y falto de personalidad. Desde luego le falta rodaje, pero está claro que de energía, carisma y verborrea va sobrado: quizá en un par de años nos lo encontraremos en uno de los escenarios grandes del Fòrum. Xavier Gaillard
Empezando con “Txaman” y cerrando con “Lainoa” –dos de sus canciones más emblemáticas–, los vascos, engalanados de rojo brillante como no podía ser menos, aportaron al festival una dosis necesaria de stoner rock ancestral. Recién cumplidos los diez años de su formación, a estas alturas el dúo está perfectamente compenetrado, como revelaron las constantes miradas de pura exuberancia que se lanzaban continuamente sobre las tablas de Paral·lel 62. La guitarra impepinable de Koldo –sumisa a los riffs secos, aunque en ocasiones ingresando en terrenos más opiáceos de heavy-psych vía efectos de pedal e inspirados punteos– y la batería presidida por la revoltosa melena rizada de Úrsula –carente de florituras y directa al grano– montaron un percal pétreo –punto aparte merece su demoledora versión de “I Wanna Be Your Dog” (The Stooges)– cuyo claro objetivo no era reinventar nada, sino simplemente pasárselo lo mejor posible. Xavier Gaillard
El combo neozelandés se presentó ayer en formato quinteto sobre la tarima de Razz 2 –guitarra, bajo, teclados, batería y violín eléctrico (también teclados y guitarra)– para defender el pop canónico que Martin Phillipps lleva preservando desde hace algo más de cuatro décadas. Su música por momentos se recibe algo incorpórea. Es fácil que su pop entrañable caiga en estima, pero a su vez mantuvieron un desarrollo demasiado lineal, sin alzamientos anímicos que alteraran el riego sanguíneo. La puntilla atmosférica en la intro de la más acelerada “Monolith” fue una de las escasas desviaciones. Otra anotación de ritmo dinámico y mayor estridencia la proporcionó “The Oncoming Day”. Excepciones que confirmaron su inmovilidad ante un pentagrama efectivo y funcional, propio de un bolo engrasado y profesional en el que se echó de menos algo de dinamismo. Marc Muñoz