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Georgia Ellery y Jockstrap: la revelación. Foto: Marina Tomàs
Georgia Ellery y Jockstrap: la revelación. Foto: Marina Tomàs

Festival

Primavera a la Ciutat (4 de junio): el largo adiós

El adiós de Primavera Sound 2023 en Barcelona se concretó en una catarata de conciertos en salas mostrando plenamente la filosofía sonora del festival: electrónica y rock de alto voltaje, recién llegados y resurrecciones con fundamento, soul desquiciado y rap sin límites. Un largo adiós como recuerdo y promesa de lo que continuará esta semana en Madrid.

05. 06. 2023

Adelaida

La propuesta de la barcelonesa Adelaida se presentó en Razzmatazz 2 como un circuito cerrado de armonías vocales (auto)invocadas y sin marca sincronizada. A través de voces grabadas in situ, completadas con introspecciones a un catálogo amplio de sonidos de campo, la joven cantante, sola en escena, con la única compañía de una mínima cacharrería, se inmiscuyó en loops prolongándose con la adjunción de capas. Un conjuro sugerente revelado como cacofonías weird pop con un alto componente performativo, que singulariza una sonoridad indiferente a las reclamaciones del público masivo. Marc Muñoz

Ciutat

Hora de decir adiós con una noche en la sala 1 de Razzmatazz dedicada a la electrónica y los ritmos urbanos en su más amplia acepción. Jordi y Guillem, aka JP Sunshine y Guim (si sois habituales de la noche barcelonesa, no os resultarán extraños), aka Ciutat, fueron los responsables de poner las primeras notas a esta velada. Lo hicieron revisando su álbum debut, “Brandon” (2023), estimulante artefacto sonoro que suena a house y pop de estribillos totales, electrónica crepuscular y jazz, flamenco y bolero. Oriol Rodríguez

Ciutat y su sabroso melting pot. Foto: Marina Tomàs
Ciutat y su sabroso melting pot. Foto: Marina Tomàs

Cloud Nothings

El concierto del trío norteamericano en Paral·lel 62 fue impecable en todos los sentidos: una maquinaria impoluta de sonido sorprendentemente pesado. Tan impecable, de hecho, que incluso parecían estar interpretando en piloto automático; no ayudó su hieratismo escénico ni actitud lacónica, especialmente la del líder, Dylan Baldi, cuyo pasotismo rozaba el de J Mascis. Pero tan rotundos son algunos de sus hits que esta sensación de frialdad profesional poco le importó a un público entregadísimo a la retahíla de temazos, que incluyeron prácticamente la totalidad del “Attack On Memory” (2012), del cual están celebrando el décimo aniversario. Las piezas de pop punk pegadizo –“Stay Useless” y su inconfundible rasgueo guitarrero, o la fugaz píldora “Can’t Stay Awake”– y post-hardcore sudoroso –la instrumental “Separation”, con el batería Jayson Gerycz dejándose la piel– conjuraron pogos instantáneos e invitaron a media docena de individuos a surfear por encima de cabezas. Las composiciones más a fuego lento –los ecos grunge de la severa “No Sentiment”– sirvieron para airear el frenesí. No fue hasta el final cuando pudo entreverse la faceta más experimental del proyecto: se despidieron con la tunda de más de diez minutos de “Wasted Days”, cuya extendida sección instrumental de ritmo trepidante y ruido ascendente resultó ser un excelente punto final. Xavier Gaillard

Gilla Band

Ver al grupo dublinés en directo en Paral·lel 62 nos sirvió para volver a ratificar que el vocalista Dara Kiely no es, en efecto, el cadáver resucitado –y trasnochado– de Mark E. Smith. Y también para gozar de su artificiosa recreación en directo del abrasivo “Most Normal” (2022). Los ex Girl Band están bien curtidos en el arte de la gestión de intensidad: la banda sabe cómo y cuándo oxigenar las piezas con huecos y cómo rematarlas antes de que sean redundantes o degeneren en una abstracción feísta. Lo logran con un diseño quirúrgico de intervenciones y engranajes instrumentales: parte de la clave reside en la economía sincopada del batería-metrónomo Adam Faulkner, abrazando un rítmico post-punk (gustoso en especial fue su patrón minimalista-repetitivo de “Almost Soon”). Mientras, Alan Duggan le negó a la guitarra cualquier pretensión melódica, recurriendo a técnicas ruidistas y atonales para crear chirridos y telarañas en vez de acordes: los torrentes agudos de “Bin Liner Fashion”, el vaivén arriba y abajo de “Backwash” o el rasgueo fabril de “Post Ryan”. El discotequeo industrial de “Why They Hide Their Bodies Under My Garage?”, quizá la pieza más “asequible” de su repertorio, puso a botar a la sala entera antes de que se finiquitara el set. Xavier Gaillard

Gilla Band: gestionando intensidad. Foto: Christian Bertrand
Gilla Band: gestionando intensidad. Foto: Christian Bertrand

Japanese Breakfast

Tras pasar por la explanada del Fòrum el sábado, Michelle Zauner certificó bajo los focos de Razzmatazz 2 que su desayuno gana en calorías cuando se sirve en espacios cerrados. Lo suyo fue un contagio vitalista a la primera estrofa. Un pop suavizante con aromas del bedroom pop jovial y confesional de sus inicios y ese indie rock enternecido al que se ha ido abriendo. Las toxinas acumuladas durante los pasados días se diluyeron al segundo tema, con la ingesta de “Be Sweet”. Su delicado sonido tuvo una recepción anestesiante entre los cuerpos mullidos que tuvieron entereza para presentarse en la última jornada del festival. Un embrujo pop que defendió con su encantadora voz –que en algún momento sonó algo apagada– y provista de los diferentes instrumentos que la secundaron: violín, saxo, teclados, bajo, batería y un imponente gong en primer plano. Por su lado, se fue desempeñando como resolutiva música, alternando el uso de la guitarra eléctrica, la acústica, teclados y ese gong que aporreaba de vez en cuando sin perder su angelical sonrisa. Escenificó su candidez emocional en un dueto a piano con su guitarrista en la hermosa “Tactics”. Siguió ofreciendo sus sedosas caricias a los pabellones auditivos convocados incluso cuando se volcó en un registro más entristecido o cuando le dio por abrazar el shoegaze. Y al final resultaba obvio que sí, que “Everybody Wants To Love You”, Michelle. Marc Muñoz

Japanese Breakfast: Michelle Zauner, conocerla es amarla. Foto: Marina Tomàs
Japanese Breakfast: Michelle Zauner, conocerla es amarla. Foto: Marina Tomàs

Jockstrap

Otros que repitieron actuación en esta edición de Primavera Sound fueron Jockstrap en lo que supuso uno de los highlights de todo el festival. La llegada del dúo londinense a la sala 2 de Razzmatazz se saldó con un show digno de insertar en los anales del festival. La comunión artística entre la cantante, compositora y violinista Georgia Ellery y el productor Taylor Skype es una bendita anomalía que se recibe como un fuego cruzado entre el pop experimental, la escena de baile más rabiosa con denominación UK y el soundtrack de aroma clásico. Skype se postuló a mejor actor de reparto del festival, orquestando una batidora de ritmos y estilos infalible, de pista quebradiza. Martilleando su sintetizador, caja de ritmos y teclados, el inglés fue suministrando una base de EDM, techno, breaks, rave, acid house, dance y todo aquello que se le pasara por la cabeza mientras mantenía mirada de enajenado hacia un punto infinito de la sala. En definitiva, una capa de bajos atronadores y sonidos percutivos acomodados por la voz “terciopelo azul” de Ellery, quien por su lado parecía encarnar una ensoñación cinematográfica violentada por metralla moderna. De hecho, se plegaron a su espectro más cinemático con la también violinista de Black Country, New Road tocando una guitarra acústica que le costó calibrar. Desenvuelta como firme candidata a mejor actriz, Ellery fue ganando profundidad vocal hasta reencarnarse en una Judy Garland tocando en el mejor cabaret bar de un Hollywood en tecnicolor digital. En las partes calmadas de “Concrete Over Water” mantuvo al público enmudecido, como si estuvieran replicando la secuencia final de “Senderos de gloria” (Stanley Kubrick, 1957). Una plegaria a la banda sonora del Hollywood clásico, manoseada por los prodigiosos dedos de Skype lanzando su imbatible gen bailable contemporáneo. Su retrofuturismo mutable emprendió una marcha eufórica con la llegada de la pluscuamperfecta “Greatest Hits”, para terminar, ya con los ánimos totalmente descontrolados, con ese “50/50” de pulsión taquicárdica con la que demolieron el telón de fondo clásico y pusieron un backdrop rave para éxtasis de unos cuerpos que, por unos instantes, se olvidaron del dolor soportado en sus articulaciones. Los que estuvimos seguro que no olvidaremos uno de los mejores colofones en la historia del festival. Banda revelación, sin duda. Marc Muñoz

Taylor Skype y Georgia Ellery: Jockstrap en ebullición. Foto: Marina Tomàs
Taylor Skype y Georgia Ellery: Jockstrap en ebullición. Foto: Marina Tomàs

joe unknown

Horrores le costó al novísimo rapero –víctima de un slot horario y ubicación absurdos: demasiado temprano y embutido entre grupos de rock– implicar al público extremadamente cohibido del Paral·lel 62. Interactuó reiterada y exasperadamente con los asistentes –incluso invitó a uno a subirse al escenario a beberse una birra del tirón– para animarles a ponerse de pie, acercarse, levantar los brazos y bailar, llegando incluso a bajar para generar un pogo, pero no fue hasta los últimos minutos cuando la gente perdió la vergüenza y se sumó a un festival de beats. A pesar de la agresiva soltura al micrófono del londinense, la sesión fue un pastiche que no acabó de cuajar hasta el final: su DJ urdió un acompañamiento que, si bien variado, del hardcore hip hop y el dub hasta el dubstep o el drum’n’bass, avanzó irregular y pareció un tanto aleatorio y falto de personalidad. Desde luego le falta rodaje, pero está claro que de energía, carisma y verborrea va sobrado: quizá en un par de años nos lo encontraremos en uno de los escenarios grandes del Fòrum. Xavier Gaillard

Joy Anonymous

Como muchos otros proyectos surgidos durante aquel claustrofóbico 2020, Joy Anonymous nació como el divertimento de Henry Counsell y Louis Curran para hacer un poco más llevadero el dichoso confinamiento. La criatura, sin embargo, ha ido creciendo, y hoy, siguiendo la estela de colegas como Fred again.., ya destaca como uno de los nombres más estimulantes de la escena electrónica británica. Anoche en el Razz 1 evocaron la faceta más hedonista de su dance pop, ya de por sí radiante. Oriol Rodríguez

Joy Anonymous: estimulación electrónica. Foto: Marina Tomàs
Joy Anonymous: estimulación electrónica. Foto: Marina Tomàs

Loyle Carner

¿Hay actualmente algo más sumamente elegante que Loyle Carner entonando eso de “I know that these days are feeling cold / My love could take her home / As if we never knew / I was too young for you”, de su tema “Damselfly”? Definitivamente, no. Con su flow de terciopelo y sus rimas de cadencia sublime, el británico se mueve en ese terreno de confort en el que el hip hop de la antigua escuela toma sus tonos más orgánicos, empujado por una banda de reminiscencias jazzísticas. Lo descubrimos en 2017 con su debut “Yesterday’s Gone”, una auténtica joya del género que tuvo continuación con “Not Waving, But Drowning” (2019) y el más reciente “Hugo” (2022), cierre a una primera trilogía fonográfica que ahora nos sabe a poco. Muy poco. Su actuación del jueves en el Parc del Fòrum fue uno de los momentazos del festival. Lo de anoche en Razz 1 fue un nuevo regalo para los sentidos. Imposible no caer rendido cada vez que este tipo, amigo y compañero generacional de otros profetas del verbo como Tom Misch y Kae Tempest, pilla el micro para matarnos suavemente. Oriol Rodríguez

Niña Coyote eta Chico Tornado

Empezando con “Txaman” y cerrando con “Lainoa” –dos de sus canciones más emblemáticas–, los vascos, engalanados de rojo brillante como no podía ser menos, aportaron al festival una dosis necesaria de stoner rock ancestral. Recién cumplidos los diez años de su formación, a estas alturas el dúo está perfectamente compenetrado, como revelaron las constantes miradas de pura exuberancia que se lanzaban continuamente sobre las tablas de Paral·lel 62. La guitarra impepinable de Koldo –sumisa a los riffs secos, aunque en ocasiones ingresando en terrenos más opiáceos de heavy-psych vía efectos de pedal e inspirados punteos– y la batería presidida por la revoltosa melena rizada de Úrsula –carente de florituras y directa al grano– montaron un percal pétreo –punto aparte merece su demoledora versión de “I Wanna Be Your Dog” (The Stooges)– cuyo claro objetivo no era reinventar nada, sino simplemente pasárselo lo mejor posible. Xavier Gaillard

Sama Yax

Las sesiones de Ainara Marañón, DJ que cuando se asoma tras los platos toma el nombre de Sama Yax, son una centrifugadora de sonidos, rodando en espirales hipnóticas; en este caso, pistas de house y todas sus variantes: de balearic a acid. Mientras nos haga mover la cadera y volar la mente, todo tiene cabida en la recámara de esta sicaria del beat cuyo lema vital es “lucha por tu derecho a la fiesta y fiesta por tu derecho a la lucha”. Porque recordad que no hay revolución que nos interese si no se puede bailar, como hicimos anoche gustosamente en la 1 de Razzmatazz. Oriol Rodríguez

Sama Yax y el derecho a la fiesta. Foto: Cecilia Diaz Betz
Sama Yax y el derecho a la fiesta. Foto: Cecilia Diaz Betz

The Chills

El combo neozelandés se presentó ayer en formato quinteto sobre la tarima de Razz 2 –guitarra, bajo, teclados, batería y violín eléctrico (también teclados y guitarra)– para defender el pop canónico que Martin Phillipps lleva preservando desde hace algo más de cuatro décadas. Su música por momentos se recibe algo incorpórea. Es fácil que su pop entrañable caiga en estima, pero a su vez mantuvieron un desarrollo demasiado lineal, sin alzamientos anímicos que alteraran el riego sanguíneo. La puntilla atmosférica en la intro de la más acelerada “Monolith” fue una de las escasas desviaciones. Otra anotación de ritmo dinámico y mayor estridencia la proporcionó “The Oncoming Day”. Excepciones que confirmaron su inmovilidad ante un pentagrama efectivo y funcional, propio de un bolo engrasado y profesional en el que se echó de menos algo de dinamismo. Marc Muñoz

Erica Scally y Martin Phillipps: The Chills y la frescura del kiwi pop. Foto: Marina Tomàs
Erica Scally y Martin Phillipps: The Chills y la frescura del kiwi pop. Foto: Marina Tomàs

Unwound

A medida que iban desvaneciéndose los últimos acoples de la desintegrada “Were, Are And Was Or Is” mientras los miembros del grupo repartían entre el público ramos de flores en memoria de Vern Rumsey, su bajista original prematuramente fallecido, se respiraba en el aire de la sala Paral·lel 62 la sensación de haber asistido a un concierto que figurará en lo más alto de los anales del Primavera Sound. Los de Olympia, que regresaban veinte años después de su separación, ahora convertidos en un nombre seminal del circuito alternativo de los noventa, ofrecieron un apasionado recital centrado en sus primeros discos. Tras una hipnótica introducción paisajística con “Abstraktions” (muestra pionera de post-rock que levitó con el entretejido guitarrero entre Justin Trosper y el recién incorporado Scott Seckington), “All Souls Day” arrancó una selección representativa de su inventivo sonido, una imaginativa mezcla de post-hardcore, noise rock y emo. El set insistió en los temas que mejor alternan el detallismo de Trosper –susurros vocales y pasajes de guitarra melancólicos– con aplastantes explosiones de ruido melódico como “Usual Dosage”, “Kantina” o una brutal “For Your Entertainment”, que reventó la sala. Pero también hubo espacio para piezas a medio tiempo –“Corpse Pose”, de memorable estribillo y tajante línea de bajo, ejecutada con absoluta precisión y elegante groove por Jared Warren, ex de Karp y orgánico sustituto de Ramsey– y para trallazos puros sin ninguna concesión como “New Energy” o el ejercicio matemático de aceleración “Go To Dallas And Take A Left”, con una interpretación brillante de la versátil Sara Lund a la batería. Se echaron en falta pistas de su obra maestra tardía, “Leaves Turn Inside You” (2001), pero quizá esa sea la excusa perfecta para que vuelvan. Xavier Gaillard

Unwound: un retorno para el recuerdo. Foto: Christian Bertrand
Unwound: un retorno para el recuerdo. Foto: Christian Bertrand

Yves Tumor

Hay cosas que vienen marcadas por el destino, y alguien a quien llamaron Sean Lee Bowie en el momento de nacer estaba predestinado a hacer alguna cosa interesante en la vida. Con la música como válvula de escape del entorno ultraconservador en que creció, Bowie, ya renacido como Yves Tumor, se ha distanciado del resto como una de las estrellas más glamurosas del ecosistema sonoro actual. En el estudio se mueve entre la electrónica y el rock experimental de acento funk, pertrechado con materiales incendiarios como el muy reciente “Praise A Lord Who Chews But Which Does Not Consume; (Or Simply, Hot Between Worlds)” (2023). Sobre las tablas, es una fiera escénica fruto de la imposible alianza entre Iggy Pop y Honey Dijon, Wendy O. Williams y Afrika Bambaataa, capaz de convertir en algo histórico la más anodina de las veladas. La de ayer en Razzmatazz 1 no estaba siendo una noche para el olvido, pero Tumor –para él no hay días de impasse– lo da todo cada vez que sube a un escenario y la elevó varios niveles en la escala sismológica de conciertos demoledores. Oriol Rodríguez

Yves Tumor: black music sísmica. Foto: Marina Tomàs
Yves Tumor: black music sísmica. Foto: Marina Tomàs
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