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Los sudafricanos toman el mando en el escenario de Clamores. En este caso, y por primera vez en la noche, también los micros. Cantos locales, xhosanas, setsuanas o zulus (sabe Dios, yo no desde luego) planean entre “dings dings” campaneros. Si a uno le hablan de techno africano, supongo que lo más lógico es imaginar esta vaina. Ritmos marcadísimos, de tambor digital, machacados bajo la moviola vocal de dos negros dale que te pego, arriba abajo, con todo el cuerpo. A ratos es realmente primigenio. Naturalmente más puro, sin yo querer caer en el cliché del magical negro. La fórmula no tiene ni gota de blanca, pero todos la bailan como si les viniera de genética. Hay quien entona los gritos, que parecen de guerra, aunque para un hispanohablante suenen a onomatopeya. No son muchos, unos cuarenta, quienes han aguantado hasta esta cita bélica que acaba por despertar brincos y pasiones. Son pocos, no parió la abuela, pero no escasea el compromiso. Para mí que se exceden en su motivación, pero al personal lo capturan. En fin, acabada la sesión, asumo que me falta aspirina. Galo Abrain