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St. Vincent: Annie Clark, reina de Nueva York. Foto: Sergio Morales
St. Vincent: Annie Clark, reina de Nueva York. Foto: Sergio Morales

Festival

Primavera Sound Madrid (10 de junio): el eterno femenino

Además de la misa de coronación de Rosalía, el cierre de Primavera Sound Madrid en Arganda del Rey ofreció un soberbio desfile artístico de inequívoco acento femenino en el que la mayoría de artistas programadas brillaron con agradecido fulgor. De St. Vincent a Bad Gyal o de Caroline Polachek a Judeline, pasando por Nia Archives o Villano Antillano. El primer episodio del Primavera en la capital terminó convocando a 90.000 personas en este recinto –son datos de la organización– a lo largo de las dos jornadas de fin de semana.

11. 06. 2023

Arlo Parks

La cantautora británica asumió el reto de abrir uno de los escenarios principales del recinto, el Santander, mientras parte del público todavía estaba incorporándose al festival. Sin problema, enseguida vimos que iba sobrada de motivación y energía. Impulsada por un cuarteto ajeno a alardes pero envidiable en su ensamblaje sónico, conectó con el personal casi de inmediato y en progresión geométrica, despachando una agradable sesión de pop suave y reflexivo, idónea para ir soltando musculatura y entrando en materia. Entre medios tiempos sutiles –“Caroline”– y soft rock tonificante –“Purple Phase”–, lanzó inflamables descargas de adult oriented funk –“Too Good”– que se tradujeron en contenidos pasos de baile. También tejió tapices sentimentales con seda finísima –“Eugene”– y buscó en los confines del downtempo –“Sophie”– para terminar calzándose una Telecaster y electrificar aún más el set. Culminó esta historia de seducción en el territorio de la conquista gracias a “Softly”, poniendo la guinda a un concierto sereno que se disfrutó en modo chill, de tranqui. César Luquero

Arlo Parks: serena y expansiva. Foto: Alfredo Arias
Arlo Parks: serena y expansiva. Foto: Alfredo Arias

Bad Gyal

Cada vez que Bad Gyal pasa por un Primavera Sound supone un punto de inflexión en su carrera: no tanto por el show como tal, sino por el momento al que se asocia dentro de su trayectoria. Después de la rueda de prensa más memorable del festival en 2018, el concierto de este año, exclusivo para la edición de Madrid, sucedía mientras las pantallas de los escenarios colindantes emitían su debut como actriz en el nuevo anuncio de Estrella Damm. Siendo casi una estrella, y digo casi porque parte de su concierto en el escenario Amazon Music se solapaba con la cabeza de cartel de la noche, Alba Farelo se consagra como la verdadera princesa del pueblo: con los medios y la puesta en escena adecuados para estar completamente profesionalizada pero con un halo de diletantismo claramente intencionado. Destacable la máquina de humo que tiene en la propia mesa de sonido. Y que pese a tantos fade outs a negro, cada falso final venga seguido de un single del que ya te habías olvidado: lo suyo es una concatenación de hits imposibles de recordar por su desmesurada cantidad. Marta España

Los éxitos a porrillo de Bad Gyal. Foto: Alfredo Arias
Los éxitos a porrillo de Bad Gyal. Foto: Alfredo Arias

Caroline Polachek

A caballo entre el misticismo y el misterio, Caroline Polachek presenta un concierto medido con escuadra y cartabón que no dista mucho del que nos brindó en Barcelona en la pasada edición del festival. La imagen de diva que muestra todavía es una proyección de sí misma, que bien se materializará en un futuro: la suya es una mezcla entre Florence + The Machine y Lana Del Rey por la dinámica casi hippie dentro del oscurantismo. Sin embargo, no genera el sentimiento comunitario de la primera y está más cerca de los primeros trabajos de la segunda debido, fundamentalmente, al halo de frialdad que la rodea. En el concierto de Polachek en el escenario Estrella Damm todo es tan milimétrico que a veces entran ganas de preguntar “¿hay alguien ahí?”. Caroline canta y baila de manera hipnótica, casi robótica por precisa, y con un poco más de factor humano se hubiera encontrado el equilibrio perfecto: incluso bebe agua de manera coreografiada. El inicio es una concatenación de canciones excelente –“Welcome To My Island”, “Pretty In Possible”, “Bunny Is A Rider”, “Sunset”– a la que le sigue un largo valle de calma en el que se agradece la ruptura final con “So Hot You’re Hurting My Feelings”. Marta España

Caroline Polachek, en su isla. Foto: Sergio Morales
Caroline Polachek, en su isla. Foto: Sergio Morales

DJ Storm

El drum’n’bass tiene en DJ Storm un referente que no solo no caduca, sino que evoluciona y perfecciona con el paso de los años. Y el escenario Pull & Bear fue testigo de este drum’n’bass elegante y fino de la británica. Por momentos salvaje y por momentos reposado, como mandan los cánones del género, la sesión cumplió las altas expectativas que generaba su actuación para los amantes de este estilo musical. Nada más caer la noche, la Tormenta británica ya nos dio las primeras pistas de lo que le esperaba a los seguidores de la electrónica en Arganda. Alfonso Gil Royo

DJ Storm: lluvia de drum’n’bass. Foto: Rosario López
DJ Storm: lluvia de drum’n’bass. Foto: Rosario López

Domi & JD Beck

Es un espectáculo lo de Domi & JD Beck, como rubricó una excelente convocatoria de público pese a las horas: cinco de la tarde en el escenario Ron Brugal. Enfrentados, convocando una juguetona intimidad, la francesa y el norteamericano parecen dos niños prodigio jugando al juego de la música en una habitación de la que hace tiempo que no salen –ya vuelan sus cabezas y sus extremidades–. Y su concierto es todo un divertimento en los límites del jazz, entre ritmos de hip hop tenebroso y acidificado, lo que los acerca a una versión académicamente díscola de padrinos suyos como Thundercat o Anderson .Paak. Un viaje alucinado y alucinante, un paseo por la noche a las afueras de una ciudad Pokémon, dejan por el camino retazos de “Madvillainy” –“go buy this record”–, homenajes a George Duke o a Herbie Hancock –en “Moon”–, a Jaco Pastorius y Weather Report, bromas internas con Kenny G… Ella se descalza y maneja el bajo del concierto con un sintetizador a una mano mientras la otra viaja a la velocidad de la luz por las teclas del Nord. Él confiesa que han dormido una hora y deja un manojo de llaves encima de la membrana de la caja. Y los dos se intercambian bromas porque lo mejor siempre es reírse de uno mismo: “Esta es la primera canción que escribimos, así que objetivamente tiene que ser la peor”, dijeron refiriéndose a la impresionante “Not Tight”. Es aquí y en “Sniff” donde se concentran todas sus virtudes, sus excentricidades, su virtuosismo y su profundidad, en esa herejía jazzística que haría levantarse de la silla al mismísimo Squarepusher. De lo mejor del festival. Diego Rubio

Domi & JD Beck: herejía jazzística. Foto: Sergio Morales
Domi & JD Beck: herejía jazzística. Foto: Sergio Morales

Gaz Coombes

La duda era cómo iba a afrontar en directo el otrora cantante de Supergrass la exuberancia sonora de “Turn The Car Around” (2023), su último álbum. Quedó resuelta en cuanto apareció en el escenario Tous con cinco músicos más y abrió con “Salamander” y su prominente saxo. No solo iba rodeado de una bandaza, sino que encima se escuchaba todo bastante bien. Agradeció al público que no estuviera en el escenario de The Voidz: “Yo también quería verlos”, dijo entre risas. Y bordó un repaso a su carrera en solitario centrado en su cuarto trabajo (brillante, por ejemplo, “Long Live The Strange”), salpicado de algún tema de los dos anteriores. Constantes cambios de guitarra y mucho carisma en un Coombes cómodo en su nueva madurez musical y contento de ser parte del cartel: “Esta es mi primera vez en Primavera, después de tantos años tocando”. Seguro que no es la última. Laura Pardo

Gaz Coombes: sobrevivir al britpop. Foto: Rosario López
Gaz Coombes: sobrevivir al britpop. Foto: Rosario López

Grupo de Expertos Solynieve

El sol aún estaba en lo más alto cuando los de Manu Ferrón y J arrancaron con “La nueva reconquista de Graná”. Solo un puñado de festivaleros de vieja escuela se habían atrevido a acercarse a primera hora de la tarde para presenciar su concierto, pero mereció la pena. Con el batería Antonio Lomas, una especie de Keith Moon andaluz, poniendo más ganas que nadie y llevando en volandas al grupo, la cosa pintó bien. Hubo lugar para las canciones más nuevas (“El pleito”, “Una grieta”) y para las más antiguas (“La reina de Inglaterra”, con la que cerraron el set por todo lo alto); para las más celebradas (“Dime” y su versión de “Déjame vivir con alegría”, de Vainica Doble) y para las más bonitas (“Tú, misionero de Dios”). Disfrutaron sobre el escenario Estrella Damm e hicieron disfrutar también al público. JuanP Holguera

Grupo de Expertos Solynieve: J y Antonio Lomas, a su rollo. Foto: Pilar Morales
Grupo de Expertos Solynieve: J y Antonio Lomas, a su rollo. Foto: Pilar Morales

Jayda G

Encargada de cerrar el escenario Pull & Bear y con pegada acorde a la hora y al momento, Jayda G no sorprendió demasiado con su comparencia, muy enfocada en ofrecer un amplio espectro de house que, aunque pueda mantenerse evolutivo entre buenas ideas, conexiones y matemáticas del drop, también muestra evidentes signos de monotonía en una sesión que se prolonga hasta las dos horas. Invocando a Disclosure y a Channel Tres, por supuesto, pero también a los Gorillaz de “Andromeda” y a productores más experimentales como SBTRKT o Daphni, fue subiendo la intensidad poco a poco entre progresiones y cantaditas, mezclando clásicos de dance con estándares soul y combando la línea entre el electro alternativo de los 2000 y el acid, recordando por momentos a lo que podría haber sido una versión neoyorquina de Justice y acercándose siempre a las fronteras de la Hi-NRG, deslizándose a veces hacia el tech-house y regresando después a su corpus seductor, bailable y con esa maleabilidad tan característica del groove. Diego Rubio

Jayda G: house florido. Foto: Pilar Morales
Jayda G: house florido. Foto: Pilar Morales

JPEGMAFIA

A otro que le gusta experimentar disparatadamente, obviamente en el terreno del hip hop, es a Barrington DeVaughn Hendricks. Peggy para los amigos, que son los pocos que pasaron de ver a Rosalía y que disfrutaron de echarle caldo a las numerosas ollas humanas que se conformaban, por arte de magia para inmediatamente volver a mezclarse, celebrando así la intensidad del acto. Ya que de la parte lírica a lo rapeado suele ser difícil de seguir por estos lares. Con el fantástico disco “SCARING THE HOES” (2023) al alimón con Danny Brown, cuesta comprender por qué viajó solo hasta el Primavera Sound de este año. Está claro que en su escena la pasta manda, como en todas, y probablemente nadie mejor que uno mismo para llevar el ritmo del show. Además, si se terminan las barras antes que las líneas musicales, pues se corta y a por otro tema. Pinchando tu vídeo lo-fi cuando se tenga a mano o dejando el logotipo (en color) –fusilado a PlayStation– en modo salvapantalla. Una anécdota para terminar: cuando nos preguntó “¿Sabéis qué veo desde aquí?” –queriendo hacer notar que casi no había calvos entre su público–, obtuvo una obvia respuesta colectiva, “¡Caras blancas!”, a lo que replicó con el zasca “Eso es de racistas”. Y una duda, para ir a dormir en paz: ¿cómo es posible no perder el cordón dorado que sostuvo, a modo de rosario entre la mano y el micro, durante todo el concierto del Ron Brugal sin parar de moverse? Miguel Tébar A.

JPEGMAFIA: money rap. Foto: Pilar Morales
JPEGMAFIA: money rap. Foto: Pilar Morales

Judeline

¿Qué pasaría si las playas de Cadiz estuvieran en Los Ángeles? La respuesta puede tenerla Judeline, que llega al escenario Plenitude a primeras horas de la tarde con el bolso en ristre, divina ella, dispuesta a llevarse su peculiar quejío al R&B electrónico y jugando a acomodarlo con delicadeza entre el fondo instrumental que le diseñan con oficio los tres miembros de su banda: programación y guitarra, sintes y batería. Lo dio todo, incluidos temas ya clásicos de su primer EP como “otro lugar • despertar” y nuevos éxitos como “Zahara”, una versión de “Fanática de lo sensual” con final en plan salsa, y otra de Antonio Carmona y hasta una nueva canción, un dancehall muy británico pendiente de estrenar el próximo jueves, mientras un especialista hacía BMX por el escenario. Pero era complicado, colándose todo el rato el sonido de Wednesday desde el vecino Amazon Music, apreciar debidamente una propuesta que gana en los pequeños detalles, en los espacios y en la sensibilidad. Diego Rubio

Judeline y su R&B con raíces. Foto: Rosario López
Judeline y su R&B con raíces. Foto: Rosario López

Kelela

Algún acople en el micro durante los primeros compases hizo temer que el concierto de Kelela, en el escenario Plenitude, atravesara los mismos problemas de sonido que experimentó en Barcelona, pero pronto se disipó cualquier duda. El masaje de los bajos, quirúrgicos en su dilución, iba invitando al trance mientras su voz servía como guía a través de los temas de “Raven” (2023), su último y excelente trabajo. Y te ibas introduciendo con suavidad en un show minimalista en el que ella ejerce como única protagonista, vestida de senadora de Coruscant, dibujándose sinuosa sobre la pantalla trasera entre abstracciones psicodélicas y fundidos de color. Va haciendo salidas teatrales e invoca la idea de un club introspectivo, fundiendo en una misma nebulosa drum’n’bass, jungle, chill, trance, bass, IDM y prácticamente todas las sutilezas clubber que se le ocurran a la de Washington D.C. solo para hacer perderse en ella, como quien se pierde en la profundidad de un espeso bosque, todos los matices de su voz. Y mientras, recorriendo sus canciones como insectos mecánicos, como pajarillos batiendo sus alitas de hierro, pequeños glitches a veces apenas perceptibles. Al final, con “All The Way Down”, un preciosa tormenta de beats estalla en el espacio entre moléculas vocales, en una irrepetible tensión armónica. Y Kelela se marcha emocionada y seguramente consciente de que este de Madrid ha sido, hasta ahora, su mejor concierto en el Primavera Sound. Diego Rubio

Kelela en su buen momento. Foto: Alfredo Arias
Kelela en su buen momento. Foto: Alfredo Arias

Måneskin

Bonita reventada la de Måneskin en el Amazon Music. Todo el personal la peta con “Gossip”. Saben dar el pistoletazo de salida. Curiosa la americana sin espalda de Damiano David, que compensa con una camiseta ceñidita de cebra. Temática que por cierto comparte con la bajista, Victoria De Angelis. Quien diga que el rock está muerto que se dé un paseo por aquí. La gente pierde el culo por estos riffs de stoner rock sobre letras que casi parecen drill, salvo por los muy acertados estribillos que entonan hasta las abuelas de los asistentes. Devoción total por parte de los músicos. Diría que es su primer concierto de no ser porque no fallan una puta nota. Damiano habla español con esfuerzo y ganas. A la gente le emociona la implicación. Camela bien. Sabe que al público se le gana con su propia lengua. Ah, con eso y con unas ganas palpables de tocar. Estilazo, oye. “Supermodel” patea las piernas del público, incluso de quienes no conocen su pop-rock animoso. Las fans amenazan con arrancarle la piel cuando se echa encima de la barra de seguridad. “Beggin”, aunque admiten que está trillada, la tocan. Y gozada para sus fans, que la berrean y saltan como si amenazase un incendio forestal. “For Your Love” acaba de machacar el ánimo para que las palmas se disparen. Bueno, como ellos mismos dicen, “en el nombre del padre y del espíritu santo”, porque merecen un rezo. Si estás en el rock, estos son tu pase a la satisfacción. Ah, y ya de paso, con algunas aprendes algo de italiano. Denominación de origen. Matan la genial jugada con Damiano quitándose la camiseta –vaya con el sex symbol y vaya con su tatuador; y vaya con todos, que están más buenos que un torrezno…– con “I Want To Be Your Slave” como banda sonora. La canción hace a todo el mundo ponerse de rodillas hasta la reventada popular. Ahí todo el mundo salta y la cosa no decae hasta “Cool Kids”, última de la tremenda motivada que nos regala Måneskin. Tema con el que, además, Damiano nos concede la visión de sus gayumbos entre una marabunta de fans que invaden el escenario. Galo Abrain

Måneskin: Victoria De Angelis y Thomas Raggi, satisfacción rock. Foto: Rosario López
Måneskin: Victoria De Angelis y Thomas Raggi, satisfacción rock. Foto: Rosario López

Molly Payton

Sola con su guitarra, lo que tenía que haber sido un tranquilo concierto íntimo se convirtió en una lucha contra los elementos. La neozelandesa la ganó a base de talento, una voz preciosa y exponer sus vulnerabilidades. Pero tuvo problemas técnicos y peleó en el pequeño escenario The Vision en el que se colaba ruido desde varios puntos. Aun así, se las apañó para regalarnos media hora de canciones absolutamente personales que la desnudez del acústico hizo sonar aún más honestas. Y quedó claro que el futuro le pertenece. Esperen y vean. Laura Pardo

Molly Payton y sus problemas. Foto: Rosario López
Molly Payton y sus problemas. Foto: Rosario López

Nia Archives

Increíblemente programada después de Kelela y justo en el escenario homólogo, el Cupra, la británica trazó todas las líneas que pudieran faltar entre Norteamérica y Reino Unido con transbordo en Jamaica con una sesión altamente energética que se basó en lo que mejor sabe hacer: dar una clase de jungle. De hecho, suelta samples rastafari que susurran “voy a enseñaros lo que es jungle”; no es que se esconda demasiado. Altera su dominio de la mesa con extrovertidas muestras de talento vocal, ejerce de speaker con modestia pero con determinación y deja transiciones perfectas, finísimas, entre estribillos clásicos de soul y furia jungle, entre bajos dub que serpentean con pulsos funk y cantaditas de UK garage. Y transforma, por qué no, a los Yeah Yeah Yeahs en drum’n’bass. Si se le escapa el plato, lo recupera con la soltura de un Fred again.., y si los tiene que dejar, los deja directamente para ponerse delante y arrancarse a cantar temas propios, como “Forbidden Feelingz”. Y entre todo ello nos permite constatar que ahora mismo hay poca peña ahí fuera que maneje el equilibrio entre el 4/4 y los ritmos rotos como Nia Archives. Diego Rubio

Nia Archives: hechicera de ritmos rotos. Foto: Sergio Morales
Nia Archives: hechicera de ritmos rotos. Foto: Sergio Morales

Overmono

Dio para mucha tela, durante todo el festival, la coincidencia horaria de los escenarios Cupra y Plenitude, enfrentados y escupiéndose sus cañones. Pero sin duda el concierto en el que más se notó fue en el de Overmono, sepultado absolutamente por los imponentísimos bombos de Charlotte de Witte, bruja negra del acid techno conjurando un aquelarre. Es cierto que si te sitúas bien, en el centro, y te adentras entre la poca gente que baila como esperando el amanecer, puedes conseguir entrar poco a poco y que tu cerebro bloquee la arremetida que intenta colarse entre cada break, pero de verdad que De Witte lo pone muy difícil. Eso sí, el dúo británico no se achantó un pelo en este involuntario duelo de titanes electrónicos y llevó a cabo un show que es en sí mismo un homenaje y al mismo tiempo una relectura de toda la historia de la música electrónica del Reino Unido desde finales de los ochenta. Pinchan a Bicep o a Fred again.. y recuerdan a Burial o a Orbital, miman los subgraves con la delicadeza de un Four Tet, abrazan el conflicto con The Bug, se incendian con Jamie xx, invocan el plenairismo de las raves, la pasión melódica del progressive, la suspensión ondulante del dubstep primigenio y el sonido de Ikonika, la alucinación del dub y la furia del grime, el 2step, el speed garage, So Solid Crew. Pero no hay viaje posible ante el aluvión belga de De White, dejando a Madrid sin el que fue, a ojos de este humilde cierrafestivales, el mejor cierre en la edición de Barcelona (¿y la confirmación de que Overmono es, ahora mismo, el mejor dúo de electrónica del mundo?). Diego Rubio

Overmono: lección de historia electrónica. Foto: Pilar Morales
Overmono: lección de historia electrónica. Foto: Pilar Morales

Pépe

Sorpresa mayúscula para la mayoría del público presente en el pequeño espacio donde realizó su actuación, Jose Bernat aka Pépe ofreció en Boiler Room un set en el que demostró que su propuesta va más allá de la clásica sesión de música para bailar. Con influencias de la escena de clubes de Brighton donde se curtió como DJ, a este valenciano no le tiembla el pulso para introducir sonidos experimentales como envoltorio de unos ritmos imbatibles. El público quedó ensimismado por el baile mientras, al mismo tiempo, nuestro hombre hacía volar su imaginación. Su sesión fue impecable y tuvo mucho de congregación de fieles, algunos ya conocedores de sus bondades a los platos, y otros (la mayoría) recién convertidos para la causa. Debería ser ya uno de los referentes de la música de baile inteligente en Europa. JuanP Holguera

Pépe, el sibarita valenciano. Foto: Pilar Morales
Pépe, el sibarita valenciano. Foto: Pilar Morales

Sevdaliza

La iraní (perteneciente a la comunidad persa neerlandesa) Sevda Alizadeh en esta ocasión no mostró prácticamente excentricidad alguna, ni siquiera recurrió a visuales, coreografía o a su llamativo estilismo. Además, el sonido que en directo mezclaron en una bola de ultragraves sus tres músicos (teclista, chelista-guitarrista y baterista) no reproduce la solemnidad e interesante producción contenidas en sus dos álbumes o en su EP intermedio. Comenzar, en el Estrella Damm, ante un público predispuesto a cierta “rareza artística”, enlazando las baladas “Darkest Hour”, “Human” y “Human Nature” parece una declaración situacional. Pero al sonar “Oh My God” la probable intencionalidad ravera se impuso. Evidenciando que si para animar la fiesta hay que simular un facilón DJ set, pues se hace a medio concierto, que nadie pedirá cuentas, aunque uno prefiera bailarle “Everything Is Everything”, por ejemplo. Posdata: Su anunciado temazo “Ride Or Die“, junto a Villano Antillano, fue cantado en Barcelona tal cual, pero al coincidir ambos horarios en Madrid no fue posible tal colaboración. Miguel Tébar A.

Sevdaliza: sin mucho misterio. Foto: Sergio Morales
Sevdaliza: sin mucho misterio. Foto: Sergio Morales

St. Vincent

Es fácil imaginar que cuando alguien se aficiona a una artista como Annie Clark lo hace antes por la estética que por el art rock, aunque en definitiva sea una expresión pop (alternativo, experimental, barroco, electro). No es la primera vez que St. Vincent nos muestra por acá un nuevo alter ego, en el caso de “Daddy’s Home” (2021) es el de una prototípica rubia de final de los años cincuenta y comienzos de los sesenta en Estados Unidos. Rubia, sí, pero para nada tonta; todo lo contrario. Incluso por momentos parece Juliette Lewis en alguno de sus inquietantes papeles. Una música tan enérgica que, a la primera de cambio (“Digital Witness”), jubila el theremín tras pajearlo y quebrarle la antena. Lo disfruta descendiendo a cantar “New York” y darse un ligero baño de afecto entre la primera fila, no sin antes estar a punto de romperse algo: las tiritas en las rodillas color carne predicen señales de impulsividad. Y sabe hacer creíble el revolcón en que termina su lucha de cornamentas y guitarras, entre una de sus tantas Ernie Ball y la Fender del relevante Jason Falkner, al final de “Sugarboy”. No menos nivel que el citado músico le dan la teclista-corista Rachel Eckroth, el juguetón bajista Justin Meldal-Johnsen o el versátil baterista Mark Guiliana. Un disfrute, en el escenario Santander, que entra por los ojos y perdura en los oídos. Miguel Tébar A.

St. Vincent: art rock con peligro. Foto: Sergio Morales
St. Vincent: art rock con peligro. Foto: Sergio Morales

The Voidz

Emoción visceral en el escenario Ron Brugal con The Voidz. El guitarrista Amir Yaghmai parece un colgado metiendo los dedos en un enchufe. Vaya personaje Julian Casablancas. En una crew motera o en un garito supergay, sus guantes de conductor profesional le dotan de un aire de camorrista privilegiado, básicamente un supersadomaso… Ay, es encantador. El personal se lanza al baile de los hombros bamboleando como si fuera una obligación. Quizá hay demasiada electrónica. Aunque estén todos los instrumentos que pueda querer uno en un grupo de rock, a ratos parece un karaoke cutre de The Strokes. La peña parece estar más por nombre que por contenido. Es muy posmo. Casi hasta la médula. Me falta devoción. Tenemos las cuatro primeras filas emocionadas y una granja de interventores detrás. No se saben ni una, pero como si tal. Dicho sea, cuando pasan a un rollito reggae nadie se queja. No sé, no me parecen lo que venden. Habrá a quien le guste, pero hay cosas más concretas. Más puras. Menos “zumbo a mi puta bola sin importarme nada que no sea yo”. Ahora, ¿si son buenos músicos? ¡Pues claro! Nadie está aquí confundiendo un Re con un La. Yo qué sé, para mí les falta caña. Y podrían darla. Canciones no les faltan. Ojo, que al menos Casablancas tiene un guiño genial recitando un poema en español. Todo es de un efervescente sobrecargado. Hay mucho Strokes, pero sin culminar. Así, entre nosotros, pintaba mejor de lo que es. Rematan con un par de canciones rarunas pero buenas. Bien administradas. Voz sosegada bailando sobre ritmo seudoindie de cuerda de guitarra tocada al aire. Acabo por pensar que a lo mejor soy yo, que me esperaba algo más canónico, y terminan flirteando con lo experimental. Especial mención al batera, Alex Carapetis, que hace músculo por encima de todos. Rematan grave. Duro. Bien. Culminan con la zumbada más melódica y, por fin, el público se enardece. Es de bandera el riff que pone a todo el mundo a tope. Ya podrían haber empezado por ahí… Galo Abrain

The Voidz: Julian Casablancas, ese hombre. Foto: Alfredo Arias
The Voidz: Julian Casablancas, ese hombre. Foto: Alfredo Arias

Villano Antillano

Aunque con “Hembrismo” (2022) ya logró romper barreras y estereotipos, desde su icónica colaboración con Bizarrap (la número 51), Villano Antillano se ha convertido en el mayor referente LGTBI de la música urbana latina. Su último disco, “La sustancia X” (2022), lo ha terminado de corroborar. Y, puestos a reivindicar, ¿por qué no hacerlo perreando hasta el suelo? La puertorriqueña ofreció en Madrid un recital de dembow, reguetón y rap en el que valores como la diversidad y la libertad tenían la misma o más importancia que los ritmos. Éxitos como “Reina de la selva”, “Cáscara de coco” o la propia Bizarrap Session son un claro ejemplo de ello. De cómo Villano también lleva a sus directos esa capacidad para poner a prueba nuestras articulaciones con su propuesta provocadora, valiente e irreverente. Alfonso Gil Royo

Villano Antillano: el cuchillo tropical. Foto: Pilar Morales
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