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Kendrick Lamar: el gran verbo. Foto: Alfredo Arias
Kendrick Lamar: el gran verbo. Foto: Alfredo Arias

Festival

Primavera Sound Madrid (9 de junio): surtido de sensaciones

Primavera Sound Madrid por fin pudo estrenar su sede en Arganda del Rey con una jornada de alta intensidad artística en la que Kendrick Lamar y Depeche Mode se llevaron la parte del león en cuanto a capacidad convocatoria, aunque hubo muchos otros conciertos para el recuerdo, en todos los géneros y para todos los públicos, con el expediente del acceso por carretera al recinto en hora punta pendiente de resolución o, al menos, de mejora.

10. 06. 2023

Alvvays

Los conciertos de Alvvays siempre suponen el desahogo y la catarsis colectiva. Del mismo modo que la nostalgia, provocan felicidad y tristeza al mismo tiempo, como un recuerdo o como el pensamiento de que lo que estás viviendo te pondrá melancólico en el futuro. “Blue Rev” (2022) se consolida entre los que será uno de los álbumes clave de su discografía: con “Pharmacist” y “After The Earthquake” al principio del concierto, el quinteto canadiense recibía una respuesta purificadora y con poco espacio para un setlist en crescendo. La voz de Molly Rankin se encuentra acompañada por unas armonías casi perfectas de Kerri MacLellan y sobre una instrumental mayormente centrada en la textura. Algo posible también por ser uno de los conciertos que mejor sonaron de toda la jornada. Pese a ello, el sonido del escenario Plenitude se veía mermado por un zumbido constante que provenía del concierto de Four Tet, que como un murmullo se escuchaba de fondo incluso en las canciones más enérgicas. Pese a una defensa impecable de su nuevo trabajo, “Archie, Marry Me” y “Dreams Tonite” se alzan por encima del resto, y quizá por ello estén escondidas en los lugares más sorpresivos del repertorio. Marta España

Alvvays: Molly Rankin y su dualismo indie pop. Foto: Rosario López
Alvvays: Molly Rankin y su dualismo indie pop. Foto: Rosario López

Baby Keem

Hay que tenerlos bien puestos para clavarse en mitad de un escenario de proporciones masivas como el Estrella Damm solo. Una pantalla mutante detrás que va reproduciendo imágenes de gamas cromáticas marcadas, cuando no apocalípticas grabaciones de desastres naturales en intensos verdes, y punto. Baby Keem es un “yo soy yo y mis circunstancias” del hip hop siglo XXI. Sorprendentemente, gasta todo el escenario con su figura solitaria en mitad de la trinchera. Da que pensar que un único tipo, cargado con un micro, cautive tanto. El sucesor de Tupac, dicen. No lo veo tanto. Ahora, cuñado de Drake o Lil Wayne; de cajón. Nada que envidiar. Viendo esa cara de serio que masca todo el concierto, tienta decir lo contrario. Y sin que eso le impida declarar mucho amor. Dice querer a todos los que lo escuchan, sin perder el jeto de estar al quite para soplarte un guantazo. Eso lo embruja, cargándolo de un aura de magia negra (valga la obviedad). Las bases de sus temas invitan, pero es que resulta casi imposible no alzar el brazo. Mecerlo arriba y abajo. El público, de hecho, cae rendido y salta como si pisara brasas al rojo. Luego hay pirotecnia. Fogonazos que parecen hasta depilarle las cejas al menda. Ha aprendido del espectáculo rockero y su gente se lo agradece. Los emociona. Vaya que sí. Solo, contra el peligro, el bebé se luce. Sea o no tu rollo, hay que aplaudirle la soltura, el carácter… el estilo Baby Keem. Galo Abrain

Bad Religion

El riff de “Personal Jesus” alcanza a oírse a lo lejos. Lo interrumpen los Ramones, hey, ho, let’s go, mientras aparecen cinco siluetas sobre el escenario Cupra. Y ya es otro Jesús, el americano, el que inicia a todo trapo un concierto repleto de himnos imperecederos del hardcore melódico: “No Control”, “Suffer”, “Punk Rock Song”, “Recipe For Hate”… Hasta un “Generator” que comienza a capela Greg Graffin –con la voz ya en condiciones, después de notarlo un poco justo al principio– y sigue de inmediato el entregado auditorio. El sonido tardó algo en acomodarse y también el público, en flujo constante. Y los acoples imprevistos aparecieron más de una vez. Pero para cuando los bien engrasados californianos cerraban la veintena de canciones con “21st Century (Digital Boy)” el aluvión de estribillos coreables había hecho que se perdonara todo. Laura Pardo

Bad Religion: reliquia hardcore. Foto: Rosario López
Bad Religion: reliquia hardcore. Foto: Rosario López

Bala

Hay mamarrachos que dirían que esto es ruido. Pues eso, quien lo haga, será un cenutrio sordo. O inculto, mejor dicho. Es de parca qualité no saber gozar de la brutalidad desafinada de Bala. Las amazonas arremeten sobre el escenario Cupra. Son pura bestialidad femenina. Estas tipas tienen más ovarios que pulgas una perra callejera. La cita es una rapsodia heavy cañera que pierde el ritmo, se entrecorta, se ensucia en el vuelo atravesada por corrientes de gritos desbocados. Eh, y nada de carencias. Todo parece bien premeditado. Si hay algún defecto se explota como virtud. A la guerra, las llevaría de camaradas. Y de banda sonora. Galo Abrain

Bala: ruido purificador. Foto: Alfredo Arias
Bala: ruido purificador. Foto: Alfredo Arias

BEAK>

Dan el pistoletazo de salida bajo los focos del escenario Ron Brugal con una introducción trance que migra a un stoner rock instrumental que se alarga hasta el inicio de “Sex Music”. La fórmula se repite a lo largo de casi todo el concierto. Billy Fuller gobierna el medio, sentadito, como un patriarca gitano, arrimado a su bajo, que es lo único que le da pintas de músico. De no ser por ello, es más un padre de familia llevando a sus hijos a las clases de ajedrez. Geoff Barrow, el baterista miembro de Portishead, de voz melindrosa y potente, juguetea con los platillos hasta que desvirga las canciones. Hay ramalazos de un jazzero que esto parece The Blue Note. Oh, y de la tercera pata, del “mezclas” Will Young, se puede esperar casi todo, colgando como cuelga esa melena lobuna sobre sus gafazas mafiosas. Se le ve un traviesillo. De hecho, a lo largo de los temas es el encargado de entrarle con bizarradas inesperadas. El conjunto es más new age que el zeitgeist. Su minimalismo les aterriza como una palangana de misticismo y se rebozan en él hasta las rupturas en los temas. Ahí, la peña se entona. Porque entran duro. Duro en plan bien. Evolucionando hasta la fiesta techno-instrumental como si fuera de lo más normal la historia. BEAK>, concluyendo, es sinónimo de sello personal. Galo Abrain

BEAK>: Geoff Barrow, de viaje. Foto: Pilar Morales
BEAK>: Geoff Barrow, de viaje. Foto: Pilar Morales

Beth Orton

Con diez minutos de retraso salió Beth Orton al escenario Plenitude, entendemos que empleados en tratar de calibrar las dificultades de sonido que atravesó el concierto en sus primeros compases: acoples incómodos, su voz –rota, madura, temblorosa, como la de una Marianne Faithful– apenas audible y la intensidad de Julia Jacklin amartillando cualquier conato de contemplación folk. No es casualidad que en Barcelona la británica estuviera programada en el Auditori. Su propuesta, que descansa fundamentalmente en la desenvoltura de hipnóticas progresiones que define su último trabajo, más apegado a baladas elevadas a piano y ramalazos de spoken word sobre una minimalista pintura instrumental y paisajes evocadores pincelados por el saxo. Son los momentos de estallido shoegaze –e incluso un final más AOR–, con la banda monolíticamente compactada, los que permiten conectar con un show que, en general, está pensado para entornos lejanos a la idea de festival. Diego Rubio

Christine And The Queens

El nacido Heloïse Adelaïde Letissier quizá siempre recuerde haber debutado en la capital de su país vecino coincidiendo con el día en que estrenó mundialmente su cuarto trabajo –conceptual, en tres actos y titulado “PARANOÏA, ANGELS, TRUE LOVE” (2023)–, en el cual dio comienzo el Meltdown londinense, comisariado por él mismo –un hito a sus 35 años–. En hora y cuarto, sobre el Amazon Music, a Chris/Red le dio tiempo a presentarnos un tercio del brillante trabajo bendecido por Mike Dean, escogiendo un par cortes en los que suena la voz narrativa de la incombustible Madonna y los dos junto a 070 Shake, además de dos de sus sencillos. De “La vita nuova” (2020) rescató el tema principal y de su disco con el pelo corto ninguna. Apareció con constrictora falda de media cola blanca, guante negro en la izquierda y visible frase “We Accept You” tatuada en el antebrazo derecho. Al terminar “Ma bien aimée bye bye” ya se había liberado de la voluptuosa prenda femenina quedando en pantalón negro y chaleco. También terminó quitándoselo tras “Let Me Touch You Once”, mostrando pezoneras en forma de estrella plateada ¿Previendo censuras? El último atrezo sería una gabardina negra con alas blancas para iluminar el espacio abierto con “Lick The Light Out” y antes de despedirse con “To Be Honest”: “Es el final de todo este poema”. Los once minutos de “Track 10” resumen el logro musical que acompaña a esta performance y a su gran voz liberada. Miguel Tébar A.

Christine And The Queens: amor y paranoia. Foto: Sergio Morales
Christine And The Queens: amor y paranoia. Foto: Sergio Morales

Georgia

Georgia pasa el concierto sola e interactuando con la audiencia congregada frente al escenario Tous: una forma en la que parece mucho más emergente de lo que es, haciendo de su show una experiencia cercana y familiar. Su propuesta, que no deja de ser un electropop normativo, sorprende por su puesta en escena: la hija de Neil Barnes dispone de un escenario compuesto por un teclado al lado izquierdo y una batería deconstruida en el centro, formada mayoritariamente por pads y dispuesta para que la inglesa sea capaz de tocar de pie. Así, su formación como baterista se reinventa en un show donde también tiene que interpretar el papel de frontwoman. No quiso desvelar muchos detalles de su próximo álbum, disponible a finales de julio, dejando de tocar incluso “It’s Euphoric”. Mayormente lineal, el concierto se pausa en el centro con una canción que dedica a la pérdida de un amigo y cierra con su particular versión de Kate Bush (“Running Up That Hill”). Marta España

Georgia subiendo colinas. Foto: Alfredo Arias
Georgia subiendo colinas. Foto: Alfredo Arias

Karate

Austeros, con sonido impecable y público. Los de Boston ensamblaron con buen gusto y precisión técnica canciones hirientes como “There Are Ghosts”, “Water”, “Operation: Sand” o “Sever”. Dieron algún alivio a la congoja con “First Release” y “Original Spies”. E hicieron con “If You Can Hold Your Breath” o “Gasoline” la esperada y escasa parada en su debut noventero. Ese que aprisionaba a la primera escucha, sin intención de soltarte el resto de tu vida. Porque cuando Geoff Farina grita en directo “sugar” la piel se te pone de gallina. Literalmente. Post-hardcore, emo, desarrollos jazzísticos en la medida justa, toques funk… Terminó con los once minutos de “This Day Next Year” y supo a poco. Porque, aun siendo de día y en un escenario pequeño como el Tous, este concierto ya hace que todo el festival merezca la pena. Laura Pardo

Geoff Farina y Karate: prestación para el recuerdo. Foto: Alfredo Arias
Geoff Farina y Karate: prestación para el recuerdo. Foto: Alfredo Arias

Kendrick Lamar

¿Se puede ofrecer todo desde el minimalismo? La respuesta tras ver a Kendrick Lamar debutar en la plaza madrileña –en el escenario Estrella Damm– solo puede ser afirmativa. Con un set hiperabultado, con el que exprimió la hora y media de duración, Kendrick fue Kendrick en lo que se refiere a profundizar desde lo sencillo. Su sola presencia escénica, embutido en un outfit rojo Bloods y gorra fitted de L.A., apenas acompañado de un fondo, juego de luces y un puñado de bailarines, es suficiente para llenar el espacio, generar una experiencia artística y mover masas, aunque en ocasiones el público acompañase con el silencio ante determinados coros –aunque sí fue generoso en energía, no obstante–. El repertorio compartido por Kendrick Lamar en Madrid fue antológico, retrotrayéndose a singles de sus primeros compases como “A.D.H.D.” y no dejando nada en el debe al rapearse himnos como “Swimming Pools (Drank)” y ofrecernos incluso la presencia de su primo, Baby Keem, en “Family Ties”. Sin duda, una experiencia que certifica a Lamar como una de las voces generacionales más interesantes. Al Sobrino

Kendrick Lamar: King Kunta. Foto: Alfredo Arias
Kendrick Lamar: King Kunta. Foto: Alfredo Arias

Kyary Pamyu Pamyu

En el espectro del pop, Kyary Pamyu Pamyu se encuentra al borde de un extremo: el de la pomposidad y lo estrambótico que roza lo hortera, por lo menos a nivel visual. Su propuesta, sobre el Tous, resulta novedosa por el contraste: Kyary es una idol al más puro estilo nipón, pero una bakala, casi poquera y con pinceladas de dubstep, como si un concierto de Skrillex se convirtiera en clase de aerobic. Eso es, de hecho, lo más admirable de su propuesta. Con una exaltación de la feminidad de lo más pueril y un cuerpo de baile que pareciese la animación de un complejo hotelero, la japonesa cautivó al público a unos niveles que rozan lo militar: pocas veces se ve a tanto porcentaje de la audiencia seguir al dedillo las coreografías que marca el artista. Creo que no exagero si digo que será uno de los conciertos más memorables de todo el festival. Marta España

Kyary Pamyu Pamyu: tecnicolor japonés. Foto: Alfredo Arias
Kyary Pamyu Pamyu: tecnicolor japonés. Foto: Alfredo Arias

Los Hacheros

Dale mamita, que han llegado los cabezones del son de Puerto Rico. Latino-africanos, un poco pálidos para el estereotipo, pero de leucocito musical claramente rumbero. Menuda macedonia de caderazos locos a la que invitan estos caballeros sobre las tablas del Estrella Damm. Mala pata que, salvo algunos comprometidos, la mayoría de los espectadores sean tirando a mástiles de barco. Lástima, más que nada, de la hora: las seis de la tarde. Esto hacia la medianoche pone a tono hasta a los droguetas comatosos. Instrumentalmente la llevan dentro. Pilotan el ritmo mejor que un metrónomo. Vientos, cuerdas, percusión… Oye, papá, qué nivelón tropical. Hay poca peña, poca devoción para un roneo tan bueno. Al menos, eso sí, cuando se ponen a repartir “Azúcar” los pocos párrocos levantan las manos y les rezan con grandes sonrisas. Nada, no me sale crítica negativa, si acaso solo al público. Grandes músicos, grandes invocadores del baile. Grandes, muy grandes, estos Hacheros. Galo Abrain

Los Hacheros: sabor, sabor. Foto: Sergio Morales
Los Hacheros: sabor, sabor. Foto: Sergio Morales

Mora

El excelente sonido del escenario Amazon Music avaló en todo momento la comparecencia del puertorriqueño en el Primavera Sound Madrid, una fiesta paradisíaca de colores violetas decorada con bien de fuego y bien de megatrones que pudo llevarse el premio a concierto más coreado del festival. Hasta los camareros de las barras cercanas repetían los estribillos de “APA”, su colaboración con Quevedo; de “Volando”, su remix con Bad Bunny –cómo no, su voz tenía que resonar en el PS–; o, sobre todo, de la ultraviral “La inocente”, que dejó uno de los momentos más emotivos de la noche. Hubo recuerdo a España con la interpretación de “7 lágrimas” y mucha conversación con Puerto Rico –“la capital del perreo”–, pero sobre todo quedó constancia de que Mora no necesita de muchos trucos y pregrabados para armar un buen party: flanqueado por bailarinas y por un DJ que mezcla el show en directo y que también maneja un par de sintetizadores, su reguetón club con trazos de EDM disfrutón tiene espacio para subgraves más trap y hasta para un interludio de synthwave virando al glitch. El paraíso era una carretera con luces de neón. Diego Rubio

Mora en el paraíso de Puerto Rico. Foto: Pilar Morales
Mora en el paraíso de Puerto Rico. Foto: Pilar Morales

The Delgados

La banda de culto indie se fundó hace casi tres décadas en Glasgow y poco más de diez años después se separó, siendo cuarteto e influyendo en más grupos de lo que pareciera. Ampliada la familia a una decena músicos: necesario teclista, cuarteto de cuerdas y flautista. Fichajes necesarios, tanto tiempo después, para evocar en primera persona aquellas preciosistas canciones. Historias pegadizas como “I Fought The Angels” o “No Danger”, con la cual abrieron un bolo (en el Cupra) al que solamente le faltó el remate, impedido por el retraso acumulado en el escenario de enfrente. Una ejemplar alternancia, la de Emma Pollock y Alun Woodward, que cuando unen sus voces siguen multiplicando en estos conciertos para recoger méritos a cambio de un poco de buena nostalgia. Miguel Tébar A.

The Delgados: el renacido orgullo de Glasgow. Foto: Pilar Morales
The Delgados: el renacido orgullo de Glasgow. Foto: Pilar Morales

The Mars Volta

El logotipo utilizado para el homónimo álbum de regreso, tras el hiato 2012-22, induce a engaño porque solamente la breve “Graveyard Love” separa los dos bloques con cinco temas célebres del debut y su sucesor. Sendos espejos verticales reflejan el cielo azul embellecido por algunas de las nubes que supuestamente arruinarían la primera jornada suspendida, aunque precisamente el escenario Amazon Music es el que más barro escondía bajo el césped artificial. Una bandera de resistencia puertorriqueña despojada de color sobre los amplificadores del guitarrista Omar Rodríguez-López. Un micrófono y pie de ídem dorado para el cantante-malabarista Cedric Bixler-Zavala, quien ahora recuerda a un Abraham Boba (con melena tintada) que se lo hubiera engullido. Elegante el primero, vocalmente mermado el segundo de ambos cofundadores. Eficaz la renovada banda de rock progresivo contemporáneo. Miguel Tébar A.

La eficacia de The Mars Volta. Foto: Rosario López
La eficacia de The Mars Volta. Foto: Rosario López

The Moldy Peaches

Tras veinte años sin subirse a los escenarios, The Moldy Peaches anunciaron el pasado noviembre una gira de regreso, que en Madrid vino acompañada de unos cuantos problemas de sonido. El grupo de culto estadounidense sonaba (y suena) tanto al arquetipo indie folk de los años dosmil que su concierto en el Primavera Sound pareciera desfasado, o casi fruto de un revival del género. Que los Moldy Peaches son radicalmente más divertidos en concierto que dentro de casa ya es un clásico que se intensifica con su extravagancia: al escenario Cupra salieron ataviados con los disfraces más estrafalarios, entre ellos una Kimya Dawson vestida entre gato y concursante de Mario Kart que se pasó todo el concierto sentada en su coche de carreras. Mientras, un Adam Green disfrazado de marinero daba un solo de flauta digno de un niño de sexto de primaria, cuya mediocridad era totalmente intencionada: cualquiera podría pensar que nos están tomando el pelo, cuando en realidad de quien se burlan es de ellos mismos. Marta España

The Moldy Peaches: diversión radical. Foto: Rosario López
The Moldy Peaches: diversión radical. Foto: Rosario López

Tomberlin

Dulce como un tofe, Tomberlin me recuerda a esas chavalitas del oeste profundo norteamericano que se descuelgan por la gran ciudad en busca del estrellato. Si quieres un rollo indie-sosiego-guitarrita-folk, esta es tú chica. Canta tan acaramelado… Me derretiría si el techno trallero que la rodea me dejara escucharla. Sobre el Pull & Bear está nerviosa, ríe tonta y vergonzosamente. Tampoco sé por qué, he visto más gente en un after de Murcia a las once de la mañana. El más motivado, un guiri con una barra de pan en la mano a medio comer y otras cinco en la mochila. Pongamos que Tomberlin es joven. Canta bien, aunque a ratos se le disparen los agudos como a un chavalín de gónadas pubescente. Con el tiempo, acabará de banda sonora de una comedia romántica. Ese día, diré con hipócrita orgullo: ¡Yo la vi en su primer concierto en Madrid! Imagino que, para entonces, su guitarra ya sonará mejor… Galo Abrain

Tomberlin: ¿demasiado pronto?. Foto: Sergio Morales
Tomberlin: ¿demasiado pronto?. Foto: Sergio Morales

Trueno

En pleno auge del reguetón y la música urbana, Trueno se ha convertido en el mayor abanderado del hip hop de raíz de la Latinoamérica actual. Y sus conciertos son la mayor prueba de ello. Su directo, en el Ron Brugal, fusiona rap con géneros como el rock con tal maestría que por momentos nos traslada a épocas de leyendas como Cypress Hill o Rage Against The Machine. La puesta en escena de canciones como “Dance Trip”, “Tierra Zanta”, “Ñeri” o “Buenos Aires en llamas”, con trabajadas y divertidas coreografías incluidas, demostraron por qué el directo de Trueno y su banda es uno de los mejores valorados de la escena. Directos en los que además siempre deja espacio a la reivindicación con luchas como el racismo, en esta ocasión sacando una camiseta del futbolista Vinícius al grito de: “yo paso mucho tiempo en España y sé que no sois un país racista”. Alfonso Gil Royo

Trueno: tormenta argentina. Foto: Sergio Morales
Trueno: tormenta argentina. Foto: Sergio Morales

Tzusing

Una especie de Liquid se montó el malayo Tzusing en The Warehouse By Dice, sirviendo una rave global con el industrial bass como hilo conductor pensada para rendir culto al bajo y a la manera en la que el sello PAN –que celebraba sus quince años acaparando toda la programación del escenario– lo entendió desde sus inicios: reptante a veces, quebradizo otras; repetitivo y ondulante; diluido e implosivo; otras, expansivo y vibrante. IDM con arraigo en la cultura broken beat y una colección de ritmos folclóricos de distintas partes del mundo colisionaron con synth de película de acción futurista, con un break que por momentos viraba hacia el minimal dubstep y con dembow industrial y sintético à la Safety Trance. Dubs abstraídos, música de videojuego en contacto estrecho con marchas procesionales, batucadas o inmersiones submarinas completaron un viaje intenso y deconstruido que, en el fondo, siempre leyendo entre líneas, demostraba una constante intención de perversión pop. Diego Rubio

Tzusing: perversión de géneros. Foto: Pilar Morales
Tzusing: perversión de géneros. Foto: Pilar Morales

VTSS b2b LSDXOXO

Martyna Maja, VTSS, mimando los bajos, dándoles distintas formas, haciendo que muten, con sutileza, en su revestimiento exterior. Raushaan Glasgow, LSDXOXO, desatándose en agudos hardcoretas. Y entre medias un bombo berlinés que sirve casi siempre de colchón. Revelándose como un b2b más en tensión que en armonía, esta fiesta de hard dance, electro queer y cantaditas perturbadas esconde, realmente, mucho macarreo, exhibiendo (en el Cupra) una actitud feísta a la hora de servir los ritmos y los drops. Y termina convertida en una rave un poco desordenada, con un anacrónico punto retrofuturista y una sensación caótica, entregada en sus momentos finales completamente a la zapatilla. Un final premonitorio: el verdadero caos y el verdadero hardcore estaban por venir. Diego Rubio

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