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“El creador de los años dorados de Pink Floyd”, así reza en la cartelería, inicia la primavera en la vieja Europa con segunda parada en la península tras dos fechas en la capital de Portugal, en el comienzo de la segunda fase de su gira “This Is Not A Drill”. Roger Waters tituló así su séptimo tour –“Esto no es un simulacro”– antes de la pandemia y obviamente ha tenido que posponer hasta el pasado verano sus cuarenta y tres bolos por Norteamérica, más los consecutivos cuarenta por nuestro continente, sin contar cancelaciones extramusicales en Polonia y Alemania. Hablamos de una serie de eventos subtitulados con el reclamo “Primera gira de despedida”, hecho que no deja de sugerir la sensatez de alguien que terminará con tal sobreesfuerzo poco antes de convertirse en otro ilustre octogenario del rock, por muy buen estado físico que muestre.
Estamos ante una ocasión en la que confluyen otras celebraciones, ya que el revolucionario “The Dark Side Of The Moon” (1973) acaba de cumplir medio siglo, y justamente cuatro décadas “The Final Cut” (1983), el duodécimo trabajo de Pink Floyd y último con Waters como miembro cofundador. Por si algún despistado no se enteró del fallecimiento de Richard Wright en 2008, el grupo actualmente lo conforman Nick Mason y David Gilmour. Del primero de los citados álbumes seleccionó la mitad de sus temas y del otro solamente el corte que lo cerraba. Aunque son sobradamente conocidas las inspiraciones de “El lado oscuro de la luna”, a su querido amigo Syd Barrett también lo recuerda, a modo de rúbrica autobiográfica, en “Shine On You Crazy Diamond” y “Wish You Were Here”, que tituló el álbum del mismo nombre publicado en 1975 y del cual también rescata su único single, “Have A Cigar”. De “Animals” (1977), el siguiente largo de los Floyd, basado libremente en la fábula política de George Orwell “Rebelión en la granja” (1945), solamente sonaron los balidos mientras la propia “Sheep” hinchable se pasea entre el público. Al igual que, llegado su momento, hace el icónico cerdo volador en representación de los poderes económicos de sometimiento.
Alguien tan acostumbrado al concepto y a la polémica no deja arenga al azar, y desde el inicio de su gran espectáculo –de 145 minutos de duración, con descanso ya descontado– se lo advierte a la audiencia que asiste y llena los elegidos recintos cubiertos para disfrutar de sus politizados conciertos. La voz en off del periodista James Ball lee lo que las pantallas muestran justo antes de comenzar: “Si eres una de esas personas que dicen ‘amo a Pink Floyd pero no soporto el discurso político de Roger Waters’, harías bien en irte al jodido bar ahora mismo”. Significativa es su nueva versión de “Comfortably Numb”, con la que comienza el show y a la que le extrae parte de su desarrollo instrumental, sustituyéndolo por unas portentosas voces góspel que remarcan la intencionada solemnidad de los versos “Is there anybody in there?… the dream is gone”.
“The Bar” es la única canción aún inédita que presenta hoy en día en directo. “Fue escrita durante el confinamiento y tiene muy larga duración, por lo que mostraré un par de fragmentos. Apareció en algún sitio en mi cabeza, corazón y alma donde tengo conversaciones internas. El bar representa ese lugar donde pienso que aún puedo charlar con cualquiera, mientras tomamos una copa sin miedo a que nadie nos mande callar o nos encierre por no querer escuchar lo que tenemos que decir. El piano es el centro del bar y todo este espacio es el propio local”. Y en torno a tal instrumento se centra para entonarla en comunión familiar en los dos tramos del concierto, no sin antes dar sendos discursos merecedores de algunos silbidos de impaciencia o desaprobación, llegando a brindar con mezcal casi al final del bolazo, antes de despedirse con “Outside The Wall”.
La canción “Is This The Life We Really Want?”, que tituló su cuarto y último álbum de estudio en solitario, también está siendo interpretada por vez primera en directo en esta gira. Ejemplo, junto a “The Powers That Be” y “The Bravery Of Being Out Of Range”, de su carrera paralela a Pink Floyd. De su disco de debut por cuenta propia, “The Pros And Cons Of Hitch Hiking” (1983), no hay rastro. Obviamente, al que no quiere ni puede dejar de recordar abundantemente es al célebre “The Wall” (1979), de Pink Floyd.
Además del óptimo nivel audiovisual –con proyecciones envolventes desde el round central en forma de cruz que invitan a cuestionar a cualquier otro artista que cobra más ofreciendo mucha menos excelencia técnica– y de la decena de músicos perfectamente ensayados, no puede pasarse por alto –ni se debería minusvalorar, pese a una cierta megalomanía– el premeditado mensaje de este azote de líderes mundiales, siempre con ánimo de despertar unas mínimas inquietudes en ética social y medioambiental. Sus denuncias son tan explícitas como claros los alegatos de defensa. Pero si se quiere ahondar en controversias, sugeriría que para eso está Twitter o la reciente entrevista concedida al medio ‘Der Spiegel’, con Meron Mendel –el director del Centro Educativo Ana Frank– como interlocutor.
Fuck criminales de guerra, fuck violencia policial, fuck guerra al terror, fuck drones, fuck antisemitismo, fuck ocupaciones, fuck atentados suicidas, fuck apartheid, fuck patriarcado, fuck censura, fuck desigualdad, fuck pobreza, fuck secuestros, fuck prisión preventiva, fuck exilios políticos y fuck pérdida de derechos… Palabra de Roger Waters. ∎