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La Élite en modo arrasador. Foto: Alfredo Arias
La Élite en modo arrasador. Foto: Alfredo Arias

Festival

Tomavistas, la nueva semilla

La Casa Azul, Metronomy, Ladytron, La Élite o Carlangas han dado brillo entre el jueves y el sábado pasado a una edición de Tomavistas marcada, además de por el sofocante calor, por el ansiado regreso al Parque Enrique Tierno Galván de Madrid tras un conato de mudanza a IFEMA que sembró las dudas entre su público. También por un retroceso en la ambición de la programación, más centrada en la nostalgia, en la madurez y en nuestro nuevo talento (en ocasiones, como con Niña Polaca o La La Love You, no muy bien entendido). Replantar para volver a construir.

26. 06. 2023

El backlash recibido en la edición del año pasado marcó evidentemente este Tomavistas 2023. La mudanza al periférico recinto ferial de IFEMA en 2022 no cuajó entre un público acostumbrado a las comodidades –y la cercanía– del Parque Enrique Tierno Galván. Y eso quizá se tradujo en un encaje difícil para un cartel que justo en aquel momento daba un evidente salto hacia adelante, mostrando más músculo que nunca. Para este curso, la decisión ha pasado unánimemente por una recogida de cable representada no solo en la vuelta al Tierno Galván, anunciada por la organización como el primer headliner, sino en un cartel mucho más modesto que ha puesto el foco en una variada muestra de talento nacional en los ámbitos del pop y el rock y que ha dejado de lado –al menos de momento, esperemos, y aunque no del todo– la ambición internacional. O, como mínimo, la sensación de presente: esta vez el festival madrileño –que se celebró entre el 22 y el 24 de junio– apeló más a la nostalgia y a recuperar ese sentimiento de “casa” en busca de una reconciliación con su público más fiel y del reencuentro con un espacio que es, por encima de todo, familiar en todos los sentidos. Una clara vuelta a los orígenes sobre la que ahora, otra vez, se puede empezar a construir.

Jueves, 22 de junio

Brava

Gozándolo fuerte a los platos y sirviendo una divertida conversación entre el dembow y el trance que a veces encajaba con calzador, Brava se acercó con su sesión en el escenario 3 a esa conexión Miami-Londres que tantos buenos momentos está dando en las pistas de baile de todo el mundo, aunque por el horario pareciera que estaba amenizando la hora de la cena, justo antes de los conciertos principales, que montando una fiesta de verdad.

Brava, la gozadera. Foto: Alfredo Arias
Brava, la gozadera. Foto: Alfredo Arias

Carlangas

Fue el gran triunfador de la primera noche. Carlangas, acompañado por unos Mundo Prestigio rebautizados como Los Cubatas para esta nueva aventura, tumbó el escenario 2 con su tumbao, valga la redundancia, retomando el hilo exactamente donde lo dejaron Novedades Carminha: una verbena global que va de la cumbia al son y de la salsa al merengue vía Compostela, con escala en la bahía de Vigo y, de paso, en alguna rave. Sin renegar del propio pasado, presenta su estupendo debut en solitario mientras ofrece nuevas versiones de clásicos de Novedades Carminha, incluidas “Yo te quiero igual” en plan haitiano o una “Verbena” final con aires de mutant disco; recupera “Cariñito”, versiona a Nyno Vargas y hasta tira un mash-up de Technotronic (“Pump Up The Jam”), Modjo (“Lady (Hear Me Tonight)”), Gala (“Freed From Desire”) o los Pendulum, cuyo “Tarantula” sirve para conducir la línea de saxo que conduce un dub cannábico hasta esa fantasía de samplers y sintetizadores en plan The Avalanches que es “O día que volvín nacer”. Es lo mismo, pero no es lo mismo, que diría la Jurado.

Novedades Carlangas. Foto: Alfredo Arias
Novedades Carlangas. Foto: Alfredo Arias

Depresión Sonora

El príncipe de las tinieblas de la nueva oscuridad, esa especie de Sandman de parking que es Marcos Crespo, se presentó en el escenario 2 con su aclamadísimo primer álbum en ristre y un formato adaptado a festivales, más concentrado, pero que trata de replicar igualmente esa estructura narrativa en tres partes de “El arte de morir muy despacio” (2022), desde una inicial –e iniciática– “Bienvenido al caos” que ya enseña el músculo y la caricia de las guitarras de The Cure y las programaciones minimalistas de Molchat Doma. Evita los interludios y cualquier atisbo transicional, mientras lo va trufando todo con temas antiguos que encajan temáticamente con su linealidad: “Hay que abandonar este lugar”, por ejemplo, entre el primer manojo. O “Ya no hay verano” para una tercera parte representada por “Fumando en mi funeral” y la preciosamente oscura “Dónde están mis amigos”. Para el final, además de la personalísima declaración que es “Como todo el mundo”, reserva un verdadero colofón con algunas de sus canciones más celebradas, prácticamente clásicos modernos para toda una generación pero con estupenda aceptación entre la vieja guardia: “Apocalipsis virtual” (con obvio recuerdo al Unabomber tras su suicidio reciente), “Gasolina y mechero” y “Hasta que llegue la muerte”. Pues claro que eres un artista, Marcos.

Marcos Crespo, artista. Foto: Alfredo Arias
Marcos Crespo, artista. Foto: Alfredo Arias

Ginebras

Un collage de referencias y mucho brilli-brilli. Ginebras tienen el descaro suficiente para presentarse en el escenario principal sobre una base ravera y con un circuito de Hot Wheels detrás, para declarar de primeras –aunque sea indirectamente– su amor por Alex Turner, reconocer su (ab)uso preventivo del Omeprazol festivo, vacilar con los Crystal Fighters y versionar a Rosalía y J Balvin –“Con altura”– en clave tex-mex. Pero no solo tienen eso, también tienen actitud, unos visuales siempre geniales incluso en versión moderada para este concierto y un puñado de letras posirónicas que hablan de Iker Jiménez, las obras de su ciudad, los Teletubbies, Prince y Liz Taylor en la línea 9 del metro de Madrid, Trancas y Barrancas y una infinidad de cosas más. Su punk-pop levantó –incluso emocionó, con “Ansiedad”– de arriba abajo al anfiteatro, con la fiesta de aires tropicales de “Rapapá” y los arreones de “Desastre de persona” –lo mejor del set– o “La típica canción”, con ellas en la escalera central en plan banda de rock: “Es lícito sentir placer con cosas que odias pero reconoces que están bien”.

Ginebras y sus referencias. Foto: Alfredo Arias
Ginebras y sus referencias. Foto: Alfredo Arias

La La Love You

Con una proyección de películas míticas como “Ghost” o “Scream” y el logo de la 20th Century Fox, empezaron La La Love You en el escenario principal, respaldados por cuatro trozos de pizza de neón y amparados totalmente en el flow 2000: proyecciones de Windows 98, grabaciones VHS, Link y Pokémon en pixel art, vídeos de hostias energía YouTube OG. Invocan a Pignoise y a Despistaos sin complejo alguno, al electroclash y hasta a los Dover de “Let Me Out”, como si estuvieran en un Love The 2000s con Auto-Tune y pinta de cantajuegos. Versionan a Coti y a Nena Daconte, hacen comentarios en contra de la nueva de Bizarrap con Rauw Alejandro y jalean a Shakira, antes de marcarse sendas adaptaciones populistas de su sesión y de la de Quevedo. Tienen una canción que es como “Ella no sigue modas” de Juan Magán (un cuadro, vaya). Y otra que habla de Laponia y de un esquimal. Y acaban, cómo no, con “El fin del mundo”, que a mí me suena un poco a “Turnedo”, de Iván Ferreiro, en un coito mal echao con La Casa Azul.

El puro pastiche de La La Love You. Foto: Alfredo Arias
El puro pastiche de La La Love You. Foto: Alfredo Arias

Menta

El quinteto adoptado por la capital volvía al festival que lo vio nacer –en el Tomavistas Extra de 2020 dio su primer concierto– abriendo la jornada inaugural desde el escenario 3, mostrando sobre las tablas el evidente salto dado desde entonces. Desenvolvieron con rugosidad las canciones de su primer trabajo, “Un momento extraño” (2022), abrazando unas progresiones guitarreras en sintonía con el indie norteamericano, pero que después se abren al sonido de bandas británicas como Ride o de grupos de aquí como Los Planetas, dejando que la luz pase por resquicios entre los muros de ruido y recordando en algunos momentos a la versión más doliente de Carolina Durante (“Segunda parte”). Sus primeras canciones –“Ojalá te mueras”, con ese final de estallido shoegazing, y “El apartamento”, full “Física o química” en la era de los antidepresivos– marcan los puntos álgidos, sobre todo antes de una “Lo que me falta” bastante deslucida y con una mezcla algo errática en directo.

El tobogán de Menta. Foto: Alfredo Arias
El tobogán de Menta. Foto: Alfredo Arias

Niña Polaca

Niña Polaca son un poco lo que pasa si le sumas a nuestro pop-rock radiofónico de los ochenta –de Hombres G a Duncan Dhu– la resaca del “indie” que aprendió –quizás demasiado tarde– de los lolololos de Arcade Fire, de las guitarras de Two Door Cinema Club y The Strokes o del nervio melódico de The Killers. Un grupo post-Supersubmarina o post-Izal en el que al menos la pose de elegancia impostada se sustituye por gamberreo de bar de birras. Porque el sumatorio sorpresa de estos alicantino-madrileños es que también han debido de ir mucho a Viña Rock, y en sus canciones también se pueden reconocer influencias como Reincidentes o Extremoduro (“Travieso”). La primera mitad de su concierto en el escenario Vibra Mahou, en general, les sirve para ir desgranando los muchos adelantos de su inminente tercer trabajo. Y en la segunda se prestan más al fan service. El final con “Madrid sin ti” coreada al unísono –lo mismo pasó en “La muerte de Mufasa”– demostró la enorme conexión que son capaces de establecer con su público. ¿Necesita el mundo una banda como esta? Pues absolutamente no, pero a la gente parece gustarle, así que a lo mejor el raro soy yo.

Niña Polaca, descontextualizados. Foto: Alfredo Arias
Niña Polaca, descontextualizados. Foto: Alfredo Arias

Queralt Lahoz

Brutal como siempre Queralt Lahoz, aunque su propuesta sea claramente noctámbula y aunque el público del Tomavistas prefiera ver a Shego, que arrastró a la práctica totalidad del mismo al escenario 2. A la colomense le dio lo mismo, puso su voz espectacular y el nivelazo de su banda por delante en el escenario 3, ofreciendo una versión reducida de su espectáculo en la que va dando pinceladas de todas sus facetas. De temas de sus primeros pasos que abrazan con ternura y profundidad el R&B –o que lo conectan, en las vías del flamenco, con la rumba cubana o el son: “De la cueva a los olivos”, prorrogada por “Con poco”, tan Calle 13 y tan Arianna Puello– a servicios más hip hop como la espectacular “Ya no” y su coda final. De incursiones morunas dedicadas a su abuela, entre arabescos synthwave, a una buena muestra de la canciones de su más reciente EP-película que culminó con el pulsante jersey club “No me salves”, y en el que también tuvieron cabida la balada de break progresivo “Con miedo a ti” y una emocionante versión a capela de “Aurora”, ese canto desnudo sobre huir de una relación tóxica.

Queralt Lahoz, siempre arriba. Foto: Alfredo Arias
Queralt Lahoz, siempre arriba. Foto: Alfredo Arias

Viernes, 23 de junio

La Casa Azul

Durante un momento de su concierto en el escenario Vibra Mahou, pensé: “Es normal que le guste tanto a Marta Movidas”. A veces La Casa Azul es como si Lori Meyers estuvieran encerrados en el jukebox de algún karaoke de Tokio. Justo después, de hecho, durante “Entra en mi vida”, empiezan a proyectar imágenes y vídeos de manga y anime mítico como “Astroboy” o “Dragon Ball”, demostrando que lo suyo es un viaje astral hasta los confines del synthpop. Todas las canciones de Guille Milkyway funcionan como un mismo conjunto, flotan en el mismo universo, para bien o para mal: comparten recursos, cadencias, guiños melódicos, pero también una pasión muy genuina pese a su inspiración evidente en Daft Punk, en Pet Shop Boys y, por supuesto, en Fangoria. Y es eso lo que las hace grandes, además de un apartado visual confirmado como el más espectacular del festival. Se ve todo lo que tocan, da la sensación de cero pregrabado –algo que, teniendo en cuenta un rollo que es fundamentalmente electrónico, cabe destacar– y saben invocar drops de géneros relacionados pero diferentes en su políglota pista de baile: rompen retrowave, post-dubstep, italo, french house o trap, sirven un freestyle eurovisivo escorado al breakbeat en “Los chicos hoy saltarán a la pista”, le hacen un guiño al “Bailando” (Paradisio) en “Podría ser peor” e interpolan “One More Time” durante “La revolución sexual”. Al final, un Guille emocionado nos dejaba con algo rondando en la cabeza. Un mensaje que, aunque a muchos nos cueste creerlo, parece ser necesario reivindicar en 2023: ama (y fóllate) a quien te dé la gana.

La Casa Azul, fiesta asegurada. Foto: Alfredo Arias
La Casa Azul, fiesta asegurada. Foto: Alfredo Arias

La Femme

No hubo escenario 2 para tanto La Femme, con sus seis miembros desplegándose entre la batería, la guitarra, el bajo, panderetas varias y cuatro teclados Nord. Es curioso que con tanto aparataje sigan disparando bases, pero los perdonamos porque es una de esas bandas que ha ido siempre en contra de lo que se esperaba de ella. Son mejores cuando abrazan ese synthpop oscuro y tan francés, susurrado, sexi y expansivamente introspectivo, sí, pero se agradece que sepan ponerse classie, sixties, ochenteros, peliculeros o psicodélicos. Incluso verbeneros, aunque por momentos den un poco de cringe. Se agradece el descaro para hablar de pollas en “Sácatela”, entre el rock de frontera, la psicodelia wéstern y el despiporre en plan latino. Se agradece que jueguen a ser Jeanette, cuando canturrean castellano o que se pongan en plan intro de serie de animación europea de los noventa. Hasta se agradece que en algún instante recuerden a The Hives, porque al final un concierto de La Femme es como una caja de bombones: nunca sabes cuál te va a tocar.

La caja de bombones de La Femme. Foto: Alfredo Arias
La caja de bombones de La Femme. Foto: Alfredo Arias

Mujeres

Ni el sonido regulero pudo con Mujeres y, más que con ellos, con la relación que establecen con sus fans. Lo suyo es invocar la comunión, convertir la música en directo en un espacio para reivindicar y celebrar la amistad y lo que nos une. Y lo consiguen casi sin esfuerzo, porque saben que es “Un sentimiento importante”. Así lo demuestran invitando a Ariadna de Los Punsetes a cantar “Un glorioso año”, o a las Cariño para la siempre demoledora “Al final, abrazos”, verdadero himno de la banda barcelonesa. O cerrando su concierto en modo resaca con una versión de “No volveré”, de Kokoshca. Y, por encima de todo, por encima incluso de la pendiente del escenario 2 y de los traicioneros escalones, dejándose el tipo y surfeando guitarra en ristre por encima del público. Pues eso: al final, abrazos.
Mujeres, y tan amigos. Foto: Alfredo Arias
Mujeres, y tan amigos. Foto: Alfredo Arias

Parquesvr

La versión on acid de bandas míticas de nuestro subnopop como Ojete Calor y Las Bistecs, con las que el quinteto liderado por Javi Ferrara tiene mucho que ver: ironía sonora, mordacidad lírica y referencias de esas que por obvias resultan hasta cómicas; ya sabéis, “frases de 0,60”. Parquesvr estrenó la jornada del viernes desde el escenario 3 y ante bastante público, integrado en gran medida por distintos agentes y allegados de la escena musical madrileña. Tienen claro lo que dan: un kraut borracho que, como buen beodo, se arranca con el primer ritmo que se acerque cantando por la barra, ya sea flamenquito, riot-rock, merengue y hasta un rollito shoegazing muy Daughter en “Arde, quema, duele”, único momento serio en esta debacle mordaz y desternillante.

Parquesvr, guasones. Foto: Alfredo Arias
Parquesvr, guasones. Foto: Alfredo Arias

Pip Blom

Los neerlandeses Pip Blom son buenos en lo suyo, ese indie rock entre tierno y rugoso que tantos abracitos nos ha dado en el pasado (y nos los sigue dando, según el momento y según la banda). También son honestos: se dejaron en los Países Bajos sus últimos sencillos y cualquier atisbo de un nuevo trabajo en el que presumiblemente le ponen ojitos a los sintetizadores. Ante su ausencia, y antes que abusar de pregrabados, ofrecieron en el escenario 2 un set firme y guitarrero orientado sobre todo a hacer resaltar los mejores temas de su primer álbum, como “Daddy Issues” o una “Tired” que marcó el verdadero arranque del concierto tras unos titubeos iniciales seguramente provocados por la práctica ausencia de público, que se había congregado en la orgía de Perro.
Pip Blom, indie rock desde los Países Bajos. Foto: Alfredo Arias
Pip Blom, indie rock desde los Países Bajos. Foto: Alfredo Arias

The Vaccines

Suena la intro de “Succession” y yo me pregunto: “¿Es coña, es ironía o esto va en serio?”. Porque de algún modo The Vaccines vinieron a ser la “sucesión” de la primera gran generación del indie dosmilero, pero no creo que sigan presumiendo de ello en 2023. De hecho los británicos se presentan en el escenario Vibra Mahou, el principal, sin nada que esconder: saben que su última referencia ha pasado en general sin pena ni gloria y sirven sin pretextos todos los clásicos de sus dos primeros trabajos, no solo los más aclamados, también los más incisivos y necesarios. Mantienen la forma y ofrecen un buen concierto, correcto, con un Justin Young que se gusta en la línea crooner dandi de Alex Turner pero sin la energía a raudales de un Brett Anderson o un Alex Kapranos. Y reservan para el final toda la dinamita en forma de temazos: algunos muy buenos, unos pocos resistentes al paso del tiempo, sobre todo “Teenage Icon” y “I Always Knew”. Tienen hasta un punto skater en “If You Wanna”, como si mezclaran la influencia evidente de The Strokes o Interpol, que canalizaron en su momento, con Blink-182 o Japandroids. Y, para el final, tras la arremetida, dejan “Family Friend” y se ponen en plan The Jesus & Mary Chain.

The Vaccines: la sucesión del indie de toda la vida. Foto: Alfredo Arias
The Vaccines: la sucesión del indie de toda la vida. Foto: Alfredo Arias

Triángulo de Amor Bizarro

La banda de rock más sólida y más regular de nuestro país volvía a Tomavistas el mismo día en que veía la luz su sexto disco de estudio, “SED”. Tenía que ser una ocasión especial. Y lo fue, desde los primeros compases dedicados fundamentalmente a dejarnos escuchar los temas que lo componen, incluidos ese homenaje a New Order que es “Estrella solitaria”, la demoledora “Huele a colonia Chispas” o la épica “La condena”. Con “Ruptura”, y tras algunos titubeos iniciales provocados por algún problema de sonido en el micro del cantante y guitarrista Rodrigo Caamaño, Triángulo de Amor Bizarro aprovecharon para comenzar a echar la vista atrás, adaptados siempre a esta nueva versión que ofrecen de sí mismos, en la órbita agresiva y oscura de sus últimos trabajos pero intercambiando la distorsión y el droneo por una contundencia y un ruidismo ligeramente más orgánicos. Sale ganando “El fantasma de la transición”, con su perfección pop tan equilibrada con el caos marca de la casa, pero se sublima en la nueva “Cripto hermanos”, un cañonazo de noise-punk ácido y mareante del que cuesta reponerse. Con “Barca quemada” arrancan los pogos, que ya no van a parar hasta el final. “Vamos, joder, me parto la camisa, hostia”, gritaba el teclista Zippo, arengando salvajemente al público antes de la última avalancha: “De la monarquía a la criptocracia”.

Triángulo de Amor Bizarro, garantía de calidad. Foto: Alfredo Arias
Triángulo de Amor Bizarro, garantía de calidad. Foto: Alfredo Arias

Sábado, 24 de junio

Allah-Las

Repescados de aquel Tomavistas 2020 que nunca llegó a celebrarse por la infame pandemia, los californianos Allah-Las saciaron las ganas de psicodelia en el escenario principal para un público que, sin embargo, prefirió quedarse a la sombra. Su propuesta encaja bien con una buena sudada bajo el sol, con ese momento hipnagógico de transición entre la consciencia y el delirio, al límite del desmayo por blancazo (o por amarillo, según lo que cada cual fume): pura psicodelia fondant con su puntito chill, su puntito LSD, su puntito tex-mex y su puntito Tarantino. Como unos The Byrds de ácido en el Joshua Tree o unos Calexico de San Bernardino.

Allah-Las, un poquito de psicodelia. Foto: Alfredo Arias
Allah-Las, un poquito de psicodelia. Foto: Alfredo Arias

Cala Vento

Poco se puede apuntar sobre el concierto de Cala Vento porque el dúo catalán habla a través de su música de una forma transparente. Abrazan y rinden pleitesía a sus referencias –de Berri Txarrak a Nueva Vulcano y de Cloud Nothings a Japandroids– y ofrecen la dosis justa de ruido, marcan un ritmo marcial como una apisonadora y derrochan energía, unas veces liberada y otras contenida. Lo hacen mientras presentan en Madrid los temas de su último trabajo, “Casa Linda” (2023), lo hacen cuando triggerean pulsos sintéticos para llenar silencios y Joan Delgado cambia la batería por la guitarra. O cuando invitan a Elena Nieto, de Yawners, a completar la tormenta final de “Ferrari”. Lo hacen, hieráticos, como aguantándose una sonrisa que siempre termina escapándose, mientras el público se entrega al crowdsurfing durante “Isla desierta”. Y siguen haciéndolo mientras suena el pregrabado de “Conmigo” y la gente los mantea como lo que son: los reyes del post-hardcore patrio.

Cala Vento, dominantes. Foto: Alfredo Arias
Cala Vento, dominantes. Foto: Alfredo Arias

dani

La viguesa dani abrió la jornada vespertina del escenario 3 ante una nada desdeñable cantidad de público, teniendo en cuenta las horas y, sobre todo, el sofocante calor. Empezó con la guitarra y fue liberándose poco a poco, jugando al susurro y a la seducción, muy en la línea de las cantantes de pop francés que tanto le gustan, hasta llegar al clímax de “Si te vas”, presentando a la banda mientras echaba agüita sobre los asistentes de las primeras filas. Después, a modo de bis y con velo de novia blanco contrastando con el rojo intenso del bikini con falda y mangas, dejó una preciosa “Nubes” y esa “Ceras rosas” tan Parcels que prorrogó con su recién estrenado remix.

Los juegos de dani. Foto: Alfredo Arias
Los juegos de dani. Foto: Alfredo Arias

La Bien Querida

Un público numeroso y con bastantes ganas daba la bienvenida a La Bien Querida pasadas las tres menos cuarto de la tarde. No quedaron decepcionados, porque el romancero de Ana Fernández-Villaverde es como el libro de verbenas de Carlangas: popular en las formas y panhispánicamente latino en el alma. Da igual que sean baladas más tranquilas como “De momento abril”, más épicas como “La perra del hortelano” o baladones incluso, como “Los jardines de marzo”. Da igual que sea fiesta mayor en “Recompensarte”. Da igual que sea merengue en “Mala hierba”, que sea bolero en “La Cruz de Santiago” –cantada a dúo con su bajista, Brian Hunt– o que sea el ritmo bachatero de “Esto que tengo contigo”. Da igual si es pop, como en “Qué”. Da igual volver a la senda sintética de New Order en “Poderes extraños” o en “Tú eres mi amo” –tan “Bizarre Love Triangle”–, lejos, eso sí, de cualquier atisbo de oscuridad de tiempos pretéritos. Da igual el vals de “La fuerza” y da igual toda la “Dinamita”, por emocionante y expansiva que resulte. Lo que importa es morirnos de amor con La Bien Querida, sea la hora que sea.
El amor según La Bien Querida. Foto: Alfredo Arias
El amor según La Bien Querida. Foto: Alfredo Arias

La Élite

Hay algo de pequeño destello de genialidad en lo que hace La Élite: no es nada nuevo, es simple y recuerda descaradamente a Sleaford Mods. Pero igual que los de Nottingham le dan su genuino sabor de punk local, los de Lleida tienen pilladísima su propia fórmula de proximidad: una actitud más jincha que punk, macarreo de parking y makineo catalán, con Scorpia y Pont Aeri en la cabeza y en los bafles y con Parálisis Permanente en el corazón. Arrasaron literalmente el escenario 3, invitaron a subir a Hofe y dejaron algunos de los pogos más descontrolados de la noche, además de uno de los grandes conciertos del festival. De esos que se recordarán en la historia del escenario del fondo, bien arriba, junto a aquel de Agorazein en 2017.

La Élite: triunfo antológico. Foto: Alfredo Arias
La Élite: triunfo antológico. Foto: Alfredo Arias

La Paloma

Reformados como trío con bajista de acompañamiento, en los nuevos conciertos de La Paloma se aprecia más la bicefalia que los dirige, alternándose las voces principales y poniendo sus guitarras en diálogo constante. Van para arriba los madrileños, sonando cada vez más compactos y seguros de sus propias canciones. Las pruebas están ahí: casi parecen Blur en “Tiré una piedra al aire”, “El adversario” es ya un himno de sus directos y “Algo ha cambiado” los ve sonar con una sobriedad inusitada. Y el público responde, pogueando ante el escenario 2 bajo un sol abrasador y sin apenas sombra bajo la que guarecerse. Para el final, con “Bravo Murillo” y “Palos”, la evidencia se impone: a día de hoy, La Paloma es una de las realidades más excitantes del rock en español.

La Paloma, toda una realidad. Foto: Alfredo Arias
La Paloma, toda una realidad. Foto: Alfredo Arias

Ladytron

Adaptados estupendamente a un nuevo retrofuturo, Ladytron suenan hoy como un tiro, completamente actuales y al mismo tiempo absolutamente rendidos a su viejo repertorio, entre el space-kraut, un space rock cuyo universo está en la frontera de ninguna parte y un gusto melódico que fusiona la canción francesa, el pop sixties, el trip hop y el shoegazing en un mismo susurro. Los raíles digitales por los que discurrían sus canciones son ahora líneas de código; el módem que alimentaba su conexión ahora es fibra óptica más un wifi que pilla 5G. Los bajos, ondulantes y motórikos, hipnóticos en su sinuosa modulación, recuerdan a Stereolab en el espíritu, pero en efecto tienen mucho más que ver con la bass music y con el post-shoegazing. Así, invitando a un viaje meditabundo y contenido, apoyados solo por unas sencillas pero efectivas proyecciones preocupadas más por transmitir estados de ánimo y sensaciones concretas que por ofrecer cualquier tipo de figuración, el cuarteto de Liverpool desplegó su regreso discográfico, “Time’s Arrow” (2023). Pero sobre todo nos dio la oportunidad –a muchos, por primera vez– de escuchar temas míticos como “Seventeen” o “Destroy Everything You Touch”.

Bienvenidos al retrofuturismo de Ladytron. Foto: Alfredo Arias
Bienvenidos al retrofuturismo de Ladytron. Foto: Alfredo Arias

Margarita Quebrada

En directo resalta más el lado emo de Margarita Quebrada, que sobre el escenario 3 nos recuerdan a Machine Gun Kelly o a un cruce extraño entre Linkin Park y Sticky M.A. Es a través de esa intensidad como consiguen conectarse con su lado más trancero, recorriendo a la velocidad de la luz un viaje futurista y ciberespacial por distintos ambientes de la música electrónica, el cyberpunk y el industrial bass. Curioso, porque es una banda que, en lugar de llevar pregrabado lo electrónico, lleva los instrumentos: la guitarra, el bajo y el sintetizador. Y es más extraño aún no haberlos visto programados este año en Sónar o Primavera Sound, donde su propuesta hubiera encajado a la perfección, refrendada además por unos decibelios que le hiciesen justicia, no como sucedió en Tomavistas. Son intensos, melódicos, experimentales, contundentes, directos y al mismo tiempo extrañamente tiernos. Una rara avis que merece mucha mayor exposición y reconocimiento.

Margarita Quebrada: a su pies. Foto: Alfredo Arias
Margarita Quebrada: a su pies. Foto: Alfredo Arias

Metronomy

A Metronomy les salva ser Metronomy. Les salva ser musicazos y defender sus directos, siempre, con la misma profesionalidad que pasión, como demostraron cerrando Tomavistas 2023 desde el escenario principal. Porque lo que es evidente es que su último disco no funciona y lastra su presentación actual con canciones bastante insustanciales. Es cierto que sorprende cómo las levantan en vivo de una forma nunca antes vista en ellos, como si fueran una banda de rock, completamente guitarreros y no tan sintéticos, con más fluido que staccato, con un estilo que tiene eco en una versión actualizada de “Love Letters”. Pero es ahí, en esa especie de caos controlado, donde brillaban con luz propia. Y lo ponen de manifiesto delicias como “Corinne” o las más experimental “The End Of You Too”, más allá incluso de sus dos ganchos evidentes: una “The Bay” que sirve como captatio benevolentiae y una “The Look” que ejerce de clímax. Tocaron por primera vez una de sus rarezas, la deliciosamente tórrida “405”. Y en el fondo dieron uno de los grandes conciertos de la edición porque no saben hacerlo de otro modo, pero en el subtexto dejaron claro que empiezan a perder de vista su mejor versión.

Metronomy, a la búsqueda del grial perdido. Foto: Alfredo Arias
Metronomy, a la búsqueda del grial perdido. Foto: Alfredo Arias

Sidonie

Sidonie no solo está lejos de la energía que exudaba en los 2000, también lo está de esa resaca elegante que atravesó a lo largo de unos 2010 en los que quizá se centró demasiado en recoger las flores que hubiera merecido antes. A día de hoy, los barceloneses son simplemente un grupo de power pop nostálgico al que le falta potencia –aunque no le falta garra– y que recurre demasiado a sus propios manierismos –el paseo a caballito entre el público, por ejemplo– y a unos grandes aspavientos que se alejan de la ternura naíf que les hizo grandes y que todavía brota por momentos. Tocaron su lanzamiento más reciente, “CEDÉ”, y estrenaron canción, “No salgo”, junto a Nico, de La Paloma, como queriendo volver al redil del underground. Pero lo cierto es que Sidonie llevan varios años estancados en el himno pop eufórico. Y parece que de ese carro no va a bajarlos nadie, de momento.
Sidonie, ruakanroul. Foto: Alfredo Arias
Sidonie, ruakanroul. Foto: Alfredo Arias
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