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16. 02. 2023
Uno de los mayores atractivos que ofrecen las series actuales es permitirnos vivir una experiencia, vernos inmersos en lugares y situaciones durante horas –a veces días, según el número de temporadas– y sentirnos de este modo atrapados en un mundo que no es el nuestro, pero que de algún modo nos fascina. Este es uno de los valores de “Fauda” (2015-), la serie israelí que ha tratado como ninguna el conflicto palestino-israelí desde su interior, desde sus vísceras, podríamos decir.
La serie, cuya cuarta temporada, de 2022, acaba de estrenarse en Netflix (20 de enero), fue creada por el exmilitar y periodista Avi Issacharoff y por Lior Raz, ambos integrantes de una unidad militar de infiltrados en Palestina. Un garante de autenticidad que se percibe en cada episodio, a la que caracteriza su complejidad y su crudeza y donde se describe una lucha sin fin.
Lior Raz, singular personaje que fue guardaespaldas de Arnold Schwarzenegger y de Nastassja Kinski, es el actor principal de la serie. Interpreta a Doron, un ambiguo y brutal héroe que en la primera temporada, tras haber abandonado la unidad de operaciones especiales a la que pertenecía, regresa en busca de un terrorista que pensaba había asesinado. En definitiva, sale en busca de sus propios fantasmas. A partir de ahí, emprende una febril y estresante búsqueda de terroristas a los que apresa, tortura y mata, mientras ellos cometen atentados, torturan y secuestran. El recorrido de destrucción de Doron muestra la verdadera cara de este conflicto, visto desde dentro, en el que cada acción provoca una reacción y cada muerte una venganza. La cuestión política, aunque está presente, queda siempre de fondo porque lo que importa son las cuestiones personales, los odios, la violencia, las traiciones, los problemas psicológicos o las dificultades de conciliar la familia o la paternidad con la lucha.
Así, “Fauda” permite, no siempre con gran equilibrio, entender la visión de ambos bandos dando rostro, acento y espacio a sus conflictos. De hecho, uno de los aspectos que más destaca es la autenticidad de los cuerpos, de las lenguas –hebreo y árabe– y de los territorios donde transcurren las acciones, impregnados de esta violencia que sus paredes ya han visto. Apenas pueden distinguirse emocional y físicamente unos de otros y el propio Doron sufre problemas de identidad, ya que cuando vive como infiltrado en Cisjordania se siente más vivo, siendo capaz de enamorarse, mientras que en Israel fracasa como esposo y padre y se siente como una bestia enjaulada. Doron es por tanto un personaje con doble identidad, aunque sobre todo es un animal de la lucha, que nunca cede, que desobedece, que combate por su cuenta igual que un toro enfurecido.
“Fauda” posee además un ritmo trepidante, algo que forma parte del caos de este mundo en el que hay un enfrentamiento constante entre distintas facciones armadas: la Autoridad Palestina, Hamás, el Estado Islámico e Israel. En su cuarta temporada, la serie amplia sus horizontes para transcurrir en Bruselas, donde será secuestrado un capitán del servicio de seguridad interior del Shin Bet y amigo de Doron. Esta búsqueda lo llevará luego a Líbano, en poder de Hezbolá, donde Doron se servirá de la hermana del terrorista que tiene secuestrado a su amigo para acceder hasta él. Es en esta temporada donde la serie muestra la amplitud del conflicto, que afecta tanto a Oriente Medio como a Europa.
La caza del terrorista mostrará nuevamente los efectos colaterales que provoca una lucha que no puede acabar. Una destrucción que no solo es física, sino también interior. Doron, a medida que avanza cada episodio, se muestra cada vez más como un personaje agotado y desquiciado que, cuando intenta amar, solo provoca dolor y muerte. Así, su búsqueda de salvación solo generará más caos en un mundo que está a punto de estallar. ∎
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