Asombrosamente tarde (la edición original es de 2019; cuatro años y todo un mundo para una industria editorial que se autodevora a cada segundo), pero justo a tiempo ahora que Trump, Donald Trump, vuelve a hacer de las suyas, Random House pone en circulación la penúltima novela (ya hay otra en camino) de Jonathan Lethem (Nueva York, 1964), un thriller apocalíptico y terminal en el que no hay más víctima que el propio país. Sí, América. Tierra extraña. País ignoto. Nación herida. Triple combo para seguir jugueteando con los márgenes de la realidad, perforar las membranas del presente y regresar a los dominios detectivescos de “Huérfanos de Brooklyn” (1999) tomando un larguísimo desvío por el desierto californiano.
Con Lethem, ex wonder boy de las letras estadounidenses, ya se sabe que las cosas rara vez son lo que parecen, y “El Detective Salvaje” (nada que ver, que se sepa o se note, con los ídem de Bolaño) no es ninguna excepción: he aquí, de hecho, un policial sin cadáver y un noir brumoso y lisérgico tras el que el autor de “Los Jardines de la Disidencia” (2013) construye una ingeniosa pero poco sutil novela poselectoral. Ahí están, oh, la “Bestia-Electa”; el salvaje y a ratos demencial contraste entre lo urbano y lo rural (o, según se mire, entre Nueva York y todo lo demás), y la relación madmaxiana entre osos y liebres, dos gangs de hippies libertarios que bien podrían encarnar, cada uno a su manera, demócratas y republicanos, urbanitas y rednecks.
Todos corren, siempre deprisa, siempre a gran velocidad, en una novela que si algo soberbio tiene es el ritmo y el movimiento constante; esa sensación de huir despavoridamente de algo o de esprintar con piernas de gacela para abrazar el propio destino. En “El Detective Salvaje”, el volante y la caja de cambios son cosa de Phoebe Siegle, periodista neoyorquina que deja su trabajo en ‘The New York Times’ tras la victoria de Trump en 2016 y viaja a Los Ángeles siguiendo el rastro de la hija de una amiga que se ha esfumado tras pasar por la comunidad budista en la que vivió Leonard Cohen en el monte Baldy. Ahí conoce a Charles Heist, el detective del título y tipo más parco que salvaje junto al que Phoebe deambula por los confines del desierto entre vagabundos, moteros, ritos mortuorios y violencia tribal. Luego, el que desaparece es uno de los que había empezado rastreando y la novela adquiere tintes de tragicomedia lisérgica en la que todos buscan y nadie encuentra. Como la vida misma, vamos.
El problema de “El Detective Salvaje” es que en ocasiones a Lethem le puede la caricatura; el estirar la metáfora hasta extremos casi risibles para dibujar un país hecho de catetos pro-Trump y ardientes demócratas. Una caricatura a ratos divertida y a ratos excesivamente facilona que queda lejos de portentosos artefactos narrativos como “La Fortaleza de la Soledad” (2003) y “Chronic City” (2009). Sí, están el estilo y el oficio, incluso la magia en algunos momentos (ese mirar de reojo a “Vicio propio” de Thomas Pynchon durante los pasajes más psicotrópicos es de lo mejorcito del libro), pero no deja de ser una novela menor de un autor mayor. ∎