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Las responsabilidades de la crianza alejaron a Dot Allison del estudio de grabación durante más de un decenio, aunque siempre ha mantenido la antena creativa conectada, esperando a que llegara el momento adecuado para materializar una corriente de ideas que nunca ha dejado de fluir ni de apelar a su invicta vocación. Cuando las notas de audio en el móvil, los apuntes en cuadernos, los asientos en su diario personal y las grabaciones de campo empezaron a caer por su peso, la cantautora escocesa comprendió que tenía un nuevo disco entre manos, que había llegado la hora de registrarlo. Y este no es un regreso cualquiera, al fin y al cabo hablamos de la voz de los efímeros One Dove, artífices de uno de los trabajos más genuinos del pop británico en los noventa, el inolvidable “Morning Dove White” (1993).
Las composiciones de “Heart-Shaped Scars” brotan con envidiable parsimonia, ajenas a cualquier apremio. La mayoría son largas pero gráciles y están dominadas por una narcótica ingravidez que nos permite apreciar su paulatino florecimiento. La circunspección, la melancolía y los apuntes de un natural tan atractivo como inquietante son el común denominador de un repertorio articulado en clave folk que integra con elegancia pespuntes de piano, tañidos de chelo, primorosas armonías vocales y espirales de cuerda. Nick Drake, Joni Mitchell, Tim Buckley, Hope Sandoval o Karen Dalton son puntos de referencia fiables a la hora de poner en contexto sonoro una obra que, en cualquier caso, sobresale por su legítima personalidad, así como por la riqueza de sus partituras. Hace falta tiempo para sumergirse en ellas, para empaparse de su significado y paladear los muchos detalles que esconden, pero la inmersión merece la pena.
Lejos de la pista de baile –en trabajos post-One Dove como “Afterglow” (1999) y “We Are Science” (2002) todavía se apreciaba el centelleo de la bola de espejos–, la veterana artista británica reflexiona sobre las decepcionantes cosas de un querer dislocado en “Long Exposure”, conecta con el legado del psych-folk británico en la romántica “The Haunted” y convierte el llanto en canto telúrico a la altura de “Can You Hear Nature Sing?”. El contraste entre tan pulida propuesta formal –la orfebrería vocal de “Ghost Orchid” corta la respiración– y la acritud de su narrativa –“One Love” y “Love Died In Our Arms” no hacen prisioneros ni escatiman en imágenes poderosas más allá de lo meramente evocativo– potencia al máximo el magnetismo de este álbum inesperado que, a su vez, propicia la revisión de una discografía variada y apetecible que ojalá no tarde otros doce años –“Room 7 ½” (2009)– en ampliarse. ∎