Álbum

Neil Young With Crazy Horse

World Record Reprise-Warner, 2022

La idiosincrasia es una de las calidades artísticas más definitorias del incansable Neil Young, y aquí, en su cuadragésimo segundo álbum de estudio, perdura junto a una patente despreocupación por la calidad objetiva de la música resultante del proceso creativo. Desde el jocoso título y la absurda portada del disco –una azarosa foto de su padre luciendo un look francamente imponente– hasta detalles en su interior (la presencia de breves cortes de la charla entre los músicos durante las sesiones), deducimos que el canadiense se siente cómodo con la estética de la crudeza y lo espontáneo. Es una metodología antimetódica, poco interesada en limar las asperezas o forzar un control excesivo del producto, que por un lado se traduce en un repertorio tan imperfecto como genuino: está claro, por ejemplo, que no siempre se optó por la “mejores” tomas; por otro, es una cuestión principalmente de actitud, no de producción o artesanía compositiva. En su mano a mano con Rick Rubin en las tareas de grabación, Neil dejó registrado el material en analógico antes de pasarlo rápidamente a digital, una peripecia que desemboca en un sonido terrenal y airoso donde se pueden apreciar sin problema cada una de las notas.

Como era de esperar, la mencionada indolencia despunta en el ámbito de las letras, poco ponderadas y de un talante poético que a más de uno le sonará pueril. Pero incluso un Neil vago resulta más categórico que la mayoría de seres humanos; podría argumentarse que la simplicidad con la que abarca sus temas predilectos (el ecologismo y la paz) acentúa la universalidad de las palabras: no hay metáforas enrevesadas, ni sofisticación literaria, ni soberbia profética, ni acusaciones cáusticas lanzadas a individuos o entidades concretas, solo verdades ubicuas. Más que concienciar, cavila. Y la denuncia, si quisiéramos utilizar ese término, es humanista más que política, lo que deja un sabor agridulce: he aquí un Neil Young crepuscular para un planeta Tierra también crepuscular. ¿Deberíamos arrastrarnos por la amargura que genera la sensación de que el mundo ya nunca será el mismo, o asirnos a la ilusión moderada de que sí es posible recuperar lo perdido? Expectativas discordantes que asimismo subrayan, de un modo bastante incómodo, la naturaleza transgeneracional de problemas sociopolíticos como las guerras o la contaminación, tan candentes hoy día como en la juventud del cantautor, o incluso más: versos como stand with me now as we walk through the land / and we wonder what we were fighting for”, que concluyen una de las canciones, son de una potencia innegable. Quizá los procesos, los actores y los escenarios hayan variado, pero la barbarie sigue siendo la misma.

“World Record” es un álbum de melodías. Según explica el propio Neil, la mayoría de temas se originan en sus paseos por los bosques, donde silbaba lo que le venía a la cabeza. Eso puede palparse en el disco, repleto de canciones muy directas, de fácil tarareo, donde la accesibilidad predomina más que el ruido, y donde el canadiense muestra su cara más tranquila, sentándose a los teclados en la mayoría de temas. Hay un magnetismo inherente al sosiego pastoral de piezas como la placentera “Love Earth”, donde la banda se presenta despreocupada: Neil jugueteando con el piano, Ralph Molina de paseo con las baquetas, Nils Lofgren relajadísimo a la slide, y unas armonías vocales de regusto cincuentero. Es una versión resuelta y auténtica de Crazy Horse que convence de inmediato. El problema es que más de la mitad de las canciones se aferran en exceso a este patrón compositivo-instrumental (con ritmos variables, pero sin nunca acelerar en demasía; con pinceladas de elementos nuevos como un acordeón o un organillo, pero sin nunca subvertir la fórmula), por lo que el disco amenaza con rozar la redundancia. Las melodías nunca fallan; siempre están ahí, germinando en canciones que son objetivamente bellas si se toman por separado, pero quizá subjetivamente reiterativas si se escuchan una detrás de la otra.

No es hasta los primeros segundos de “I Walk With You” cuando finalmente asoma ese feedback guitarril marca de la casa, en dramática reciprocidad con la pedal steel de Lofgren. Es en esta pieza a fuego lento donde Neil realiza una de las interpretaciones vocales más sentidas del disco, demostrando su veteranía en la gestión de agudos. El rock aterriza decididamente (y la sección rítmica de Billy Talbot y Molina se pone seria) en “The World (Is In Trouble Now)” –entrañable es el trapicheo torpe y descuidado de Neil en el armonio– y “Break The Chain”, un desvencijado corte bluesero donde por fin asistimos a un bruto y disfrutable duelo entre guitarras (rasgueo versus bottleneck). Si bien estas pistas van alternándose con las menos abrasivas, en una especie de vaivén calma-tormenta, se guardan el bombazo para el cierre del disco: “Chevrolet” –quince minutos de travesía pintoresca por valles y montañas– se desmarca del resto del repertorio por su ambición y electricidad, que recuerdan a los Crazy Horse setenteros hasta el punto de que no desentonarían en alguno de sus LPs más colosales. Largos trechos de solos-dilaceraciones youngianas, que tan bien conocemos y sin embargo tan vibrantes nos siguen resultando, simultáneamente afiladas y cálidas; un portento melódico y armónico indiscutible remachado por voces celestiales; versos evocadores, si bien un tanto desconcertantes (¿una oda a los viajes en coches viejos en un álbum plagado de imaginería ecologista?), y un buen equilibrio entre paisajismo contemplativo y nubarrones cargados de relámpagos y truenos.

En su conjunto, el álbum será una delicia para los más acérrimos (retrata tanto el estado mental-musical en el que se halla el Young como las dinámicas actuales del grupo), pero tal vez se les atragante a los oyentes más puntuales, dada la ausencia de variación ya discutida. Sin embargo, la brevísima coda donde un Neil taciturno interpreta al piano “This Old Planet”, exhibiendo una frágil desnudez –con fuertes ecos a su mítica “Borrowed Tune”, incluida en “Tonight’s The Night” (1975)–, deja el repertorio en un punto emocional tan álgido que podría erradicar perfectamente cualquier residuo de ambivalencia, así como suscitar la desoladora imagen de un futuro –quizá no tan lejano– en el cual esta voz que nos ha acompañado a través de las décadas ya no esté entre nosotros. ∎

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