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Es sensato desglosar la vida y carrera musical de Elena Setién en dos etapas muy diferenciadas por una estancia de 13 años en Copenhague –a la que habrá que sumar pequeñas escalas en Londres y Barcelona– y la posterior vuelta a su San Sebastián natal en 2015. Es ahí donde conocemos a la creadora actual, la misma que con tan solo 18 años se planta en la capital británica para estudiar violín y poco después en el Taller de Músics barcelonés, donde entra en contacto con el universo del jazz.
Después viene su larga residencia danesa, con el estímulo de un conservatorio de música moderna y un ambiente musical que forja ese temperamento tan dado a la vanguardia experimental, algo que quizá agudiza en sus últimos registros: el miniálbum “Mirande” (Forbidden Colours, 2020) –junto a Grande Days y Xabier Erkizia, con poemas del escritor Jon Mirande, clave en el inicio de la poesía moderna en euskera– y el reciente “Unfamiliar Minds” (Thrill Jockey-[PIAS] Ibero América, 2022), que amplía su alianza con Erkizia, quien coproduce, participa en los arreglos y aporta la electrónica en todas las canciones. Este nuevo álbum supone el cuarto lanzamiento desde su reinicio con “Dreaming Of Earthly Things” (Enja-Yellowbird, 2016), hermoso reseteo de art pop contemporáneo bañado en leves aromas de jazz que grabó con la muy estimable colaboración de Mikel Azpiroz (Elkano Browning Cream) y al que seguiría, en un plan y nivel similar, “Another Kind Of Revolution” (Thrill Jockey, 2019), ya con distribución internacional.
En esos días participó en importantes festivales como Jazzaldia o BIME, además de visitar el Teatro Victoria Eugenia de su ciudad o el Museo Thyssen de Madrid. También realizó un par de conciertos sueltos con adaptaciones del primer disco de The Velvet Underground, centrado en las canciones de Nico. Antes de todo eso, grabó otros cuatro discos con Little Red Suitcase, dúo con el que llegó a tocar en The Stone, cuartel general neoyorquino de John Zorn y sus acólitos, además de su verdadero debut en solitario, “Twelve Sisters” (ILK, 2013), fruto de su permanencia en Copenhague.
La preparación de “Unfamiliar Minds” se supone que coincide con todo el período pandémico. De hecho, la primera canción se titula “2020”. ¿Hasta qué punto ha tenido que ver en su confección?
La confección de “Unfamiliar Minds” está directamente relacionada con aquel primer período de la pandemia. De hecho, justo a finales de febrero de 2020 grabé nueve temas de los cuales solamente he conservado uno para el disco. Después de la experiencia del confinamiento no me identificaba con el resto de temas y decidí empezar prácticamente de cero.
¿Se puede establecer como disco conceptual, reflexivo e inmersivo y en base a qué patrones?
En base a ningún patrón específico. El disco es una reflexión artística sobre lo vivido. ¿Cómo no reaccionar ante algo así? En ese sentido, aunque sí que es un disco reflexivo e inmersivo, yo no lo considero conceptual. Nace de una necesidad y no de un concepto. El hecho de que todos los temas se puedan relacionar a la pandemia es simplemente una sincronía. El disco es hijo de su tiempo, podríamos decir.
Vuelves a trabajar con Xabier Erkizia tras el miniálbum “Mirande”. ¿Qué buscas y encuentras en su colaboración en relación a la que podías tener con Mikel Azpiroz?
Simplemente después de coproducir “Mirande” hicimos lo mismo para la banda sonora de la serie de EITB “Altsasu”, y después seguimos trabajando en la coproducción de “Unfamiliar Minds”. No descarto volver a colaborar con Mikel Azpiroz; cada colaboración te enriquece a su manera.
Tengo la sensación de que valoras mucho los arreglos y las posibles variaciones que pueden aportar a las canciones, pero siempre de forma moderada; nunca se comen la estructura y naturaleza inicial de la melodía.
Eso es, por eso digo coproducción. Para mí es importante que la naturaleza inicial de la melodía permanezca intacta.
También está en los directos Joseba Irazoki, que ya interviene en momentos puntuales del disco. Sostengo que podría codearse con grandes creadores y guitarristas de nivel internacional. ¿Cuál es tu opinión?
¡Joseba es un crac! Siempre aporta personalidad a los proyectos en los que participa. Es un músico muy querido y muy bien considerado, y con mucha razón.
Le has cogido gusto a musicar poemas; tras los de Jon Mirande ahora eliges dos de Emily Dickinson. ¿En qué influye trabajar con un texto ajeno para la concepción musical?
Los poemas ya vienen con una estructura, un ritmo y una musicalidad muy definidos y a veces es muy liberador tomarlos como punto de partida. Ya en 2008 escribí canciones para los poemas de un poeta danés, Lars Skinnebach, e hicimos un disco. Es algo que siempre me ha gustado hacer.
¿Qué te satisface más, encontrar buenas melodías dentro de un contexto pop o experimentar con desarrollos, texturas y sonoridades que, sin salirse de ese gran concepto popular, buscas sobre todo dentro de la electrónica?
Las dos cosas son satisfactorias. Encontrar melodías que luego oyes a alguien tarareando sin pensar es un subidón. Y experimentar con texturas y sonoridades que hagan que esas melodías pegadizas además sean personales y diferentes es algo que yo necesito hacer.
¿Cómo llegas a contactar con un sello internacional como Thrill Jockey?
Contacté por medio de un músico amigo. Por suerte, tanto a mi amigo como al sello les gustó mi propuesta y ahora sacamos ya el segundo trabajo juntos.
¿Qué es lo que más te interesa de su catálogo?
La variedad dentro de ese rango de artistas con mucha personalidad es admirable.
¿Sus exigencias son solo a nivel artístico o también interfieren en unos mínimos de repercusión comercial?
Thrill Jockey es un sello con una ética de trabajo increíble y un respeto hacia los artistas que es poco común. Consiguen el equilibrio entre cuidar al máximo el nivel artístico y subsistir económicamente.
Esta distribución internacional te ha supuesto aparecer en medios de referencia universales. ¿Cómo te sientes ante sus excelentes críticas?
¡Gracias! Pues obviamente estoy muy contenta de que el trabajo duro de años sea valorado de esa manera.
Y también poder tocar en otros países...
Más que nada, el hecho de haber vivido en Dinamarca tantos años me ha ayudado a tener una proyección también en el norte de Europa.
¿Te queda alguna nostalgia de Dinamarca? ¿Qué balance haces de tu vuelta en el plano meramente artístico?
Artísticamente tengo más espacio para indagar libremente aquí, en Donostia. Físicamente la gran ciudad siempre está llena de estímulos y a veces yo sentía que me ahogaba en aquel mar de estímulos. Lo que sí echo de menos es el entorno de músicos amigos y colaboradores que tenía en Copenhague. También la infraestructura a nivel de estudios de grabación y salas de conciertos.