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King Gizzard And The Lizard Wizard: la mezcla que eleva. Foto: Óscar García
King Gizzard And The Lizard Wizard: la mezcla que eleva. Foto: Óscar García

Festival

Primavera Sound (3 de junio /y 4): este es nuestro tiempo

Viejos conocidos del festival perpetuando su estatus –como Shellac– o consagrándose quizá de forma definitiva, como Weyes Blood y Parquet Courts. Exploraciones sonoras de impacto perdurable –las de Evian Christ y Lorenzo Senni– y elocuentes lecturas de música con auténtica vocación popular: Los Hermanos Cubero y Manel. Mujeres jóvenes abriéndose paso con firmeza antes de que caiga el sol –Amaia, Pinpilinpussies, Gabriela Richardson– y veteranos del ruido y la furia –Tropical Fuck Storm y Lightning Bolt– haciendo su enésima demostración de oficio. Todo eso y mucho más –también alguna decepción, lo comprobarán leyendo esta crónica– cabe en una jornada de Primavera Sound.

04. 06. 2022

Amaia

Si algo consigue transmitir Amaia en directo es que su propuesta tiene mucho de generacional, tanto en su enfoque lírico (naíf, divertido, por momentos ocurrente) como en su dispersión musical. En cierto modo podría decirse que encapsula los vicios y las virtudes xennials: se puede celebrar su absoluta carencia de prejuicios (remite a una electrónica tirando a amable, al folk contemporáneo, a ratos parece salida de los años 90 y de sellos como Siesta) como se le puede acusar de indefinición, de no abrirse en canal, de que nunca llegue ese descontrol que nos promete en “Bienvenidos al show”. Puede versionar a Los Planetas o a Bad Gyal, viajar entre el mundo alternativo y el mainstream: el término medio es a la vez su gran éxito y la sombra de una duda. Santi Fernández

Amaia, a medio camino. Foto: Marina Tomàs
Amaia, a medio camino. Foto: Marina Tomàs

Beach Bunny

Se ve contenta a Lili Trifilio –la jefa de Beach Bunny– por volver a Europa para interpretar aquí, por primera vez, algunas canciones de “Emotional Creature”, su nuevo disco, cuya publicación está prevista para julio. Sonriente en todo momento, parece doctorada en indie pop adolescente, esgrimiendo múltiples tics, típicos, ya algo aburridos para el público más resabiado: palmas, manos alzadas, corear juntos (por cierto, la moda de hacer agachar a la peña para saltar todos cuando estalla la canción no le va nada bien a mi rodilla izquierda). Un manojo de canciones para pasar un buen rato, sin más, que no dan tregua –bueno, solo un poco al principio de “Rearview”– y que alcanzan especial intensidad en el tramo final con las clásicas “Cloud 9” y “Painkiller”. David S. Mordoh

Beach Bunny, escuela indie. Foto: Jordi Vidal
Beach Bunny, escuela indie. Foto: Jordi Vidal

Blawan

Dicen los británicos que incluso un reloj estropeado da la hora bien dos veces al día. A Blawan un revival del future garage o del dubstep le vendría de perlas, porque le permitiría caer de pie después de años con la corriente en su contra. El escenario Dice –tan funcional a altas horas de la noche como desangelado por la tarde– se fue llenando progresivamente para ver al productor y DJ natural de Thurnscoe pero afincado en Berlín, evidenciando que los ritmos quebrados –el punto medio entre lo industrial, el techno oscuro y el UK Bass– tienen un hueco en los corazones de los clubbers. Santi Fernández

Blawan: ritmos quebrados. Foto: Óscar García
Blawan: ritmos quebrados. Foto: Óscar García

Earl Sweatshirt

La cita pintaba histórica: el exniño prodigio de Chicago venía con un álbum tan rotundo como “Sick!” (2022), incluido en un catálogo de referencias –discos y mixtapes– al que se le está poniendo cara de clásico. Para cuando su DJ tenía al respetable de brazos abiertos a base de clásicos, solo faltaba rematar a puerta vacía. Pero algo se rompió por el camino. Puede que, sencillamente, no fuera ni el momento ni el lugar: quizá sus bases atmosféricas, brumosas, su fraseado narcótico, necesite cuatro paredes y mucho humo para evitar que se diluya en la húmeda noche del Fòrum. La desconexión fue evidente cuando Earl Sweatshirt desgranaba a destajo su repertorio como un profeta rastafari y el público solo callaba al explotar el rumor del beat. Cuando se despidió, daban ganas de decirle: “Earl, no eres tú, soy yo”. Fácil solución: Primavera a la Ciutat. Alberto Lechuga

Earl Sweatshirt: desconexión. Foto: Marina Tomàs
Earl Sweatshirt: desconexión. Foto: Marina Tomàs

Evian Christ

Las máquinas quieren recrear el sonido del mundo a través de herramientas sintéticas. Con algoritmos especulan sobre la naturaleza, pero se desvían. Derivan en volumen y agresión sin abandonar lo que entendemos por ambient gaseoso. La deriva declina exponencialmente en ritmos de baile crudos hasta explotar en lo cafre, el bakalao. Y ahí, en el error de la máquina, se divisa la cara de Dios, dice la desconocida de al lado. Shock y levantamiento general en éxtasis. Eso es más o menos lo que perpetró –humo, espejos y láseres mediante– el británico Evian Christ en el escenario Rockdelux del Auditori. Ramón Ayala

Evian Christ: volumen y agresión con ambient gaseoso. Foto: Ismael Llopis
Evian Christ: volumen y agresión con ambient gaseoso. Foto: Ismael Llopis

Gabriela Richardson

La catalana de origen afroamericano Gabriela Richardson abrió el escenario Estrella Damm con una propuesta de aleación de estilos y madera de estrella pop, acompañada de guitarra, bajo, batería, teclados y dos coristas bailarinas. Abrió con la gustosa “En verano” y dio salida a un concierto de diez canciones que pasearon por el R&B, el pop y algunos aires flamencos apoyados por una guitarra clásica. Reservó para el final “Hundred Miles”, tema en el que colaboró con el grupo de electrónica Yall, un hit de pop ultrabailable que también habría sido idóneo para los bailes más nocturnos. Tamara G. Cascales

Gabriela Richardson, estrella pop. Foto: Val Palavecino
Gabriela Richardson, estrella pop. Foto: Val Palavecino

IOSONOUNCANE

En medio del limbo del festival, IOSONOUNCANE creó su propia procesión para ascender al cielo. El proyecto liderado por Jacopo Incani inició su espectáculo creando un auténtico ritual en el que la experimentación propia de sus últimos discos, “DIE” (2015) e “IRA” (2021), iban tomando forma mediante percusión norteafricana, batería acústica en el centro del escenario e Incani en un lateral, al mando del sintetizador. Una experiencia un tanto oscura, pero que supo estar a la altura y reunió a muchísimos adeptos a su propuesta, de claro cariz underground. Karen Montero

IOSONOUNCANE: ritual experimental. Foto: Ismael Llopis
IOSONOUNCANE: ritual experimental. Foto: Ismael Llopis

King Gizzard And The Lizard Wizard

Sus actuaciones corrían el riesgo de amputación, como pocos días atrás en Grecia. Afortunadamente, pudieron tocar al completo con el percusionista Michael “Cavs” Cavanaugh tras recuperarse del COVID. Y, como siempre, aunque a un volumen más bajo –“louder”, gritaba incansablemente la numerosa parroquia anglosajona–, esa locomotora tan especial funcionó bien engrasada, sin complejo alguno a la hora de mezclar prog, kraut, psycho –¡qué sonido tan reconocible y exultante han patentado!–, thrash y folk. Excelente la inclusión de cuatro composiciones del nuevo álbum en el set, sobre todo el epílogo con “Magenta Mountain” y la colosal “The Dripping Tap”. David S. Mordoh

King Gizzard And The Lizard Wizard, louder. Foto: Óscar García
King Gizzard And The Lizard Wizard, louder. Foto: Óscar García

Lightning Bolt

Ya frisan los 50 años, pero Brian Chippendale y Brian Gibson siguen rezumando energía juvenil. No es fácil: la propuesta de Lightning Bolt se basaba en la violencia, en un estallido primario de ruido y furia que puede resultar risible cuando el artista se aleja de la hormonación adolescente. Pero los de Providence siguen entendiendo el poder redentor de la distorsión, los acoples y los ritmos imposibles, tocando con una energía primaria que los hermana de alguna manera –pese a abordar géneros muy distintos– con ciertos artistas con los que compartieron jornada, como Mogwai o Shellac. Al final cumplieron cualquier expectativa de fan: sudor y sensación de trabajo bien hecho. No es poco. Santi Fernández

Lightning Bolt, estallido primario de ruido y furia. Foto: Óscar García
Lightning Bolt, estallido primario de ruido y furia. Foto: Óscar García

Lorenzo Senni

Senni arranca su sesión con un inmenso lienzo tras de sí en con su nombre en formato gigante: Lorenzo. ¿Egotrip o señalética avanzada para altas horas de la madrugada? Sea como sea, el italiano arrancó con unos bailes de San Vito en los que parecía que él se lo estaba pasando mejor que el público… Pero, poco a poco, fue quedando claro que su apuesta era ganadora: una mezcla sublime de future beats zumbones y minimalismo techno muy depurado, que hizo imposible no ponerse a bailar como si no hubiera un mañana. Raül de Tena

Lorenzo Senni, trance sádico. Foto: Óscar García
Lorenzo Senni, trance sádico. Foto: Óscar García

Los Hermanos Cubero

Corbatas floridas, trajes y saludos de sombrero: en su cuarto paso por el festival, la mandolina de Roberto y la guitarra de Quique nos ofrecieron un “rato de canciones y sol”, según sus propias palabras. Seguidillas, jotas y romances tradicionales de Guadalajara, foxtrots instrumentales y composiciones originales (entre ellas, la sentida “Tenerte a mi lado”), algunos acompañados del maestro violinista Jaime del Blanco. Si bien el fulminante calor de la tarde entorpeció el sentimiento de las piezas más elegíacas, su elegancia sin duda se demostró a prueba de rayos. Xavier Gaillard

Los Hermanos Cubero, canciones al sol. Foto: Jordi Vidal
Los Hermanos Cubero, canciones al sol. Foto: Jordi Vidal

Manel

Recurramos al tropo común: Manel son una fiesta mayor. Y su concierto en el Primavera Sound ha sido otra muestra de cómo los catalanes planifican sus directos de forma milimétrica para que sean campo de exploración sobre cómo el pop puede y debe dialogar con su etimología pura y dura: la música popular tradicional. Lo bueno a este respecto es que la de la banda no se embarca en un proceso elitista, sino que invita a todo el público a que entre en el laboratorio y lo goce al máximo con su fiesta (mayor). ¿Y cómo negarse cuando se marcan un grand finale en el que mezclan su icónico hit “Al mar!” con el irreverente “Mi gente” de J Balvin? Raül de Tena

Manel ante su gente. Foto: Òscar Giralt
Manel ante su gente. Foto: Òscar Giralt

Marina Herlop

Lo que Marina Herlop desgranó en el Auditori Rockdelux, flanqueada por las voces y ayuda instrumental del duo Tarta Relena, podría pasar como el rumor de un mundo donde la humanidad se ha extinguido, la flora y la fauna han acabado por conquistar el hormigón y el asfalto y los espíritus primigenios vuelven a elevar sus voces: free folk crecido en electrónica, Joanna Newson con colocón micológico, espíritu atávico y, de fondo, ecos a clásica. Debe ser la música de raíces del reverso de esta dimensión. Vanguardia exquisita. Ramón Ayala

Marina Herlop, vanguardia sin frenos. Foto: Óscar García
Marina Herlop, vanguardia sin frenos. Foto: Óscar García

Nídia

Vale, que el Primavera siga expandiéndose de tal forma que al final llegue del Ebro a los Pirineos tiene sus contras (las pateadas, básicamente), pero también sus puntos a favor. Sobre todo cuando, de repente, puedes ir moviéndote de un paisaje a otro y acabas en la playa a las 9 de la noche con una sesión en la que Nídia decide conjugar todos los tiempos verbales de la música negra en formato bailable. Un ejercicio de arqueología con el que rescatar las sonoridades de las colonias portuguesas, justificado por el hecho de que los padres de la artista son de Cabo Verde y Guinea. Pero ¿quién dijo que la arqueología podía ser tan divertida y bailable? Raül de Tena

Nídia, arqueología lusa. Foto: Òscar Giralt
Nídia, arqueología lusa. Foto: Òscar Giralt

Pabllo Vittar

Hablamos de una de las estrellas de la música en Latinoamérica y, a la vez, de una de las artistas más cercanas de las que han pisado por ahora el festival. Pabllo Vittar y su voz espectacular fueron las protagonistas de la segunda jornada, en la que bailó coreografías creadas al detalle para cada canción y llegó a niveles vocales extraordinarios. “Follow Me”, “A Lua” o “I Got It” fueron tan solo algunos de los temas de su show, preparados junto a sus bailarines y sus visuales para que la experiencia fuera increíble. Una de las mejores actuaciones en estas dos primeras jornadas del festival, sin duda. Karen Montero

Pabllo Vittar, coreografías de órdago. Foto: Marina Tomàs
Pabllo Vittar, coreografías de órdago. Foto: Marina Tomàs

Paloma Mami

En el punto de inflexión del concierto de Paloma Mami sonaron de seguido su colaboración con Major Lazer –“QueLoQue”, un banger made in Mad Decent apadrinado por Diplo– y su hit junto a Ricky Martin “Qué rico fuera”, producción comercial infalible para arrasar en la radiofórmula. Pero quien llegara un par de canciones después, se encontró con una artista desgranando canciones elegantes y atmosféricas, entre el trap, el soul y el hip hop de raíz neoyorquina, como “Que wea”. ¿Qué clase de artista es entonces Paloma Mami? A tenor de lo visto en el escenario Tous, una de “sonido global” que busca dar sentido a la amalgama de influencias –anime incluido, en indumentaria y visuales– que ha mamado como chilena –bandera mediante– criada en Nueva York. Puro mestizaje centennial, haciéndonos partícipes de su búsqueda. Y su público, ya fiel y entregado, agradecido de presenciarlo: sonó por primera vez en el escenario el “¡otra, otra!”. Alberto Lechuga

Paloma Mami, mestizaje de formas y modos. Foto: Val Palavecino
Paloma Mami, mestizaje de formas y modos. Foto: Val Palavecino

Parquet Courts

A falta de The Strokes, comparecieron Parquet Courts. Y a tenor de los pogos, brincos y bailes del público que abarrotó el escenario Plenitude, nadie echó de menos el laconismo chic de Casablancas y los suyos. No sabemos en qué momento exacto se ha producido el clic, pero ya es una realidad: Parquet Courts y su post-punk guitarrero están para escenario grande. Como el público estaba en modo hooligan (la mente se iba de hecho a Arctic Monkeys o Franz Ferdinand para retrotraerse a un flechazo así), a los neoyorquinos les bastaron apenas ocho canciones para coronarse. En uno de sus envites instrumentales –“Plant Life” en modo jam–, contamos hasta tres crowdsurfing en paralelo. Y para cuando llegó el baile de “Wide Awake” las Converse del público ya no tenían suela. No sabemos cuándo ha ocurrido, pero Parquet Courts tiene ya las maletas hechas para Mordor. Alberto Lechuga

Pinpilinpussies

Al grito de “¡bat, bi, hiru, lau!” se desató el torbellino Pinpilinpussies a primera hora en el escenario Ouigo. Turbo potencia rock, resonancia de rabia noventera y explícito activismo, avisando de que si se producía cualquier comportamiento inadecuado entre el público el concierto se acabaría. Presentaron tres temas nuevos – es el caso del afilado “Sad Makarena” (“dale alegría a tu cuerpo Makarena, que tu cuerpo es tuyo”)– entre los de su álbum “Fuerza 3” (2020). Y acabaron generando los primeros pogos de la jornada en la simbólica escena final: una chica es aupada por el público mientras Ane arañaba la guitarra tirada en el suelo y Raquel aporreaba la batería. Estas chavalas le pegan fuerte. Tamara G. Cascales

Pinpilinpussies, the new normal. Foto: Òscar Giralt
Pinpilinpussies, the new normal. Foto: Òscar Giralt

Shellac

Albini/Trainer/Weston: el mecanismo de relojería más ubicuo y bien engrasado de la historia del festival regresó con un set extrañamente emotivo dada su ausencia los últimos dos años. Una retahíla de clásicos viejos (“Squirrel Song”, “Wingwalker”) y nuevos (“All The Surveyors”, “Compliant”) con alguna que otra rareza de manufactura reciente: “Scrappers”, sobre los itinerantes recolectores de metales en Chicago, toda una institución en la ciudad, según contaron. Pura maestría en el arte del arranque-parón, angulosidad instrumental afiladísima y los míticos –a estas alturas, también reconfortantes– espasmos del señor Steve Albini (dentelladas a la guitarra incluidas). Xavier Gaillard

Shellac, retadores. Foto: Val Palavecino
Shellac, retadores. Foto: Val Palavecino

Tropical Fuck Storm

Aparte de una bruta versión de “Ann” de los Stooges, los sudorosos australianos se concentraron en su primer disco –la única concesión al último, “Deep States” (2021), fue “New Romeo Agent”, una rocambolesca traslación al directo liderada por Erica Dunn–, en un concierto en extremo fragoroso. El muro de sonido que erigieron, compuesto de las diversas texturas y sonidos del ruido, desde luego perforó orejas y sacudió cabezas, pero por momentos amenazó con rozar la redundancia: los perpetuos freakouts guitarreros de un enloquecido Gareth Liddiard, sin embargo, mantuvieron el espectáculo pleno de energía. Xavier Gaillard

Tropical Fuck Storm: la energía era esto. Foto: Óscar García
Tropical Fuck Storm: la energía era esto. Foto: Óscar García

Weyes Blood

Weyes Blood actuó sobre el mismo escenario que en el Primavera Sound 2017, pero esta vez paseó su madurez artística por todo lo alto. Vistiendo traje blanco de chaqueta y pantalón y con gafas de sol, presentó una imagen de vulnerabilidad made in L.A. más elegante que, por ejemplo, Lana Del Rey, con especial hincapié en la melancolía. Y lo dijo sin tapujos: “Vamos a hacer una tanda de temas tristes”, advirtió, antes de que fueran cayendo, entre otras, “Seven Words”, “Something To Believe”, “Picture Me Better”, “Andromeda” y “Wild Time”. En un momento dado, se quitó las gafas de sol para decir que el nuevo álbum ya estaba terminado, y en otro anunció la versión de “The Air That I Breathe”, de The Hollies, como una canción “about good sex”. De hecho, escucharla el mismo día que Angel Olsen publicó un disco nuevo es todo un chute. Consagración en un concierto absolutamente crepuscular. David S. Mordo

Weyes Blood, tristeza con elegancia. Foto: Marina Tomàs
Weyes Blood, tristeza con elegancia. Foto: Marina Tomàs
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