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Película

Arthur Rambo

Laurent Cantet

Por María Adell

22. 04. 2022

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¿Qué distancia hay entre la gloria pública y el destierro en vida? En “Arthur Rambo” (2021; estrenada en España en 2022) se manejan dos números posibles: los 280 caracteres que caben en un tuit y las tres paradas de metro que separan el centro de París de su banlieu. En el cine político, didáctico, de Laurent Cantet –director de, al menos, tres películas importantes del cine europeo de las últimas décadas: “Recursos humanos” (1999), “El empleo del tiempo” (2001) y “La clase” (2008)– ambos conceptos –el linchamiento en redes y el racismo estructural– están íntimamente conectados, pero el cineasta rehúye emitir un discurso unidireccional para mostrar, en toda su complejidad, un fenómeno del que parece que ni él mismo sepa muy bien qué pensar.

Esta duda permea todo el filme, evidenciándose de forma clara en su estructura narrativa, segmentada en dos mitades bien diferenciadas en cuanto a tono y puesta en escena. En la primera, Karim D. (Rabah Naït Oufella, que aparecía ya en “La clase”, siendo solo un preadolescente), un joven periodista de familia argelina, ha roto todos los techos de cristal posibles: su primer libro lo ha convertido en el autor de moda, aparece en televisión, sus editores le halagan y las redes sociales lo adoran. Cantet filma esta fama fulgurante como una carga abrumadora: los encuadres abarrotados, nocturnos, dominados por el tono azulado de las omnipresentes pantallas de los móviles, aún se hacen más claustrofóbicos al aparecer sobre ellos los tuits de apoyo escritos por admiradores desconocidos. No es casual que Cantet filme el momento de la debacle –la aparición y propagación, esa misma noche, de unos tuits homófobos y antisemitas escritos por Karim bajo el seudónimo de Arthur Rambo– con la misma puesta en escena opresiva con la que filmaba el efímero instante de gloria: el halago desmesurado y el linchamiento visceral son los dos rostros posibles, estrechamente interconectados, de la celebridad en redes.

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La segunda parte de la película, esencialmente diurna y filmada en localizaciones reales en un barrio periférico de París, nos devuelve al Cantet que conocemos, preocupado por la relación entre ficción y vida. Es loable el tono pausado con que aborda un tema que suscita reacciones incendiarias. El retiro forzoso de Karim a su lugar de origen –el piso de extrarradio que comparte con su madre y su hermano adolescente– permite esa calma y la aparición de las preguntas. ¿Por qué un joven comprometido con su comunidad se convierte en un monstruo en redes? ¿Toda provocación vale para conseguir seguidores? ¿Un tuit homófobo, o antisemita, es menos abyecto si está escrito con un objetivo de denuncia o un tono sarcástico? ¿Dónde trazamos la línea entre el discurso de odio y la libertad de expresión? El director se cuida mucho de dictar sentencia, convirtiéndose en una suerte de moderador que da paso a los diversos puntos de vista que dan forma a la película; algunos de ellos –el del propio Karim, anonadado al descubrir, dentro de él, un odio racial que no había querido reconocer; o el de su joven hermano, portador de un odio similar como consecuencia de su propia opresión– abordan cuestiones realmente interesantes, pero, en su opción de no tomar partido, la película acaba exhibiendo una cierta indecisión que lastra su efectividad. Cuando, hacia el final del filme, vemos a Arthur Rambo alejarse hacia un futuro incierto, tenemos la sensación de que esa ausencia de rumbo o esa incertidumbre con respecto a qué camino tomar definen la propia película. ∎
La complejidad de un debate abierto a interpretaciones.
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