“Air” (2023), quinto largometraje de Ben Affleck como director, es un filme sobre el mundo del baloncesto en el que no aparece ni una sola cancha deportiva, si obviamos aquellas que se ven a través de las pantallas de televisión. Es, también, un emotivo homenaje a la figura legendaria de Michael Jordan, aunque del mítico jugador de los Chicago Bulls solo se intuya una silueta y se escuche una única frase de diálogo en toda la película. ¿Qué es, entonces, “Air”? En resumen: la historia de la creación de unas zapatillas deportivas o, siendo más precisos, de las negociaciones y el acuerdo comercial que precedieron a su fabricación y comercialización. A simple vista no parece un punto de partida demasiado atractivo, pero Affleck –quien ya demostró su buen pulso en el manejo de la tensión cinematográfica en thrillers criminales como “Adiós, pequeña, adiós” (2007) o “The Town. Ciudad de ladrones” (2010) y políticos como “Argo” (2012)– es capaz de filmar una reunión de marketing con la misma intensidad con que rodaría un interrogatorio policial. “Air” se beneficia, además, de la querencia del cineasta por los repartos corales y de su generosidad –y talento como director de actores– a la hora de permitir que todos brillen por igual. La química entre Matt Damon y Viola Davis –quien interpreta a la madre de Jordan con su característica combinación de autoridad e intensidad emocional– es tan inesperada como asombrosa, pero Chris Messina, Jason Bateman, Chris Tucker y Matthew Maher interpretan a sus personajes como si estuvieran perfecta y milagrosamente sintonizados entre sí; una suerte de método de actuación colectivo que parece emular la noción de grupo y de camaradería masculina sobre la que el filme se asienta.

La idea de colectivo es básica para entender una película que parece aplicar la estructura y el tono épico de un clásico drama deportivo a lo que es, en esencia, un thriller corporativo e intensamente hablado. Ambientada en 1984, relata el singular proceso por el cual Nike consiguió que un novato Michael Jordan firmara con ellos un acuerdo de patrocinio que llevó a la creación de las primeras Air Jordan y cambió el futuro de la compañía para siempre. El filme sustituye las canchas de baloncesto por las salas de reuniones y el típico equipo de deportistas mediocres por ese excéntrico grupo de ejecutivos de una compañía menor que, liderados por un director de marketing con sobrepeso –un entregado Matt Damon–, consigue lo impensable: batir a sus temibles rivales y fichar al mejor jugador de baloncesto de la historia. Es indudable la capacidad de Affleck para, a través de una inspirada dirección de actores y de un montaje ágil, convertir una simple reunión de negocios en lo más parecido a una secuencia de acción, pero también es cierto que el guion opta descaradamente por el impacto emocional en detrimento de cualquier tipo de reflexión crítica. Si en “La red social” (David Fincher, 2010), otro thriller corporativo basado en la palabra y el diálogo, Aaron Sorkin y David Fincher convertían la invención de Facebook y la consiguiente disputa legal entre sus creadores en excusa para elaborar un retrato afilado del sistema de clases –y sus mutaciones– en la Norteamérica tardocapitalista, el discurso de “Air” es, en comparación con el de aquel filme, tan simple, blanco y esquemático como el logo de la empresa que dice retratar. Ni siquiera el placer obtenido por asistir al reencuentro entre Damon y Affleck, quien se reserva un hilarante papel secundario, y la intimidad autoconsciente que destilan las escenas que comparten pueden hacer olvidar del todo la sensación de estar presenciando una costosísima campaña de marketing de una compañía de ropa deportiva. ∎