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La primera vez que Carlos Galilea, pluma brasilófila en ‘El País’ y voz balsámica en Radio 3, escuchó el nombre de Caetano Veloso debió de ser en los 70, en un club de jazz de Barcelona: el guitarrista Jayme Marques acababa de cantar su “É de manhã”. De la última deben haber pasado unos pocos días u horas: se ha publicado “Caetano Veloso. Conversaciones con Carlos Galilea” (Blume, 2022) y el periodista –autor de libros como “El milagro de Candeal” (Grijalbo, 2004) y “Violão Ibérico” (Trem Mineiro, 2012; actualizado como “Guitarras atlánticas. De la Península Ibérica a Brasil”, editado en 2018 por Limbo Errante ), y colaborador en el “Diccionario de jazz latino”, de Nat Chediak (Fundación Autor, 1998)– debe tener el tema fresco.
En realidad siempre lo tiene: Galilea, conductor del veterano programa de la radio pública “Cuando los elefantes sueñan con la música”, es el confidente de Caetano en nuestro país, hecho probado por las diecinueve veces que se han encontrado –en Brasil, Francia, Reino Unido y España– micrófono de por medio. Conversamos con él sobre esas conversaciones, valga la redundancia.
Tu primer encuentro con Caetano Veloso fue en 1991. Relativamente tarde, ¿no?
Sí. Yo nunca pensé que iba a entrevistar a Caetano. Yo no había estudiado periodismo ni nada; a mí lo que me mueve es la música, compartir historias, no el periodismo. Si yo me fasciné por Brasil es por la música.
¿Fue la primera música que te cautivó? Un camino recurrente para muchos es llegar a Brasil tras un hastío del rock y del pop anglosajón…
Yo no empecé escuchando música brasileña, empecé comprando singles como “My Sweet Lord” de George Harrison, “Brown Sugar” de los Rolling Stones… Los primeros elepés me los trajo Papá Noel. Unas navidades pedí un tocadiscos –sencillito, porque en mi casa tampoco sobraba el dinero– y los dos primeros elepés, que aún guardo: “Imagine” (1971), de John Lennon, y “Led Zeppelin IV” (1971). Mi primer disco de Caetano me lo trajo de Portugal mi padre, que viajaba por trabajo a muchos sitios; era “Cores, nomes” (1982). Ahí está el tema “Ele me deu un beijo na boca”, que es algo que entonces él hacía mucho y causaba mucha controversia: besar a los músicos en la boca.
Pero volviendo al tema. La primera vez que fui a Brasil me invitaron a una fiesta con unos profesores universitarios de cierto nivel y salió el tema de Elis Regina, que se había muerto recientemente. Empezaron a hablar y vi que se emocionaban; a alguno hasta se le saltaban las lágrimas. Pensé: “Un país donde profesores supuestamente serios y sesudos son capaces de mostrar que se emocionan con una cantante de música popular… esto es para mí”. En España si alguien decía que no había leído a García Márquez lo miraban mal, pero si no sabía quién era Caetano Veloso era lo más normal del mundo.
En tus entrevistas llama la atención que, a lo largo del tiempo, Caetano sostiene que él no tiene talento musical. Sorprendente en un músico de su nivel.
Yo creo que entiendo por qué lo dice: porque no se considera un músico. Él siempre quiso ser pintor y director de cine. Llegó a la música por azares de la vida. Yo creo que él toca la guitarra bien, pero que no es tan buen guitarrista como João Bosco. O como Gilberto Gil. Creo que no se considera bueno cuando se compara con ellos. Él hace letras, buenas canciones, tiene una cultura musical brutal, sabe cientos de canciones de otros. Pero no se considera buen músico comparado, por ejemplo, con Milton Nascimento, que coge su guitarra, sale al escenario con Jack DeJohnette, Herbie Hancock y Pat Metheny, estos empiezan a tocar algo suyo y él les sigue. Caetano no puede hacer algo así. Una vez me contó que estaba con Celia Cruz en Río de Janeiro y le pidieron que saliera a cantar con ella y lo pasó fatal, porque él necesita saber lo que va a pasar. Él es un artista global, con una visión de su trabajo que va más allá de la música: la presentación, la escenografía, la imagen… A Milton todo eso no le interesa mucho: es un músico. Yo creo que por ahí van los tiros. No es falsa modestia.
Siguiendo ese razonamiento, casi se puede ver a Caetano Veloso como un artista frustrado, teniendo en cuenta los lugares en los que él querría haber sido grande.
Esa es una apreciación interesante. Una vez, cuando estaba cerca de cumplir los años que tiene ahora –ya tiene 80 años, igual que Gilberto Gil– me dijo que él veía a Gilberto como muy tranquilo. Me dijo: “Es que él ya lo ha hecho todo, ya ha ofrecido al mundo una obra completa, y lo sabe. Yo no”. Esa insatisfacción suya es lo que le hace mantenerse joven. Es muy raro ver a un tipo de esa edad, talento y respetabilidad interesado por lo que hace la gente joven. Caetano siempre ha escuchado a los músicos brasileños jóvenes; de hecho, le tienen todos un respeto reverencial. En una etapa de su vida reciente iba con la banda Banda Cê, donde dos de ellos podían ser sus hijos y el tercero, su nieto. Yo lo contrapongo con artistas españoles. Con todos los respetos que yo tengo por Serrat, yo creo que no escucha música. Incluso Sabina. Suenan siempre igual. Caetano no: puede estar solo con una guitarra, con una banda de rock, con tambores bahianos, con una orquesta sinfónica… Cuando alguien me dice “es que a Caetano ya lo he visto”, le digo: “Puedes volver a verlo, porque será diferente”.
De todos esos Caetanos, ¿por qué el que más nos gusta es el más cursi?
(Risas). Cuando vino con la Banda Cê a Madrid, al día siguiente en el periódico ‘El País’ decía: “Este Caetano no es el que nos gusta”. Aquí, en general, él es “Fina estampa” (1994). Pero Caetano es mucho más. Es un señor que sale al escenario con plumas, que da besos en la boca a los músicos, que canta “Eu so neguinha?” y hace un guiño a ese mundo gay o trans; es un rebelde, es el autor de “Araçá azul” (1973), el disco más devuelto en la historia de la música brasileña, un disco de ruidos, casi música concreta. Es uno de los ideólogos del tropicalismo, es rockero en “Velô” (1984) ... Fíjate en Chico Buarque, posiblemente aún más respetado que Caetano en Brasil. Él va a Portugal de vez en cuando y llena siete veces seguidas el Coliseu de Lisboa. Va a Francia y llena el Zénith. Aquí no viene. Yo creo que Caetano podía haber seguido el mismo camino. Sin “Fina estampa”, Almodóvar y Trueba, tendría un perfil muy bajo en España.
Caetano se queja a menudo de los problemas de entendimiento entre lo hispano y lo portugués.
Yo creo que hay una explicación. Si coges a un portugués y a un español del mismo nivel cultural y los pones juntos, el portugués va a entender un porcentaje elevado de lo que dice el español, pero el español no va a entender prácticamente nada del portugués. Los portugueses piensan que los españoles no les prestamos atención, que no hacemos ningún esfuerzo… Volvemos a lo de no sentirse músico; yo creo que para un músico el idioma es un tema en segundo plano. Para Caetano es esencial.
El tercer vértice idiomático sería el inglés y lo anglo. Estados Unidos parece obsesionarle; hasta lo inspira, lo ha llevado a hacer una versión de “Black And White”, de Michael Jackson.
Caetano me explicó que en la industria musical, la de antes, para llegar a España hay que pasar por Estados Unidos. No llegas directamente, porque ellos hacen que no haya comunicación directa. Con el tema del cine se entiende muy bien. En Estados Unidos tú no puedes estrenar una película doblada. Te dicen: “Proyéctala, pero en versión original con subtítulos”. No la verá nadie, porque la gente no consume cine que no sea en su idioma. Ellos aquí sí entran, aquí se doblan sus películas. Vuelvo a “Fina estampa”: en la época en que Caetano creció, y en la de João Gilberto también, en Brasil se escuchaban boleros mexicanos, tangos argentinos, chanson francesa… Eso desapareció a partir de los 70.
Por cerrar esta cuestión de la resistencia española a la música brasileña, ¿Caetano no lleva viniendo a España desde el año 1970? Aquí estuvo con Serrat, Pau Riba, Quico Pi de la Serra…
Sí, pero eso hay que explicarlo bien. Caetano viene a España en 1970 cuando está exiliado en Londres. Lo pasó muy mal allí. De hecho, cuando presentó años después en Inglaterra a los medios “A Foreign Sound” (2004), bromeaba con David Byrne y Brian Eno diciéndoles que Inglaterra es un poco como Puerto Rico pero sin salsa. Caetano no lo pasó nada bien allí, y eso que era la Inglaterra de los Rolling Stones y Pink Floyd, de la Isla de Wight (hay unas imágenes en un vídeo que se ve a Gilberto y Caetano entre los primeros espectadores del festival de la Isla de Wight). Es entonces cuando viene a España. Va a Cataluña invitado por Glauber Rocha, que estaba rodando en la Costa Brava “Cabezas cortadas” (1970). Caetano va a Barcelona –de ahí esas fotos con Serrat, Pau Riba, Pi de la Serra–, pero no como artista. Creo que solo lo entrevistó Àngel Casas –con fotos de Colita– en ‘Fotogramas’. Y Casas dice: “No busquen sus discos, no pierdan el tiempo porque este señor no existe aquí”.
Según la leyenda, iba a montar un negocio de horchata de chufa con Pi de la Serra en Brasil. ¿Eso no iría en serio, no?
No lo sé, eso lo contó Pi de la Serra y nunca lo contrasté con Caetano. Él tiene mucha admiración por Pau Riba, eso sí. Pero, mira, Caetano no canta aquí hasta 1984, con “Velô”, en unas fiestas de La Mercé, delante de las escaleras de la Catedral de Barcelona. Luego vino a Madrid a un concierto doble con Maria Bethânia; venían de teloneros de Ana Belén y Víctor Manuel. Creo recordar que Ana Belén y Víctor actuaron primero por deferencia, y que cuando se acabó la actuación Ana dijo: “No os perdáis a estos monstruos”… Y medio Palacio de Deportes se vació. España fue siempre muy reticente, es un problema de colonización mental. A Celia Cruz le pasó lo mismo, por eso siempre le dio las gracias a Lola Flores. Decía: “Es la única que me daba trabajo en España”.
Dentro de esa expectativa de retorno desde España, me llama la atención no encontrar en tu libro ninguna referencia a Radio Futura, que hicieron una versión de “Terra”.
Igual eso es más un debe mío que un fallo suyo. Igual no le pregunté. Mea culpa. Pero tampoco sé hasta qué punto él conocía lo que se hacía por aquí, porque tampoco llegaba.
Otro tema recurrente en vuestras entrevistas es la cuestión racial y de la esclavitud.
Él desarrolla la idea en el disco “Noites do Norte” (2000), con las teorías de un abolicionista llamado Joaquim Nabuco que habla del efecto de la esclavitud. A Caetano le molesta mucho la importación del modelo abolicionista y racial de Estados Unidos porque Brasil no tiene para nada el mismo sistema ni problemas racistas. Sí, hay racismo, pero tiene mucho más que ver con la clase social. En Brasil no hay ejemplos de prohibir entrar a un negro en un local o una playa o un estadio; nunca ha habido esa segregación por colores y razas que tienes en todas las excolonias inglesas. Ese rollo de 1950, de cuando Billie Holiday no podía entrar en un baño, esas fotos de “Only whites” que luego se vieron en la Sudáfrica del apartheid, eso en Brasil jamás lo has visto. Entre otras cosas porque ¿quién es blanco en Brasil? Jorge Amado decía que Brasil es un país de mulatos mestizos buscando su color definitivo. ¿Caetano es blanco? El no se considera blanco.
¿Y cómo considerar políticamente a Caetano Veloso?
Yo creo que es una persona libre y con una conciencia social importante, pero no sé. Yo creo que en la política él es como en la vida real. Dice: “Me gusta ‘caetanear’, detesto el ‘caetanismo’”. Contra Bolsonaro ha sido radical, era el demonio para él y lo ha dicho continuamente. Ha hecho campaña por Lula, pero no tanto por Lula, creo yo, sino por la imagen de Brasil que él quiere: un Brasil creativo, solidario, con menos diferencias sociales, con menos miseria. Él dice: “Cuando en Alemania un tren se estropea dicen que es accidental, pero si se estropea en Brasil se dice que es normal. Nos quitamos la responsabilidad diciendo: es que somos así”. No, dice: “Yo me siento orgulloso de ser del país que alumbró a Machado de Assis, a Oscar Niemeyer, a Villalobos, a Antônio Carlos Jobim… ese es mi Brasil”. Pero Caetano no es lineal, nunca te muestra por dónde van los tiros. Siempre te va a sorprender porque tiene una gran curiosidad por todo. Nunca deja de evolucionar.
Como muestra de esto su último disco, el magistral “Meu coco”, de 2021, el primero con material nuevo en diez años.
Yo diría que es un resumen de Caetano, porque tiene un poco de toda su carrera: ahí está el Caetano elegante casi crooner, el rockero, el tropicalista… Hay muchos Caetanos. Podría grabar con heterónimos, como Pessoa. Es un pedazo de disco de un tío que tiene ochenta tacos.
Terminemos con algo sobre ti y sobre “Cuando los elefantes sueñan con la música”, tu programa en Radio 3, ¿con el que llevas...?
Ha cumplido en enero treinta y seis años. Ininterrumpidos. Pero eso no es mérito mío. Es un milagro. En una radio pública, estatal, cuando la persona que lo está haciendo no tiene ni situación laboral estable... es sorprendente. Cuando entré me pusieron a prueba. Dijeron: “Vamos a aprobarte, nos ha gustado la maqueta que has presentado, a ver qué tal”. Y yo pensé: “Bueno, igual estoy aquí seis meses o un año…”. Por eso alguien dijo “ten cuidado con lo que empiezas”. ∎
Recopilar es un arte. Un arte de orden y espera. Un ejercicio de aplazamiento intuitivo hasta que las señales dicen “ahora sí, ahora tiene sentido, ahora está bien sacarlo”. No ha debido requerir tanto esfuerzo a Carlos Galilea recuperar estas diecinueve entrevistas de archivadores, cajas o álbumes; a malas, tiras de hemeroteca o se las pides al departamento de documentación del diario, y listo. El valor de esta recopilación está en el arte de respetar los tiempos, de crecer junto al homenajeado, de acompañarlo durante el desarrollo de una carrera (ejemplar). El mismo Veloso, que se presta a hacer el prólogo –hubiera sido inaceptable que no lo hubiera hecho–, queda impresionado obviamente no de las palabras dichas, sino de cómo ha pasado el tiempo: “Llego a los 80 años con esa organizada confusión en mi coco”, dice, y luego tira unas flores que el editor requiere y la obra merece: “Solo un libro como este trae un relato de cómo eso se desarrolló”.
Leídas las señales del momento oportuno, ahora que no parece ser época de reconocer maestros, es un gusto (re)leer estos diecinueve encuentros como se lee algo casi epistolar, y reconstruir la línea de puntos de la carrera de Caetano Veloso, uno de esos raros casos –tal es la importancia de su viaje– de artista-país. Elegante Galilea, por otra parte. Los años de conocimiento entre un artista y su periodista talismán suelen acabar en obsceno compadreo. Es de agradecer que Galilea no haya perdido su posición en treinta años, que nunca haya cedido a la pérdida de roles, que no reclame atención (que la tiene). No se nos tienta con la idea de que aquí hay “dos amigos”. Gracias.
Hay conversación sobre música y cine, sobre arte y política. Es cierto que a veces las entrevistas demandan cierto conocimiento de la escena y la historia del país, pero qué mejor momento para entrar en ese mundo que ahora mismo. El autor enriquece la recopilación de preguntas y respuestas con una sucinta biografía, una colección de canciones traducidas (a medias con el elegante cantautor de Belo Horizonte Leo Minax), discografía, fotos y alguna cosa más. El diseño y la factura del libro son impecables. Ahora solo falta la entrevista número veinte. ∎