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Hay elementos en contra. El más obvio es la comparación. De eso sabe mucho Nick Cassavetes, aunque con sus livianas películas se haya alejado del estilo crudo y rabioso del cine de John Cassavetes, muerto en 1989: nada que ver “Opening Night” (1977), del padre, con “El diario de Noa” (2004), del retoño. El estigma de ser hijo de quien es –de John Cassavetes y Gena Rowlands, gigantes ambos– le perseguirá de por vida. Nick, al menos, siempre ha sido consciente de que cualquier intento de emular el estilo del director de “Faces” (1968) estaba condenado al fracaso, así que mejor tirar por otro lado, aunque sea rodando filmes que posiblemente hubieran indignado a su padre. Su mejor película es “Atrapada entre dos hombres” (1997), sobre la relación entre un individuo recién salido de un centro psiquiátrico, su exesposa y el actual marido. No en vano el guion lleva la firma de Cassavetes padre –era uno de sus proyectos no realizados– y, aunque el filme resultante no tiene su pulso, Nick al menos no lo hizo blando.
Otro caso flagrante es el de Jennifer Lynch. Es muy complicado que te tomen en serio cuando debutas con una película que intenta, con apuros, reproducir las atmósferas malsanas que han nutrido la obra del autor de “Carretera perdida” (1997). La hija de David Lynch se arriesgó con “Boxing Helena (Mi obsesión por Helena)” (1993). Gustó poco, pero como vino con la aureola de “provocadora” y era de quien era, se estrenó y la vio bastante gente. Pasaron quince años hasta que Jennifer volvió a dirigir un filme –dedicándose entremedio a diversos cometidos en la web de su padre– y, cuando se alejó con tacto de la sombra de David en el excelente thriller “Surveillance” (2008), nadie le hizo caso. “Hisss” (2010), un relato de mujeres-serpiente rodado en la India, está en YouTube, y desde hace tiempo realiza episodios para series de televisión, la última de ellas “Monstruo. La historia de Jeffrey Dahmer” (Ian Brennan y Ryan Murphy, 2022).
El aluvión contemporáneo de cineastas descendientes de cineastas se dio en cuentagotas en otras épocas. ¿Alguien se acuerda de Juan Luis Buñuel? Dedicarse a la dirección cuando se es hijo del autor de “Viridiana” (1960), y contar además con Michel Piccoli o Catherine Deneuve, tan identificados con el cine de Luis Buñuel, es un suicidio artístico. En la nutrida descendencia de Ingmar Bergman encontramos realizadores, actrices, actores y escritoras. Daniel Bergman debutó como director con “Niños del domingo” (1992), película escrita por el propio Ingmar y centrada, además, en las relaciones de los padres del director de “Persona” (1966). Desde entonces, Daniel solo ha dirigido un largometraje más y algunas cosas para televisión. ¿Cómo encarar libremente un filme escrito por tu padre y que cuenta las relaciones amorosas de tus abuelos sin que se hagan comparaciones de las que siempre saldrás perdiendo?
Esa fidelidad al ideario paterno la podemos encontrar también en “Antiviral” (2012), el primer filme de Brandon Cronenberg, que es absolutamente deudor del cine de David Cronenberg. Paradójicamente, cuando más se ha alejado Brandon del estilo quirúrgico del director de “Crash” (1996), menos interesantes han resultado sus películas: “Possessor Uncut” (2020) e “Infinity Pool” (2023). En el lado opuesto estarían por ejemplo Jonás Trueba y Louis Garrel. En cuanto al cineasta español, ni a nivel de elementos temáticos, algo lógico, ni estilísticamente, pueden hallarse concomitancias entre sus películas y las que hacen su padre Fernando o su tío David. Otros tiempos, otros intereses y otra formación. También él ha roto artísticamente, no por necesidad, sino por pura lógica generacional, con los lazos familiares. De “Belle Époque” (1992), el oscarizado filme de Fernando Trueba, a “La reconquista” (2016), uno de los mejores logros del vástago Jonás, hay algo más que un mundo, la misma diferencia que entre “El olvido que seremos” (2020) paterno y el sugerente manifiesto generacional del hijo, “Tenéis que venir a verla” (2022). Del mainstream al indie con la misma sangre.
Por lo que atañe a Garrel, tuvo claro desde el primer momento que sus películas como director no tendrían nada que ver con las temáticas esgrimidas por su padre, Philippe Garrel –pérdidas amorosas dolientes, adicción a la heroína, el fantasma de Nico, la crisis política de los que vivieron el Mayo del 68–, así que, por el momento, ha realizado cuatro largometrajes muy luminosos, entre el drama y la comedia: “Los dos amigos” (2015), “Un hombre fiel” (2018), “Un pequeño plan… como salvar el planeta” (2021) y “El inocente” (2022). Y eso que desde pequeño ya estuvo involucrado en las derivas dramáticas de los relatos de su padre –debutó frente a una cámara con seis años en “Les baisers de secours” (1989)– y con la diferencia de dos años protagonizó un par de películas complementarias sobre los acontecimientos del Mayo parisino, “Soñadores” (2003), de Bernardo Bertolucci, y “Les amants réguliers” (2005), de Philippe Garrel. Aún es más interesante este posicionamiento teniendo en cuenta que dos de las cuatro películas de Louis fueron escritas con el fallecido Jean-Claude Carrière, quien impregnó de otra poética filmes de Philippe como “Amante por un día” (2017) y “La sal de las lágrimas” (2020).
Con todo, el cine francés en general, y el de los Garrel en particular, integra con total naturalidad las relaciones familiares en la gestación de las películas y hay entendimiento entre padres e hijos pese a pertenecer a tendencias distintas. En la citada “Les baisers de secours”, el propio Philippe Garrel, su padre Maurice, su hijo Louis, la madre de este, Brigitte Sy, y una examante de Philippe, Anémone, se interpretaban más o menos a sí mismos en un relato de cine dentro de cine. Louis ha trabajado con sus parejas –Valeria Bruni Tedeschi, Golshifteh Farahani y Laetitia Casta– durante o después de las relaciones. El último filme de Philippe, “Le grand chariot” (2023), es una reflexión sobre el artesanado –sus protagonistas son tres hermanos titiriteros que podrían ser cineastas analógicos– protagonizada por sus tres hijos, Louis, Esther y Léna.
La lista es pródiga e incluye fobias y filias. Jason Reitman, el director de las notables “Juno” (2007) y “Up In The Air” (2009), se parece como un huevo a una castaña a Ivan Reitman, hacedor de superéxitos como “Los cazafantasmas” (1984), aunque el último filme del hijo, “Cazafantasmas. Más allá” (2021), pretenda remedar o proseguir la saga cómico-fantástica del padre. Lo mismo podríamos decir de Romain Gavras, el hijo del arquitecto del llamado “cine político” de los sesenta y setenta, Constantin Costa-Gavras. Romain formó el colectivo audiovisual Kourtrajmé, rodó videoclips para M.I.A. y Kanye West, entre otros, y sus dislocados largometrajes –“Atenea” (2022) es el último– plantean elementos sociopolíticos de forma diametralmente distinta a la empleada por su padre en “Z” (1969), “Estado de sitio” (1972) o “Desaparecido” (1982). Antes que ellos estuvo Mario Van Peebles. Su padre, Melvin Van Peebles, es el autor de la película más importante de la línea radicalizada del blaxploitation, “Sweet Sweetback’s Baadasssss Song” (1971). Otra losa. No es de extrañar que Mario se dedicara a otras cosas, aunque, además de sus trabajos actorales en producciones convencionales, tiene tras la cámara un wéstern afroamericano bastante interesante, “Renegados” (1993), y el biopic televisivo “Salt-N-Pepa” (2021), sobre el trío femenino de hip hop. De esta nutrida lista, a Mario y Melvin –fallecido en 2021– les cabe el honor de ser los únicos que han dirigido juntos una película, “Corrupción policial” (1996), un producto para televisión sobre un policía negro enfrentado a los supremacistas blancos que trabajan en su propio departamento.
Algunos descendientes siguen fielmente el camino del progenitor: Goro Miyazaki en relación con Hayao Miyazaki, en el campo del anime, o Samira y Hana Makhmalbaf, hijas de uno de los patriarcas del cine iraní que arrasó en los noventa, Mohsen Makhmalbaf, de quien heredaron idéntico y terroso estilo entre ficción y documento. Otros lo han intentado sin éxito: Ami Canaan Mann, hija de Michael Mann, debutó con un interesante thriller producido por su padre y presentado en el Festival de Venecia, “Tierra de asesinatos” (2011), pero desde entonces su recorrido se ha limitado a episodios de series televisivas de segunda y un par de películas apenas distribuidas. Asia Argento logró desprenderse en cierta forma de la tutela paterna y se apartó del giallo por el que Dario Argento es reconocido, pero solo una de sus películas como directora, “Scarlet Diva” (2000), obtuvo cierta resonancia, y sigue siendo más recordada por algunas polémicas extracinematográficas y sus interpretaciones en filmes de su padre, Abel Ferrara y Olivier Assayas. Jonás Cuarón –“Desierto” (2015)– aún está lejos de su padre Alfonso Cuarón, aunque contribuyó al éxito de este escribiendo el guion de “Gravity” (2013).
Por Desirée de Fez
“Antiviral”
(Brandon Cronenberg, 2012)
Dentro de esta genealogía de herederos virtuosos, quizá sea Brandon Cronenberg el director que más se mimetiza con su padre en cuanto a temas: la perversión del cuerpo, la tecnología que lo invade, los discursos sobre la identidad y la carne… También en relación a la puesta en escena, aunque quizá sea un punto más sofisticado y aséptico que David Cronenberg. Todo eso está en “Possessor Uncut” (2020) y en “Infinity Pool” (2023), y estaba en su primera y mejor película hasta la fecha, “Antiviral”, en la que la obsesión por la fama lleva a la sociedad a querer inyectarse los virus y las enfermedades de sus ídolos.
“Somewhrere”
(Sofia Coppola, 2010)
Quizá no sea la película más reivindicada de Sofia Coppola, ni siquiera la más perfecta. Al pensar en ella es más fácil que te asalten las magníficas “Las vírgenes suicidas” (1999), “Maria Antonieta” (2006) o, sobre todo, “Lost In Translation” (2003). Sin embargo, aunque su voz es muy personal y no está especialmente modulada por la influencia de su padre, en un artículo sobre herederos tiene sentido citarla porque hay algo en ella que la conecta con el debut de Francis Ford Coppola: “Llueve sobre mi corazón” (1969). Ambas comparten una misma melancolía y una forma similar de hablar de la necesidad de pensar en qué punto vital estamos.
“Kiss Of The Damned”
(Xan Cassavetes, 2012)
Es curioso que el rescate y la reivindicación estos últimos años del cine de terror dirigido por mujeres no se detenga más en “Kiss Of The Damned”, segundo largo como directora –tras una película para la tele sobre el canal de televisión por cable Z Channel– de Xan Cassavetes. Hija de John Cassavetes y Gena Rowlands, la cineasta firmó un filme de vampiros imperfecto pero irresistible en su manera –tan ingenua como eficaz– de poner el foco sobre la sensualidad-sexualidad del vampirismo.
“Boxing Helena (Mi obsesión por Helena)”
(Jennifer Lynch, 1993)
Pocos debuts más radicales y atrevidos que la película de culto “Boxing Helena (Mi obsesión por Helena)”, de Jennifer Lynch. La hija de David Lynch ha alcanzado oscuridades interesantes en películas como “Surveillance” (2008) y “Chained” (2012) o en la serie “Monstruo. La historia de Jeffrey Dahmer” (2022), de la que dirigió cuatro capítulos. Pero jamás ha llegado al nivel de perversión y osadía de su debut, por otro lado una película tan amada como odiada. Tiene por protagonista a un cirujano (Julian Sands) que mutila a la mujer de la que está obsesionado (Sherilyn Fenn) para retenerla. Entre ambos se establece una relación de manipulación y tormento.
“El inocente”
(Louis Garrel, 2022)
Actor desde la infancia e hijo de Philippe Garrel. No lo tenía fácil Louis Garrel para que lo tomaran en serio como director. Sin embargo, en menos de una década se ha convertido en uno de los cineastas franceses actuales más interesantes. Tras “Los dos amigos” (2015), “Un hombre fiel” (2018) y “Un pequeño plan… como salvar el planeta” (2021), que funcionan como una especie de trilogía, Louis Garrel firma con “El inocente” su mejor película. Tan precisa en su escritura como en su dirección, esta irresistible cinta de atracos revela al cineasta como un claro amante y conocedor de los géneros puros. ∎