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La recuperación de clásicos del cómic siempre es un asunto complejo. ¿Se debe intentar reproducir fielmente el formato y el acabado de la primera edición o es preferible “remasterizar” las páginas de la obra con técnicas modernas? ¿Tiene sentido recuperar en ediciones de lujo lo que, en su momento, fue material de consumo rápido? O incluso: ¿es adecuado considerar “clásico” cualquier cómic con cierta solera, al margen de su calidad o influencia? Muchas preguntas, que no vamos a contestar aquí. Lo esencial es que el mercado español está recuperando cada vez más patrimonio del cómic mundial, en ediciones de calidad generalmente a la altura de las obras y lejos de ciertas chapuzas que afortunadamente han quedado en el olvido.
Uno de esos clásicos de reciente aparición resulta especialmente interesante porque su “descubrimiento” cuestiona el canon del cómic occidental: “¡La bestia ha muerto! La Guerra Mundial de los animales” (1944-1945; Reino de Cordelia, 2022; traducción de Asunción García Iglesias) del francés Edmond-François Calvo (1892-1957) no suele encontrarse en ninguna historia del cómic, pero sin duda lo es, aunque transite el terreno que limita con el cuento ilustrado y prescinda de globos de diálogo, a la manera de Harold Foster en su “Príncipe Valiente” (1937-1980). Calvo exhibe un estilo detallado y muy expresivo en sus historias protagonizadas por animales antropomórficos, lo que remite a las fábulas clásicas y su atribución de caracteres psicológicos en función de la especie, pero también a la animación de su época: no en vano lo apodaron “el Walt Disney francés”. Las dos historias contenidas en este libro de cuidada edición y gran formato –“La bestia se desata” y “La bestia es derrotada”– se publicaron respectivamente en 1944 y 1945 y presentan una obvia alegoría de la Segunda Guerra Mundial centrada en el punto de vista francés, con un veterano de guerra como narrador que cuenta la historia a unos niños, de ahí el tono empleado. En las páginas de esta ambiciosa obra los franceses son conejos, los alemanes lobos y los americanos búfalos. Es comprensible que la estrategia comercial se apresure a anunciar que “¡La bestia ha muerto! La Guerra Mundial de los animales” se adelantó al “Maus” (1980-1991) de Art Spiegelman, aunque en realidad las dos obras no tengan mucho que ver.
De la de Calvo se ha destacado su postura antibélica, lo que resulta sorprendente, porque es una evidente pieza de propaganda patriótica destinada a elevar la moral de los franceses y a difundir una manipulada versión de la guerra, teniendo en cuenta que la primera parte se publicó en la clandestinidad mientras que la segunda vio la luz tras la liberación de París. Calvo ensalza el valor de los franceses y su capacidad de resistencia, caricaturiza a quienes entregaron la patria al invasor demasiado pronto y suaviza la responsabilidad colectiva o la presencia previa del fascismo en su país. Así, el conflicto está narrado principalmente como un enfrentamiento entre conejos y lobos –Francia y Alemania– y omite cuestiones tan espinosas como el antisemitismo. El público actual tendrá que hacer, inevitablemente, una lectura crítica de la defensa de los imperios coloniales y los estereotipos racistas que se manejan. Pero que nadie piense que esto resta un ápice de valor a la obra: muy al contrario, constituye un importante testimonio de indiscutible calidad artística y gran interés como fuente histórica.
La finlandesa Tove Jansson (1914-2001) tampoco suele mencionarse cuando se habla de la historia del cómic europeo, tal vez por pertenecer a su periferia geográfica y artística: se trata de una escritora, ilustradora y pintora de prolífica obra y sosegada filosofía de vida para la que el cómic nunca fue actividad principal. Su apego por la naturaleza y su amor por la vida sencilla está muy presente en su creación más popular, nacida en 1940, cuyas tiras (1953-1958) han empezado a recopilarse en castellano en “Mumin. Las tiras completas de Tove Jansson” (Salamandra Graphic, 2022; traducción de Esther Cruz Santaella). En el libro se incluyen cuatro historias en las que se presenta a toda la pléyade de excéntricos personajes surgidos de la imaginación de la autora, con la familia de los Mumin –una suerte de indefinidos animales antropomórficos– en el centro de todo.
Jansson es de esas dibujantes que tiende a la síntesis, pero en cuyas viñetas nunca falta nada. Su fino sentido del humor, propenso al absurdo, se inserta en la tradición finlandesa y recuerda al que se encuentra en ciertos pasajes del “Kalevala”, saga del folclore finés recopilada en el siglo XIX. E igual sucede con el sentido de la maravilla que insufla a sus historias, relacionado con la visión simple del mundo de los Mumin y su capacidad para adaptarse a cualquier situación, lo que provoca giros inesperados que permiten a estas tiras conservar toda su frescura. En estas historias iniciales todavía se está definiendo el universo de los Mumin, pero ya da muestras de todo su potencial como crítica al capitalismo oculta tras el envoltorio engañosamente inane de unos muñecos cuquis que acabarían explotados en todo tipo de merchandising. En “Mumin y los forajidos”, la obsesión de su amigo Sniff por hacerse rico y famoso arrastrará a Mumin por todo tipo de penalidades y problemas. Y esta crítica se hará todavía más incisiva en “Mumin en la Costa Azul”, que cuenta unas vacaciones de toda la familia en un hotel de lujo donde les resulta imposible comprender las reglas del mercado, si bien se verán corrompidos por el brillo de lo superfluo antes de que sean capaces de recuperar la cordura y su sistema de valores. Hay algo extraño y fascinante –por único– en el trabajo de Tove Jansson y merece la pena descubrirlo en una edición a la que se debe objetar la fuente tipográfica mecánica, que no hace justicia a la rotulación manual del original.
Los títulos de EC Comics resultan más conocidos para el aficionado de cierta solera, a pesar de que en España la edición disponible era de tamaño reducido y pobre blanco y negro. La editorial del neoyorquino Bill Gaines (1922-1992) se hizo célebre por sus títulos de ciencia ficción, crimen, guerra y, sobre todo, terror. Por su extravagancia, gusto por lo macabro, puntos de vista originales y calidad de sus colaboradores. Su reinado duró poco: la histeria contra los comic books en los 50 llevó a la creación del Comics Code Authority, un código de autocensura editorial que en la práctica significó la imposibilidad de seguir publicando algo tan osado. Hasta el momento pueden encontrarse dos primeros recopilatorios de la serie “Tales From The Crypt” (con material del período 1950-1952) y otros dos de “Weird Science” (período 1950-1952), ahora reeditados por Diábolo entre 2021 y 2022 con traducción de Santiago García y Alfonso Bueno. Su recuperación con el color restaurado –aunque respetuoso con los códigos y limitaciones técnicas de la época– es una excelente noticia.
Pero ¿están estos tebeos a la altura de su mito? En los libros publicados hasta ahora la fórmula todavía se está perfeccionando y los resultados pueden ser irregulares, como si el tono no estuviera aún demasiado claro. Están por llegar algunos de los más importantes dibujantes de la editorial, aunque ya puede disfrutarse de Al Feldstein (1925-2014), guionista, dibujante y coordinador editorial que marca el ritmo y el tono medio de los contenidos de ambas cabeceras. También de Wally Wood (1927-1981), Jack Kamen (1920-2008), Johnny Craig (1926-2001) y especialmente de Harvey Kurtzman (1924-1993), el más heterodoxo y personal de todos y quien estaría llamado a dejar mayor impacto en el medio. Muchos de los tópicos del terror y la ciencia ficción de las décadas siguientes están ya en estos cómics, que a su vez beben sin complejos ni escrúpulos de las revistas pulp: Ray Bradbury llegó a quejarse de ciertas historias, “adaptaciones” no autorizadas de sus relatos, lo que llevó a un acuerdo para, más adelante, adaptar oficialmente relatos cortos suyos en “Weird Science”. Los tropos más básicos se explotan con ingenio y revelan de forma muy evidente los miedos y ansiedades de la sociedad estadounidense de los años 50. Son cómics menos subversivos de lo que a veces se pretende, al menos en esta etapa inicial, pero de desbordante imaginación, notable calidad artística y afán de ir un poco más allá del entretenimiento pasajero.
De lo publicado hasta ahora, “Weird Science” contiene las mejores y más interesantes historias. Está presente la obsesión tan de la época por las invasiones extraterrestres: por ejemplo en “¡Semillas de Júpiter!” (1951), de Feldstein, muy cercana al planteamiento de “La invasión de los ladrones de cuerpos” (novela de Jack Finney de 1954 adaptada al cine en 1956 por Don Siegel). Incluso se incluye –en “Pánico” (1950), también de Feldstein– una vuelta de tuerca a la versión radiofónica de “La guerra de los mundos” de H.G. Wells que Orson Welles realizó en 1938. También es frecuente recurrir a historias de viajes en el tiempo, con paradojas incluidas que luego serán prácticamente canónicas en el género: la imposibilidad de cambiar lo acontecido es el tema central de “¡El hundimiento del Titanic!” (1951), de Wood y Feldstein, mientras que la paradoja temporal que cierra una línea circular de la que no se puede escapar que vemos en “El hombre que murió… ¡a tiempo!” (1951), de Kamen y Feldstein, adelanta películas como “Los cronocrímenes” (Nacho Vigalondo, 2007). El fin del mundo es otro motivo obsesivamente visitado por los autores de la revista, normalmente provocado por una guerra atómica cuya amenaza era muy real en los 50, como se aprecia en “¡La destrucción de la Tierra!” (1950), de Feldstein. En todos estos temas está presente la paranoia de la Guerra Fría, pero muchas conectan también con el presente en su retrato de la humanidad como una especie empeñada en su autodestrucción.