Serie

Cowboy de Copenhague

Nicolas Winding Refn(miniserie, Netflix)
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Puede que Nicolas Winding Refn haya sido el primer sorprendido por la tibia recepción crítica y popular dispensada a su serie “Cowboy de Copenhague” (2023). Nos hallamos, dentro de lo que cabe, ante una secuela mainstream, auspiciada por la todopoderosa Netflix y con aspiraciones a futuras temporadas, de su anterior realización: la celebrada “Demasiado viejo para morir joven” (Nicolas Winding Refn y Ed Brubaker, 2019), otra serie, aunque emitida por Amazon Prime Video y de carácter más hostil y experimental, amén de autoconclusiva.

“Cowboy de Copenhague” opone a “Demasiado viejo para morir joven”, atravesada por el desaliento existencial ante la brutalidad que rige el mundo bajo las apariencias, una perspectiva más optimista, de violencia contenida y elíptica. De hecho, tiene su germen en los últimos compases de “Demasiado viejo para morir joven”, que incluían la aparición de una sacerdotisa de la muerte que asesinaba sin piedad a los gánsteres que salían a su encuentro y la promesa de un “amanecer de la inocencia” que seguiría a la destrucción de nuestra realidad a manos del mal.

“Cowboy de Copenhague” nos sitúa en ese escenario de mal triunfante y atisbo de esperanza. Una joven de origen incierto y poderes sobrenaturales, Miu (Angela Bundalovic), pone patas arriba el submundo criminal danés y ofrece una salida a las mujeres sojuzgadas por clanes delictivos enfrentados por el control de la prostitución y otras actividades ilegales. Toda la filmografía de Nicolas Winding Refn –proceso acelerado en “Drive” (2011), “Sólo Dios perdona” (2013) y “Demasiado viejo para morir joven”– ha constituido una deconstrucción crítica de la masculinidad ligada a las convenciones de su género de cabecera, el cine negro. En “Cowboy de Copenhague”, trata por primera vez de redefinir los tropos del noir a partir de un feminismo heterodoxo –preludiado en “The Neon Demon” (2016)– merced al cual todos los hombres pasan a ser, literalmente, unos cerdos, mientras que a las mujeres se les ofrece la oportunidad de trascender su programación como objetos de consumo o deseo.

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Por tanto, frente al nihilismo de “Demasiado viejo para morir joven”, en la que Martin (Miles Teller) sucumbía a su diseño tradicional como policía sin escrúpulos, “Cowboy de Copenhague” hace de Miu un personaje más fluido, andrógino y ambiguo, que combina los rasgos de una alienígena, una superheroína, una santa y una bruja. Esos atributos ambivalentes le permitirán burlar los designios de un submundo criminal en el que mafiosos del Este, nobles de ascendencia vampírica, abogados corruptos y jefes de la yakuza se disputan el poder como versiones diferentes de un mismo patriarcado, tan todopoderoso en apariencia como neurótico en última instancia.

En ese aspecto “Cowboy de Copenhague” no deja de ser una serie profundamente política, como lo es su retrato de un Occidente cuyo haz solar ha sido devorado por un envés lunar en el que nuestros valores y tradiciones ya no tienen peso específico. A todo ello hay que sumar la vuelta de Nicolas Winding Refn a su país natal para confrontar qué queda de sus orígenes como cineasta noir –en el reparto de “Cowboy de Copenhague” se cuentan intérpretes de la trilogía que le lanzó a la fama internacional, “Pusher” (1996-2005)–. Pero estos factores, al igual que una historia confiada en exceso a lo largo de los seis capítulos que integran la serie a las ideas felices, los meandros, las intuiciones, son secundarios frente a la alienación de Refn, tan contradictoria como fascinante, en un discurso entre el psicoanálisis, la referencia y el arquetipo y unas formas en las que se dan la mano el esteticismo extremo y la indagación formal en las dinámicas de los relatos.

“Cowboy de Copenhague” vuelve a ser un cuento de hadas plagado de resonancias esotéricas; un ejercicio de familiaridad subvertida por las pulsiones edípicas y el extrañamiento, y un descenso por la madriguera del conejo filmado desde el otro lado del espejo. El cine de serie Z, Dario Argento, Quentin Tarantino, David Lynch y Sergio Leone –la serie es una versión comprometida, sororal, de “Por un puñado de dólares” (Sergio leone, 1964)– confluyen en las figuras y escenarios herméticos y los neones azules, violetas y carmesíes que moldean las imágenes ultracodificadas y fetichistas de “Cowboy de Copenhague”, como es habitual en el Refn de la última década.

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En mayor medida que otras realizaciones suyas recientes, ha sido acusada de radical chic, de primar el estilo sobre la sustancia. Lo cierto es que en Refn el estilo es la sustancia. En un mundo que ha reducido la percepción de sí mismo a la bidimensionalidad de las pantallas, los pensamientos profundos han de emanar de las superficies. Refn coincide con Alexander McQueen en la idea de que la fotografía y la escenografía de moda son idóneas para representar dioramas de nuestro presente tan precisos como los que albergan los museos de historia natural y, al mismo tiempo, vías de escape hacia la trascendencia, hacia lo sublime. “La gente no ve prendas cuando contempla un diseño”, reflexionaba McQueen, “quieren ver algo que estimule su imaginación. Bajo cada pliegue exacto de tejido, bajo cada capa de piel tersa, saben que corre la sangre”.

El esteticismo weird de Refn, que ha cristalizado este mismo año en una obra maestra, el mediometraje publicitario “Touch Of Crude” (2023), tampoco tiene nada de gratuito aquí. Aporta una dialéctica extrema entre lo viejo y lo nuevo, lo inmortal y lo efímero, lo inmemorial y lo condenado al olvido, respaldada por una cámara obsesiva que da cuenta, a través de sus giros reiterados de 360 grados, de un enigma que atañe a la naturaleza asumida de la serie como narración desplegada en una cierta dirección a lo largo del tiempo y el espacio.

Lejos de resultar una boutade, el cameo final en la serie del desarrollador de videojuegos Hideo Kojima es de lo más pertinente. El reto que se plantea Kojima con cada simulacro es que “los jugadores ansíen habitarlo de nuevo en cuanto les sea posible porque vislumbran una certidumbre sobre sus vidas que no tiene cabida en su realidad”. Del mismo modo, “Cowboy de Copenhague” es una fantasía solipsista, cincelada a golpe de modelos, luces estroboscópicas y vestuario de diseño; pero acierta con frecuencia a reverberar en nuestro bajo vientre, en nuestro cerebro reptiliano, con el impacto que solo pueden tener las verdades, sí, profundas. ∎

La reconocible firma de NWR.
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