La importancia del biografiado la midió en 2003, con notable ponderación, Peter Guralnick –autor del binomio dedicado a Elvis Presley, recientemente reeditado por Libros del Kultrum, “Último tren a Memphis / Amores que matan”– al afirmar que “casi sin ayuda, B.B. King enseñó el blues a la América blanca”. A partir de esta idea, Daniel de Visé construye un diáfano mapa para explicar la extensa trayectoria de un músico simpar, iniciada como cantante de góspel, aunque entendió que el dinero estaba en el blues. El autor refuerza la cohesión interna del relato al entretejer la vida y obra de King con los avatares sociopolíticos de aquellos años, en especial el movimiento de los derechos civiles, al que el músico contribuyó sin hacer publicidad. A lo largo de su carrera, el músico de Misisipi grabaría alrededor de cincuenta discos.
Con meticuloso detalle, “B.B. King. Rey del blues. Ascensión y reinado de Riley “Blues Boy” King (“King Of The Blues. The Rise And Reign Of B.B. King”, 2021; Libros del Kultrum, 2023) documenta la niñez y juventud inconexas del guitarrista. “A mi modo de ver, B.B. perdió a su propia familia cuando era joven. Era hijo único, su hermano murió en la infancia. Su madre dejó a su padre cuando él tenía 5 años. Luego su madre murió cuando él tenía 10 años. Su abuela murió cuando él tenía 14 años. Su familia simplemente desapareció y se evaporó. Así que creo que pasó el resto de su vida intentando formar una familia”, ha declarado el escritor a propósito de su libro. Un estudio que combina el género biográfico con un medido sentido del ensayo, que permite leer muchos pasajes como una novela de aventuras.
El también periodista no se olvida de la música popular más diversa del primer tercio del pasado siglo, que incluye el country y el blues rural de los trabajadores blancos pobres. En este escenario cabe admitir que las carreras y caracteres de Elvis Presley y B.B. King, convertidos en rutilantes estrellas de Memphis, que sabían lo que era la pobreza, guardan similitudes. Uno era un hillbilly y el otro un aparcero descendiente de esclavos. Alcanzar el respeto, más que la fama, era la gloria soñada por ambos. Pero King era simplemente un guitarrista de piel oscura que triunfaba en el chitlin’ circuit, de exclusiva audiencia negra, hasta que la insistencia de Mike Bloomfield, un reconocido músico de blues, cambió la historia y el legado del autor de “Sweet Sixteen”.
King y Presley compartían el hiperbólico sueño americano a partir de una peculiar amalgama de humildad, dolor, inseguridad y una determinación que no admitía discusión. Ambos iban por el mundo con sus respectivos séquitos. King, además, padeció todo el racismo posible como músico que vivía en la carretera. El periodista describe los cambios de músicos; los altercados y disputas con mánagers, agentes y dueños de locales, más la mala costumbre de no leer los contratos que firmaba. También las grabaciones y las actuaciones, como los problemas de impuestos, etc. Toda la acrimonia que destila una vida como la de Riley Ben King, De Visé la expone con tacto. Sin olvidarse de la fluidez escénica de King con el público, ni de la tardanza en ser reconocido como guitarrista, pues entonces solo se le valoraba como cantante.
La admiración de Bloomfield –que venía de electrificar a Bob Dylan y, además, ejercía de guitarrista en The Paul Butterfield Blues Band, un combo multirracial de Chicago– surtió efecto. Bill Graham, gestor de la movida musical de San Francisco de mediados de los años sesenta, programó a King la noche del 26 de febrero de 1967. “Esta gente no me conoce”, dijo el músico al oír su nombre. La multitud que atestaba la sala prorrumpió en una salva de aplausos. Con 40 años cumplidos, el mayor difusor de blues del Delta dejó de tocar para audiencias negras. B.B. King pasó a tocar para el público blanco, seducido por una música que no conocía.
En los años setenta, antes de adaptarse a otros ritmos como el soul, el remozado rhythm’n’blues y el jazz-funk, King aceptó la invitación de actuar en una cárcel, cerca de Chicago. “Se regocijó de volver a actuar para los negros”, deja escrito De Visé. Antes, ya había convencido a todas las audiencias con “The Thrill Is Gone”, un tema de 1951 compuesto por Rick Darnell y Roy Hawkins que hizo suyo en 1969, incluido en el álbum “Completely Well”. El guitarrista, su canto y Lucille –una Gibson ES-355– suponen una comunión emocional poco escuchada hasta entonces. Bueno, en los conciertos de King solía pasar. En “Live In Cook County Jail” (1971) suena intensamente contenida. Ese directo no ha parado de crecer hasta igualar, cuando no superar, “Live At The Regal” (1965). Los directos siempre fueron su fuerte.
El legado de canciones de B.B. King es imponente. “Sweet Little Angel”, “I’m King”, “I’ve Got A Right To Love My Baby”, “It’s My Own Fault”, “Why I Sing The Blues”, “Lucille”, “Woke Up This Morning” son suyas. También versionó y reelaboró piezas como “3 O’Clock Blues”, “Did You Ever Love A Woman”, “Downhearted”, “Ain’t Nobody’s Business” o “Rock Me Baby”. Clásicos que fortalecen la resiliencia del blues. La caja “The Vintage Years” (2002) recopila lo mejor de sus grabaciones en Modern Records, desde inicios de los años cincuenta hasta principios de los sesenta. Mucho después, aquel sonido, aquella esencia regresaron gracias al músico y productor T-Bone Burnett, pues en “One Kind Favor” (2008) supo conectar a King con una de sus máximas influencias, Lonnie Johnson.
El volumen incluye imágenes, una detallada discografía, un epígrafe de sus distintas formaciones (“Los hombres del rey del blues”), más un índice onomástico. Riley Ben King nació el 16 de septiembre de 1925 en Berclair, Misisipi, en plena región del Delta, entre Itta Bena e Indianola, donde se alza el Museo B.B. King. Murió aquejado de diversas dolencias el 14 de mayo de 2015, a los 89 años, en su casa de Las Vegas, mientras dormía. “Every Day I Have The Blues”. ∎