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David Bowie (1947-2016) siempre fue, ante todo, un narrador. Si bien es cierto que la música fue el ámbito privilegiado para poner en práctica su talento ficcional, no lo es menos que, en sus mejores álbumes, dicho talento resulta tan abrumador que las letras y melodías no bastan para apreciarlo en toda su grandeza; ahí más que nunca el arte de la portada, su puesta en vivo, el personaje encarnado en las canciones son suplementos indispensables al material contenido en los estrechos confines sónicos del LP. Bowie, creador de historias y universos, pero sobre todo de personajes, se sirvió de cualquier herramienta para ello: música, palabras, imágenes. No solo se trataba de desarrollar un concepto, sino de ejecutarlo, y él destacó por hacerlo siempre con una presencia escénica arrolladora.
Sirva de muestra “Ziggy Stardust And The Spiders From Mars” (1979), la explosiva filmación de D. A. Pennebaker del que sería el último concierto de dicha gira. Allí, el artista se funde con su personaje, la homónima estrella de rock extraterrestre, mediante maquillaje, vestuario y la adopción de una gestualidad específica, inspirada en la de Elvis Presley. Esta inclinación aparentemente natural por parte de Bowie hacia lo performativo es revisada en “Cracked Actor” (Alan Yentob, 1975), un documental de la BBC de la misma época, en la que esta se revela como remedio a su timidez escénica, una máscara que le separa del público y le permite desinhibirse. No es de extrañar que Bowie terminara por probar suerte con la interpretación, sobre las tablas del teatro o en los sets de rodaje, ni tampoco que sus resultados fueran excelentes. La receta, al fin y al cabo, era la misma: la minuciosa composición de un abanico de gestos y tonos con los que dar vida y cuerpo a una ficción.
Su primer papel protagonista fue en “El hombre que cayó a la Tierra” (Nicolas Roeg, 1975), un singular cóctel de sátira y ciencia ficción en el que interpreta a Thomas Jerome Newton, alienígena que aterriza en nuestro planeta con la intención de llevar agua al suyo, para lo cual funda una millonaria empresa tecnológica. El músico desarrolló una severa adicción a la cocaína durante el rodaje, motivo por el cual considera que, más que interpretar al personaje, lo encarnó; el ademán distante, visionario y tiernamente frágil de Bowie en esta película ha contribuido mucho a la imagen popular que de él tenemos hoy en día. Volvería a hacer de “monstruo” en “El ansia” (1983), un sugerente relato gótico articulado alrededor de un triángulo bisexual y filmado con la potencia visual propia del desaparecido Tony Scott (1944-2012), en el que interpreta a un vampiro aquejado por un trastorno que lo hace envejecer años en cuestión de días, revirtiendo el proceso sobrenatural, en un papel que guarda inquietante parecido con las circunstancias de su muerte.
Su mejor papel fue en “Feliz Navidad, Mr. Lawrence” (Nagisa Oshima, 1983), una cinta sobre la masculinidad tóxica ambientada en un campo de prisioneros japonés durante la Segunda Guerra Mundial, en la que encarna a un comandante de una rebeldía infinita, la cual compromete cada vez más al encaprichado dirigente del lugar, al que da vida Ryuichi Sakamoto, responsable también de la magnífica banda sonora. Como contrapunto, realizaría su actuación más kitsch unos años después en “Dentro del laberinto” (Jim Henson, 1986), entrañable cuento de hadas en el que, a pesar de no ofrecer la mejor muestra de su talento musical, derrocha carisma, iconicidad y un sex appeal completamente intachables.
El rostro del Duque Blanco también hizo su aparición, entre otros, en filmes como “Gigolo” (David Hemmings, 1978) –drama ambientado en el Berlín de entreguerras en el que Bowie compartió cartel con Kim Novak y la mismísima Marlene Dietrich–, “Yo, Christina F.” (Uli Edel, 1981) –en la que su actuación en directo resultaba fundamental en el relato sobre una adolescente berlinesa que se hace adicta a la heroína– y “Principiantes”, musical realizado en 1986 por Julien Temple, el mismo director con el que Bowie redefinió las directrices del videoclip en “Jazzin’ For Blue Jean” (1984).
“Cuando llega la noche”
(John Landis, 1985)
Aparición como villano en este thriller oscuro de John Landis en el que aparecen cineastas de varias generaciones en otros suculentos cameos: David Cronenberg, Don Siegel, Paul Mazursky, Paul Bartel, Richard Franklin, Andrew Marton... Un juego cómplice en el que Bowie disfruta en una escena amenazando a la heroína de la función, Michelle Pfeiffer.
“La última tentación de Cristo”
(Martin Scorsese, 1988)
Múltiples directores hicieron uso de la magnética y extraña presencia de Bowie para dar vida a algunas de las figuras históricas más inclasificables. El primero de ellos fue Scorsese, que le dio la oportunidad de interpretar brevemente a Poncio Pilatos, la cual Bowie aprovechó para infundir un aire frío, extraño, pero de una gran humanidad al gobernador romano responsable de la crucifixión de Cristo.
“Twin Peaks. Fuego camina conmigo”
(David Lynch, 1992)
En la precuela a la legendaria serie de televisión, interpreta a un compañero del FBI de los detectives Dale, Albert y Gordon, el cual reaparece misteriosamente tras una larga ausencia. Su papel resulta tan breve y desconcertante que los fans esperaban obtener una explicación en el retorno de la serie en 2017, una expectativa que se cumplió, si bien de la manera más lynchiana posible.
“Basquiat”
(Julian Schnabel, 1996)
La siguiente ocasión llegó gracias al por otra parte olvidable biopic del artista neoexpresionista, en el que Bowie realiza unas cuantas apariciones memorables como Andy Warhol, siempre acompañado del marchante de arte Bruno Bischofberger, encarnado a su vez por Dennis Hopper. Cabe recordar que Bowie dedicó una canción al genio de Pittsburgh (incluida en “Hunky Dory”, 1971), la cual inspiró uno de los riffs de “Master Of Puppets”, de Metallica.
“Zoolander. Un descerebrado de moda”
(Ben Stiller, 2001)
Bowie interpreta al maestro de ceremonias en la secuencia del combate entre los modelos encarnados por Ben Stiller –también director de esta incisiva comedia sobre el mundo y la vanidad de la moda– y Owen Wilson. Podría haber sonado perfectamente en el filme el tema “Fashion”, pero, además de su paródica presencia, prestó “Let’s Dance”.
“El truco final (El prestigio)”
(Christopher Nolan, 2006)
En uno de sus últimos papeles, Bowie hace acto de presencia andando tranquilamente entre rayos y humo, en un tributo a su carácter de ilusionista. Interpreta al visionario Nikola Tesla, cuya intervención hace de esta película una historia de ciencia ficción. Nolan admite que la idea de pedir a Bowie que interpretara a Tesla viene de su papel en “El hombre que cayó a la Tierra”. ∎