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Para los fans del director resulta divertido, casi como un juego, ir identificando elementos en su nuevo filme que conectan directamente con los antiguos: los órganos cartilaginosos y los bichos alienígenas de “El almuerzo desnudo” (1991); las vainas corporales de “La mosca”; los gadgets viscosos y los cables que se hunden en la piel de “eXistenZ” (1999); el erotismo colindante con el dolor de “Crash” (1996); la cirugía entendida como una nueva forma de sexo –idea que se expone textual y verbalmente en la película– de “Inseparables” (1988)… y así casi sin parar durante 100 minutos.
Ese es sin duda uno de los grandes temas de “Crímenes del futuro”, pero hay al menos dos o tres líneas más, algunas gruesas, otras menos evidentes. La transformación del cuerpo y la mutabilidad de los órganos –aquí lo de la “nueva carne” va más por dentro que por fuera– es expuesta en la película a través de los shows performativos de Saul Tenser (interpretado por Mortensen) y su pareja-colaboradora Caprice (Léa Seydoux). Unos shows nos llevan, de una forma quizá muy obvia pero no por ello menos interesante, a una reflexión sobre los límites del arte y del espectáculo, a preguntarnos hasta dónde estamos dispuestos a llegar para satisfacer nuestras ansias de adrenalina, de novedad y, sí, de morbo malsano. Aunque, si cambiamos de lado, podemos considerar que la pregunta se la puede hacer a él mismo como creador: ¿somos capaces de entregarnos al arte en cuerpo y alma? Porque eso es, literalmente, lo que hace Tenser.
La película también nos habla del sexo –o mejor, del erotismo– a través de la herida, la metamorfosis y la búsqueda constante del placer (y la frustración lógica que sentimos ante la imposibilidad de llegar a alcanzarlo plenamente). En esa idea conecta directamente con “Crash”, pero se queda a varios cuerpos –nunca mejor dicho– de su nivel de transgresión y radicalidad. La tensión sexual entre Saul y Timlin (una excelente Kristen Stewart, que aparece demasiado poco en pantalla) es pura carnalidad intangible e imposible: “No soy bueno en el viejo sexo”, le dice él a ella.
Es posible que, con el tiempo, “Crímenes del futuro” quede situada en el canon de Cronenberg un poco por debajo de sus obras maestras de los 80 y los 90. Su tono gris-marrón plomizo y oxidado –por otra parte, muy presente en otras películas suyas: “Spider”, sin ir más lejos– y una puesta en escena algo plana no ayudan a que la película termine de alzar del todo el vuelo. Pero aun así, hay que celebrar, aplaudir y ponerse en pie ante un cineasta radical, único, que a sus 79 años es capaz de perturbarnos profundamente con hombres-monstruo de cicatrices imposibles en el rostro e incisiones corporales que nos llevan a abismos de consecuencias desconocidas. Y todo ello, además, sin perder nunca el sentido del humor. ∎
“Cromosoma 3” (1979)
De su cuarteto de películas de la primerísima primera etapa –las otras son “Vinieron de dentro de…” (1975), “Rabia” (1977) y “Scanners” (1981)–, esta es la más redonda y mejor terminada de todas. Personajes, imágenes y narración funcionan y encajan perfectamente desde el principio hasta ese final deslumbrante, con los niños asesinos multiplicándose a cada golpe de neurosis de Samantha Eggar. A destacar los parecidos más que razonables –el divorcio, la profesora del colegio– con otra obra de culto máximo estrenada dos años después: “La posesión” (1981), de Andrzej Zulawski.
“Videodrome” (1983)
La “nueva carne” nace aquí. Las viscosidades y el feísmo orgánico tan característico de su cine emergen como una fuerza inesperada en la segunda mitad del metraje, mientras Cronenberg va lanzando por debajo los primeros dardos contra el oscurantismo y la maldad intrínseca de las grandes corporaciones. Todo ello vuelve a estar presente en “Crímenes del futuro”, que sitúa la idea de extraer e introducir “cosas” en el cuerpo en el centro del argumento y se desarrolla, igual que “Videodrome”, en una sociedad sórdida, crispada y sucia.
“Inseparables” (1988)
Considerada por muchos fans y críticos como su obra maestra, en “Inseparables” los ginecólogos gemelos Elliott y Beverly se obsesionan con la mutación vaginal del personaje de Geneviève Bujold y entran en una espiral de locura malsana en el que caben adicciones a fármacos, celos absurdos, presión empresarial e instrumentos quirúrgicos convertidos en obras de arte. El final es apoteósico, Cronenberg en estado puro.
“Crash” (1996)
Lo que une “Crímenes del futuro” con “Crash”, probablemente el filme más radical y perturbador de su carrera, es la idea de la búsqueda constante del placer y el proceso de insatisfacción, de inquietud, de huida hacia adelante para conseguirlo. En su momento fue un hito –sigue siéndolo más de 25 años después– y demostró que, además de un director original y con mundo propio, era perfectamente capaz de llevar a ese imaginario fílmico a autores tan complejos como J. G. Ballard o William S. Burroughs.
“eXistenZ”(1999)
Podría parecer un título menor en su filmografía, por su narrativa cercana al cine de acción o incluso –muy a su manera– a las películas de aventuras. Pero, vista con el tiempo, hay bastante unanimidad en considerarla una obra clave y de alto rango en el canon Cronenberg. Quizá la mejor película sobre videojuegos de la historia, funciona en sí misma como tal: divertida, excitante y tremendamente adictiva. Además del puro goce cinematográfico, plantea con ingenio –otro final memorable– una idea clásica: la confusión entre imaginación y realidad. ∎