Película

El callejón de las almas perdidas

Guillermo del Toro

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El escritor estadounidense William Lindsay Gresham (1909-1962) se encontraba en España a principios de 1939. Esperaba la repatriación tras participar como voluntario en la Guerra Civil. Allí conoció a un médico que le habló de “El Monstruo”, una de las mayores atracciones de la feria ambulante en la que había ejercido. El reclamo consistía en la observación de un hombre alcohólico y enjaulado, sin autoestima, capaz de morder cabezas de serpientes y gallinas. La anécdota le sirvió a Gresham para trazar en su novela “El callejón de las almas perdidas” (“Nightmare Alley” en su versión inglesa) toda una metáfora sobre la moral y el engaño humano, a través de trucos ilusorios a los que el protagonista de su “callejón de pesadilla” se aferra para subsistir: la prestidigitación, el tarot, el psicoanálisis, el alcohol.

El libro se publicó en 1946 (en España, ha sido reeditado recientemente por Sajalín) y, un año después, impulsó la adaptación cinematográfica “El callejón de las almas perdidas”, dirigida por Edmund Goulding y protagonizada por Tyrone Power. Han pasado tres cuartos de siglo desde dicha película, pero aquella parada de los monstruos le sirve a Guillermo del Toro como un lugar de recreo en el que se mueve como hombre-anfibio en el agua, si atendemos a la ensayística del mexicano sobre la idea de “engendro”. Desde “El espinazo del diablo” (2001) hasta “La forma del agua” (2017), pasando por “El laberinto del fauno” (2006), el cineasta ha ido elaborando un bestiario acerca del trauma y nuestra relación con lo monstruoso a partir del conflicto bélico. No es de extrañar que, ambientada en un país como los Estados Unidos pos-Depresión y en un momento de noticias sobre el alzamiento nacionalista llegadas desde Europa (entonces y ahora), la historia de Gresham sobre los entresijos de un circo de poca monta llamase la atención de un director que ha convertido a los personajes abyectos en marca de la casa.

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Esta compañía de freaks luce todo tipo de cuerpos con diferentes habilidades y el diseño de producción es realmente mágico, pero “El callejón de las almas perdidas” (2021; en España, 2022) es la película menos explícitamente fantástica de Del Toro. No hay aquí más monstruo que el (de)generado por un viaje épico al fondo del pozo. Bradley Cooper protagoniza este auge y caída al abismo de un seudolíder con una muy estudiada dualidad. Su personaje parece una figura fantasmal, vaciada de carisma, pero va engullendo las cualidades de las otras pobres almas que encuentra en su camino. Presume de un atractivo natural, aunque alberga en su ser la fealdad más ególatra.

El guion de Del Toro y Kim Morgan también juega con esta ambigüedad dual. Con dos mitades bien diferenciadas, funciona como cine negro y como drama existencial. En ocasiones se antoja estirado, a medio camino del texto original de Gresham y la película de Goulding. Pero ni con todo su metraje –dura dos horas y media– consigue que el resto del estelar plantel –Toni Collette, Rooney Mara y Ron Perlman, entre otros– brille realmente, con la excepción del conciso Willem Dafoe, siempre tan temible como adorable. Y de Cate Blanchett, quien ejerce de doctora psicoanalista reconvertida en femme fatale y cuyas poses en el diván parecen impuestas para estimular una tradicional mirada masculina. Quizá este no sea el truco más preciso de Del Toro, pero sí se asienta sobre una férrea convicción de que las historias que contó Gresham en su día siguen resonando con fuerza en tiempos de coaching, criptomonedas y aplicaciones de astrología. Hemos nacido para creer. ∎

Salgan de dudas: ¿es un hombre o es una bestia?
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