Stan Lee, en 1991, posando con el libro de Les Daniel sobre la historia de Marvel. Foto: Gerald Martineau / The Washington Post (Getty Images)
Stan Lee, en 1991, posando con el libro de Les Daniel sobre la historia de Marvel. Foto: Gerald Martineau / The Washington Post (Getty Images)

Artículo

El mito de Stan Lee y la creación de Marvel Comics

La publicación en España de la biografía no autorizada “Verdadero creyente. Auge y caída de Stan Lee”, coincidiendo con el 60º aniversario de Spider-Man, es un buen punto de partida para revisar la vida y milagros del director de la Marvel fundacional de los 60. Y revisitar la génesis de la mitología estadounidense más influyente del mundo actual, el Universo Cinematográfico Marvel.

“Tenía varias caras. Casi me siento como si estuviera hablando de Charles Foster Kane. ¿Quién era? ¿Qué era? ¿Cómo era?”, dice Larry Lieber al comienzo de la biografía de Abraham Riesman sobre su hermano mayor, Stan Lee (1922-2018). “Depende de con quién hables y en qué momento”. Lo dice entrevistado cuarenta y cinco días después de la muerte de Lee, en su casa de Manhattan, un “estudio del tamaño de una caja de zapatos” que se contrapone implícitamente al patrimonio que amasó su hermano en vida. La alusión al “Ciudadano Kane” (1941) de Orson Welles revela la autoconsciencia de este libro y de algunos de sus personajes, empezando por su protagonista.

Porque quizá la principal habilidad del neoyorquino Stanley Lieber, que firmaba Stan Lee en los cómics porque quiso preservar su nombre real –siempre aspiró a triunfar fuera de la denostada industria del comic book–, fue su dominio del relato sobre sí mismo. Su conciencia del privilegio que supone narrar los hechos para reescribirlos a tu medida y del poder de los medios para amplificarlos y establecerlos como “verdad”. La historia la escriben los vencedores, en efecto, y Stan “The Man” Lee, como él mismo se apodaba, era el jefe. Aquellos que podían contradecir su relato en público eran sus subordinados... al menos hasta que dejaron de trabajar para él.

¿Y quién fue Stan Lee? Parafraseando a su hermano, depende de para quién. Para muchos jóvenes actuales, era el simpático abuelo que hacía cameos en las películas de Marvel Studios. Para muchos adultos de generaciones anteriores, desconocedores de detalles expertos, fue el “genio visionario” creador de Marvel Comics. También fue, según numerosos testimonios, una persona de trato extraordinariamente agradable”, escribe Abraham Riesman en “Verdadero creyente. Auge y caída de Stan Lee” (2021; Es Pop, 2022; traducción de José María Méndez). Alguien “encantador, amable, afectuoso y cortés”. Para su hermano menor Larry Lieber, Lee fue un extraño distante en los 70, “cuando le costaba Dios y ayuda que Stan le encargase algún trabajo” (Lieber, dibujante y guionista, ayudó en los 60 a desarrollar personajes como Iron Man o el Hombre Hormiga). Para Jack Kirby o Steve Ditko, sus colaboradores principales en la Marvel fundacional, Stan Lee fue alguien que se apropió de sus méritos como (co)creadores de superhéroes que hoy conforman una franquicia multimillonaria propiedad de Disney: Los 4 Fantásticos, Hulk, Thor, Iron Man, La Patrulla-X, La Bruja Escarlata, Los Vengadores, Pantera Negra y otros (Lee & Kirby); Spider-Man y Doctor Extraño (Lee & Ditko). También fue alguien que no movió un dedo para ayudarlos a mejorar sus condiciones laborales ante el dueño de la compañía entonces, Martin Goodman, conforme Marvel –una diminuta editorial al borde del cierre a comienzos de los 60– iba creciendo gracias al éxito de sus nuevos superhéroes y empezaba a explotarlos fuera de los tebeos.

Postal promocional que vendía el propio Stan Lee a partir de una foto tomado a finales de los años 60.
Postal promocional que vendía el propio Stan Lee a partir de una foto tomado a finales de los años 60.

Superfreaks

El autor de “Verdadero creyente”, Abraham Riesman, es un periodista cultural estadounidense que ha colaborado en medios como ‘The Wall Street Journal’, ‘Vice’ o el suplemento cultural ‘Vulture’ de la revista ‘New York’. Su libro se inserta en la tradición de biografías desmitificadoras, una deconstrucción del mito “Stan Lee” en toda regla. De hecho, cita en un momento muy calculado el famoso diálogo de “El hombre que mató a Liberty Valance” (1962), película crepuscular de John Ford cuyo tema principal giraba en torno a la (de)construcción de los mitos fundacionales de la comunidad: “Cuando la leyenda se hace realidad, publica la leyenda”.

Es un libro meticulosamente documentado a partir de archivos, testimonios ya publicados y abundantes entrevistas nuevas con los implicados en la vida de Stan Lee. Aunque la intención constante de Riesman es “exponer” la “verdad” frente al mito, es evidente que también le preocupa ser “justo”, y por eso siempre intenta mostrar de manera equilibrada los méritos del biografiado y sus gestos de generosidad cuando los tuvo. Porque, aunque Stan Lee mintió o exageró para apropiarse de logros ajenos, sus méritos propios no fueron escasos. En los 60 fue seguramente el mejor director editorial de la industria del comic book estadounidense, alguien con talento comercial para detectar tendencias culturales y ampliar su base de lectores infantiles hasta los jóvenes universitarios. Supo coordinar a un número creciente de dibujantes –consiguió atraer a los mejores del medio– y series para conectarlas entre sí hasta crear una narración en presente, propia de la novela, que avanzaba “históricamente” en el tiempo en un verdadero universo compartido. Algo que nunca había tenido hasta entonces su principal rival, DC Comics, cuyos tebeos transcurrían en un tiempo “mítico” e impreciso mediante “tramas sin consumo” –como las denominó Umberto Eco– sin demasiada conexión entre series y personajes.

Abraham Riesman: “Verdadero creyente. Auge y caída de Stan Lee”.
Abraham Riesman: “Verdadero creyente. Auge y caída de Stan Lee”.
Los superhéroes que Lee desarrolló junto a dibujantes como Jack Kirby, Steve Ditko, Gene Colan, Don Heck, John Romita, John Buscema y otros también aportaron un humanismo inédito en el género. Si DC cortaba por el mismo patrón a sus justicieros disfrazados, modelos de comportamiento que respondían a una personalidad básica similar, la Marvel dirigida por Lee aportó a sus superhéroes una caracterización singularizada, problemas personales y conflictos neuróticos. También, a menudo, una insólita cualidad freak que sintonizó con la sensibilidad de la contracultura juvenil de los 60 (Spider-Man, Hulk o La Cosa eran entonces los personajes Marvel más populares). En todo esto sin duda tuvieron mucho que ver los diálogos que escribía Lee, chispeantes y autoconscientes, a veces humorísticos, a veces cargados de angst. “The Man” también aportó una mirada irónica y metalingüística –posmoderna– a una Marvel que, rompiendo la cuarta pared, se comentaba a sí misma. Y supo alimentar una base de fans (a quienes llamaba true believers, “verdaderos creyentes”) mediante sus correos de lectores y columnas editoriales, escritos con un estilo chistoso repleto de jerga contagiosa.

Los superfreaks de la Marvel de los 60: “The Amazing Spider-Man” nº 1 (1963), Stan Lee y Steve Diko (color de Stan Goldberg, rotulación de Jon D’Agostino). “Fantastic Four” nº 51 (1966), Stan Lee y Jack Kirby (entintado de Joe Sinnott, color probablemente de Stan Goldberg).
Los superfreaks de la Marvel de los 60: “The Amazing Spider-Man” nº 1 (1963), Stan Lee y Steve Diko (color de Stan Goldberg, rotulación de Jon D’Agostino). “Fantastic Four” nº 51 (1966), Stan Lee y Jack Kirby (entintado de Joe Sinnott, color probablemente de Stan Goldberg).

Un método singular

Conforme Marvel crecía con nuevas colecciones y personajes, menos tiempo tenía Lee para atenderlas a todas. Para dar abasto, Lee aplicó el “Método Marvel”, tal como lo denominaba, que consistía en proporcionar un esbozo argumental al dibujante, que este desarrollaba y planificaba en viñetas con suma libertad. Cuando las páginas dibujadas llegaban a la editorial, Lee escribía los diálogos. Pero, según contaron después Kirby, Ditko, Romita y otros, Lee solo comentaba con ellos ideas imprecisas, sin guion escrito, y luego cada dibujante se apañaba como podía. De hecho, las páginas a lápiz solían incluir notas marginales del dibujante para aclarar la narración y sugerir textos a Lee. Por supuesto, los resultados eran desiguales en función de la imaginación y talento narrativo del dibujante de turno. Basta comparar un número de “Los Vengadores” de Kirby con uno de Don Heck, o un “Spider-Man” de Ditko con uno de Romita, aunque todos llevasen “guion de Stan Lee”. Los problemas de autoría comenzaron precisamente porque Lee, que como director editorial escribía los créditos de cada tebeo (en una época en que era raro acreditar a los autores, eso sí), se aseguraba de atribuirse el “guion” por el que además cobraba aparte. Y la familia de Stan Lee llevaba un ritmo de vida cada vez más opulento.

Un sistema controvertido porque “ocultaba el doble papel del dibujante como coautor de la historia”, afirma Riesman en su libro. “De hecho, uno podría afirmar que, dado que se encargaba de desarrollar y planificar la trama, el dibujante/argumentista era en realidad el principal autor del tebeo, mientras que el ‘guionista’ se limitaba a embellecer una historia que llegaba a sus manos terminada”. Ditko se quejó y consiguió ser acreditado como argumentista a partir de un determinado momento. Kirby no lo hizo, o al menos no con la misma contundencia, y sus créditos fueron mucho más ambiguos y no reflejaron adecuadamente sus aportaciones argumentales. Ditko abandonó Marvel en 1966; había dejado de comunicarse con Lee y la empresa no le pagaba los royalties prometidos. Kirby aguantó hasta 1970, cuando se marchó a la rival DC. Riesman cita una entrevista a Stan Lee de 1965, “cuando a casi nadie le preocupaba la cuestión de la autoría”, en la que el director editorial de Marvel confesaba lo siguiente: “Como es lógico, algunos dibujantes necesitan un argumento más detallado que otros. Y luego hay dibujantes, como Jack Kirby, que no necesitan que les des ningún argumento”.

Más superhéroes freaks: Thor vuelve a su personalidad humana, el cojo Dr. Donald Blake, en “Journey Into Mystery” nº 103 (1964), por Stan Lee y Jack Kirby (tintas de Chic Stone, color de Stan Goldberg, rotulación de Sam Rosen). Derecha: Hulk y el Hombre Hormiga en “Tales To Astonish” nº 61 (1964), portada de Jack Kirby (tintas de Chic Stone).
Más superhéroes freaks: Thor vuelve a su personalidad humana, el cojo Dr. Donald Blake, en “Journey Into Mystery” nº 103 (1964), por Stan Lee y Jack Kirby (tintas de Chic Stone, color de Stan Goldberg, rotulación de Sam Rosen). Derecha: Hulk y el Hombre Hormiga en “Tales To Astonish” nº 61 (1964), portada de Jack Kirby (tintas de Chic Stone).

A la par que aumentaba el éxito de Marvel, Lee ganaba presencia en medios generales y se convertía en una celebridad. En 1965 Federico Fellini visitó las oficinas de la editorial en Madison Avenue para decirle lo mucho que admiraba los tebeos Marvel. Lee se convirtió en un conferenciante muy solicitado en los campus universitarios –un fenómeno insólito entonces, dada la fama de subproducto infantil que los comic books arrastraban desde los cuarenta– y en sus declaraciones tendió a exagerar su contribución creativa para colocar el foco sobre él. Al fin y al cabo, el lema “Stan Lee Presents” abrió cada tebeo Marvel largo tiempo después de que hubiese dejado sus tareas editoriales en otras manos para intentar vender adaptaciones audiovisuales en Hollywood. La virtud del “Método Marvel” es que permitió desarrollar una narración dinámica y predominantemente visual frente al estilo hegemónico de DC, cuyos guiones cerrados y medidos –más controlados por los editores– constreñían a los dibujantes. En pocas palabras, los tebeos de DC eran más pulidos, formulaicos e infantiles; los de Marvel, más brutos, atrevidos y modernos, y apelaban a un mayor espectro de lectores que incluía a jóvenes universitarios. De hecho, el modelo narrativo Marvel terminó imponiéndose.

Las polémicas de autoría que trajo el “Método Marvel” ya eran conocidas por los aficionados y expertos del cómic, pues se desgranaron en entrevistas y artículos en revistas especializadas como ‘The Comics Journal’. Particularmente a partir de los 80, cuando Jack Kirby entró en un conflicto serio contra Marvel para la devolución de miles de páginas originales suyas que la empresa retenía (una práctica común de las grandes editoriales hasta los 70). Aunque la editorial por entonces la dirigían otras personas, Lee seguía en la compañía y no intervino en favor de su antiguo colaborador predilecto. El melón de la paternidad creativa en Marvel también se había abierto antes en libros valiosos como “Stan Lee And The Rise And Fall Of The American Comic Book” (2003), de Jordan Raphael y Tom Spurgeon, o en el más popular “Marvel Comics. La historia jamás contada” (2012; Panini, 2013), de Sean Howe. Riesman aporta pocas novedades en este asunto, si bien ordena el material de archivo, lo expone con criterio, añade algún testimonio nuevo y lo divulga entre el gran público que no está in the know. “Gracias al Método Marvel, es probable que Kirby fuera el principal argumentista de aquellas historias de Los 4 Fantásticos”, escribe Riesman, “pero la combinación de sus tramas con la verborrea de Stan aportó algo completamente único a un mercado todavía dominado por los discursos genéricos de héroes anodinos”.

Jordan Raphael y Tom Spurgeon: “Stan Lee And The Rise And Fall Of The American Comic Book” (2003). Sean Howe: “Marvel Comics. La historia jamás contada” (2012; Panini, 2013).
Jordan Raphael y Tom Spurgeon: “Stan Lee And The Rise And Fall Of The American Comic Book” (2003). Sean Howe: “Marvel Comics. La historia jamás contada” (2012; Panini, 2013).

Velocidad de escape

El libro de Riesman sí aporta en cambio abundante información nueva en otros capítulos. Por ejemplo al comienzo, cuando investiga en detalle los orígenes familiares de Stan Lee. Judíos rumanos que sobrevivieron a un pogromo a finales del siglo XIX y, como tantos otros, huyeron a Estados Unidos. Una familia de emigrantes humildes instalada en Manhattan que sufrió la crisis de 1929 y de la cual, deduce Riesman, Stan Lee quiso huir todo lo rápido que pudo. Abandonó su apellido judío (Lieber) y emprendió una carrera continua para escapar de su clase económica con la “avaricia de niño de la Gran Depresión”. Sobre su entrada en el negocio del comic book en 1939, Riesman contrasta las diferentes versiones contradictorias que ofreció Lee para intentar disimular la verdad: que le dieron el trabajo porque era familiar de Martin Goodman, el dueño de Timely Comics (la futura Marvel). Lee entró en Timely con dieciséis años como chico de los recados y llegaría a coordinador editorial; allí conoció a autores como Joe Simon y Jack Kirby, cocreadores del exitoso Capitán América. No se llevaron muy bien. Kirby, de hecho, siempre creyó que el joven Lee, que los vio trabajando a escondidas para la competencia porque Goodman no les pagaba los royalties pactados sobre el Capitán América, fue quien los delató ante los jefes. Pudo ser Lee u otra persona, pero el caso es que Simon y Kirby fueron despedidos. Este último no volvería a la editorial de Goodman hasta finales de los 50, a tiempo para ser el motor creativo principal de la revolución Marvel.

Riesman detalla de manera prolija los proyectos fallidos del ambicioso Lee entre los 40 y los 60, que pasó gran parte de su vida intentando escapar de la industria del comic book. Por confesión propia, los tebeos nunca le interesaron realmente y no le gustaba leerlos. El fenómeno no era raro entre profesionales del medio. Muchos guionistas y dibujantes ocultaban que se dedicaban a los comic books y aspiraban a trabajar en la prensa, la literatura, el cine o la publicidad para escapar de una industria de nulo prestigio que los maltrataba bajo el régimen de freelance, con salarios exiguos y la negación de la propiedad intelectual de sus creaciones. La diferencia en el caso de Lee es que él sí triunfó con los tebeos en los 60; lo hizo además de una manera excepcional, y desde entonces no pudo escapar de ellos.

Stan Lee durante los primeros 40 en el ejército estadounidense, donde trabajó como redactor y caricaturista.
Stan Lee durante los primeros 40 en el ejército estadounidense, donde trabajó como redactor y caricaturista.
No fue porque no lo intentara. A partir de 1980, Stan Lee se mudó con su familia a Los Ángeles y desde allí se concentró durante dos décadas en intentar vender proyectos, suyos y de Marvel: tratamientos para cine, televisión o libros. La mayoría infructuosos. En Hollywood, “The Man” no era nadie por entonces y los cómics no interesaban a las productoras (ah, cómo hemos cambiado). “Lo humillaban con frecuencia”, afirma un testimonio que recoge Riesman, “nadie tenía en cuenta su opinión”. Un solo ejemplo entre otros que relata Riesman: Lee propuso comprar los derechos de una serie japonesa de imagen real para desarrollarla en inglés, y los ejecutivos desecharon la idea como “basura”. La serie era “Super Sentai” (1975-), que años después otro productor compró y adaptó para Estados Unidos bajo el título de “Power Rangers” (1993-hoy), uno de los grandes éxitos de la televisión infantil de los 90. A estas alturas, Lee había perdido contacto con los cómics Marvel hasta un punto que Riesman documenta así: cuando Fox Kids decidió en 1990 hacer una serie animada de La Patrulla-X, un proyecto que levantó un ejecutivo distinto a Lee, este no conocía a los personajes de los tebeos que propusieron los guionistas para la adaptación animada.

No hay documento de cultura que no lo sea, al tiempo, de barbarie

La historia la escriben los vencedores, sí, pero el paso del tiempo suele dar voz a los vencidos. Los 90 fueron la década en que la reputación de Stan Lee dentro del mundillo del cómic entró en declive, conforme nuevos artículos cuestionaban la versión “oficial” de su contribución a la creación de Marvel. Cuando Jack Kirby murió en 1994, hubo personas que en el funeral no lo recibieron bien, pero fue Lee quien seguramente intercedió después para que Marvel concediera una pensión a la esposa de Kirby. Su imagen profesional no mejoró con nuevos proyectos de cómics como la serie “Ravage 2099” (1992-1995), de Lee y el dibujante Paul Ryan (un fracaso de ventas que Lee abandonó al octavo número), o la línea “Excelsior Comics!” (cancelada). Marvel había entrado en bancarrota a mediados de los noventa (es una larga historia) y, tras su reestructuración, le rescindió el contrato en 1998.

Aún más problemáticas fueron las dos empresas creadas alrededor de su persona, primero Stan Lee Media (1998-2001) y luego POW! Entertainment (2001-). La primera la montó un estafador con tres condenas penales previas del que Lee se había hecho amigo, Peter Paul, y fue una compañía montada básicamente para especular en bolsa que fue a la quiebra tras la burbuja de las puntocom. La cosa terminó en los tribunales, con un proceso penal por fraude contra Paul; Lee fue investigado, pero quedó libre de cargos y siempre alegó que ignoraba los hechos. Riesman, que ha investigado con sumo detalle toda esta parte e incluye abundantes testimonios de implicados, recoge el de un directivo que cree que Lee estaba al tanto pero se hizo el tonto. La segunda empresa, POW!, está acusada de estafar a sus inversores y de insolvencia punible, entre otros delitos. Lee, por supuesto, tampoco sabía nada. Aparte de eso, POW! es la responsable de lanzar proyectos como “Stan Lee’s Stripperella” (2003-2004), serie animada para adultos con Pamela Anderson doblando a una superheroína estríper. Cancelada tras trece episodios, aún es motivo de pitorreo entre los detractores de Lee. La lista de proyectos dudosos o fallidos de “The Man”, en fin, es larga.

Stan Lee en su oficina de Los Ángeles en 2005, ya fuera de Marvel, durante su etapa en POW! Entertainment. Foto: Kim Kulish
Stan Lee en su oficina de Los Ángeles en 2005, ya fuera de Marvel, durante su etapa en POW! Entertainment. Foto: Kim Kulish

Cuando los fans de Stan Lee y Jack Kirby, con frecuencia polarizados, comparan la trayectoria de ambos, el hecho incuestionable es que Kirby alcanzó logros notables sin él. Colecciones como “Captain America” (creada en 1941), “Boy Commandos” (creada en 1942) y “Young Romance” (creada en 1947), considerado el primer comic book romántico, fueron grandes éxitos de ventas que generaron escuela. Todos fueron tebeos creados por Kirby con su colaborador inseparable de esa época, Joe Simon. Lee, antes de hacer equipo con Kirby en la Marvel de los 60, no había tenido un solo éxito reseñable. Después, sin Kirby, básicamente tampoco. Incluso las adaptaciones de Marvel al cine solo despegaron –en 1998, con “Blade”– cuando la tarea de vender los proyectos a las productoras ya no dependían de Stan Lee. El Universo Cinematográfico Marvel, iniciado con “Iron Man” (2008), también fue levantado sin su participación, aunque por supuesto se ha basado en conceptos desarrollados principalmente por Lee, Kirby y Ditko. Significativamente, Lee fue el único de esos creadores que cobró en vida derechos por tales adaptaciones. También pudo disfrutar de cameos en más de cuarenta películas Marvel, y cada vez que iba a rodarlos una multitud se agolpaba a su alrededor. Las cosas habían cambiado desde cuando no era nadie en Hollywood.

Sus últimos años de vida fueron complicados. Se dejó rodear por una pequeña corte de embaucadores, que lucharon en diferentes facciones enfrentadas para controlar sus negocios. Particularmente tras la muerte en 2017 de su amada esposa Joan, algo que sumió a Stan Lee en la depresión. Su hija única, JC (Joan Celia) Lee, también su principal talón de Aquiles, que al parecer tiene problemas mentales serios y discutía a menudo con sus progenitores, se alió para manejar la herencia de su padre (estimada en cincuenta millones de dólares) con Keya Morgan, uno de los charlatanes de ese círculo interno de Stan Lee. Morgan, que según relata Riesman logró hacerse con el control efectivo de la vida de Lee, terminó arrestado por maltrato a mayores y con una orden de alejamiento pocos meses antes de que Lee falleciera. El 12 de noviembre de 2018, a punto de cumplir 96 años, “The Man” sufrió un infarto en su casa de Los Ángeles, un chalet de dos plantas relativamente modesto situado en el vecindario donde viven Dr. Dre o Leonardo DiCaprio. Ya no salió del hospital.

Cameo de Stan Lee en “Iron Man” (2008).
Cameo de Stan Lee en “Iron Man” (2008).

True believers

Alguien puede pensar que a quién le importa todo esto. Una respuesta posible es: a millones de niños que crecimos fascinados con los cómics Marvel y que todavía seguimos tratando descifrar su “secreto”. Otra respuesta posible: el Universo Cinematográfico Marvel (MCU, sus siglas en inglés) es la franquicia audiovisual más taquillera de todos los tiempos a la altura de 2022, el año en que se ha cumplido el 60º aniversario de Spider-Man desde su primera aparición en una modesta historieta publicada el verano de 1962. Hoy, con más de cuarenta películas estrenadas o en desarrollo, el MCU es un fenómeno inédito que no habría sido posible sin los conceptos y personajes de Lee, Kirby, Ditko et al. Una serie de películas encadenadas y relacionadas entre sí en un universo coherente, en las que existe un tiempo narrativo que avanza hacia la muerte –como bien pudo comprobarse en “Vengadores. End Game” (Anthony y Joe Russo, 2019)– y protagonizadas por superhéroes de personalidades diferenciadas, a menudo problemáticas, en historias de registro politonal que combinan lo dramático con lo humorístico y la ironía autoconsciente. Todo eso, que es la base del MCU, ya estaba en los tebeos Marvel de los 60 y 70. Y ha sido la fidelidad de productores y directores cinematográficos al espíritu de esas viñetas la que ha permitido, antes de nada, alcanzar ese éxito sin precedentes.

La página final de la primera historia de Spider-Man, en “Amazing Fantasy” nº 15 (1962), por Stan Lee y Steve Diko (color de Stan Goldberg, rotulación de Artie Simek).
La página final de la primera historia de Spider-Man, en “Amazing Fantasy” nº 15 (1962), por Stan Lee y Steve Diko (color de Stan Goldberg, rotulación de Artie Simek).

Volviendo a “Verdadero creyente” de Abraham Riesman, su libro sobre Stan Lee está contrastado con celo y ya solo por eso va a quedar seguramente como biografía canónica durante bastante tiempo. Dos ejemplos: en 1977, Lee contó que con quince años ganó “tres veces seguidas” el concurso de redacción para jóvenes escritores del ‘New York Herald Tribune’, hasta el punto de que el responsable supuestamente le dijo: “¿Quieres dejar de participar en el concurso y darle una oportunidad a los demás?”. Riesman consulta los archivos del periódico y descubre que Lee quedó en séptimo puesto del concurso en 1938 y que obtuvo una mención de honor (igual que otros noventa y nueve niños) en las dos semanas siguientes. Pero Riesman no contrasta solo lo que contó Lee. Duda de todos los relatos orales de interesados, y así lo manifiesta cuando procede. Por ejemplo, cuando Kirby combatió en el frente europeo de la Segunda Guerra Mundial, desembarcó en la playa de Omaha “dos meses y medio después del Día D (y no a los diez días, como contaba él, ya fuera por exageración o mala memoria”), puntualiza Riesman. Por contraposición, Sean Howe escribía en su libro “Marvel Comics: La historia jamás contada” que desembarcó “menos de dos semanas después del Día D”, como muchos otros vienen repitiendo desde que así lo contó Kirby en entrevista (el libro de Howe, dicho sea de paso, resulta más entretenido que el de Riesman; también porque se basa más en transmitir leyendas y chismorreos de la profesión). El principal reparo a “Verdadero creyente” es quizá que Riesman, como buen millennial, no puede evitar deslizar juicios morales en diversos pasajes en lugar de dejarlos al lector. A veces cae en alguna incongruencia hipócrita, como cuando critica severamente al mencionado Keya Morgan por haberle mostrado imágenes “sumamente privadas” de un anciano Stan Lee y por dejarle oír numerosos audios privados, en los que Lee suelta burradas sin que aparentemente sepa que le están grabando. Sin embargo, pocos párrafos después, Riesman no puede evitar contarnos con detalle algunos de esos audios más problemáticos”.

Como afirma el mismo Riesman, el tema principal de su libro es seguramente el reverso oscuro del sueño americano (lo que hay que hacer realmente para alcanzarlo), pero también la “agonía de la ambigüedad”. Se refiere a la difusa autoría en la creación de la mitología estadounidense que es el Universo Marvel, pero también al juicio moral sobre la persona de Stan Lee. “Verdadero creyente” ha sido relativamente bendecido por una nominación al premio a mejor libro sobre cómics en los Eisner Awards de 2022, los galardones más importantes que otorga la industria del cómic estadounidense. No lo ha ganado, lo cual quizá sea también sintomático de la propia hipocresía de una industria con un largo historial no precisamente ejemplar en el trato a sus autores. La edición española incluye material adicional, con algunas fotos extra respecto a la versión inglesa, y dos apéndices: una entrevista a Riesman de Tegan O’Neil y un artículo del primero sobre el “judaísmo” de Stan Lee, donde argumenta que no fue un hombre religioso y que rechazó en gran medida la cultura judía para integrarse como neoyorquino laico.

Stan Lee y Jack Kirby en 1964; Steve Ditko en su estudio, 1959.
Stan Lee y Jack Kirby en 1964; Steve Ditko en su estudio, 1959.

Para quien suscribe, el pasaje más impresionante del libro de Riesman es cuando le pregunta a uno de los miembros del círculo interno que rodeó a Stan Lee en sus últimos días por qué este seguía yendo a convenciones (cobrando, por supuesto) y haciendo otras cosas que ya no quería hacer. La respuesta: “Pues porque Stan se dejaba manipular con mucha facilidad. Si lo conocías bien y querías sacarle algo, no te costaba más de cuatro frases convencerlo. Stan se sentía muy culpable”. ¿De qué? Riesman tiene el acierto de dejar la respuesta al lector.

Uno de los cimientos del Universo Marvel era también un héroe impulsado por la culpa. Peter Parker / Spider-Man no se había convertido en héroe de buen principio para “salvar a la humanidad”, “combatir el crimen” o “ayudar a los oprimidos”, una convención típica del género que él no cumplía. Tras descubrir las sorprendentes consecuencias de la picadura de una araña radiactiva en su primera historieta, publicada en junio de 1962, Peter usaba al principio sus superpoderes de manera egoísta solo para ganar dinero en el show business. Su “pecado original” consistía en que se negaba a detener a un ladrón que escapaba delante de él porque no era asunto suyo y a partir de entonces, decía, solo iba a mirar por sí mismo. Lástima que fuese el mismo ladrón que tiempo después mataba de un disparo a Ben Parker, el amado tío de Peter. Solo en ese instante asumía su tarea heroica, al tomar conciencia de que “Un gran poder conlleva también… ¡una gran responsabilidad!”. Podemos suponer que la idea procedía más de Stan Lee que del cocreador Steve Ditko, un individualista que pronto seguiría el objetivismo de Ayn Rand. Con ese famoso texto de apoyo, Lee había enunciado el lema fundamental de Marvel. Quizá, también, de su vida. ∎

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