Película

Ennio. El maestro

Giuseppe Tornatore

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Viendo el documental que Giuseppe Tornatore ha dedicado a Ennio Morricone, uno no puede dejar de pensar que el filme es, a su pesar, un ritual de espectros. “Ennio. El maestro” (2021; estrenada en España en 2022) se estrenó en la Mostra de Venecia del pasado año, y su eje central es una larga y muy didáctica –en términos de metodología musical– entrevista con el compositor italiano, que murió en julio de 2020, antes de que la película fuera terminada. Algunos de los 50 o 60 entrevistados son Bernardo Bertolucci, fallecido a finales de 2018; Vittorio Taviani, que murió también en 2018, y Lina Wertmüller, que nos dijo adiós el 9 de diciembre de 2021. Protagonistas fundamentales del cine italiano que se han ido para siempre, y quizá estas imágenes –las que aparecen en la película de Tornatore– sean las últimas en que podamos verlos.

Son casi 60 presencias, demasiadas para un largometraje de 150 minutos. Imagino que daría para una serie, pero ese no es el formato de “Ennio. El maestro”. Entiendo que a Tornatore le fuera difícil cortar y que haya decidido mantener al menos dos o tres planos de todos los personajes entrevistados, pero la verdad es que más de la mitad no aportan nada significativo. Nada. Además, el realizador ha intentado comprimir toda la carrera de Morricone y esta es inabarcable. Habría sido mejor que seleccionara algunas épocas o fases. Ardua elección, cierto, pero el resultado se resiente. Un poco de todo y mucho de nada.

También es discutible el criterio de selección. No el de los directores que trabajaron en una o más ocasiones con Morricone, sea a través de la entrevista directa –Bertolucci, los Taviani, Dario Argento, Oliver Stone, Quentin Tarantino, Roberto Faenza, Liliana Cavani, Roland Joffé– o de imágenes de archivo, caso de Sergio Leone, Giuliano Montaldo y Franco Zeffirelli. Tampoco el de una variada selección de compositores italianos de cine o de música concreta. Puestos a cortar, igual Tornatore debería haberse cortado a sí mismo, ya que se entrevista un poco más de la cuenta. Cierto que la música para su “Cinema Paradiso” (1988) es de las obras más populares –en absoluto la más importante– del compositor. Pero luego le dedica demasiado tiempo –“se” dedica demasiado tiempo– a la de “La leyenda del pianista en el océano” (1998), una nota al pie de página en la amplia filmografía de Morricone.

Ennio Morricone con Sergio Leone.
Ennio Morricone con Sergio Leone.

Pero, además, Tornatore ha filmado a músicos de rock y de jazz para dar a entender la influencia de Morricone en muchos campos. Paul Simonon, de The Clash, es un visto y no visto. Quincy Jones tampoco dice mucho: Morricone es como su hermano. Bruce Springsteen habla de la energía que le transmite y comenta que la banda sonora de “El bueno, el feo y el malo” (Sergio Leone, 1966) era el único disco que quería comprarse cuando era joven, pero parece que está en el filme porque es un gran y mediático rockero. Mike Patton sale al final para cubrir la cuota underground. Quien más aporta es Pat Metheny: “Este hombre entendía de guitarras”, dice al citar la música de “El bueno, el feo y el malo”, y compara lo que hizo Morricone con la importancia histórica de The Beatles, Johann Sebastian Bach y Charlie Parker. Hay una ausencia notoria, la de John Zorn, quien mejor ha reinterpretado la música cinematográfica de Morricone. Pero, conociéndolo, igual no quiso participar.

La parte más informativa fuera del ámbito cinematográfico está bien expuesta. El hecho de que él quería ser médico y su padre lo obligó a estudiar música y tocar la trompeta. La creación de Nuovo Consonanza, un grupo de música experimental e improvisación bajo las enseñanzas de John Cage. Los primeros y exitosos trabajos como arreglista para artistas de RCA: Gianni Morandi, Miranda Martino, el “Sapore di sale” de Gino Paoli y el extraordinario “Il mondo” de Jimmy Fontana. La manera sencilla con que incorporó sus ideas experimentales a los arreglos de este tipo de himnos pop, utilizando el sonido de latas y máquinas de escribir en canciones comerciales. O una dura confesión: a los 55 años, su padre empezó a perder facultades como trompetista y Morricone, por respeto, no utilizó trompetas en sus arreglos. Tras la muerte del padre, el sonido de la trompeta fue más que recurrente en su música.

En colisión con la música culta, Morricone decidió utilizar el seudónimo de Dan Savio –el nombre de una amiga de su esposa María– para firmar los scores de sus primeros wésterns. Es uno de los temas que mejor explora el documental, la disputa entre música de cine y música culta, el menosprecio que sintió Morricone por parte de otros compositores y las cartas de perdón que luego le remitieron, en especial cuando descubrieron toda su grandeza –a nivel de concepto, arreglo, orquestación, melodía y timbre– con la banda sonora de “Érase una vez en América” (Sergio Leone, 1984).

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Bertolucci, con quien hizo entre otras “Antes de la revolución” (1964) y “Novecento” (1976), lo define como uno de los peanuts de Charlie Brown en versión adulta y como el músico que unió la prosa y la poesía. Metheny es más original: “Morricone es el rey de las buenas notas”. Lo mejor es que en el filme se habla mucho de música y Morricone, cuando se explicaba, era muy diáfano. Así apreciamos cómo se atrevió por primera vez a introducir un concepto de música experimental en una banda sonora con “Un lugar tranquilo en el campo” (1969), su primera colaboración con el director Elio Petri. O cómo diseñó los primeros 20 minutos de “Hasta que llegó su hora” (Sergio Leone, 1968) según el patrón de la música concreta, y desarrolló sus ideas sobre la música sinfónica en “Fraülein Doktor” (Alberto Lattuada, 1969).

“Ennio. El maestro” comienza con varios planos de Morricone haciendo ejercicio físico en su casa y escribiendo notas en el pentagrama, todo al ritmo que marca un metrónomo. Ritmo, melodía, contrapunto orquestal, arreglos innovadores, sonidos no musicales convertidos en partitura… Música de cine, popular, experimental, concreta y sinfónica. Todo en dos horas y media. Demasiado apretujado, pero con momentos de esplendor. ∎

La vida de una institución: Morricone.
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