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Olot vivió uno de los secuestros más mediáticos y chapuceros de la crónica negra española.
Olot vivió uno de los secuestros más mediáticos y chapuceros de la crónica negra española.

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“Fargo” a la catalana: la farmacéutica de Olot y el voraz apetito del true crime

El periodista Carles Porta reconstruye el mediático y chapucero secuestro de Maria Àngels Feliu en “La farmacéutica. 429 días secuestrada”, un libro que confirma el tirón de la crónica negra como género narrativo casi por excelencia del siglo XXI

27. 05. 2021

1992. ¿Se acuerdan? La euforia olímpica, la resaca de la Expo, Jesús Gil y la España del pelotazo. Para la sociedad española fue un año bisagra, un momento de cambio que, como el canario en la mina, avanzaría lo que estaba por venir. A saber: boom turístico, desarrollismo salvaje y barra libre para reconvertir el país en el abrevadero de Europa. Un año para el recuerdo que Maria Àngels Feliu, la farmacéutica de Olot, ha hecho todo lo posible por olvidar.  No es para menos. Lo explica el periodista Carles Porta (Vila-sana, 1963) en las primeras páginas de “La farmacéutica. 429 días secuestrada” (Reservoir Books, 2021; también editado en catalán por La Campana), libro que reconstruye con ritmo trepidante uno de los secuestros más mediáticos y chapuceros de la crónica negra española. Un calvario de 16 meses que Feliu pasó encerrada en un minúsculo agujero –“el garito”, como ella misma lo llamaba– en compañía de ratones, serpientes y de los secuestradores más ineptos de la comarca. Un suplicio que, en fin, preferiría haber enterrado para siempre en el húmedo sótano de Sant Pere de Torelló en el que estuvo retenida 429 días. “Su deseo era que no hiciese nada y que todo el mundo olvidase su historia, pero comprendía a la vez que yo quisiera escribir el relato completo”, recuerda Porta. 

Cómo no iba a comprenderlo cuando son casos como el suyo los que van camino de convertir el true crime en el género narrativo definitorio de lo que llevamos de siglo XXI. Vale que hablamos de algo que no es precisamente nuevo, pero en estos tiempos de vértigo y aceleración constante, de sobrexplotación de formatos y abundancia de contenidos, los crímenes reales cotizan cada vez más al alza en los grandes caladeros de la industrias editorial y audiovisual. “La farmacéutica”, de hecho, no es más que un reflejo, otro más, del voraz apetito con el que el true crime ha venido a comerse el pastel del thriller, la crónica negra y sus múltiples derivadas. ¿Que no? Pasen y vean (y lean): en un rápido zapeo y sin abandonar los márgenes de los estrenos de 2021, encontramos series dedicadas al asesino en serie británico Dennis Nilsen (“Des”, 2020; quince homicidios entre 1978 y 1983) y al mafioso y narcotraficante holandés Stanley Hills (“Stanley, retrato de un criminal”; 2019); perturbadores documentales sobre desapariciones inexplicables como la de Elisa Lam en Hotel Cecil de Los Ángeles  (“Escena del crimen. Desaparición en el Hotel Cecil”, de Joe Berlinger; 2021); estrenos dedicados a monstruos ya conocidos como el Destripador de Yorkshire (“The Ripper”, 2020; 13 mujeres asesinadas y una memorable tetralogía de novelas firmada por David Peace) y el carnicero de Milwaukee (“Monster: The Jeffrey Dahmer Story”, 2021; 17 asesinatos entre 1978 y 1991)... Si a todo esto le sumamos el impacto de clásicos recientes como  las series documentales “The Jinx” (2015), “Making A Murderer” (2015-), “The Ted Bundy Tapes” (2019) o “Tiger King” (2020); la revalorización de nombres de peso como David Grann (busquen la colección “El viejo y la pistola y otros relatos de true crime”, editada en España en 2019); y la recuperación de obras maestras del género como el monumental libro “Helter Skelter” (1974; Contra, 2019), relato de los macabros crímenes de la familia Manson a cargo del fiscal del caso, Vincent Bugliosi, lo que tenemos es un big bang de cordones policiales alrededor de más pura y dura realidad. 

¿Thriller? No, realidad pura y dura.
¿Thriller? No, realidad pura y dura.

Si ya leemos en parte novela negra para ver reflejada o exorcizada esa carga oscura o ese impulso dionisíaco que todos llevamos dentro de alguna manera, el true crime acude a la realidad para (re)confirmarnos que esas intuiciones incómodas son ciertas y tangibles. El true crime nos recuerda que no hay bestia del mundo imaginario que la realidad no haya sabido anticipar”, escribe el periodista y director de la colección Serie Negra de RBA Antonio Lozano en “Lo leo muy negro. Travesías por crímenes reales e imaginarios” (Destino, 2021). “El ‘true crime’ parece triunfar por las mismas razones que el porno gonzo: porque nos muestra una cierta realidad sin miriñaques ni raptos líricos”, ha dejado escrito por ahí Kiko Amat, novelista e impulsor junto a Benja Villegas de “Psycholand”, pódcast dedicado a asesinos en serie especialmente perversos y atroces. “Igual que Edgar Allan Poe echó mano de un orangután real para un cuento, novelistas y guionistas de cine y televisión recurren sin descanso a monstruos de carne y hueso para crear pesadillas de entretenimiento masivo”, añade Lozano. 

Sostiene también Amat que la mayoría de crímenes que generan crónica negra exitosa son tan delirantes, enrevesados o repelentes que “desactivan la versión narrativa”. La realidad ya es suficiente. O, mejor dicho, demasiado. Y si de algo anda sobrado el secuestro de la farmacéutica de Olot es de retorcidos dislates y momentos asombrosamente demenciales. ¿“Fargo”, dicen? Al lado de esto, lo de la película que los hermanos Coen estrenaron en 1996 es un crimen perfecto. Porque, en Olot, todo lo que podía salir mal salió peor: ineptitud policial, circo mediático, unos secuestradores incapaces de cobrar el rescate ni aunque les fuera la vida en ello… “Es un caso de negligencia colectiva que retrata una época”, ha repetido Porta durante la promoción de un libro que nació primero como guión radiofónico para el pódcast de ‘Catalunya Ràdio’ “El segrest” y brinca ahora a las librerías en forma de absorbente relato. En él, el periodista bucea en el sumario judicial para reconstruir un secuestro que dos policías locales y un guardia forestal planearon como un golpe rápido, poco más de una semana para que el padre de Maria Àngels Feliu, un adinerado industrial de la zona, aflojase unos cuantos millones de pesetas, pero que se alargó durante casi año y medio. En todo ese tiempo, a Feliu se la dio por muerta, dos inocentes acabaron en la cárcel y la telebasura del momento dio voz a todo tipo de aprovechados para engendrar bulos a cada cual más absurdo. 

Del sainete al disparate en un terrible drama que casi pareció comedia.

La cosa empezó a ritmo de sainete (“¿es la primera vez que te secuestran?”, le preguntó uno de sus captores), pero lo que vino después fue una antología del disparate tamaño XL. Ahí estaban unos secuestradores que lo mismo decían ser de la ETA que fingían acento andaluz y que fallaban estrepitosamente cada vez que intentaban cobrar el rescate; unos investigadores que no daban una a derechas; una pista que hubiese permitido resolver el caso en pocos días, pero a la que nadie prestó atención… Al final, y fiel al espíritu vodevilesco de todo el caso, el secuestro terminó cuando uno de los captores liberó a Feliu en una gasolinera sin decírselo a los demás. Eso sí: aún tuvieron que pasar unos cuantos años, siete desde que Maria Àngels pisó por primera vez “el garito”, para que la policía lograse detener a los verdaderos culpables. “Cuando le contaron a Maria Àngels quienes eran sus secuestradores, preguntó por sus respectivas familias y si tenían hijos. ‘Pobres desgraciados’, dijo”, recuerda Porta en el libro. ∎

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