No es muy habitual, pero viendo como funcionan las cosas últimamente en los Óscar, donde vencen al mismo tiempo títulos en la categoría de mejor película y en la de mejor película extranjera –“Parásitos”, de Bong Joon-ho, en 2020–, no debería extrañarnos que en las nominaciones de este año la producción danesa “Flee” (2021; estrenada en España en 2022) aparezca en tres categorías: filme internacional, de animación y documental. Su composición inusual –la del documental de animación, mixtura que, en apariencia, alteraría las reglas más o menos estrictas de los dos géneros– le ha permitido estar en varios frentes a la vez. Suponiendo que ganara, sería justo, ya que es un muy buen documental sobre un refugiado afgano a la vez que una excelente cinta que juega con distintos niveles de animación. Si la mezcla entre ficción y no ficción es un terreno abonado al último cine de la modernidad, la disolución de la idea de documental clásico a través de la reconstrucción que es toda animación parece una apuesta aún más transgresora. Con todo, no es ni mucho menos la primera vez que se produce una combinación así: el imaginativo Winsor McKay, creador del cómic “Little Nemo” (1905-1911 y 1924-1927), ya realizó con dibujos animados el documental “The Sinking Of The Lusitania” (1918).
Posiblemente el director del filme, Jonas Poher Rasmussen, y sus productores –entre ellos, el actor anglo-paquistaní Riz Ahmed y el danés Nikolaj Coster-Waldau– no plantearon esta mixtura estilística y genérica al idear el proyecto. Pero la persona entrevistada quería mantener el anonimato. El dibujo animado –seco y severo en buena parte del metraje, pero también luminoso, ligero, en otros momentos– ha permitido que el filme exista sin que se desvele la identidad de su protagonista, llamado aquí, simplemente, Amin. La utilización de algunas imágenes de archivo ayuda a contextualizar un poco mejor, pero “Flee” –en danés significa “huir”, que es lo que ha hecho durante mucho tiempo el personaje– es una película de animación que cuenta de manera muy frontal un tema candente a la vez que lo libera de los estigmas, a veces reiterativos, de un tipo concreto de documental social.
Amin es homosexual y afgano. Necesita de doble protección en unos tiempos tan inclementes. El director –que se presenta en la película en igualdad de condiciones, dibujado– lo conoce desde hace años, desde que Amin llegara a Dinamarca y se convirtiera en un alumno listo e introvertido. Aunque sea con trazo animado, la cámara –la que vemos en el encuadre y la que filma toda la escenificación dibujada– escruta su rostro cuando habla y sus reacciones cuando calla. Lo cuenta todo, aunque le cueste. Desde que salió con su madre y hermanos de Afganistán para instalarse en un gélido piso en Moscú hasta la compleja relación con su pareja, condicionada por años de oscuridad y huida. Puede que a veces la animación tenga un registro tan fabulador que rebaje la tensión de lo contado y evocado, pero precisamente por eso “Flee” entra mejor. De manera más tenue y sigilosa, pese a lo narrado. Entra para quedarse. ∎