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El libro empieza recordando una frase del recientemente fallecido Ángel Casas (1946-2022), en la que ya en 1972 apuntaba que Sevilla –a la que veía como la San Francisco española– merecía un libro que glosara toda esa actividad que se estaba llevando a cabo en la ciudad de manera alternativa y alejada de los cauces oficiales. O lo más alejada posible, que la época era la que era y los riesgos ahí estaban. Desde entonces, y a pesar de que ciertamente la capital hispalense ha ido quedando en la memoria colectiva –junto a Madrid y Barcelona– como dueña de un papel protagonista en el devenir de la cosa moderna a partir de los inicios del tardofranquismo, no parece que haya habido demasiada preocupación en que quedara constancia sólida de ello. Para solucionarlo llega este libro, primero de los dos que darán forma definitiva a un trabajo de investigación que, al menos por lo comprobado en esta primera parte, resulta minucioso y exhaustivo. Hasta el punto de que por momentos llega a abrumar debido al grado de detalle con el que cuenta.
Preocupado Fran G. Matute porque las evidencias sirvan para ir marcando el camino de lo que pasó, dónde y cómo, en sus páginas se suceden infinidad de nombres de protagonistas y de lugares. Entre todos ellos van dibujando una peripecia que tiene su origen sin duda en las vanguardias artísticas internacionales de mediados de los 60, que llegan pronto a Sevilla para ser digeridas por vías diferentes y casi cronológicas. Así, galerías de arte y salas de exposiciones, el mundo del teatro –particularmente prolífico y con su particular interpretación de las nuevas formas que ofrecía Bertolt Brecht como eje principal–, los movimientos estudiantiles y el rock’n’roll fueron los meandros por los que las pulsiones transgresoras filtraron su idea y sembraron su legado. Una tarea que a la postre resultó relativamente rápida, probablemente debido a que no se trató precisamente de una aventura de cuatro flipados.
Resulta curioso ver cómo –entre rico anecdotario– durante el camino van apareciendo figuras que unos años después, ya con la llegada de la democracia, marcarían el rumbo político del país. Y también poder comprobar que no fue precisamente en la música donde se encontraron los exponentes más avanzados –hubo excepciones, por supuesto– a la hora de incorporar vanguardias, quizá porque aquí sí que hubo más competencia que en el resto del país.
“Esta vez venimos a golpear. Vanguardismos, psicodelias y subversiones varias en la Sevilla contracultural (1965-1968)” termina siendo un libro de interés sobre todo desde el punto de vista sociológico, con particular detenimiento en todo lo que aporta en relación con los incipientes movimientos políticos estudiantiles de aquel momento, o al menos en mayor grado que el que pueda tener desde el punto de vista estrictamente musical, aquí relegado a un papel algo secundario, probablemente el que mereció. Pero también lo tiene; baste decir que en sus últimas páginas surgen los primeros pasos de gente como Silvio, Gualberto o Smash, semilla de lo que llegó poco después. Un trabajo erudito y muy valioso que debe ser saludado con admiración. ∎