El sexto y último episodio de la segunda temporada (2021) de “How To With John Wilson” se centra en el arte de la espontaneidad como motor para conducir la propia vida. ¿Tener el futuro planificado es garantía de felicidad? ¿O resulta mucho más excitante lanzarse a la aventura de lo desconocido? El episodio puede entenderse como una reflexión sobre la propia propuesta de esta docuserie que en el año 2020, con su primera entrega, nos dio a conocer a uno de los cineastas más peculiares del audiovisual contemporáneo y nos reconfortó en los momentos más duros de la pandemia. Cámara siempre en mano, John Wilson se mueve como un explorador por Nueva York, y nos embarca en sus andanzas para aprender más sobre su ciudad y sobre la naturaleza humana a partir de interrogantes en apariencia triviales.

Buena parte del enganche de “How To With John Wilson” se explica por la capacidad de su creador para salir al encuentro de lo inesperado desde un contexto de lo más rutinario. La relación de Wilson con su entorno tiene mucho de deriva situacionista por parte de alguien que se relaciona con Nueva York y sus habitantes desviándose de los itinerarios preestablecidos y manteniendo la mente siempre abierta a conocer al prójimo más insólito. Mientras otros documentalistas se plantean grandes cuestiones sobre el funcionamiento del mundo y de la sociedad, Wilson esboza interrogantes a escala cotidiana, más propias de un tutorial de YouTube que de una docuserie (“¿dónde deposito las pilas ya usadas?”, “¿cómo encuentro un sitio para aparcar?”), que le permiten sin embargo descubrir facetas ocultas de su ciudad y de la naturaleza humana. Al mismo tiempo, se muestra siempre preparado para captar todos esos detalles esporádicos o situaciones curiosas que nutren el banco de imágenes recurso del que bebe la serie.

Sin embargo, y quizá era inevitable, esta segunda temporada no transmite la misma ilusión y sorpresa que la primera. El propio John Wilson apunta por qué sucede esto ya desde el primer episodio, dedicado a seguir el proceso de compra del pequeño edificio neoyorquino donde reside. A pesar de detalles divertidos como la constatación de que las buenas críticas en la prensa no dan para comer ni asegurarse una hipoteca, queda claro que Wilson se puede permitir tal lujo. Su estatus ha cambiado, y este mayor grado de estabilidad contribuye a que le interesen otras cuestiones o que no le convenza tanto que el azar guíe sus pasos. Quizá también porque se siente más seguro de sí mismo, en esta segunda temporada deja entrever, en pequeños flashes, más aspectos de su vida privada, desde esa novia que aparece fugazmente hasta jugosas anécdotas de su juventud como la conexión con los fundadores de la secta NXIVM. Por otro lado, los episodios aparecen demasiado cerrados en su vertiente reflexiva, como si Wilson necesitase ahora concluir con una moraleja final más “profunda” cada una de sus pesquisas cotidianas. “How To With John Wilson” sigue encontrando sus mejores momentos en el ojo de su creador para encontrar y conectar con personas o grupos humanos de lo más curiosos a los que nunca observa por encima del hombro ni con afán jocoso, ya sea una especie de Willy Wonka de los refrescos azucarados, un club de fans de “Avatar” (James Cameron, 2009) o un tipo que fue condenado por agresión sexual. ∎