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20. 07. 2023
Quédate con esta serie de sketches si te gusta la comedia pura y concentrada, el caos como camino a la risa, la incomodidad social llevada hasta el extremo, el surrealismo y la extrañeza y, en general, el humor montaña rusa que te deja doblado de tanto reír. Si todo esto no te dice nada, quedaría bien decir “creo que deberías irte”, pero no: “I Think You Should Leave With Tim Robinson” (2019-) es tan buena y tan inexplicable que tienes que experimentarla.
Estrenada en 2019, la primera temporada de este sketch show nos pilló a todos a contrapié, sobre todo porque el paso de Tim Robinson por ‘Saturday Night Live’ –primero como actor, luego como guionista– apenas le dejó mostrar su talento. Este comediante de gesto huraño era prácticamente un desconocido, ¡y sin embargo Netflix le dejaba firmar un programa! Bastó un sketch para entender por qué: Robinson es un actor excepcional, capaz de resultar vulnerable y agresivo al mismo tiempo, y su propuesta es única y pulidísima. Tiene voz propia, un universo autosuficiente sin necesidad de recurrir a la parodia o a la actualidad y unas fijaciones muy humanas. Esto es humor de autor.
Frente a la flacidez tan frecuente (¡ay!) de ‘Saturday Night Live’, esta serie –cocreada con Zach Kanin– es puro nervio: pocos capítulos por temporada, de poco más de un cuarto de hora, en los que no hay relleno ni sitio para lo plano. Chiste, chiste, remate, cortinilla funky con soul de los sesenta (¡qué selección musical!) y volver a empezar. Ver un capítulo es recibir un aluvión de golpes de risa. Esta forma tan burra es la mejor manera de presentarnos a unos personajes siempre marcados por pequeñas mezquindades, testarudos, rencorosos, que meten la pata y no dan su brazo a torcer aunque en el fondo solo quieren que los quieran. Aquí hay un catálogo social que no sabíamos que necesitábamos.
En su tercera temporada, sabe que empezamos a ver sus patrones y por eso juega a retorcerse y a mutar sin salir de sus obsesiones, con una colección de sketches memorables y dosis intoxicantes de perplejidad, furia y hasta ternura. Robinson sigue desgastando las fachadas felices y explotando esa idea libertaria del individuo tan estadounidense, con gente que hace lo que le da la gana (estoy intentando no contar ningún sketch, pero ahí va uno: el entrevistador televisivo que cuando ve que va perdiendo el debate se pone a mirar el móvil en directo). La serie mantiene su sentido abrumador de la sorpresa, donde la escalada del chiste muchas veces es sustituida por rupturas cafres, y sigue encontrando nuevas formas de estrellar la realidad contra el absurdo. Y no faltan las teletiendas y los anuncios desquiciadísimos, un formato gastado que en manos de Robinson parece nuevo (el mejor sketch de la tercera temporada, “Darmine Doggy Door”, es un buen ejemplo). La he visto entera varias veces y solo espero que Tim Robinson no se vaya nunca. ∎
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