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Por Quim Casas→
11. 05. 2023
En apariencia pocos cambios, más allá del de género, habría entre “Inseparables” (1988), el filme de David Cronenberg, e “Inseparables” (2023), la miniserie creada por la inglesa Alice Birch (Malvern, 1986). Incluso los gemelos ginecólogos encarnados por Jeremy Irons en la película y las gemelas ginecólogas interpretadas por Rachel Weisz en el relato catódico se llaman exactamente igual, Beverly y Elliot Mantle, nombres que pueden aplicarse a una mujer o un hombre indistintamente, más allá de su orientación sexual. Cierto que Birch puede jugar mejor con la apariencia femenina, ya que Beverly, más introvertida e insegura, acostumbra a llevar el pelo recogido en una cola o un moño órfico, pues también es más laberíntica que su hermana, mientras que Elliot, expansiva y explosiva, lo lleva suelto. El corte de cabello de los dos Irons era idéntico. Pero las apariencias engañan. La simple variación en la forma de llevar el pelo procura el intercambio de una en otra: la permuta se produce tanto con una paciente como cuando Beverly quiere intimar con alguna mujer, no se atreve y deja que sea su hermana quien la seduzca. Todo es muy sutil. Genevieve, la actriz de cine y televisión de la que se enamora Beverly, es galanteada inicialmente por Elliot, pero en la cita siguiente, cuando ya está con Beverly, no se da cuenta del cambio. Después le pregunta si es esquizofrénica; algo, quizá, ha notado. Y cuando Beverly añora a Elliot, se suelta el cabello y se mira en el espejo: sin dejar de verse a sí misma, puede imaginar que está viendo a su hermana querida.
La miniserie abunda en soluciones visuales de estas características, a las que Rachel Weisz, portentosa, procura la necesaria y misteriosa dualidad. Otra cosa es el relato global y las subtramas. Aquí Birch ha intentado distanciarse mucho del trabajo de Cronenberg, aunque ambos parten de la misma base, la novela “Twins” (1977) de Bari Wood y Jack Geasland. Evoca su gelidez, por supuesto, llevándola a otros extremos con la configuración exterior del edificio del centro de maternidad de las Mantle, que parece una nave espacial. Y hasta procura una breve cita no al filme “Inseparables”, sino a una de las primeras obras de Cronenberg, “Rabia” (1977), que es el mismo título de la serie que protagoniza Genevieve. Pero rompe ligaduras. No admitiría la comparación estricta, aunque la sombra del canadiense flote sobre las imágenes del relato televisivo. En todo caso, esto no es “Ocean’s 8” (Gary Ross, 2018), un trasvase “feminista” demasiado simple y sin aportaciones propias de la modalidad del atraco cool establecida por Steven Soderbergh en la saga masculina iniciada con “Ocean’s Eleven. Hagan juego” (2001). La serie de Birch tiene personalidad propia, aunque a veces se embarranque en situaciones que pretenden ser más complejas de lo que en realidad son.
Decía Cronenberg en 1989 que el tema de su película no era el doble, y que el problema del doble no tiene nada que ver con el de los gemelos: al doble no lo conoces, al gemelo sí, y has nacido a la vez que él. Añadía que el mejor efecto especial del filme era la interpretación de Irons, aunque en una ocasión, en el plató, dijo una frase de Beverly con la entonación de Elliot. La serie aborda la misma disyuntiva del gemelo antes que el doble y juega de manera más abierta con esa idea del equívoco o el intercambio que sugiere la igualdad física, la simetría absoluta de los rostros desdoblados de Weisz. Es un relato uterino, pues allí, dentro del vientre materno, se fragua esa relación-actitud inseparable. Birch construye subtramas personales, médicas y económicas; presenta y finiquita personajes en un solo capítulo –el escritor que debe realizar un artículo sobre las ginecólogas, la familia sureña con profusión de gemelos y cuatrillizos en su linaje, el episodio dedicado a los padres– y hace convivir la irrealidad y la alucinación con la verdad más absoluta en forma de implante y anticipación. Weisz, ella sí desdoblada y conviviendo permanentemente consigo misma gracias a las virtudes digitales con las que no contó Cronenberg en 1988, pone el resto (que es mucho). ∎
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