“Shtisel”: telenovela ultraortodoxa.
“Shtisel”: telenovela ultraortodoxa.

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Israel visto desde la pantalla

Las plataformas y los nuevos formatos que adoptan las series televisivas de producción multiradial están contribuyendo a descubrir culturas y costumbres de otros países. Las producciones que tienen algo que ver con Israel o con la cultura hebrea, por varios motivos, están ejerciendo un poder de fascinación inusual sobre el público medio. Arrojemos un poco de luz sobre el tema.

Durante los últimos años, en el vasto universo de las series televisivas, ha cobrado forma de “Denominación de Origen” Israel y buena parte de lo que rodea al mundo judío, debido a una serie de factores convergentes en el tiempo. Hasta no hace mucho, se había limitado el reconocimiento de su capacidad creativa a través de unos cuantos remakes de series de allí, convenientemente adaptadas al paladar norteamericano. Fue el caso de “In Treatment” (2008-2021), a partir de “BeTipul” (2005-2008); “Homeland” (2011-2020), a partir “Prisoners Of War” (2009-2012), o más recientemente “Euphoria” (2019-), derivada de una miniserie homónima de 2012, y “The Baker And The Beauty” (2020), cuya inspiración contó con tres temporadas, de 2013 a 2017. ¿Qué ha sucedido?

En primer lugar, la sincronización de los acontecimientos de este país con los guiones más rentables de las filmografías mainstream. La política de Israel se refleja en las inquietudes –e incluso gustos artísticos– de sus habitantes, proliferando guiones de espías, agentes del Mossad, IDF, terrorismo, batallas épicas en las distintas confrontaciones armadas, y las secuelas que han dejado en sus participantes, civiles incluidos. De modo que, quienes han vivido desde dentro los hechos –y tienen el talento suficiente para plasmar las emociones en la pantalla–, pueden alcanzar de una manera más amplia a un público mayoritario, ya tradicionalmente proclive a consumir películas de espías o de hazañas bélicas.

“Fauda” (Netflix, 2015-), creada por Lior Raz y Avi Issacharoff, significó la eclosión, y le siguieron otras como “L’Attaché” (Filmin, 2019-2020), “Valley Of Tears” (HBO, 2020), de Ron Leshem (creador de la “Euphoria” original), que retrata con crudeza la angustia de los soldados atrapados en el frente de los altos del Golán durante los tres primeros días de la guerra de Yom Kipur del 73; “Teherán” (Apple TV+, 2020), “Hit & Run” (Netflix, 2021), también de Raz y Issacharoff, más algunas no necesariamente de producción israelí como “El espía” (Netflix, 2019), sobre la vida del espía Eli Cohen, con los conflictos de Oriente Medio como marco, y “The Club” (Netflix, 2021), producción turca sobre una familia judía en el Estambul de los años 50. Y alguna, como “Cuando los héroes vuelan” (Netflix, 2018-), que también destapa las secuelas de los combates con una historia con gancho: cuatro excompañeros del ejército que se reencuentran años después viajando a Colombia para encontrar a la hermana de uno, desaparecida en un accidente de tráfico en la selva dominada por guerrilla y narcos.

“Fauda”: la eclosión.
“Fauda”: la eclosión.

El otro gran desencadenante del fenómeno se llama “Unorthodox” (Netflix, 2020), paradójicamente una producción francesa de habla inglesa basada en la autobiografía de Deborah Feldman, que destapa el conflicto entre seguir presa de la tradición familiar rigurosísima impuesta en círculos ortodoxos judíos o liberarse. No es que la temática fuese nueva, pues bastantes filmes, muchos de ellos documentales tanto israelíes como norteamericanos o canadienses –“Let There Be Light”, “One Of Us”, “Leaving The Fold”–, la habían abordado, pero la apuesta temática de Netflix y el papel de la menuda actriz Shira Haas convirtieron esos cuatro episodios en tendencia, y a partir de allí se abrió un nuevo abanico, con la serie-reality “Una vida nada ortodoxa” (2021).

La verdadera perla, no obstante, es una serie que ya cuenta con algunos años, “Shtisel” (Netflix, 2013-), de Ori Elon y Yehonatan Indursky, que de pronto se ve catapultada al primer plano mediático. En esta, que asume el formato y el lenguaje de la telenovela –las producciones latinoamericanas de sobremesa tienen una gran aceptación en Israel, en parte porque muchos habitantes de origen sefardí pueden entenderlas en versión original–, se retrata a una familia ultraortodoxa de Jerusalén. Así, descubriremos los complejos lazos sobre los que se sigue sustentando la parte social –no la nacionalista– del férreo control religioso y la gran frustración de las generaciones jóvenes por conseguir llevar una vida mínimamente acorde con la realidad de su tiempo sin ofuscar a los mayores. Por un lado, quedan a flote muchos valores obsoletos, mientras que por otro se echan de menos otros que ya el resto de la sociedad ha perdido. Entrando en el meollo de los diálogos, se puede sentir el poder del matriarcado agazapado, la educación siempre presente, así como las limitaciones económicas de una población que decide no trabajar para poder estudiar su religión. De ternura muy instructiva para asimilar mejor las contradicciones de una sociedad condenada a entenderse.

Costumbres de una religión milenaria

En “Shtisel” los no iniciados encontrarán una mina para acercarse al judaísmo y a algunos de sus preceptos. Muchas de estas costumbres se digerirán con interés, otras con estupor y otras con compasión, aunque debe aclararse que determinadas obligaciones –no comer carne porcina, marisco, pescado sin escamas, no mezclar en una comida carne y leche del mismo animal– fueron promulgadas miles de años atrás en aras de defender la vida, cuando en tiempos bíblicos abundaban las infecciones e intoxicaciones mortales. Tal vez por ello los no tan ortodoxos las sortean –salvo la circuncisión–, conscientes de que los controles sanitarios actuales han sustituido a la intención original de la ley.

Como la serie no estaba pensada en principio para su exportación, muchos pequeños detalles –que se dan por supuestos en Israel– corren el riesgo de pasar desapercibidos para el resto del público. Los matrimonios ortodoxos duermen en camas separadas porque el hombre no puede tocar a la mujer cuando menstrua, al considerarla impura. De hecho, los ortodoxos no dan la mano a ninguna mujer –salvo niñas y ancianas– al no saber si en aquel momento tiene la regla. Tampoco pueden estar con una mujer a solas (a menos que sean matrimonio o familia), por lo cual siempre dejan la puerta de entrada entreabierta. Otros preceptos visibles son besar la mezuzá de la puerta al entrar, o mantener las mujeres casadas cubierta la cabeza –muchas, para no cubrirla con un pañuelo, recurren a la peluca– y evitar tentar a otros.

Asimismo, destaca la importancia de la comida a la hora de relacionarse, hasta el punto de asombrar la premura con que los rabinos más expertos abrevian los rezos antes de probar un bocado. O la gran educación y respeto desplegada hacia la otra persona en los diálogos, sobre todo en los preámbulos (aun en las situaciones más tensas).

“Shtisel”: relacionarse en la mesa.
“Shtisel”: relacionarse en la mesa.

No obstante, si hay algo que sobresale en “Shtisel” es el día a día de los ortodoxos con sus limitaciones económicas al decidir no trabajar y así conseguir estudiar la religión. Pero, sobre todo, su visión de la vida. Intentar casar bien a los hijos como objetivo prioritario, hasta el punto de mentirles y manipularlos. Evitar las tentaciones y, por ende, el contacto con el mundo laico, hasta incluso renunciar al amor. Y, sobre todo, el papel fundamental de las madres judías para conseguir lo que se proponen y domesticar a los hombres, que, una vez dentro del hogar, cuando no les ve el resto de la comunidad, se convierten poco menos que en unos calzonazos. Tal vez porque una mujer judía casada está en posesión de una ketubá, contrato matrimonial donde se especifican las obligaciones del marido. Y si este las incumple o la agrede físicamente, es causa inmediata de divorcio. Por algo solo se es judío si el vientre materno lo es. ∎

Secuelas de las guerras

Considerando la enorme cantidad de talento judío en el cine del Hollywood clásico, cuesta asimilar que muchas películas violentas infumables de serie B hayan sido dirigidas o producidas por judíos. En este caso, muchos de ellos crecieron en Israel durante los treinta primeros años –más precarios– tras la independencia de 1948, pasando por un servicio militar largo y duro, que perfiló su carácter y les proporcionó material suficiente para narrar desde un prisma ultraconservador en el que Rambo sería poco menos que el representante de una ONG.

Con el paso del tiempo, sin embargo, las nuevas series están apostando por humanizar a espías, soldados, altos mandos y mercenarios, dotando a su virilidad de un corazoncito y un leitmotiv para justificar cierto tipo de acciones, probablemente debido a una demanda del consumidor: por ejemplo, en “Hit & Run”, cuando Gal Toren yace en brazos de Lior Raz tras la reyerta, este reza una shemá sentida. Una sociedad en alerta constante –desde el primer día que se emancipó– necesita sentirse protegida y confiar en la eficacia de sus fuerzas de seguridad. Por dicha razón se va retroalimentando con este producto –acentuado en tramas fraguadas sobre su Historia reciente– y, seguramente por ello también, a pesar de su carácter progresista y abierto –cuna del comunismo, socialismo… y no debemos olvidar que Tel Aviv es, hoy, uno de los bastiones del orgullo LGTBI–, acaba votando a la derecha. Cuestión de supervivencia. ∎

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