La autobiografía pura y dura: Barcelona, más de cuatro décadas. Foto:  Isa Márquez
La autobiografía pura y dura: Barcelona, más de cuatro décadas. Foto: Isa Márquez

Entrevista

Jaime Martín: crónica generacional

En las antípodas de la no-ficción literaria ombliguera, uno de los grandes del cómic europeo actual pone su vida de excusa para reconstruir la Barcelona de los últimos 45 años. Crudo y tierno a la vez.

Jaime Martín (Barcelona, 1966) culmina el tríptico de la memoria histórica familiar con la novela gráfica “Siempre tendremos 20 años” (Norma, 2020), un vibrante y humanista retrato coral –a ritmo de heavy metal y disolvente– que maravilla por su capacidad de crítica y realismo, sin caer en el eslogan, la ingenuidad o el cinismo. Su cruda y tierna verdad.

¿Siempre tendremos 20 años” de autobiografía pura y dura?

Sí.

¿Y te ha resultado más fácil escribir sobre hechos vividos que sobre los oídos?

En esta ocasión me ha resultado especialmente difícil porque tenía que tener mucho cuidado de no convertir la historia en un relato centrado únicamente en una cuestión personal, sin más. La idea siempre fue trabajar mi presencia en el libro como un elemento conductor de los hechos. Cuando hago el guion, es muy complicado distinguir lo que es bonito e importante para ti y lo que interesará a la gente y será conveniente para la historia.

¿Tenías ganas de escribir en primera persona, de ser protagonista?

Para nada. De hecho, quería convencer a mi editor francés para hacer esta historia, pero no conmigo de personaje, sino hablando de los temas del libro –política, música, escuela religiosa, mi relación con el cómic– mediante familiares y amigos de mi edad. Él me dijo que eso no tenía ningún sentido. Si ya has hablado de tus abuelos y tus padres, ahora te toca a ti. Me daba vergüenza, pero enseguida se me pasó la tontería y me puse.

Ficcionar tu vida a tumba abierta, tu visión de la realidad, puede acarrear complicaciones. ¿Avisaste a tus amigos de que los convertirías en personajes reales?

Sí, era necesario porque algunos son padres y mi intención era retratar a los colegas haciendo algunas de las “actividades recreativas” de aquella época, como fumar porros, tomar ácido o esnifar disolvente... Nadie puso ningún impedimento. De hecho, mi amigo David le dio a leer el libro a su hija de 15 años, con las pertinentes explicaciones, y tan contentos los dos. Por supuesto, a veces he tenido que manipular la cronología de las vivencias de algunos personajes para mejorar la narrativa. También he adjudicado a algún personaje unos hechos que protagonizó otra persona. Por ejemplo, Body no fue quien propuso un día probar la heroína, fue otro amigo que no saqué en el libro. Y no lo hice porque debía tener un número limitado de personajes para facilitar la lectura y la narrativa. Si hubiera metido a todo el grupo, habría resultado un lío mover a tanta gente, viñeta arriba, viñeta abajo.

Huelga decir que los amigos de este libro son “Los primos del parque” (1991), ¿no? Pero, claro, los personajes de ‘El Víbora eran parodias.

Sí, eran exageraciones pasadas de vueltas de cosas que habíamos vivido. Ya en aquella serie reduje el grupo de personajes a cinco, para poderlos mover con cierta fluidez a lo largo de las páginas. Al final me resulta imposible dejar de meter cosas de mi vida en cada historia que escribo. Será poco o mucho, pero siempre se encuentran trazas.

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¿Has tirado mucho de archivo fotográfico familiar?

El archivo fotográfico de la familia ha sido importantísimo. Ha ido muy bien para refrescar la memoria. También ha sido de gran ayuda todo lo que he encontrado en internet, sobre todo lo referente a autobuses de la época, uniformes de policía, coches… La documentación es especialmente importante porque la historia comienza en 1975 y termina en la década del 2010. Los cambios son constantes, desde la primera a la última página del libro. Algunos personajes empiezan siendo niños y acaban con más de 40 años. Junto a este recorrido vital hay que tener también en cuenta cómo cambia la ciudad, los coches, la ropa, los peinados...

Hablas en primera persona sobre asuntos que aún hoy marcan la actualidad en España: las escuelas religiosas o las consecuencias de las crisis económicas.

Sí, pero es que creo que tenía que ser así. La crisis financiera de 2008 golpeó directamente a gente muy cercana. Y en la gestión de esa crisis tuvo mucho que ver la Unión Europea, entre otros, por supuesto. Esa Unión Europea –que no estuvo a la altura– fue el tesoro anhelado por nuestros padres, aquellos que nacieron justo después de la Guerra Civil y vivieron buena parte de su vida en plena dictadura. Política y economía son un personaje más del libro. Recuerdo el miedo que me daba el tema de los misiles durante la Guerra Fría, y después la entrada en la OTAN. Cuando eres pequeño, lo sobredimensionas todo: escuchas lo de la crisis del petróleo y piensas que acabarás bajo un puente. Pero luego pasamos por la brutal crisis del paro de los 80, por la de después de las Olimpiadas y por la financiera y del ladrillo en 2008.

Ahora que la izquierda se basa en un discurso identitario, tú te posicionas como simpatizante comunista sin ambages.

Cuando en el libro salen Fraga y Suárez en la tele, presentados como demócratas, mi abuela se pone de muy mala leche. Y es importante presentarlo de esta manera, porque la generación de mis abuelos vivió una vida de mierda debido a todos los franquistas, falangistas y fascistas que comenzaron la guerra y a los que colaboraron con el régimen. Ya le pueden poner su nombre al aeropuerto de Barajas, pero Suárez fue Secretario General del Movimiento, un franquista de pies a cabeza.

“Cuando eres pequeño, lo sobredimensionas todo: escuchas lo de la crisis del petróleo y piensas que acabarás bajo un puente. Pero luego pasamos por la brutal crisis del paro de los 80, por la de después de las Olimpiadas y por la financiera y del ladrillo en 2008”

También recuperas la memoria del heavy metal en la España de los 80, ahora que parece que solo hubo movida.

Era algo muy importante entonces. Así como los jóvenes hoy son muy homogéneos en el tema musical –una gran mayoría escucha trap y eso de la música urbana–, en aquella época el abanico musical era extremo y definitorio: había desde los garrulos flamencos hasta los punks, rockabillys, metaleros, siniestros... Y eran tribus urbanas. Por eso la música en ese momento era tan importante: porque definía y explicaba cómo era la juventud. Si ahora tuviéramos que explicar cómo son los jóvenes basándonos en lo que escuchan, no podríamos hacerlo de una manera tan marcada, tan al detalle como entonces.

Y el heavy sí era violencia, ¿verdad? No es la primera vez que escucho la frase que escribes: “Ser un crío rodeado de gente muy dura”.

La salida de los conciertos era pura violencia. ¡Uno me decía que he puesto muy poca violencia para cómo iban las cosas! En el primer concierto de Metallica en Barcelona, a un colega le clavaron cuatro cuchilladas. ¡Fuera del concierto! Lo típico de gente reunida en grupos, bebiendo, y uno de un grupo de al lado le dice a otro: “dame un trago, que te conozco”. Empiezan a hacer el tonto y le clavan cuatro golpes en el estómago, no pasa nada. Todos para dentro. Una vez allí, el colega se marea, se pone las manos en la barriga, la tiene húmeda, pero con las luces apagadas no ve nada. Lo sacan fuera, desangrándose, y se lo llevan al Clínic. Estuvo a punto de morir. Esto es lo más grave que viví de adolescente. Pero, hostias, quinquis que iban al concierto a robarte la entrada... Esto era el pan de cada día.

Tú estuviste en el célebre episodio de una turba heavy que secuestró un autobús a la salida de Motörhead.

Y el conductor los llevó directos a la comisaría de Via Laietana. Eso sí que fue heavy: gente saltando por la ventana del autobús para que no los detuvieran. ∎

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