Memorias fibers. Foto: Eva Ponga
Memorias fibers. Foto: Eva Ponga

Entrevista

Joan Vich Montaner y su tratado sobre la amistad

Comenzó de camarero en 1995 y terminó de director en 2019. Joan Vich Montaner también ha sido músico, periodista musical, hostelero y mánager, pero su paso por el Festival Internacional de Benicàssim (FIB) lo marcó para siempre. Además del título del precioso disco de despedida de Le Mans, “Aquí vivía yo” es “una colección personal de historias recordadas” donde la nostalgia no juega mayor papel del estrictamente necesario.

Cuenta Joan Vich Montaner (Palma de Mallorca, 1972) en el prólogo de “Aquí vivía yo. Una crónica emocional de mis 25 años en el FIB” (Libros del K.O., 2022) que, cuando llegó la pandemia, dio “gracias todos los días por no ser ya el codirector de un gran festival musical internacional, cancelando, posponiendo, reprogramando y volviendo a reprogramar distintas versiones del mismo cartel e ideando diferentes soluciones logísticas para poder cumplir con los cambiantes requisitos de aforo y de distancia social”. En realidad, su tiempo había pasado, era “casi el último mohicano” y la salida del festival se convirtió en el principal motivo para pasar al papel un cuarto de siglo de existencia: “Cuando acabé de trabajar, para mí fue como el fin de una época. Media vida. Fue en cierto modo como una liberación. Siempre he querido escribir, pero a la vez pensaba que no tenía tema sobre el que hacerlo. Así que mi salida del festival se convirtió en una excusa perfecta para comenzar: podía contar cosas que hasta entonces me había reservado, aunque en principio no sabía si estas crónicas iban a salir en una revista o en mi blog, al que, por cierto, tengo bastante olvidado”.

La editorial Libros del K.O. se convirtió en vehículo perfecto para materializar el proyecto. La misma etiqueta que publicó “Toma de tierra” (2021) de Bruno Galindo, una influencia reconocida: “Cuando tenía tres capítulos escritos, Raquel Peláez, una periodista de ‘El País’ que también ha publicado allí, me puso en contacto con la editorial. Yo leí el libro de Bruno mientras estaba escribiendo el mío y, por un lado, me sentí muy identificado con su formato de historias breves sin una continuidad cronológica. Pero, por otro lado, yo no he vivido las fabulosas experiencias que cuenta Bruno y quise distanciarme haciendo un libro más íntimo. Me sirvió, por tanto, como inspiración tanto para acercarme como para alejarme”.

En 1996, en los inicios del FIB.
En 1996, en los inicios del FIB.

El abanico temporal que abarca “Aquí vivía yo” preserva huellas de los distintos Joan Vich Montaner que aparecen fotografiados –1996, 2008, 2014 y 2019– en la contraportada de la obra: “Mantengo muchas cosas de aquel chaval de 23 años que en 1995 se encargaba de la barra más alejada de la puerta de entrada y del ‘backstage’ del Velódromo de Benicàssim: la misma talla, probablemente algo de ropa de aquella época… en realidad me queda todo. Soy la misma persona. No haber tenido hijos también ha motivado que no haya tenido que asumir responsabilidades muy grandes en mi vida, al margen de las laborales, claro. En definitiva, soy el mismo, con similares gustos e ideas, solo que con una experiencia mucho mayor. Lo que no quiero del Joan de 2019 es ser codirector porque es algo que yo no pedí y nunca quise. No me interesan las luchas de poder ni la política de las altas esferas. Lo que quiero es escuchar música y disfrutar. Y tengo la suerte inmensa de trabajar en lo que siempre quise. Pero prefiero que manden otros”.

“Soy el mismo, con similares gustos e ideas, solo que con una experiencia mucho mayor. Lo que no quiero del Joan de 2019 es ser codirector porque es algo que yo no pedí y nunca quise. No me interesan las luchas de poder ni la política de las altas esferas. Lo que quiero es escuchar música y disfrutar. Y tengo la suerte inmensa de trabajar en lo que siempre quise. Pero prefiero que manden otros”

Además de una suculenta, y en muchos casos divertida, compilación de crónicas y anécdotas, el libro también regala un curioso número de sentencias dignas de subrayado. Sirva como ejemplo aquella que dice queel público indie es el público más desagradecido y menos empático que hay”: “Debo comenzar diciendo que si soy de izquierdas es, en parte, porque me gustaba la música indie. Pero hay que decir que esta música tiene una parte puramente estética en la que se fijan exclusivamente muchos fans de perfil conservador y reacios a los cambios. Por otro lado, suele ser gente con un nivel adquisitivo y de educación elevado y cree que por ello tiene derecho a exigir más que otros. En mi experiencia, es el público que más exige y menos agradece porque se sienten superiores, porque son más elitistas”.

En 2008, party time.
En 2008, party time.

El FIB parece marcado tanto por sus muchos éxitos como por contadas crisis supuestamente intrascendentes pero que pasaron a formar parte de la galería de mitos del festival: aquella tormenta al filo de la tragedia con Urusei Yatsura sobre el escenario del velódromo en 1997 o la frustrante cancelación a ultimísima hora de Morrissey en 2004. “El hecho de haber sido el primer festival que se consolidó y que creó una relación muy fuerte entre los asistentes y el propio festival hizo que sucesos como esos adquirieran una categoría más legendaria de la que merecían, solo porque sucedían en el FIB. Son cosas que podrían pasar en cualquier otro festival pero que tuvieron esa repercusión porque ocurrieron en el FIB. Es algo especial que tuvo el festival y que me parece que ya no tiene”.

A excepción de los tres dedicados al Velódromo de Benicàssim, el índice de “Aquí vivía yo” lo estampan una serie de capítulos bautizados con el nombre de distintas personas. Y los del añorado Ernesto González –conocido no solo por su trabajo en el festival como responsable de prensa, sino, sobre todo, por su liderazgo en The Pribata Idaho y Grupo Salvaje; mucho antes había trabajado en Munster Records y, en su última etapa profesional, acabó haciéndolo en Intromúsica; falleció en 2020 a los 54 años– y de Gerardo Cartón –exdirector de [PIAS] Spain, autor de libros sobre festivales, animador social y nocturno, DJ– destacan por su proximidad emocional: “Primero escribí varios capítulos y les puse títulos. Pero luego escribí otros y ya los bauticé con nombres. Me di cuenta de que había algunos que estaban muy personalizados y me gustó la idea. El libro cuenta a la vez la historia del FIB y la de parte de mi vida, pero me gusta pensar que es una especie de tratado sobre la amistad alrededor de la música. Y llamar a los capítulos con nombres propios recalcaba esa idea. Al igual que otros nombres entraron de forma algo más forzada, sobre Gerardo y Ernesto tenía muy claro que quería escribir por dos razones muy diferentes: sobre Gerardo porque es un personaje que te da mucho material, porque está constantemente creando situación divertidas; y sobre Ernesto porque el libro está dedicado a él y ha sido una persona importantísima para mí y para el festival. Ha sido duro escribir sobre Ernesto y esta es la primera entrevista en la que no me rompo hablando de él… todavía. Lo he tenido siempre presente mientras estaba escribiendo y el libro sería mucho mejor si hubiese vivido”.

En 2014, inspeccionando el festival. Foto: Pau Bellido
En 2014, inspeccionando el festival. Foto: Pau Bellido
La obra alude constantemente a músicos, pero evita conscientemente los códigos de la crítica musical para que las reseñas lleguen al lector sin tamices ni apostillas: “He intentado evitar conscientemente todos los clichés de los medios musicales porque fui crítico durante mucho tiempo y todos sabemos que cuando tienes oficio puedes escribir un folio simplemente con lugares comunes. Por eso he huido de ello. Una cosa que me está agradando es que hay gente que me ha comentado que le gusta el libro y que nunca ha pisado el FIB o que no se siente indie. Me interesaba mucho conectar no solo con el lector de revista musical y, según estas opciones, creo que lo estoy logrando”. Mirando hacia fuera, el libro también rehúye parangones con otros festivales y prescinde en general de contextualizaciones para centrarse en el FIB como “ente autónomo. El FIB ha sido algo más grande que la suma de sus partes. Más importante que sus carteles, que sus directores, que sus trabajadores e incluso que su propio público. Lo he comparado en ocasiones con lo que puede sentir alguien por su equipo de fútbol. Como algo que va más allá. No era mi intención debatir y por ello no me he dedicado a hablar de otros festivales, más allá de puntuales citas”.

“El FIB ha sido algo más grande que la suma de sus partes. Más importante que sus carteles, que sus directores, que sus trabajadores e incluso que su propio público. Lo he comparado en ocasiones con lo que puede sentir alguien por su equipo de fútbol. Como algo que va más allá”

Eso sí, una cierta polémica no se ha podido sortear cuando Joan ha señalado en sus páginas a Melvin Benn como “el mejor director” de su historia: “Hay gente que me ha comentado que no le parecía bien que hubiese escrito eso. A ver, yo creo que Luis Calvo –y Joako Ezpeleta también, pero sobre todo Luis– fue el ideólogo sin el cual el FIB no existiría como tal. Luego José y Miguel Morán fueron los visionarios que lo levantaron, construyeron y convirtieron en lo que fue. Pero la cabeza de Melvin Benn es diferente. Me parece que es la persona más inteligente que he conocido como organizador de grandes eventos. No digo ni que el festival fuera mejor con él ni que fuese mi director preferido; lo que digo es que fue el mejor director porque tuvo esa visión global de organizador absoluto, con esa cabeza funcionando como un ordenador, y fue muy impresionante trabajar a su lado. Pero probablemente el FIB que prefiero es el de José y Miguel Morán”.

En 2019, en la zona VIP.
En 2019, en la zona VIP.
Joan tampoco esquiva en este diálogo la controversia sobre proliferación y rol de los festivales en España, sobre su aportación al tejido cultural o sobre la conexión económica con el sector público: “Pienso que los festivales de por sí no tienen nada malo. Desde el punto de vista estrictamente musical, nos han ayudado a quienes procedemos de lugares pequeños a ver muchas cosas, por ejemplo. Otra cuestión es que haya que revisar temas como las exclusividades, que afectan especialmente a artistas pequeños. Lo que sí me parece negativo es la relación que tienen los poderes públicos con los festivales, ya que, en general, no necesitan o deberían necesitar ese apoyo público. Los festivales requieren que las instituciones públicas no les pongan trabas o, al menos, que las trabas que surjan sean razonables. Pero las ayudas en sí deben ir para la cultura de base, no para los grandes eventos. Lo que pasa es que los políticos siempre viven a corto plazo y lo que quieren son acontecimientos que les den grandes fotos y que justifiquen el impacto económico en las ciudades o los puestos de trabajo que generan. Pero me parece definitorio que la mayoría de ayudas a los festivales vengan de las consejerías y departamentos de turismo, no de cultura. Una evidencia de que el monocultivo turístico en España es un problema político global y generalizado. Por ello es obvio que, desde que los festivales se han convertido en el rito iniciático de la juventud y en la hegemonía cultural veraniega, también se han situado como blanco fácil. Así que creo que deben asumirlo y seguir haciendo su trabajo”.

Suena el vals

JOAN VICH MONTANER
“Aquí vivía yo. Una crónica emocional de mis 25 años en el FIB”
(Libros del K.O., 2022)

Sin trampa ni cartón, Joan Vich Montaner vuelca en estas 228 páginas las experiencias –profesionales y sobre todo personales– vividas durante un cuarto de siglo ligado al Festival Internacional de Benicàssim. Distantes del sesudo análisis, son esas vivencias en primera persona las que definen el espíritu de un certamen que jugó un rol decisivo en la difusión y consolidación de la escena independiente en España. Dedicada al desaparecido amigo Ernesto González y expuesta sin dobleces y sin pizca de afectación, la fortaleza de esta narración salteada de recuerdos y anécdotas reside en el entusiasmo que transmite, tanto por la música como por una disposición profesional que fue creciendo en peso y responsabilidad, casi siempre a la sombra de focos y escenarios.

Desde episodios internos –esos puntos de sutura en el escroto de John Disco (de Bis), Frida y “sus toallas”, su larga amistad con Howe Gelb, las fricciones con el mánager de The Killers, esa foto de Amy Winehouse o la historia de amor entre Stuart Murdoch y Marisa Privitera– hasta otros de mayor recorrido, como el encuentro de Pedro Sánchez y Andrea Levy en la zona VIP en 2016, la visita del primero ya como presidente del Gobierno en 2018, aquella tormenta que estuvo a punto de acabar en desgracia en la tercera edición de 1997 durante el concierto de los escoceses Urusei Yatsura y que, según el autor, “selló la relación especial entre la población de Benicàssim y los fibers”, o ese ceremonial vals de Strauss que sonaba en el recinto cuando cada FIB tocaba a su fin.

No faltan apuntes sobre los entresijos industriales del festival o las relaciones con sus compañeros de aventura. Tampoco párrafos tangenciales como ese encuentro con el mismísimo Paul McCartney junto a Enrique Bunbury y su familia en un restaurante vegano de Los Ángeles o –anglófilo confeso– plácets de su bagaje musical concretados en la admiración por la escena de Glasgow, Belle And Sebastian, Jon Spencer o por los debuts de Supergrass o The Stone Roses. Eso sí, no le tiembla el pulso al señalar el mejor concierto del FIB en toda su historia: el de Björk con Raimundo Amador en la edición de 1998. “Aquí vivía yo” perfila un expresivo ejercicio de evocación, tanto propio como compartido, para quien lejos de instalarse en el pasado piense que “lo mejor de nuestra vida aún está por ocurrir”. 

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