Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
Dice el arquitecto Renzo Piano que un museo es un gesto de paz. Sin embargo, Jorge Carrión (Tarragona, 1976) y Sagar Forniés (Zaragoza, 1974) recuerdan en el comienzo de “El museo” sus orígenes asociados a la guillotina. Lo hacen citando a Bataille en una de sus reflexiones sobre el museo “moderno”, público, fundado al calor de las luces (y antorchas) ilustradas.
En esta obra, la pareja creativa de “Barcelona. Los vagabundos de la chatarra” (Norma, 2015) se ha propuesto explicar cómo sobre un edificio, diseñado como construcción efímera para una exposición universal, se ha consolidado el MNAC. Con todo lo que estas siglas implican: museo, nación, arte, Cataluña. Casi nada.
Como si de una colección museística se tratara, una disertación de este tipo implica seleccionar, sacrificar, enlazar lo que no lo estaba, relatar, descontextualizar. Una constelación discursiva que han plasmado en un libro gráfico singular. Con ingenio y asociaciones visuales y conceptuales sugerentes, a veces más suculentas, otras menos, el recorrido especulativo es poliédrico: la naturaleza artística y museística y su propia historia, la espiritualidad, la identidad colectiva. Y un hilo metalingüístico que vincula todo este contenido con el lenguaje que da forma a este ensayo en viñetas: el cómic.
Articula la obra la presentación coral que hacen del MNAC, una institución que cobija frescos románicos, retablos góticos, obras modernas y contemporáneas; introducida por los orígenes irremediablemente románticos del nacionalismo catalán y concluida con una interesante reflexión final, que los lleva a plantear si no sería más adecuado llamar a esta institución Museo Plurinacional. La nómina de celebridades que desfilan por este juego de marcos-retablos-viñetas es jugosa y transhistórica: el escritor Jacinto Verdaguer, los artistas Francesc Torres, Colita, Picasso, Carmen Amaya, Goya, Lluïsa Vidal; y obras referenciales como el Pantocrátor de Sant Climent de Taüll o los carteles modernistas.
El proyecto ilustrado –que tantos aspectos explica de nuestro presente– desbarró en el despotismo y luego encontró en la guillotina la herramienta que permitiría conquistar la supuesta “democracia moderna”. Este crimen fundacional sugiere que sin sacrificio no hay “paraíso”, esa utopía que nos guía. En el siglo XXI, ya sabemos que sin relato tampoco, y que cualquier museo no puede dejar de ser, entre otras cosas, una máquina narrativa dirigida por el poder. ∎