Suena “★” (2016) de David Bowie en la radio del coche y la muerte asoma la cabeza, inoportuna y terminal, en “La estrella de la mañana” (“Morgenstjernen”, 2021; Anagrama, 2023), la primera novela de Karl Ove Knausgård (Oslo, 1968) tras ese estriptis integral que fue la hexalogía autobiográfica “Mi lucha” (2009-2011). La cosa va más o menos así:
–No, no– dijo Tove cuando empezó a sonar la música.
–Creía que te gustaba Bowie–, dije.
–Es mala–, dijo.
La miré.
–Qué quieres decir? –pregunté.
–La muerte –contestó.
–Sí –dije–. Pero es una canción fantástica.
–¡APÁGALO! –gritó.
Y se acabó. En una canción fantástica, sí, pero también lo último que alguien querría escuchar camino a que lo ingresen por tener la azotea algo averiada. ¿El saxofón desquiciado de “★” y una crisis maníaca? Mala combinación, sin duda. Así que muere una estrella en el estéreo del automóvil mientras en el cielo nace una desconcertante supernova. Una estrella de la mañana, “tan bella como bella era la muerte”, que el noruego convierte en errático faro que, más que guiar, confunde y desorienta a los protagonistas de esta novela que chapotea en el género, hace buenas migas con el terror (o, como mínimo, con el miedo) y explora lo que con gran rimbombancia la solapa califica de “maximalismo cotidiano”. O, dicho de otro modo, cuando lo ordinario se ve sacudido por lo extraordinario y toca replantearse unas cuantas cosas que se daban por sentadas.
Maestro del detalle y estratega de la narración pausada capaz de filtrar gota a gota océanos de ambición, Knausgård sigue hablando de lo mismo de siempre (a saber: familia, fe, relaciones, enfermedad, locura y muerte) pero lo hace ahora a través de un reportero de sucesos desterrado a la sección de cultura, un profesor de literatura con una mujer que sufre trastorno bipolar, dos jóvenes músicos, una enfermera de un hospital mental, una pastora de la Iglesia y traductora de la Biblia… Y así hasta sumar nueve personajes más o menos angustiados e irradiados por un cuerpo celeste que irrumpe en el cielo a finales de verano. Suena extraño, sí, pero porque lo es. Extraño, retorcido y a ratos enfermizo.
Asegura el escritor que una de sus grandes influencias a la hora de escribir ese libro, estreno de una nueva heptalogía, fue “Drácula”, y quizá en eso pensaba cuando ideó la escena en la que los miembros de un grupo de death metal aparecen desollados y amontonados como una pila de ropa sucia. “Era como si alguien hubiese intentado hacer personas, sin lograrlo del todo”, escribe Knausgård en una de las cimas macabras de esta novela de resonancias bíblicas y obsesiones diabólicas.
No es casual que todo arranque con una inquietante cita del Apocalipsis (“y en aquellos días buscarán los hombres la muerte, pero no la hallarán; y desearán morir, pero la muerte huirá de ellos”) y atraviese entre descripciones detalladas y diálogos de precisión quirúrgica las tinieblas de lo cotidiano. Knausgård, conjugándose en clave de terror sobrenatural y liderando una expedición en busca de la magia perdida del día a día.
Así que brilla el cielo, los animales se comportan de manera extraña y el noruego vuelve a dar en el clavo con una narración torrencial e hipnótica, irregular en algunos tramos pero con una atmósfera angustiosa y claustrofóbica; un ambiente denso y pesado que se pega a la piel y acaba dislocando mandíbulas con ese injerto ensayístico que, pirueta creativa mediante, cierra la novela entre escalofríos. Y aún faltan cinco más. ∎