Cómic

Kate Beaton

Patos. Dos años en las arenas petrolíferasNorma, 2023

A Kate Beaton (Nueva Escocia, 1983) se la conoce por su divertidísimo webcómic, “Hark! A Vagrant” (2007-2018), una multipremiada tira trufada de referencias literarias e históricas de la que, en España, pudimos ver un recopilatorio hace una década, publicado por Ponent Mon y hoy descatalogado. Tras años apegada a ese formato de tira breve, Beaton ha publicado una primera novela gráfica que ha supuesto un cambio de registro significativo. “Patos. Dos años en las arenas petrolíferas” (2022; Norma, 2023), con traducción de Gema Moraleda, es un esfuerzo en varios sentidos: en primer lugar porque es un libro de casi 450 páginas de sólida composición en seis o nueve viñetas regulares, salvo excepciones; pero, en segundo lugar, porque en él la dibujante rememora experiencias personales sucedidas veinte años atrás.

Tras terminar sus estudios universitarios, Beaton, como muchos otros estudiantes canadienses y estadounidenses, había contraído una fuerte deuda por haber necesitado préstamos estudiantiles para poder graduarse. Para liberarse de esa carga, decide ir al este del país y buscar trabajo en las explotaciones petrolíferas que allí se encuentran, lugares en los que se explota literalmente tanto el medioambiente como la fuerza de trabajo, sometida a durísimas jornadas pero, al menos, relativamente bien pagada. Beaton sorprende con un notable pulso narrativo –teniendo en cuenta que es su primer relato de larga extensión, ampliación de un webcómic que publicó en cinco partes en 2014– e imprime un ritmo muy fluido a una historia en primera persona que nunca decae en su interés. Sin subrayados gráficos o textuales, la autora despliega sus recuerdos de forma directa, ya que prescinde de la voz narradora o los cartuchos de texto. Así, “Patos” se inserta en las corrientes de cómic contemporáneo que parecen preferir mostrar a explicar: los actos y las palabras de cada personaje hablan por él, sin juicios explícitos por parte de la autora.

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Por supuesto eso no significa que el relato sea objetivo. No podría serlo de ningún modo, porque Kate Beaton se está sumergiendo en recuerdos ciertamente duros, aunque no se victimice nunca: de la soledad de los primeros días en las arenas petrolíferas se pasa a centrar el foco en las situaciones constantes de acoso y abuso verbal que sufrió. Hablamos de una comunidad cerrada en la que hay cincuenta hombres por cada mujer, y en la que una chica joven como la autora se convirtió rápidamente en un imán que atrajo todas las miradas masculinas. Sin que nos demos cuenta, el libro se convierte en un relato asfixiante, en el que Beaton está constantemente sometida a los comentarios sobre su cuerpo, invitaciones e insinuaciones, muchas veces de hombres casados que le doblaban en edad. Acertadamente, la autora pone el énfasis en el contexto y muestra que ese tipo de situaciones no son otra cosa que la definición más pura de la cultura de la violación: de hecho, son la antesala a las dos que sufrió durante los dos años en los que trabajó en explotaciones del petróleo.

Por otro lado, la lectura de “Patos” nos sitúa también en un momento previo a la actual ola feminista y a movimientos como el #MeToo, en el que no era tan sencillo poner nombre a determinadas conductas e identificar su gravedad. Beaton se bloqueaba en no pocas ocasiones, porque se encontraba con un entorno que no comprendía su malestar y que no veía nada malo en los piropos y propuestas no solicitadas. Por añadidura, el relato expone otra de las cuestiones claves para entender la violencia machista sistemática: de una forma u otra, la joven Beaton tenía vínculos con esos hombres que la asediaban y no deseaba causarles ningún problema.

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En su último tercio, el volumen toca de refilón otra cuestión que entonces también despertaba: la conciencia ecológica en torno a unas explotaciones con un alto impacto medioambiental. De nuevo, Beaton expone la encrucijada en que se hallaba, que no era otra que la que construye el capitalismo tardío: aun sabiendo que su trabajo contribuye a la degradación del ecosistema e impacta en las poblaciones indígenas, no tiene mucha opción si quiere ganar suficiente dinero para cancelar su crédito.

Sin falsos finales edificantes ni peroratas moralistas, “Patos” constituye un ejemplo de narrativa adulta, en todos los sentidos, que se sirve de la capacidad expresiva del dibujo de la autora –cuya vis cómica se vislumbra en ciertas ocasiones– para construir un relato absorbente, en el que lo personal se imbrica con lo político de manera natural y las conclusiones corren de nuestra cuenta. ∎

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