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Libro

Kate Molleson

El sonido dentro del sonido. Ampliar la escucha del siglo XXCatedral, 2023

30. 06. 2023

La periodista de BBC Radio 3 Kate Molleson publicó el año pasado en Reino Unido el libro “Sound Within Sound” (2022; Catedral, 2023), que acaba de ser traducido al español por Javier Roma con el título de “El sonido dentro del sonido. Ampliar la escucha del siglo XX”. Ella misma lo definía entonces como “una especie de nueva historia sobre los compositores del siglo XX. No me refiero a los ‘sospechosos habituales’. Me refiero a los compositores que se dejan de lado”. Hace años que se discute sobre la falta de diversidad en la música clásica. Pero es que, de hecho, la trascendencia o la falta de relevancia de un artista depende de circunstancias que escapan a la razón. ¿Recordamos que fue Felix Mendelssohn, en su faceta de director, no de compositor, el que rescató del olvido a Johann Sebastian Bach ochenta años después de su fallecimiento? Si eso fue posible, ¿cuántos otros nombres habrán desaparecido completamente de la faz de la historia por vete tú a saber qué motivos?

Ahora se dice que la historia de la música es demasiado blanca, demasiado masculina, demasiado europea. Esto es así, indudablemente, pero a veces se desencadenan comportamientos absurdos que pueden provocar el rechazo a Bach, a Beethoven o a Wagner, amenazados por un activismo woke que antepone la diversidad a la calidad.

Afortunadamente, Kate Molleson no ha caído en ese comportamiento gilipollas y asegura que no quiere quitarle nada a nadie: “Nadie está proponiendo que nos deshagamos de Mozart ni de Mahler (…). Yo sería la primera en contraatacar si alguien dijera algo así”, expone en la introducción de “El sonido dentro del sonido”. Ningún canon carece de puntos ciegos, pero lo que ha hecho Molleson ha sido sacar a la luz diez músicos del siglo XX que habían quedado oscurecidos por quienes detentaban la(s) corriente(s) dominante(s), fundamentalmente el serialismo de Pierre Boulez y el minimalismo estadounidense, más popular, encabezado por Philip Glass, Steve Reich, Terry Riley y La Monte Young.

Lo que ha hecho Molleson es ampliar el canon con un rescate histórico paralelo y alternativo de otros grandes nombres de la música del siglo pasado, mediante sendos retratos ensayísticos de diez compositores “desconcertantes, valientes, extravagantes, originales y carismáticos” que, en opinión de la autora, aún no habían recibido la atención que merecen. Sin pathos. Nada de crear un “nuevo canon”. Más bien un relajado “mira, también existe esto”.

Molleson envía literalmente al lector de gira por el mundo. Rusia, Estados Unidos, Etiopía, Filipinas… Algunas de las personas retratadas proceden del sur global o han vivido allí. Seis son mujeres que tienen en común ser poco o casi nada conocidas. De acuerdo, seguro que alguno ha oído hablar de Galina Ustvólskaya, de quien su profesor de composición, Dmitri Shostakóvich, afirmó estar “convencido” de que su música “conseguirá renombre mundial, y será valorada por todos aquellos que perciben que la verdad en la música tiene importancia de primer orden”. Y los aficionados a la música ambient, drone y electrónica probablemente también estén familiarizados con la nonagenaria compositora francesa Éliane Radigue. El resto puede y debe descubrirse.

Además de las dos ya citadas, el libro incluye referencias biográficas, anécdotas y análisis sobre la importancia del mexicano Julián Carrillo, un pionero del microtonalismo; Ruth Crawford, colaboradora del prestigioso etnomusicólogo Alan Lomax, pionera estadounidense de la atonalidad y la música serial (y madrastra del conocido cantautor folk Pete Seeger); el brasileño Walter Smetak, inventor de instrumentos y “padrino” del tropicalismo de Caetano Veloso, Gilberto Gil o Tom Zé; el filipino José Maceda; la monja, pianista y compositora etíope Emahoy Tsegué-Mariam Guèbru, fallecida en marzo de este mismo año, pocos meses antes de cumplir cien años; la pionera de la música electrónica danesa Else Marie Pade; el pianista, compositor y profesor universitario estadounidense Muhal Richard Abrams; o la neozelandesa Annea Lockwood.

En algunos casos, la pálida luz con que se ve al compositor lo es desde el punto de vista etnocéntrico anglosajón. Es el caso del filipino José Maceda, que sí fue reconocido en vida en su país natal: nombrado en 1998 Artista Nacional de Filipinas. Formado en París por Alfred Cortot y Nadia Boulanger, aspiró inicialmente a una carrera como pianista antes de empezar a interesarse por los lenguajes musicales autóctonos de Asia y los espectáculos musicales performativos, como miles de coches reproduciendo grabaciones de instrumentos indígenas de Asia sonando a todo volumen por los altavoces de los vehículos mientras circulaban por las autovías. Su obra maestra fue una composición para veinte emisoras de radio y millones de intérpretes: cada una de las emisoras reproduciría una parte distinta de la partitura que, al emitirse simultáneamente, haría que los sonidos envolvieran todo el país al mismo tiempo…

Para los seguidores de la electrónica ambient, las treinta páginas sobre Éliane Radigue resultarán muy esclarecedoras. Por cierto, el título del libro es un pequeño homenaje a la compositora francesa, quien dice que “siempre busca el sonido dentro del sonido”. Y en el libro se habla sobre su relación con Philip Glass y Steve Reich o la muerte en accidente de tráfico en España, en 1974, de su hijo Yves cuando acababa de terminar la primera parte de su imponente “Trilogie de la mort”. O de cómo hizo para limar las asperezas entre Pierre Schaeffer y Pierre Henry. O de su llegada en 1963 al Nueva York de John Cage y los conciertos y happenings Fluxus.

El libro abunda en anécdotas, como por ejemplo la quema de pianos realizada por Annea Lockwood para grabar su sonido o la estancia de la adolescente Else Marie Pade en la cárcel por volar cabinas telefónicas durante la Segunda Guerra Mundial, como sabotajes organizados por la resistencia danesa frente a los nazis. Y nos ayuda a situar a los personajes en su entorno y su momento.

Kate Molleson no ha reescrito la historia de la música, sino que ha realizado un viaje a los rincones menos visibles de la escena de la música clásica contemporánea. Para que hubiese sido perfecta, podría haberse detenido también un ratito en Julius Eastman –el minimalista negro y homosexual– o en nuestros Carles Santos, Llorenç Barber y Eduardo Polonio, merecedores también de más visibilidad de la que la vida les ha concedido. ∎

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