A punto ya de terminar la entrevista, cuando la conversación se va relajando y el ruido de sillas arañando los adoquines del Eixample anuncia que se acerca la hora de desalojar la terraza, Kiko Amat (Sant Boi del Llobregat, 1971) confiesa que en los guiones de todas sus novelas (sí, T-O-D-A-S) escribe una escena de road movie, un hasta-la-vista-ahí-os-quedáis, que, sin embargo, se despeña y desaparece del manuscrito final. “Dice mucho de mis personajes. Están tan atrapados en su mierda que no hay manera… Nadie se va. Nunca”, apunta. Tampoco se van, sobra decirlo, los temibles personajes de “Revancha” (Anagrama, 2021), thriller espídico y ultraviolento generoso en líos de drogas y sicarios justicieros con el que Amat, prietas las filas y también los párrafos, sigue de cerca la actividad delictiva y el viscoso reguero de dedos amputados y cabezas abiertas que dejan a su paso Amador, El Cid y el resto de integrantes de Los Lokos, supporters neonazis y criminales del F. C. Barcelona.
¿Por qué revancha y no venganza?
Revancha suena futbolístico, deportivo. Y aquí sale rugby, sale fútbol… Bueno, en realidad sale peña que está obsesionada con el fútbol. Pero es una historia de venganza, no de revancha deportiva. El problema es que una palabra como venganza es ingoogleable; está muy trillada.
La primera venganza es la de los secundarios de tu tercera novela, “Rompepistas” (2009), que reaparecen aquí dispuestos a ajustar cuentas.
Los villanos en ese libro eran bidimensionales. No me molesté en darles ninguna pincelada de realidad o de bagaje. Nada. Eran recortables que aparecían de fondo, y siempre me quedé con ganas de desarrollarlos.
Para quienes crecimos en los 80 y los 90, skins y neonazis, Brigadas y Boixos Nois, eran villanos aterradores. La encarnación del mal.
Nuestro folclore del mal es este. No son los trasgos ni los monstruos; tampoco los falangistas que entraban en un pueblo y se cepillaban a todo el mundo. Nada de eso llega a nuestra generación. Hay una ruptura familiar muy bestia y de golpe entran estos nuevos mitos urbanos y toda esta peña son celebridades. Eran famosos en una época anterior a las redes sociales en la que tampoco sabías nada de ellos, así que lo que había era un mito superinflado. A mí fue algo que siempre me intrigó. ¿Tenían familia? ¿Y regalos el día de Reyes? ¿Alguien los arropó alguna vez? Vale, siempre queda un margen psicopático y la malignidad innata, pero es un tanto por cierto mucho menor de lo que la gente imagina. Generalmente te han hecho algo, te han jodido y tú vas a joder. Vas a destrozar el mundo por lo que te hicieron. Todos los personajes del libro están en un acto de revancha irracional y salvaje. Van a vengarse de su perra suerte, de su puta familia.
¿No te preocupaba pasar de la comprensión a la justificación?
Yo no hago apología: simplemente los explico tan bien que vas a entender por qué son como son. Eso no quiere decir que no los combatas. Es algo que la izquierda progre se permite, que es no entender al adversario. ¿Cómo puedes combatir algo que no sabes qué es? Tienes que entenderlos. ¿Por qué todos íbamos con Tony Soprano, si era un hijo de perra? ¡Porque lo conocíamos! Amador es así. No puedes evitar ir con él. Es lo que pasa con el lado oscuro de la gente: si te lo explican, lo entiendes. Es muy fácil no ser malo si no te han hecho cosas malas, si eres un indie benigno. Está chupado.
En cualquier caso, ¿de dónde sale ahora toda esta violencia?
Siempre he vivido en violencia, lo que pasa es que el humor es una herramienta muy útil para quitar hierro. “Antes del huracán”, que tienen una violencia afectiva y de brote psicótico, era a ratos muy divertido, por lo que la sensación final es diferente. “Revancha”, en cambio, no tiene nada de humor. Yo estoy lleno de violencia y pienso de un modo violento, lo que pasa es que se transforma artísticamente. No tengo fuerza ni voluntad para ejercerla, pero estoy lleno de violencia y de rencor, y eso se ve en mis libros. Por eso nunca son blandos; porque vienen del rencor y del desajuste, del odio y de un resentimiento vital y social muy grande.
Sí, pero hasta ahora lo que transmitían tus novelas era una violencia ambiental, opresiva. Aquí en cambio es completamente física. Hablamos de ojos reventados, cabezas abiertas, dedos arrancados...
Si has visto violencia y la has visto muchas veces, es imposible no vivir con una fascinación perpetua ante lo que le hace la violencia al mundo y a la gente. No hay nada más fascinante que la mirada del matón que recibe por primera vez. Es muy bestia. Los libros edificantes, ejemplarizantes, me dan ganas de vomitar. Me sería imposible escribir un libro con violencia y que mi mirada fuera condenatoria.
¿Qué implica meterse en el pellejo de alguien como Amador?
Si a un lector le encanta ver violencia, imagínate al creador. Estás realizando una violencia que no va a volver a ti. Es lo más excitante que hay, mucho más que escribir sobre sexo o belleza. Estás habitando la piel de un malandro que ha cruzado todas las líneas imaginables. Lo que pasa es que no puedes escribir una novela así y que no te afecte mucho. Vivir dentro de las cosas que le pasan a Amador te niño te oscurece el alma. Yo estoy un poco dañado, pero esto es gente incurable. Por eso te digo ahora que mi próxima novela va a ser la más humorística; no me vuelvo a deprimir así ni de coña.
En un momento del libro hay una conversación en la que dos personajes, al descubrir que son de Sant Boi, dicen que es como alegrarse por tener el mismo tipo de cáncer.
El remedio para haber nacido en ciertos sitios es hacer del orgullo virtud. Estás en un cul de sac y todo el mundo te dice que eres chusma y escoria, y sacas un orgullo imprevisible e irracional de ese hecho. Siempre estás en esa ambivalencia. Es una constante de cualquiera que haya vivido en un barrio. Ojo, en un barrio de verdad, no en un Barrio Sésamo. En un barrio tirando a chungo o apartado de la guapez clasemediera, tienes que sacar orgullo y belleza de alguna parte, si no te pegarías un tiro.
Al final, todo está atornillado a la infancia y adolescencia.
Hay unos años definitorios que son los que te explican. Tus dolores más profundos vienen de ahí, de una infelicidad muy concreta, de una violencia que, sin hacerla heroica, estaba ahí. Yo escribo por odio. Lo que no he conseguido es quitármelo, porque la escritura no te cura. No es terapéutica para nada. Pero el odio me activa, me provoca disciplina: me hace escribir cinco horas. Porque mi arte funciona por oposición, y no pueden ganar los cursis. No se puede permitir que ganen el membrillo y el melindre y la falsa literatura de barrio. Está claro que hay una literatura de barrio sin violencia, y eso es un oxímoron. La gran paradoja es que yo odio el realismo social, la idea edificante del realismo social, e inevitablemente mis novelas, basadas en mito y leyenda, acaban siendo más fiables que una novela de Barrio Sésamo.
En “Revancha” hablas de ritos asociados al deporte cuando, sospecho, sigues detestando el deporte.
Es un odio mezclado con un anhelo infantil. Yo era un niño débil y enfermizo y carecer de una forma tan extrema de algo te hace amarlo de una manera irresoluble. En “Rompepistas” los críos con botas querían ser los guapos de la piscina. ¿Quién no querría? Mis libros nacen de esas parálisis y ese anhelo infantil. Yo viví en un mundo 100% rugbista hasta que tuve 13 años, y luego todos mis amigos eran skinheads. Entonces creces amando y odiando. Nadie nace queriendo ser un pajero subcultural que lee cómics: acabas así. Para mí no hay nada más romántico que un entreno bajo la llovizna mientras anochece. Hay nobleza, hay una meta clara. ¡Has ganado! Tiene que ser purificador.
Uno de los secretos con los que carga Amador es su homosexualidad.
A Amador quería que se le viera como a un tío dañado pero que aún no tenía el alma chamuscada del todo, y hay ciertas partes de ternura que solo puedes explicar con amor físico o enamoramiento físico. Una forma medio subversiva y desafiante para mí era hacer que fuera homosexual, para añadir más peso a su tortura y a su secreto. Hubiera funcionado con amor heterosexual, claro, pero que fuese gay reforzaba la idea de no encajar ni siquiera entre su peña. También hay una razón de desafío técnico: en los libros necesito como tres o cuatro desafíos técnicos para no perder el interés.
¿Cómo era el Kiko Amat que entró en “Revancha” y cómo es el que sale?
He repetido lo que aprendí en “Antes del huracán”, que es a desaparecer del texto. Aquí es todo más prieto, más pasapaginero. Todo es historia, acción y personajes. Como dijo Xavi Ayén, es un libro para abuelas que leen thrillers. Mis libros no vienen de libros ni de una tradición literaria. Todo lo que hago viene de un mundo muy concreto, radicalmente oral. La voz viene de peña hablando en bares. ∎