En plena crisis de la comedia cinematográfica americana, irremontable desde hace una década, la televisión ha tomado insospechadamente el relevo. Desde que la troupe de jóvenes irreverentes que protagonizó con el cambio de siglo el boom de la “nueva comedia norteamericana” –Judd Apatow, Seth Rogen, Greg Mottola, Paul Feig….– empezó a mostrar síntomas de agotamiento o a escorar sus esfuerzos hacia el “drama de madurez”, la gran comedia americana hay que buscarla ahora en otras coordenadas bien diferentes. En las de la escritura deliciosa y espídica de Amy Sherman-Palladino –“La maravillosa Sra. Maisel” (2017-), que estrena este mes su cuarta temporada en Amazon Prime Video– o en la mixtura entre cáustica y clown de Larry David con su “Curb Your Enthusiasm” (2000-), que en diciembre de 2021 cerró su undécima temporada para la HBO Max, aquí emitida como serie homónima.
Dos series relacionadas de diversa manera con el stand-up y la tradición de la comedia judía, pero que han restablecido cada una por su camino los lazos con la gran comedia clásica hollywoodiense, de Leo McCarey a Lubitsch, pasando incluso por la comedia física de Los Tres Chiflados (no es casualidad que David se prestara al cameo en el homenaje al trío que firmaran los hermanos Farrelly). A partir de un personaje autoficcional indignado por unos códigos sociales que es incapaz de tomarse en serio, Larry David ha ido llevando con los años su serie hacia una sofisticación en la que hace gala de un manejo incomparable del “toque Lubitsch”.
Al mismo tiempo, su personaje se enfrenta a situaciones cada vez más infernales y su rabia se vuelve más y más compleja. Envejeciendo, Larry tiene cada vez menos razón, y las últimas temporadas se construyen casi como juegos catastróficos en los que acaba recibiendo dolorosas lecciones (ya sea una fetua en la temporada 9 o un café de la venganza en llamas en la temporada 10), cosa coherente con uno de los puntos fuertes de toda la serie: saber convertir en cada episodio sus problemas de rico en situaciones irritantes y asfixiantes (haciendo casi insoportable seguir la serie en modo binge watching).
En esta undécima temporada, se trata de evitar una sanción por no haber instalado una reglamentaria verja en su piscina (en la que se ahoga el ladrón que intenta robar su casa), que lo llevará, primero, a tener que imponer en el rodaje de una serie a una terrible actriz que le hace chantaje y, luego, a seducir a una concejala para convencerla de abrogar el dichoso decreto de la verja. O lo que es lo mismo, Larry vuelve a sortear la “cancelación” cruzando por las ascuas de los temas candentes del momento con el descacharrante humanismo de payaso de cine mudo (y slapstick) que anida cada vez más tras cada una de sus andanadas. La imposición de una actriz terrible en una serie toma el cuerpo de una chica latina con sobrepeso que lo chantajea, el reto de hacer humor a partir de la solemnidad de un tema tan serio como la memoria histórica se resuelve con un memorable zapateo que hace pensar en Chaplin y hasta el tabú más espinoso encuentra su justo golpe de gracia (conviene investigar sobre la relación entre la sandía y el pueblo afroamericano después de ver el memorable capítulo al respecto).
Larry nunca ha problematizado tanto como en esta temporada la fina frontera que existe entre genialidad y desastre, y a ese respecto, será la irrupción del personaje de la concejala, “verdaderamente desagradable”, la que aporta a la temporada su mayor dosis de genialidad: la británica Tracey Ullman convierte a esta Irma Kostroski en un delicioso festín de comicidad revulsiva que hace de la vida de pareja fingida de Larry una pesadilla. Confirmando así que esta última temporada puede ser vista como un intento de reinversión de la comedia romántica clásica: la pareja es el infierno, y la moral, esa que nos hace mejores, puede llevar a Larry a encontrar más digno a un miembro del Ku Klux Klan que a una óptica que prefiere dejar una patata frita en el suelo para que la recoja otro. ∎