Hace algunos años que los estudios Disney han comenzado a matizar a sus villanos en las historias. A través de secuelas o spin-offs, el origen del mal se explica con una serie de condicionantes psicológicos que permiten redimir también a los antagonistas hacia el final del relato. La fórmula narrativa de Pixar –sus estudios subsidiarios– acostumbra a prescindir de adversarios tangibles. Suyas son algunas de las películas más conceptuales en la animación de la última década: “Del revés” (Pete Docter y Ronnie del Carmen, 2015), donde el mal es provocado accidentalmente por la tristeza; “Soul” (Pete Docter y Kemp Powers, 2020), en la que un alma perdida busca reconectar con su individualidad; o la más reciente “Red” (Domee Shi, 2022), cuando hormonas y grandes expectativas familiares se convierten en el gran enemigo de una chica en edad puberal.
En “Lightyear” (2022), spin-off de la popular saga “Toy Story”, el tiempo es una de las grandes amenazas para su protagonista, el ranger Buzz. Debido a un contratiempo espacial, los años pasan por su vida a diferente velocidad –a años luz, como su propio apellido indica– de la que pasan por su cuerpo. La desdicha de este cowboy solitario del espacio estelar no es solo la de ver cómo sus amigos envejecen a diferente ritmo que él, sino también la de haber gastado toda una vida intentando remendar un error del pasado. Por suerte o por desgracia, cuenta con un equipo de exploradores escasamente experimentados para terminar de una vez por todas con su misión.
Cuando mira hacia las estrellas, esta película de animación se circunscribe a toda una serie de sci-fis que establecen el vasto espacio como punto de encuentro del individuo con sus propias cuestiones existencialistas. “Lightyear” navega por la estratosfera de esa brújula en el género que es “2001: una odisea del espacio” (Stanley Kubrick, 1968) o por las memorables reuniones familiares fuera de órbita de “Interstellar” (Christopher Nolan, 2014) o “Ad Astra” (James Gray, 2019), en las que el héroe debe viajar hasta el infinito y más allá para poner cara a sus propios fantasmas. En cierta manera, la nave de Buzz consigue desviarse de la estela trazada por “Toy Story”. Algún gag y el trávelin ascendente que presenta al protagonista de pies a cabeza hacen referencia a la primera película de 1995. Pero si Angus MacLane recurre en algún momento a la nostalgia lo hace para construir un nuevo elemento totalmente independiente, y eso es algo de lo que no pueden presumir todas las secuelas de blockbusters que hoy en día invaden la cartelera.
“Lightyear” está cargada de acción y humor a partes iguales. Entre secuencias de alto voltaje, Pixar demuestra que puede sumarse sobradamente a la liga de las películas de ritmo trepidante y, además, colar unos cuantos memes de gatitos. Con una estructura narrativa muy similar a la de “Up” (Pete Docter y Bob Peterson, 2009), el primer tramo de la película es bastante acelerado pero visualmente contundente y muy emotivo. Entre el segundo y el tercer acto las manos de los guionistas –el propio MacLane y Jason Headley– comienzan a temblar hasta hacer que el relato deje de volar para caer con estilo. La moraleja sobre los errores como parte de la condición humana llega a buen puerto, pese a pasearnos por un mar de confusión científica y resoluciones baratas. A falta de una mayor emoción final, el pegadizo tema principal del compositor Michael Giacchino y las hipnóticas secuencias de vuelo espacial a toda velocidad hacen de “Lightyear” un título solvente y coherente con el resto de la cartografía de Pixar, donde el bien y el mal resultan ser distintas caras de una misma moneda. ∎