Película

Mass

Fran Kranz

https://assets.primaverasound.com/psweb/ene1l22l2di4eqfbl7ce_1648657030170.jpg

Los tiroteos masivos en el ámbito educativo –con los que la sociedad estadounidense se muestra aturdida como parte de una pesadilla recurrente– han encontrado una vía cinematográfica que intenta explorar la locura que aboca a sus perpetradores a la siembra del terror. Reconocidos cineastas del alambre off-Hollywood propusieron aproximaciones centradas en retratar esa desconexión mental por la que jóvenes de todas las condiciones –universitarios o de instituto– se lanzan a la violencia. Tanto Gus Van Sant con “Elephant” (2003) –alrededor de la masacre de Columbine– como Tim Sutton con la barbarie del cine de Colorado en “Dark Night” (2016) optaron por la distancia (fría) del horror, priorizando así un tratamiento sensorial que acercase al espectador al ritual de la enajenación: ese juicio nebuloso, casi somnoliento, como único canal para entender el tránsito mental que lleva a los verdugos a pulsar el gatillo. Antepuesta a estas miradas, Denis Villeneuve propuso una variante más narrativa en su exploración de la masacre incel en la Escuela de Ingeniería de Montreal con “Polytechnique” (2009), donde primaba el dibujo al natural de la tragedia y la pesadilla angustiosa inherente a esta.

Menos explorada ha resultado la contienda traumática que precede al estallido de terror. Ahí pone el foco “Mass” (2021), debut en la dirección de Fran Kranz –quien también escribe el guion– que se estrena hoy en cines en España. Presentada en el pasado Festival de Sundance, la ópera prima de Kranz gravita alrededor de la reunión de dos parejas de padres envueltos en un ritual de dolor, culpa y trauma. Construida como un estudio del comportamiento humano después de la atrocidad, Kranz acierta al dosificar durante su primer tramo la información alrededor del estruendo trágico que cambiará las vidas de esos cuatro padres.

https://assets.primaverasound.com/psweb/4vexa5ul1unvymblfs1o_1648657053389.jpg

A partir de las dinámicas discursivas entre los cuatro personajes encerrados en la sala de reunión de una iglesia, Kranz moldea con pericia y eficiencia el pulso entre ambas partes. Están desunidas porque representan los polos de una masacre que retumba entre las cuatro paredes de la habitación y en sus almas, pero están unidas en el dolor y la herida incurable. Ahí es donde su director, bajo un andamiaje mínimo de drama de cámara –podría verse como el reverso dramático de “Un dios salvaje” (2011), la adaptación de la novela homónima de Yasmina Reza por parte de Roman Polanski– y sin mayor hospedaje artístico que la realización, el guion y las interpretaciones, consigue retener el iris del espectador. Mediante las sacudidas verbales como puntos de inflexión del guion, con un ritmo sostenido por los acerados diálogos y las interpretaciones de Jason Isaacs, Martha Plimpton, Ann Dowd y Reed Birney, que dotan a los personajes de un verismo nada fácil.

Todo el desasosiego de cuatro víctimas de la tragedia desemboca en un desenlace acomodado, que hace trastabillar lo visto. Kranz cae en lo moralizante cuando inserta luz cristiana al relato mediante un pequeño bis, que parece indicar que la verdadera catarsis –la única paz y consuelo– no llegará por la asimilación que se atraganta, ni por el perdón incomprensible para la mayoría, sino por una tercera vía. Su película no necesitaba saltos de fe. Tenía equipaje dramático suficiente para funcionar sin patrocinios religiosos. ∎

La pena máxima.
Etiquetas
Compartir

Lo último

Contenidos relacionados